Cap. 1.- Ella
Primero hablemos de ella.
Ella y su carácter, ella y sus berrinches, ella y sus reclamos, ella y todas esas cosas feas que por alguna razón amaba de su personalidad. Ella y esa manía de callarse hasta llorar. Ella y su forma de juzgar en silencio. Ella y esa manera tonta y errónea de considerarse menos que los demás. Ella y sus sonrojos. Ella y sus gritos de vez en vez. Ella y sus patadas al dormir. Sus risas. Sus hoyuelos. Sus quejas. Sus ideas. Sus juicios poco racionales. Sus chistes malos. Sus cosas.
Todo lo que la hacía ella.
Todo por lo que me enamoré de ella.
La conocí cuando tenía quince años. Muchos en esta parte dicen "amor de adolescente, por eso no funcionó" y la cosa no va por ahí. Bueno, sí, éramos inmaduros, amamos más con el alma y el cuerpo que con cabeza y corazón, amamos con ganas, como se vive un verdadero amor, como solo lo viven dos personas locamente enamoradas.
No me desvío.
Nos conocimos de una forma poco usual. Lo recuerdo bien. Ella pasaba por una crisis amorosa. Yo jamás había sentido la pena del amor, pero tampoco la alegría. Me había enamorado muchas veces, pero nunca fue tan importante para mí. Nunca había tenido una relación, nunca había amado, pero me había enamorado más veces de las que le iba a admitir alguna vez.
Me gustaba eso, enamorarme, tener una ilusión, verlo siempre imposible y dejarlo ahí, a la intemperie. Ella, por su parte, había tenido ya varias relaciones. Todo un asco, cabe aclarar.
El amor no la trataba bien, era ella contra el mundo y el amor contra ella. Y aun así no se daba por vencida. Así era ella. Una guerrera que se sentía flor indefensa, pero nunca lo iba a aceptar.
Su vida amorosa era un lío, la mía un mar en calma, demasiada calma. Yo andaba preocupado por el romance de un libro que leía, por una serie y sus estrenos, por una novela. Hasta las novelas me preocupaban más que la idea de encontrar un amor. Ella soñaba con casarse de blanco, con lanzar un ramo, con una familia, un trabajo, una casa, mascotas, llegar todas las noches y tener a alguien a quien cocinarle, besarle y amarle hasta el final de sus días. Muy cuento trillado, eh, pero ella lo quería y cuando lo supe quise dárselo.
¿Spoiler? Salió mal.
¿Cómo la vida, el universo, el destino o los astros, juntan a una persona que tiene tantas ideas claras a futuro y a otra cuyo propósito es llegar con vida al fin de semana con al menos cinco monedas en el bolsillo para unos chicles?
Es que sin duda, la vida hace combinaciones locas. Como si el mundo fuese un inmenso playlist donde se juntan dos canciones de ritmos distintos y por alguna razón logran sonar bien a tal punto de gustar, gustar con ganas, gustar de verdad.
Volvamos.
Nos gustamos, no desde el inicio, claro que no. Fuimos amigos, si así se puede llamar. Ella me hablaba de esa persona que le gustaba, yo le hablaba de querer besarme a la protagonista de una película que me doblaba la edad y no conocía de mi existencia. Ella reía. Yo me sentía vivo al verla feliz. Yo la quería. La quería, quizá no para mí, pero la quería. Deseaba su felicidad más que la mía. Fue tanto mi querer que se me salió de las manos.
Entre chistes, anécdotas, sonrisas, juegos, risas, pequeños golpes, bromas, momentos de silencio, helado, llanto, abrazos, bailes y miradas fijas; perdí.
Siempre creí que el amor no era para mí, pero ella estuvo ahí cuando le dije lo que sentía. Cuando me dijo que tenía miedo. Cuando me eché para atrás. Cuando me fui enamorando un poco más. Cuando fingíamos que no había sucedido nada. Ella estuvo ahí. Sujetó mi mano, se resguardó en mi corazón y desde entonces no pude dejarla ir nunca. Por decisión propia o porque ella y su carisma me obligaron a que fuera así, nunca lo sabré.
Ella me enseñó que el amor es para todos.
Con el tiempo no solo entró en mi corazón, entró en mi círculo social, entró en mi familia, entró en mi intimidad y no hay peor error que ese. No puedes dejar entrar en tu vida a alguien de esa forma.
Cuando una persona ingresa en cada una de tus grietas, conoce tus cicatrices y cuida tus sueños, es difícil que la olvides. Cuando alguien cuida de ti como ella cuidó de mí, por más que pase el tiempo no se puede fingir que eso no pasó, por eso, aprendí que si vas a dejar que alguien aprenda a quererte, debes cuidar de quererle igual para que nunca se vaya y así no te veas en la obligación de dejarle ir con un pequeño pedazo de ti.
Porque sí, por muy difícil que sea, cada persona que llega a tu vida, deja algo bueno y se lleva algo bueno. O deja algo malo y se lleva algo malo. Como sea. Quien da, quita. Si no quieres quedarte sin nada, aprende a no dejar que te den nada, a no recibir.
No te cierres, pero pon límites porque nada duele más que perder aquello que pensaste sería eterno. Y no, eso no es de amor adolescente.
Lamentablemente yo no sabía esto que te estoy contando. Yo recibí con los brazos abiertos y di lo mejor de mí. En cada beso que vino después del primero, aquel 15 de Diciembre, creo que fue el primer beso más real que jamás tuve antes. Recuerdo los nervios, las manos sudadas, las mejillas sonrosadas, las miradas desviadas y las risas nerviosas que le siguieron. Era la primera vez, en toda una vida, que me había sentido así. No planeé, ¿bien? Parece que sí, pero no fue planeado.
Nosotros jugábamos como los buenos amigos que éramos. Ella dijo, aun sabiendo que soy un asco con el baile, « ¿Bachatas o Merengues?» y mi mejor respuesta fue «Bachatas, me parecen más románticas.» Ella era el diablo en persona, ¿ok? Ella sabía exactamente lo que quería de mí. Bailamos, lo recuerdo bien. Hice lo mejor que pude y no pude hacer mucho. La abracé. Le pedí que me escogiera, «Gira hacia mí, girasol» le dije. Y la besé. Y me encantó.
Después de eso nuestra relación fue verdaderamente agridulce. Nos hicimos pareja. Hubo problemas, demasiados problemas. Ella y su amor igualitario para todos. Ella y sus pocos límites. Ella y su puta empatía. Yo. Mis celos y yo. Mis enojos y yo. Mi ley del hielo, falta de comunicación, estupidez, todo lo malo que se te ocurra y yo. Pero también hubo cosas buenas. Generé un futuro. Bueno, la ilusión de un futuro. Hubo primeras veces. Primeros besos. Primeras caricias inocentes.
La primera vez que a los dieciséis años nos dejaron solos. La primera vez que en medio de un beso mi mano rozó su muslo y ella suspiró. Y ese suspiro me dio permiso de avanzar. No sabía qué hacía, pero avancé. Las primeras citas. Las primeras discusiones sencillas que se solucionaban con besos. Las primeras marcas en el cuello y las risas idiotas que nos sacaba el verlas. Las primeras películas que no se terminaron de ver porque yo quería cariñito.
Bueno, cariñito, cariñito no. Cariñito del que solo ella sabía darme cuando se aferraba a mi cuerpo desnudo y nos besábamos hasta dormir.
Éramos chiquillos enamorados, ¿de acuerdo? No nos juzgues.
Primeros paseos largos. Primeras listas de canciones. Fuimos una primera vez en todo aspecto. Ella fue mi primera vez, porque fue la única, antes de ella yo jamás había sentido de esa forma el amor. Ella me enseñó.
Lo que pasó poco después fue irónico, creo que es la palabra. ¿Cómo la persona que te enseñó a amar también te enseña a odiar y olvidar? Porque así fue. Bueno, no la odié, aunque varias veces sentí que sí. Me enojé. Nos enojamos. Nos separamos varias veces. Conocimos a otras personas, varias veces. Volvimos, varias veces. ¿Ves por donde va el asunto? No sé si para ese punto seguía siendo amor, pero ahí estábamos. Hasta que no pudimos estar.
No cuando llegó Nora.
Te explico a ti como no pude explicarle a ella, ¿de acuerdo? Tú no hagas preguntas ni me cuestiones como hizo ella, me bloqueo y digo estupideces, más. Así que tenme paciencia. Ella lo sabía, pero cuando se estresaba solía olvidarlo. Algo que sucedía a menudo.
Un día, cualquiera, Nora llegó a mi vida. Sí, mi vida. No nuestra, mía. Se hizo mi amiga y todo volvió a ser como el primer día que la conocí a ella. A lo mejor solo extrañaba eso y por esa razón se me hizo tan natural estar con Nora. La dejé entrar en mi vida justo cuando ella parecía muy lejos.
Nora agarró lo malo, dejó lo bueno y se quedó. Nora me dijo «Amate, tienes que crecer solito. Dale tiempo, hasta eso vive con tu soledad» el mundo me puso otra versión de mi canción, ¿bien? ¿Qué se esperó de mí? No soy de piedra y ella en ese momento estaba tan alejada. Estábamos en problemas. No supe evitarlo.
No, con Nora no hubo caricias inocentes, ni roces intencionales. No hubo necesidad porque para reconocer a tu alma gemela no necesitas eso.
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