Capítulo 20. El desconocido.
Don Anibal miró con sorpresa a su hija cuando está terminó de explicarle lo sucedido.
—¡Me van a oír! —Dijo —. Es inconcebible que te hayan hecho esto. Hablaré con tu directora y...
—No te molestes, papá. No pienso volver —dijo, Beatriz —. He pensado que podría dar clases en algún colegio de por aquí.
—Me parece una buena idea —dijo, don Anibal —. Hay muy buenos colegios aquí en Madrid. Yo me encargaré de buscarte uno apropiado, déjalo en mis manos.
—Lo que importa ahora eres tú, papá. Debes descansar, así que por el momento Diego y yo nos haremos cargo de la libreria.
—Te lo agradezco, hija mía, pero ya me conoces, soy incapaz de estar sin hacer nada. Además, el verano está cerca y debes disfrutarlo.
—Prefiero quedarme contigo y... y con Diego.
Me dirigió una mirada que me hizo estremecer y yo bajé la vista avergonzado.
—¿Sois novios? -—Nos preguntó don Anibal.
—Lo somos —dijo Beatriz con naturalidad. Yo fui incapaz de mirar a mi patrón.
—No preocupéis, no pienso inmiscuirme en vuestros asuntos. Además, me parece bien.
Suspiré de alivio y Beatriz sonrió al escucharme.
—Sí, sí, me parece bien. Creo que tú, Diego, eres una persona muy responsable y sé que mi hija está en buenas manos contigo.
—Yo jamás dejaré que nada malo le suceda —dije, muy convencido.
—Eso también lo sé.
***
Regresé a mi habitación sin poder quitarme de la cabeza la idea de que don Anibal no podía ser culpable de lo que Braulio Gallardo había insinuado. Él era incapaz de hacerle daño a nadie y menos aún a mis padres. No, el no podía ser, era del todo imposible.
Me acosté en mi cama y la imagen de Beatriz mientras le decía a su padre que eramos novios me asaltó, haciéndome temblar y casi gritar de júbilo. Cerré los ojos tratando de dormirme, pero enseguida me di cuenta de que me iba a ser imposible hacerlo por lo que opte por levantarme y darme una ducha para despejarme.
Fue en ese momento, al pasar cerca de la ventana, cuando vi algo que atrajo mi atención.
Una oscura figura me observaba desde la calle sin desviar la mirada de mi ventana.
Me pregunté de quién podía tratarse y antes de darme cuenta corría escaleras abajo para enfrentarme con quien fuese. Al salir a la calle vi que aquel individuo seguía allí, al parecer esperándome. Fue en ese momento cuando sentí una punzada de miedo al comprender que no sabía las intenciones de aquella persona. Quizás se trataba del asesino de mis padres que había venido a rematar su faena.
Me frené en seco, pero el desconocido no hizo intención alguna de huir, por lo que opte por seguir acercándome hasta él mucho más despacio.
—¿Quién es usted? —Pregunté.
El hombre hizo un gesto con su mano ordenando en que no me acercase más y yo me detuve.
—¿Qué es lo que pretende? —Insistí, pero no obtuve ninguna respuesta —. Le agradecería que dejase de seguirme.
El desconocido me miraba sin apartar su vista de mí. Yo tan solo veía oscuridad donde se suponía que debían de estar sus rasgos. Una mancha de sombras en vez de un rostro. La piel de mis brazos se me erizó al no poder reconocer a quien tenía delante de mí.
—No te acerques más —dijo el desconocido con una voz profunda y lejana —, podemos hablar desde esta distancia.
Asentí y aquella persona siguió hablando.
—Mi intención no es hacerte ningún daño, Diego, sino todo lo contrario. Estás en peligro, pero no es de mí de quien debes temer ningún mal. Solo he venido para ayudarte en la medida de lo posible.
—¿Quién es usted? —Pregunté de nuevo.
—Acaso no adivinas quién soy.
—¿Es usted mi padre? —Aventuré.
—¿Tu padre? No, ya no. En todo caso lo fui. Pero de eso hace mucho tiempo. Hay veces en que no recuerdo ni mi propio nombre. En otras ocasiones lo recuerdo todo como si hubiera sucedido ayer mismo. Recuerdo haberte tenido en mis brazos y sentirme muy feliz al poder abrazarte y recuerdo a tu madre.
—¿Por qué nos abandonó?
—Tuve que hacerlo, Diego. Créeme. Estabais en peligro, tú aún lo estás. Si me hubiera quedado nos habrían matado a los tres... Tuve que desaparecer.
—¿Quién pretendía matarnos? ¿Quién quiere verme muerto todavía? —Grité.
—Tengo, aún hoy, muchos enemigos.
—¿Quién te traicionó, padre? ¿Fue don Anibal? ¿O tal vez fue doña Estrella Durán? ¿Quién fue? ¡Necesito saberlo!
—Creo que tú mismo lo adivinarás. Eres muy inteligente y las pistas están por todas partes. No te será muy difícil averiguarlo.
Rodrigo Peralta, mi padre, hizo ademán de irse, pero yo le retuve un momento más.
—¿Cuándo acabará esto? ¿Cuándo podremos estar juntos?
—Falta muy poco para el epílogo, Diego. Pero antes tendrán que suceder varias cosas y algunas de ellas serán muy desagradables. Tienes que ser fuerte, hijo mío. Debes mantenerte al margen y sobretodo no confiar en nadie. No debes fiarte de nadie, ¿me has comprendido?
Dije que sí.
—Ahora he de irme, pero volveremos a vernos. He dejado algo en tu habitación que te ayudará a comprender la verdad... Se fuerte, hijo mío.
Un instante después mi padre había desaparecido de nuevo, engullido por las sombras de las que parecía provenir.
Me quedé un minuto más allí, oteando la oscuridad y sin saber cómo sentirme. Me hubiera gustado preguntarle tantas cosas a mi padre. Me hubiera gustado poder abrazarle y sentirle junto a mí y aunque debía alegrarme de saberle vivo, me sentía profundamente triste.
Regresé a mi habitación sin dejar de escrudiñar las sombras, pensando en quién podría habernos visto, pero no vi a nadie. Ni siquiera Sanabria estaba en su puesto esa noche y hubiera dado todo cuanto poseía por haber escuchado una voz amiga que pudiera aconsejarme en aquellos momentos de dudas.
Subí a mi habitación y recordé lo que minutos antes me había dicho mi padre. Me había dejado algo que me ayudaría a comprender la verdad. Busqué por toda la habitación y entonces lo vi. Se trataba de una fotografía en blanco y negro y en ella pude distinguir el retrato de mi madre cuando era una niña. Debía tener a lo sumo nueve o diez años y a su lado había un niño más pequeño que ella. Detrás, casi oculto en las sombras aparecía la figura de un hombre de expresión seria y que miraba a la cámara con profundo desagrado.
El niño era sin lugar a dudas mi malogrado tío, el hermanito de mi madre que murió en aquel trágico accidente cuando jugaba a la pelota con mi padre y sus amigos.
El hombre debería de ser mi abuelo, a quien nunca conocí.
Pero, ¿qué significaba esa foto y cómo podía ayudarme a descubrir la verdad?
***
Me levanté muy temprano después de haber pasado toda la noche en vela tratando de averiguar el significado oculto de aquella fotografía y rendiéndome poco antes del alba.
A pesar de que mi padre me había avisado de no confiar en nadie, sabía que debería hacerlo. Beatriz era alguien en quien podía confiar y estaba seguro, casi del todo, de que en su padre también.
Ellos quizás pudieran ver en aquella fotografía lo que yo no alcanzaba a vislumbrar.
Me acerqué hasta la libreria y comprobé que aún seguía cerrada por lo que opte por llamar al telefonillo de su casa. Sabía que a esas horas ya estarían despiertos, pues don Anibal solía madrugar mucho.
Con un chasquido la puerta se abrió y Beatriz salió a recibirme.
—Buenos días, Diego. ¿Ocurre algo?
Le expliqué en resumidas palabras todo lo acontecido desde que nos separamos la noche anterior y el asombro se reflejó en su rostro.
—¡Pero eso es maravilloso! —Exclamó —.¡Tu padre está vivo, Diego!
—¿Qué es lo que ocurre? —Preguntó don Anibal que había acudido alertado por los gritos de su hija.
—Una noticia maravillosa, papá. El padre de Diego sigue vivo....
—¿Pero cómo?
—Anoche hablé con él, aunque apenas me dio tiempo a preguntarle nada—dije —. Me entregó esta fotografía y me dijo que me ayudaría a conocer la verdad.
Don Anibal tomó la fotografía y la observó con atención.
—Es una fotografía de Clara y de su hermano Jaime. El niño que murió cuando eramos unos críos. El hombre de detrás es el padre de ambos, tu abuelo paterno, Diego. Don Jaime Ramos era profesor de la escuela a la que nosotros asistíamos. Después de la muerte de su hijo dejó la docencia, pero no sé qué fue de él. Se rumoreaba que se metió en política, pero son solo eso, rumores. La verdad es que no sé qué pretendía tu padre con que vieses esa fotografía. No creo que pueda serte de ayuda.
—A no ser... —dijo, Beatriz.
—A no ser, ¿qué? —Inquirí.
—Sabemos que Clara, tu madre, se unió a ese grupo de amigos con la intención de vengarse por la muerte de su hermano pequeño. Aunque se trató de un accidente, ella no lo vio así...
—¿A dónde quieres llegar? —Le preguntó su padre.
—Quiero decir que tal vez no fuese Clara la que ideó todo aquel plan. Pudo tratarse de su padre. Imaginaros cómo debería estar ese hombre al conocer la muerte de su hijito. Él, además os conocía a todos ¿no es así?
—Don Jaime nos daba clase de matemáticas —dijo el padre de Beatriz —. Era un hombre muy serio, por no decir que era rudo e intratable. Más de un pescozón me llevé yo por hablar en su clase o por no traer los deberes terminados, pero pensándolo fríamente no creo que fuese él el que malmetiera a su hija contra nosotros. No sé, no creo que fuese capaz de algo así.
—Nunca hay que ignorar lo que una persona puede llegar a ser capaz de hacer con la mente confundida por el dolor —razonó, Beatriz —. ¿Sabes si aún vive?
—No lo sé, si aún vive deberá de ser un anciano.
—¿Piensas que pudo ser él quien está detrás de esos anónimos? —Le pregunté a Beatriz —¿Qué aún guardé rencor hacia aquellos a los que cree culpables de la muerte de su hijo?
—Yo creo que sí. Y pensándolo bien, es muy posible que también esté detrás de la muerte de don Julián.
—Si aún vive, cosa que no sabemos, don Jaime debe de ser, por lo menos, nonagenario. Es imposible que sea un asesino.
—Papá, tienes muy poca imaginación para ser alguien que se pasa el día rodeado de obras imaginarias. Puede que alguien le esté ayudando. Y es a ese alguien a quien debemos encontrar.
—Pues yo creo que a ti lo que te sobra es imaginación, hija mía.
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