Capítulo Cuatro: "¿Quien Es Ella?"

   Mis piernas eran mi parte favorita de mi nuevo cuerpo. Habían pasado ya tres meses desde que había comenzado mi viaje. Ya pesaba 89Kg, y oficialmente lucía cómo una chica gordita. No era el peso que yo quería, ni tenía la gordura necesaria para sentirme cómo una verdadera reina de belleza, pero comenzaba a verme. La gente usualmente me veía y me comentaban algo avergonzados respecto a mi peso. Mis padres me habían tratado de convencer de entrar a alguna cosa deportiva, pero yo no lo deseaba, ya que estaba disfrutando mi nueva vida de un modo que nunca imagine poder disfrutar. Daniela ya casi no me hablaba, ya que al ser una chica delgada y con una cierta popularidad local, creía que ser amiga de la chica que engordaba cada vez más no sería conveniente. Fuera de eso seguía siendo amiga de Paola y de las demás. Tenia ya algo de tiempo sin ver a Azul, pero aun conversábamos por internet. Se había tenido que mudar de piso, ya que su departamento tenía una plaga que fue muy difícil de quitar. Vivía dos pisos debajo del mio, por lo que ya era menos común vernos. No tenía ni idea si ella había seguido la apuesta de aquella noche, pero ya no me importaba, ya que comenzaba a disfrutar mi propio aumento de peso. Me encantaba mi nueva figura, y no podía negar que la vida se había comenzado a volver más cómoda. Salia usualmente con chicos que tenían una debilidad por las chicas cómo yo, y a pesar de que una pensaría que las gordas tienen menos sexo, de hecho es muy sencillo encontrar chicos raros y fetichistas que quieren tener sexo con una. A veces me pedían que me sentará encima de ellos. Otras veces me pedían bailes en donde dejará notar mi gordura, y muchas otras veces me pedían comer antes de tener sexo. Me encantaban todas estas nuevas experiencias. No era obesa aún, pero el simple hecho de tener lonjas y un cuerpo ya bastante suave me estaban llevando a ser feliz. No podía contener la emoción cuando pensaba en mi cuerpo a los 100Kg. Había evitado masturbarme, pero honestamente el sexo constante ya no me daba ganas de esto... excepto cuando pensaba en él. Santiago. Le di mi número y nunca recibí una llamada. Era un chico que creí sería perfecto para mi, pero que probablemente no se había interesado por mi. Sabía que no debía haberle hablado de mi gusto sexual secreto. No estaba lo suficientemente gorda cómo para salir del closét de esa manera. 

   Un cierto día salí del departamento para dirigirme a la escuela. No tomaba las escaleras, ya que me agotaba muy rápido, por lo que decidí tomar el elevador. No había nadie, más que yo. Elegí la planta baja y comencé a bajar. Tenía que entregar algunos proyectos ese día, y recordé que también tenia un examen. Estaba preparada para todo, ya que desde que había comenzado mi viaje a engordar no salía tan seguido y me daba más tiempo para realizar mis actividades escolares y comer durante todo el día. El elevador se detuvo dos pisos debajo del mío, y Azul entró. Me quede en silencio. Lo había cumplido. Azul había subido bastante de peso, y comenzaba a notarse. Ella obviamente también noto el mío, y nos saludamos. Esta vez no menciono nada respecto a mi peso, y era obvio, ya que ella claramente había engordado;

   - Te ves un poco más... - le dije a Azul sonriendo. Azul se sonrojó y me lanzó una mirada algo avergonzada. Posiblemente pesaba lo mismo que yo, pero ella había comenzado después. Siempre supuse que su cuerpo sería de un metabolismo más lento, por lo que me impresiono verla. Su ropa lucía apretada, ya que obviamente aún estaba en negación respecto a ser una chica gordita. Sus brazos se notaban gruesos. Sus piernas muy, pero muy gordas. El culo le había crecido y comenzaba a colgarse de los lados. Traía una camiseta puesta que dejaba que parte de su panza y lonjas fueran notorias; - Si cumpliste la apuesta - le dije con una sonrisa. Azul me miró y comenzó a mover el pie nerviosa.

   - Claro... la apuesta - dijo. Antes de cambiarse de casa me había dicho que bromeaba con la apuesta, y ahora me la encontraba de esta manera. Una Azul gordita. Definitivamente lucía igual de bella que cómo la visualizaba, y si en realidad había perdido el control de su peso, estaba dispuesta a ser su mejor amiga y verla todos los días. El momento se paso rápido, y ambas salimos del elevador. Ya no compartíamos clases, así que nos despedimos y seguimos nuestros caminos. 

   No pude concentrarme bien en las clases, ya que la imagen de la Azul que acababa de ver me causaba un cosquilleo similar al de al ver a Santiago. No entendía porque, pero era excitante. Ya había comenzado a aceptar el hecho de que era bisexual, por lo que no me avergonzó pensar de esta manera... pero ella tenía novio, y no quería arruinar eso. Aunque aquel día no me importó, ya que al salir de clases la busque por todos lados y la decidí invitar a comer. Ninguna de las dos tenía algo que hacer, así que lo acepto. Fuimos a un pequeño restaurante frente a la universidad, en donde pedí montones de cosas, y me sorprendí al ver que Azul pidió un poco más que yo. El mesero nos miró sonriente, ya que probablemente le causó gracia el cliché de las chicas gordas ordenando montones de comida;

   - ¿Y cómo haz estado? - le pregunté a Azul. Ella sonrío y me indicó que bien, mientras que relataba algunos de los problemas que había comenzado a tener con algunos profesores. La entendía, ya que los maestros de nuestra escuela podían llegar a ser extremadamente exagerados respecto a muchas cosas - ¿Y cómo va tu relación? - pregunté sin censura. Ya no me interesaba verme lesbiana o no, simplemente quería saberlo.

   - Bueno, ese día en la fiesta de Dobuita. Él... él me engaño con alguien más - contestó Azul aún algo triste. Tome su mano y la consolé por unos minutos. No pude negar que me sentí alegre, ya que estaba soltera. Desconocía si tenía intereses bisexuales, pero no quería arriesgarme, debía dejar que la conversación fluyera y ella revelara más al respecto.

   La comida llegó tras unos quince minutos. Azul y yo la miramos cómo lo que eramos, unas chicas gordas. Pude notar que Azul trataba de mirar a su al rededor, probablemente observando si no había alguien que la conociera cerca. Le dije que no importaba y ella sólo sonrío. Nos atascamos la comida cómo si no hubiera mañana. Al finalizar mi panza estaba tan llena que tuve que desabotonar mi pantalón y subirme la camisa, dejando al aire toda mi nueva gordura. Los meseros me miraban con asco, y yo sobaba mi panza. Azul había roto el botón de su pantalón, y ocultaba su panza con vergüenza. Le dije repetidas veces que no se veía gorda -para no hacerla sentir mal- y que no tenía nada de malo dejar salir eso. No me hizo mucho caso, y salimos del lugar tras un par de horas. Tomamos un Uber hacía el edificio, y la mire en el camino. Podía notar que en realidad ella se veía más gorda que yo. Sólo tenia un par de meses desde que la había visto por última vez, y había cambiado mucho en muy poco tiempo. Envidiaba su cuerpo, ya que no cualquiera logra subir de peso tan rápido. Tenía el metabolismo perfecto de una Gainer, pero simplemente no parecía estar feliz con esto. No se notaba feliz con su aumento de peso, y de hecho en el Uber me habló respecto a esto;

   - No me gusta mi cuerpo. Observar abajo y mirar lonjas y una panza que no deseo... - me dijo desconsolada. Creyó que yo pasaba por lo mismo, pero no era así. A pesar de ello trate de seguirle el juego, ya que no planeaba decirle mi secreto más grande sin razón alguna. La última vez había terminado estando ilusionada por un chico que jamás me llamó. Sólo la mire y la abracé. Se notaba algo confundida respecto a mi, ya que parecía que yo presumía mi cuerpo.

   - Estoy tratando de bajarlo, pero mientras no veo el motivo para no considerarme bella - le contesté, a lo que ella lanzó una risa coqueta. Ya no era nadie para mencionar mi peso, ya que ella en sí estaba creciendo incluso más grande que yo; - ¿Crees poder bajarlo? - le pregunté. Ella me miró y pronto miró su cuerpo. No contestó.

   El auto se detuvo frente al edificio. Bajamos y entramos al elevador. El conserje nos indico que estaba más lento de lo usual, pero preferíamos tardar a tener que subir las tormentosas escaleras. Eso no era algo que unas chicas gordas -que acaban de comer sin parar- harían. Subimos al elevador y esperamos. Azul estaba callada, y yo la observe por unos segundos. Ese nuevo cuerpo suyo era adorable, y su nuevo rostro gordito era precioso. Ella me miró. Fue incomodo, ya que ninguna hablaba. Sólo nos observábamos. Un impulso entonces me tomó. Ella pareció igual sentirlo. Me acerque a ella;

   - Eres... - le dije, y ella me puso un dedo en la boca para silenciarme. Se acercó y comenzó a besarme. Pude sentir su panza tocando la mía, e instintivamente ambas nos tocamos el trasero. Nos dirigimos a la esquina del elevador y comenzamos a besarnos apasionadamente. Azul se quitó y pronto comenzó a besarme el cuello, mientras yo le apretaba sus lonjas para poder sostenerme y besarla más. Mi celular sonaba, pero lo ignore. Estaba viviendolo. Azul por fin había despertado, y parecía que yo no era la única que sentía algo por la otra. Nuestros labios se juntaron, y cuando dirigí mis manos hacía su vagina, el elevador se detuvo y se abrieron las puertas. Azul entonces abrió los ojos y me miró confundida. Camino hacía afuera del elevador y corrió a su puerta. El elevador se cerró y quede yo, dentro, confundida por lo que acababa de suceder. No sabía cómo reaccionar... Todo había pasado tan rápido. Me recargué y pronto se abrió la puerta para mi piso. Salí confundida del elevador y abrí la puerta de mi departamento. Me senté en el sillón y deje salir mi panza para frotarla. Algo había pasado ahí adentró, y ninguna de las dos supo reaccionar cuando por fin pensamos en lo que pasaba. Mi celular volvió a sonar, lo tome y lo observé. Tenía un mensaje;

hola, soy Santiago (el chico de la fiesta de Mori), perdón por no hablar a tiempo pero estaba muy confundido, eres la única persona que se que entiende todo esto y quisiera hablar contigo porque creo que eres la única persona que lo entiende, ¿estas libre esta noche?...

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