14
Let it burn
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Inédito
Mi cuerpo se sentía pesado, no podía moverme. Era como si de pronto mis huesos fuesen tan fuertes como una gelatina.
Mi respiración era extremadamente laboriosa, cada inhalación me costaba más que la anterior.
Todo eso, en medio de una infinita nada. A donde sea que mirase, si es que veía realmente a alguna parte, era negro. Un interminable e infernal negro.
Hacia frío, quizás mi corazón estaba a nada de dejar de latir. Cada segundo que transcurria, era peor. Sentía que me estaba congelando.
Hasta que de pronto el frío cesó, y en su lugar un ligero ardor comenzó a tomar lugar. Al inicio era en lo que yo creía eran las palmas de mis manos. Después se corrió hasta mi antebrazo.
Poco a poco, el ardor se iba expandiendo más y más al igual que se iba intensificando.
Al cabo de unos pocos minutos, sentía que estaba en medio de una fogata. Y que yo era el maldito fuego.
Todo mi cuerpo estaba siendo incendiado. Y yo trataba de apagarlo.
—Alec, ayúdame...—Suplicaba desesperadamente, ahogada entre las brasas.
Nada ocurría.
Él no venía.
Y yo recordaba claramente estar en mi habitación con él. Quizás Clary también estaba. En ese momento, el dolor podía más que mi memoria.
—Auxilio... Por favor, que alguien lo apague...
Quizás, de ser capaz de llorar, mi cara estaría empapada en lágrimas. El dolor era insufrible. Y la negrura a mi alrededor no ayudaba en nada.
Entonces, cuando creí que nada sería capaz de empeorar aquella quemazón que me cocinaba viva. Comencé a ahogarme. A realmente ahogarme.
El aire de por sí era en extremo escaso, caliente, infernal. Pero ahora cada inhalación era incluso peor que la anterior. Como si tratara respirar con una bolsa de plástico en la cabeza a la que se le había hecho un diminuto agujero con una aguja.
No podía caer más en la inconsciencia, era imposible. Ya estaba en ella.
Mis pulmones ardían. Gritando desesperadamente por aire. Mi corazón latía cada vez más rápido, de pronto, era como si quisiera explotar.
Eso, aunado al maldito fuego que me carbonizaba viva, me aseguraba que tal vez nunca abriría los ojos.
Pero eso no podía ser. Hasta hace poco estaba en perfecto estado. Si incluso golpee al idiota de Jace.
¿Por qué mierda me estaba pasando esto?
Quise buscarle una respuesta sensata a aquella pregunta. Pero un ruido me interrumpió.
Aullidos. Que digo aullidos, eran alaridos. Alguien gritaba. Como si estuviera pasando el mismo infierno por el que yo estaba atravesando.
Al menos no estaba sola en eso.
¿Sería que Valentine se había infiltrado al Instituto y me tenía cautiva junto a alguien más?
Era una opción. Algo ridícula. Pero opción al fin.
A los gritos de aquella pobre criatura que me acompañaba, de pronto se le sumaron algunas voces.
—Debes hacerlo. —Instaba alguien. Un hombre.
Se me hacia conocida su voz, como si ya hubiera hablado con él antes. Pero por alguna razón no lograba identificarlo.
¿Hacer qué? ¿Matarme?
—¿Estás seguro de que eso la ayudará? —Pregunta otra persona, una mujer.
Me pasaba lo mismo que con la otra voz. Me era desconcertantemente familiar. Pero no sabía de quien demonios se trataba.
—No veo otra opción razonable. El vínculo con él es fuerte. Pero no es lo mismo. Ellos comparten vidas, son uno en todo sentido. Con esto, tu alma y la suya serán una sola. Y ella podrá controlar esta nueva faceta. De lo contrario, el poder será tanto, que la consumirá viva. —Contesta el mismo hombre.
—¿Que pasará si no soy lo suficientemente fuerte para estabilizarla?
Aquella conversación me estaba poniendo los pelos de punta, ¿de qué mierda estaban hablando?
¿Siquiera me habrán notado? O estaría yo tan lejos que mis súplicas de auxilio era inaudibles.
Intente una vez más.
—Apáguenlo por favor...
Mi voz no era más que un hilo, y estaba segura de que nadie me había oído.
Los gritos cesaron por un breve instante, antes de retomar su sinfónica agonía con mayor intensidad.
Sentía mi cuerpo retrocerse de formas poco posible para un humano. Buscaba desesperadamente deshacerme de aquel fuego, poco me importaba si debía romper mi columna para lograrlo.
—El hechizo se debilita, está despertando... —Anuncia un tercero, otra mujer.
—Haz algo. Rápido. —Ordena con notoria intranquilidad alguien más.
Otro hombre. De voz más profunda y resonante que la del primero.
Al parecer me acompañaban cuatro personas, cinco si contaba a mi acompañante en dolor.
—Ayud-Ayudenla a e-ella. Ss-se-se quema.
Los alaridos de la pobre aumentaban a medida que el calor se volvía aún más intenso, lo cual era bastante decir. A esas alturas estaba segura que el Sol parecería el Polo Norte a comparación con aquel infierno.
La negrura de pronto desapareció, dando pasó a una luz amarilla semi opaca, en la cual habían algunas sombras.
Sombras de personas.
—Está abriendo los ojos. Sea cual sea tu decisión, ¡debes hacelo ya! —Anuncia la primera voz, la del hombre.
La voz de la primera mujer pareció dar un jadeo. Un murmullo. Una advertencia. Y de pronto del fondo de todo eso se escuchó un llamado en desespero y sorpresa.
—¡Mamá!
Se oyó un suspiro. Y luego un murmullo tan bajito que apenas pude escuchar:
—...si nada mas que la muerte nos separa a ti y a mí.
Silencio.
Nada.
Los gritos cesaron. Las voces se callaron.
Solo silencio.
Intranquilo, cruel y frío silencio.
La oscuridad también había vuelto. Al igual que el aire a mis adoloridos y chamuscados pulmones.
Todo me dolía, pero era algo más soportable que lo que era antes.
También había algo nuevo. No sabía qué era. Pero definitivamente era algo que no estaba ahí antes.
.
.
.
Desperté.
La cabeza me daba vueltas y mi vista no enfocaba. Tardé más de cinco minutos en poder fijar mis ojos en algo sin que ese algo se viera doble.
Me di cuenta que sobre mi cabeza colgaba una lámpara. Demasiado pomposa y elegante para ser una de las lámparas del Instituto, y estaba muy segura que tampoco podía pertenecer a la enfermería del mismo.
Aquello confirmaba que definitivamente no estaba ni en mi habitación ni protegida por las salvaguardas del Instituto.
Intenté sentarme, o al menos apoyarme. Pero fallé, haciéndome caer estrepitosamente de nuevo en lo acolchado que estaba.
—Shhh, tranquila. No te esfuerces de más. Todavía no estás lista. —Me dice alguien, colocando su mano en mi frente.
—¿De qué demonios hablas? —Inquirí, girándome a ver a ese alguien. Me sorprendí enormemente al ver a Magnus Bane justo frente a mí. —¿Pero qué...?
No pude terminar. Pues de pronto el ojos de gato tenía el iris de un azul eléctrico y casi como si me arrullara ordenó:
—Duerme.
Y la oscuridad volvió.
¿Qué demonios acababa de pasar?
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