Capítulo Siete: "Ocio"

   El tiempo había pasado. Muchas cosas habían cambiado, y tanto yo como Santiago habíamos comenzado a tener una relación sentimental. Estábamos oficialmente juntos, y el pasaba casi todo el día en mi casa, comiendo y dejándose querer por mi. Era increíble saber que había alguien más cómo yo en este mundo, y simplemente me sentía encantada de estar engordando al lado de un gordo. Él ya había llegado a los 200Kg, y se veía más atractivo de lo que yo había imaginado. Su panza estaba el doble de redonda, y tanto su papada como el resto de su cuerpo comenzaban a tomar la forma de una persona oficialmente super-obesa. Del otro lado yo ya había alcanzado los 105Kg, y honestamente estaba fascinada con el como lucía mi cuerpo. Era preciosa. Mis caderas se habían ensanchado de una manera fabulosa, y mi culo ya abarcaba el suficiente espacio como para hacer tronar sillas. Mis lonjas eran gigantescas, y reposaban al rededor de todo mi cuerpo, sin ninguna parte de mi torso librándose de la gordura. Mis senos ya eran el tripe de anchos, y comenzaban a ser más pesados conforme aumentaba de peso. Mi rostro ya era el de una gorda, tenia una papada pequeña y adorable que prácticamente ya hacía ver mi obvia gordura, y mi rostro se había puesto bastante rellenito, principalmente en las mejillas. Ya no había vuelta atrás. Ya era todo lo que había querido ser, e incluso había superado por creces mi meta inicial. No me quejaba. Me gustaba estar en casa todo el día, y sobarme la panza mientras paso el rato con Santiago viendo películas o simplemente teniendo sexo como dos malditos conejos, eso sonaba como el paraíso para mi. Aunque a veces me preocupaba lo que decían las personas. Sabía que todos a mi al rededor estaban preocupados por mi claro aumento de peso. Ya no era la linda chica delgada a la que solían invitar a fiestas, ya que me había convertido en una gorda que se la pasa todo el día comiendo o en casa. Usualmente los que mas lo notaban eran los chicos y las chicas en los restaurantes de comida rápida que comencé a frecuentar desde que inicie mi aumento de peso, los cuales usualmente me recibían de maneras adorables, pero obviamente dejándome claro que ya era una gorda hecha y derecha. Casi siempre notaba esto cuando me daban alguna porción extra, o alguna salsa. Ser gorda implicaba algo de responsabilidad, pero ya me había comenzado a acostumbrar. 

   Aquel día Santiago había ido a visitarme. Al principio queríamos ver películas normales, pero al final terminamos viendo vídeos sobre feederism. Tanto de chicas gordas, cómo de chicos gordos. Me inspiraba ver ese tipo de contenido, ya que me hacía recordar el porque me encanta ser gorda. También usualmente ponía los vídeos de Azul, en donde ella usualmente ocultaba el rostro y permitía que incluso Santiago los disfrutara sin saber que esta chica prácticamente era mi amante. Al igual que yo, una vez que Azul engordo descubrió lo verdaderamente emocionante y excitante que es ser una chica gorda, llegando al punto en el que subía vídeos eróticos a internet, en los cuales usualmente solo jugaba con su panza y recitaba algún guión que hiciera sentir excitados a quienes veían el vídeo. Ella no tenia un cuerpo tan grasosamente balanceado como el mio, y su cuerpo crecía de manera mucho más extrema. Azul ya pesaba 115Kg, y Dios... se veían grandiosos en ella. Nunca se la había presentado a Santiago, y honestamente no lo quería hacer, ya que no quería que ella terminara siendo su amante. Siempre considere a Azul una chica más linda que yo, y ahora que estaba más gorda definitivamente podría robarme a Santiago... aunque prácticamente ella me robo de Santiago. Mientras en el vídeo Azul mostraba como su panza le cubría parte de la vagina, observe a Santiago. Descansando, y respirando de manera pesada con la boca totalmente abierta. Sus peludos brazos y su peludo pecho eran sensacionales, cada cosa de él me parecía perfecta.  Sus pies regordetes. Sus papadas. Su vulgaridad. Todo. Era un obeso hecho y derecho. Me encantaba eso. El me miro de vuelta, y tomándome la mano me dio una sonrisa;

   - Oye... ¿Puedo decirte algo y me prometes que no reaccionaras mal? - lo observe y asentí con mi cabeza. Nuestras rechonchas manos se tocaban, y Santiago puso ambas en su pierna derecha - Quiero crecer más... - aquel día celebrábamos su nuevo peso, y me sentí muy feliz de escucharlo decir eso. Sabia que el no se cansaría hasta quedar inmóvil, y a pesar de que todavia no me lo decía, podía ver que esas eran sus intenciones. 

   - Eres un encanto... - puse mi mano en su panza y lentamente me acerque a él. Tome una dona de una de las tantas cajas de comida que había en la mesita frente a mi sofá - ¿Quieres un poco? Cerdo - Santiago me sonrió, y pude notar como su bulto crecía en sus calzoncillos. Comencé a alimentarlo, y Santiago comía sin parar mientras su rechonchetas manos sobaban su gorda panza. Era una imagen maravillosa. Lentamente me levante, y me puse encima de sus piernas. Era pesada, pero el ya era case le doble de mi. Comenzamos a besarnos apasionadamente, mientras el sobaba mis lonjas y yo las suyas. El ruido de nuestros suaves cuerpos rozándose era hermosa, por lo que baje una de mis manos y comencé a sobarle el pene. Su pene ahora era diminuto, pero no había problema, eso era lo que yo siempre había esperado de un obeso de 200Kg. Lo sobé, mientras el acariciaba mis curvas y se colgaba de mis lonjas cada que su pene sentía más y más el impulso de venirse. El sofá tronaba agresivamente, pero no importaba, sabíamos porque. Comencé a masturbarlo y comencé a susurrarle; - Quiero que seas mi gordo. No me importa que tanto, siempre estaré cerco de ti. Quiero que me veas ser la gorda imbécil que siempre quise ser. Quiero que me conviertas en una versión femenina de ti - Santiago se vino, y después de unos segundos se acercó a mi. Yo sabía que era lo que seguía. Me recosté a un lado del sillón, dejando expuesta mi vagina a Santiago, quien lentamente acercó su lengua y comenzó a practicarme sexo oral. Pude sentir como apartaba las lonjas al rededor de mi vagina, para llegar a esta y mamarla hasta que se cansara. Mi cuerpo sentía electricidad, y Santiago haciendo esto me resultaba maravilloso. Cada momento de ser gorda. Cada mamada. Cada lonja en mi torzo. Cada kilo de más. Todo mi cuerpo se movía como una gelatina. Era una chica de solo veinte años, y mi peso ya era alarmante. Pero no importaba. Este sexo. Nada podía ser como el ser una gorda caliente. La vida es diferente cuando estas en un estado así, ya que la agitación, los movimientos, el cuerpo gelatinoso, todo es un impulso para que la excitación sea mayor. Cuando por fin me vine suspire. 

    - ¿Te gusto? - me preguntó Santiago con su cautivante sonrisa. Me levante y le plante un beso. Ambos caímos en el sillón y este se desvalanceo un poco. Mis sofas ya estaban rotos, y los resortes también, por lo que de hecho fue un sexo demasiado sencillo para nuestro tamaño - Vamos a tu cuarto. Quiero que me sobes la barriga un rato - lo miré y le bese su papada. Santiago se levantó, y con sus pesados pasos se dirigió a mi habitación. Recuerdo haberme quedado viendo al vacío. Había sido un sexo maravilloso, y me di cuenta que en realidad si me encontraba enamorada de Santiago. Era cómo si el me complementara. Lo necesitaba en mi vida para poder sentirme feliz. El lo era todo. Mi celular entonces sonó. No presté mucha atención. Pensaba en Santiago. Nunca me había dado cuenta, pero me excitaba la idea de vivir con alguien como él. Tal vez era momento de... Mi celular volvió a sonar. No me intereso quien era y solo colgué. Camine hacía el cuarto, apresurada, y abrí la puerta. Quería decírselo antes de que se fuera de mi cabeza. Santiago yacía acostado comiendo una rebanada de pizza que yo había dejado en la mañana - Perdón, no pude evitarlo - me dijo y jugueteo con su panza.

   - Quiero decirte algo - dije algo seria. Santiago se detuvo y alzó ligeramente el cuello que se encontraba debajo de esa papada - Te amo - Santiago sonrío - Y quería preguntarte si... - el celular volvió a sonar. Me quede parada viendo a Santiago, y totalmente callada. Me di la vuelta, cerré la puerta y contesté - Seas quien seas, estoy ocu...

   - Necesito hablar contigo... ahora - era la voz de Azul. 

   - No puedo. Estoy... - conteste reprochando, hasta que la otra voz me interrumpió

   - ¡Necesitamos Hablar! - gritó Azul desde el otro lado de la linea. Suspiré algo enojada, pero honestamente me sentía asustada. Colgué y me recargue en la pared. Baje la parte baja de mi lencería para que mi panza se saliera y comencé a sobarla. Quería que Santiago se viniera a vivir conmigo, pero honestamente aún no lograba dejar de pensar en Azul. Temía que ella ya no quisiera nada, pero deseaba poder olvidarla. 

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