Capítulo 21. El encuentro
Beatriz se pasó el día haciendo planes, cada uno de ellos más descabellado que el anterior. Llegó incluso a idear un plan para atrapar al presunto asesino, utilizando a su padre como cebo. Don Anibal le hizo ver lo ilógico de su plan.
-Sería como ponérselo en bandeja si de verdad hubiera alguien interesado en hacerme daño, ¿no crees?
-Sería un riesgo, lo sé, pero podría funcionar. Además, podríamos avisar a Gallardo y él te mantendría a salvo, papá.
Pensé en la propuesta de Beatriz y llegué a la conclusión de que podía ser factible. Iba a hacérselo saber a mi patrón, cuando sonó el teléfono. Fue Beatriz la que atendió la llamada y supe de inmediato que no eran buenas noticias al ver como su rostro empalidecia.
-¿Qué sucede? -Preguntó su padre cuando la jovencita colgó el auricular.
-Es doña Estrella. Alguien la agredió esta noche. Se encuentra en el hospital ingresada, aunque fuera de peligro. A sido Braulio Gallardo el que ha llamado.
-¿Te ha dicho en que hospital se encuentra? -Preguntó don Anibal.
-En el hospital de la Princesa.
Hacia allí nos encaminamos unos minutos después.
Al bajar del taxi vimos a Braulio Gallardo junto a la entrada del hospital, rodeado por sus hombres de confianza e impartiendo órdenes.
-Habéis venido -dijo nada más vernos -. He dispuesto a varios de mis hombres por el hospital por si a ese demente se le ocurriese venir a rematar su faena. Si viene, le atraparemos.
-¿Como ha sido? -Preguntó don Anibal -. ¿Estrella se encuentra bien?
-Sí, está fuera de peligro, aunque la han mantenido sedada hasta que ha despertado hace unos minutos. Ha sufrido varios cortes en manos y pecho, pero el más grave ha sido el de la garganta. Está viva de milagro. El asesino no pudo terminar lo que había empezado. Creemos que alguien le interrumpió justo a tiempo.
-¿Doña Estrella pudo ver quién fue su agresor? -Pregunté.
-No ha podido contestar a ninguna pregunta debido al cariz de sus heridas. Además fue atacada por la espalda y en su domicilio no había luz, por lo que dudo de que llegase a verlo.
-¿Y nadie del personal de servicio vio nada? -Quiso saber, Beatriz.
-Hemos interrogado al personal de servicio y nadie vio ni escuchó nada. Sólo había dos personas en la casa en ese momento. Blas el mayordomo y una de las doncellas, Margarita, creo que se llama. El resto estaba de permiso esa noche. Blas nos ha comentado que su señora, o sea, Estrella, se acostó más temprano de lo habitual y que él, después de terminar sus tareas también se acostó. El intruso debió de entrar en la casa a eso de la una de la madrugada. Cerca de las dos fue cuando la policía recibió el aviso que él mismo Blas se encargó de transmitirnos. Dijo haberse despertado al creer escuchar un fuerte golpe y cuando acudió a las habitaciones de su señora, la encontró en el suelo, en medio de un charco de sangre.
-¡Han intentado matarla! -dijo don Anibal -. Está viva de puro milagro y ahora vendrán a por nosotros. ¡Vendrán a matarnos! ¿No te das cuenta, Braulio?
-Debes tranquilizarte, Anibal -dijo el policía -Te pondremos protección policial día y noche. No debes temer nada. Ahora tranquilízate.
-¿Cómo voy a tranquilizarme si hay un asesino suelto por ahí?
-Le atraparemos. Ese individuo tiene los días contados. Ahora, si quieres puedes pasar a verla. El médico ha dicho que evitemos molestarla mucho, pero está consciente y le agradará verte.
Don Anibal entró en la habitación de la enferma y nosotros, Beatriz y yo nos quedamos junto a Braulio Gallardo.
-Creo que iré un momento a la cafetería a tomar un café -nos dijo el policía -. ¿Queréis tomar algo?
Negamos los dos y le dimos las gracias. Braulio Gallardo se marchó en dirección a la cafetería y al ver que su jefe nos dejaba solos, Carlos Sanabria se nos acercó.
-Quería hablar contigo, Diego. Es referente a tu padre.
Le dije que podía hablar con naturalidad pues Beatriz era más que una amiga.
-Entiendo -rió -. Eso está bien... Ayer por la noche te vi. La persona con la que hablaste era tu padre, ¿verdad?
Me asombre de que nos hubiera visto hablar, porque yo no pude verle a él. Luego asentí.
-Uno sabe ocultarse cuando debe hacerlo -dijo Sanabria al ver mi cara de asombro -. Le seguí después de que se marchase. ¿Te gustaría saber donde vive?
***
La dirección era: Calle Ibiza, número dos, quinta planta, letra C. Un viejo edificio con vistas a los jardines del parque del Retiro.
Me presenté allí en cuanto dejé el hospital y hube saludado a doña Estrella que parecía encontrarse bastante bien, a pesar de lo delicado de sus heridas y del tremendo susto recibido. Don Anibal fue el primero en decirme que no perdiera la oportunidad de hablar con mi padre. Quizás también porque él podía tener información sobre esa persona que les acechaba.
Entré en el oscuro portal y busqué en vano el ascensor, por lo que me tocó subir a pie las cinco plantas por una desvencijada escalera cuyos peldaños de madera crujían alarmantemente. Encontré la letra C y pulsé el botón del timbre. Después esperé.
La puerta se abrió escasos segundos después y un hombre pulcramente afeitado y con sus cabellos entrecanos bien peinados y vestido como si se dispusiera salir a la calle, salió a recibirme.
-¡Diego! -Fue lo único que dijo, antes de tomarme del brazo y hacerme entrar en la vivienda.
Cerró la puerta tras él y me observó como si hubiese visto un fantasma.
-¿Qué diablos estás haciendo aquí?
-He venido a verte, padre -dije.
-Eres un inconsciente -renegó -. Alguien puede haberte seguido...
-Yo también me alegro de verte...
En ese momento me miró como si me viera por vez primera. Después la expresión de enfado de su rostro se trocó por otra de satisfacción.
-Esperaba este momento desde hace mucho tiempo, Diego. Pero las cosas no son tan sencillas como a ti puedan parecerte. Te lo dije ayer. Estás en peligro como yo y has de ser consciente de ello.
-¿Quién pretende hacernos daño, padre?
-Personas muy poderosas, hijo mío. Mucho más peligrosas de lo que puedas imaginar.
-Es mi abuelo una de ellas -aventuré.
-Veo que supiste descubrir la verdad. Sí, tu abuelo es una de esas personas. Él y su círculo de amigos. Son gente sin escrúpulos que pretenden imponer sus ideas a la fuerza. Eso y el odio que él siente por mí le obsesionaron hasta el punto de querer destruirme.
-¿Quién mató a mamá? ¿Fue él?
-Él ordenó la muerte de su propia hija. Es tal el odio que siente que no le importó asesinarla con tal de hacerme daño. Ahora también pretende desquitarse con aquellos que fueron mis amigos...
-Doña Estrella está en el hospital en estos momentos. Alguien trató de asesinarla anoche -Le expliqué.
-¡Maldito lunático! Nadie estará a salvo hasta que no haya copado su venganza. Él fue quien ordenó la muerte de Julián y sé que también va detrás de Braulio por haberme ayudado a escapar. Hay que pararle los pies, pero no sé cómo.
-Creo que deberías hablar con Gallardo sobre este asunto. Él es una persona influyente y podrá hacer más que nosotros.
-¿Crees que no lo hice? Braulio está atado de manos. Esas personas son muy influyentes y él sabe que no puede nada contra ellos. Manejan jueces y políticos a su antojo e incluso Braulio tiene personas por encima de él, a pesar de su cargo. Si quieren quitar a alguien del medio, lo hacen y punto. Y nadie puede acusarles de nada. Nadie en su sano juicio se enfrentaría con ellos.
-Salvo tú, ¿verdad?
-Lo intente, Diego, lo intente y que Dios me perdone por haberlo hecho, porque tan solo conseguí destruir mi vida y la de todos los que tenía a mi alrededor.
-Lo que no logro entender es por qué mi abuelo no ha hecho nada hasta ahora.
-Porque me creía muerto -me explicó mi padre -. Hasta hace apenas un año yo no había dado señales de vida. Pero por un descuido mío o una cabezonería, llámalo como quieras, algunas personas supieron de mi existencia. Me creía a salvo después de quince años escondiéndome de todo y de todos. Tan solo Braulio sabía de mi existencia y me comunicaba con él sin levantar sospechas. Pero entonces tu madre enfermó...
-¿Mamá, enferma? -Aquello era algo que no sabía.
-Es normal que tu madre no te lo contase, Diego. Ella nunca quería preocuparte con nada de lo que le sucedía. Tu madre tenía cáncer de estomago. Un cáncer muy agresivo. Fulminante, dijeron los médicos. No tenía muchas esperanzas de curarse...
Me volví a sentir como si no perteneciese al mundo que me había tocado vivir. Como si viviese en una burbuja, sordo y ciego a todo lo que ocurría a mi alrededor.
-Entonces se iba a morir -dije.
-Así es. Yo no pude evitar el ir a verla a vuestra casa. Eso sí, tomando todo tipo de medidas para que nadie me descubriese. Pero no debí de hacerlo muy bien, supongo. Una semana después de mi visita, tu madre murió en extrañas circunstancias. Entonces supe que me habían descubierto.
Mi padre se sentó en una desvencijada silla, parecía muy cansado, como si el peso de todo lo ocurrido hubiera caído sobre él de golpe.
-En ese momento temí por ti, Diego. Sabía que irían a buscarte. Tuve que tomar, de nuevo, una decisión sobre la marcha. Había pensado en llevarte conmigo, pero me di cuenta de que no era la solución. Ellos acabarían encontrándonos.
-Entonces pensaste en tu amigo Julián, ¿verdad?
-Sí. Julián era la solución perfecta. Entre los demás alumnos de su escuela tu podrías pasar desapercibido. Le dije a Julián que evitara en todo momento exponerte. Quería que fueses invisible, uno más. Que ellos se diesen cuenta de que no me importabas, que no iría a rescatarte de entre los demás huérfanos, que no significabas nada para mí. Quizás, de esa forma, tú podrías estar a salvo.
-¿Y no era así? Nunca apareciste en mi vida. Dudo de que te llegase a importar.
Pareció derrumbarse como si le hubieran propinado un golpe muy fuerte.
-Me importas, Diego. Mucho más de lo que puedas llegar a imaginar.
-¿Por qué tuviste que escribir ese libro? ¿Por qué buscar el odio de esa gente?
-No lo has comprendido, Diego. Ese libro, todos mis libros no significan nada. Nunca han significado nada porque en ellos no hay nada subversivo ni prohibido. Fueron ellos. Fue tu abuelo quien lanzó una campaña de descrédito hacia mis obras, inventando lo que yo nunca había escrito para así poder condenarme por herejía. Utilizó a la prensa y sobre todo a un periodista para desacreditarme...
-¿Ricardo Chamorro?
-El mismo. Me difamaron, Diego. Me acusaron de ser anticlerical, de ser prácticamente un monstruo y ante el regímen eso era lo peor que uno podía llegar a ser. ¿Has leído alguna de mis obras?
Asentí.
-Las he leído prácticamente todas.
-¿Y que has visto en ellas? ¿Has podido descubrir a un monstruo en su autor?
-Sólo he descubierto a un hombre. A mí padre.
No me lo esperaba. Cuando mi padre me abrazó, todas mis dudas, todas mis reticencias cayeron al suelo como una vieja moneda barata que nadie se apresta a recoger.
-Te he echado mucho de menos, hijo mío.
-Y yo a ti, papá.
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