O9. El Príncipe Ciego.

Kalter Vaetro decía que la gente se dividía en dos grupos: ordenar o servir. También solía decir que él moriría antes de pertenecer al segundo.

Keira mencionó que nuestro padre salió de la habitación como si caminara por el aire; su humor no mejoró cuando le llegaron noticias de que el barón de Guefén había sido inducido al sueño, para no sufrir el peso de las quemaduras.

──Lo más posible es que no pase de esta noche.

──Retírate ──bramó el barón Kalter, con la voz temblando de ira.

──Padre, deberías calmarte.

──¿Cómo, Killian? ──espetó──. Él trató de matarnos, está claro y ahora Baco paga por las consecuencias.

──Padre ──lo reprendió Keira.

──Y viste cómo me habló ese bastardo ──continuó──, nuestro Imperio gobernado por el bastardo de una sucia extranjera y no me mires así, Keira, que no te engañen esos ojos grises, no es hijo del capitán Ashkan. Él mismo lo sabía, lo aceptó porque necesitaba un heredero, pero siempre lo rechazó. Si viera lo que es su mierda ahora, se revolcaría en su tumba.

──Bastardo o no, ahora es él quien controla todas las fuerzas del Imperio ──evidenció Keira, con la rigidez de un golpe certero──. Nos vendría bien conocer sus lealtades.

──Necesito que vayas a hablar con el barón, Killian, y me digas qué fue lo que vio.

──Está dormido, padre ──le recordé.

──Quédate ahí hasta que despierte, necesito la información.

El silencio se instaló en la habitación, por tanto tiempo que lo tomé como señal para irme, sin embargo, mi padre volvió a hablar en un tono de voz tan bajo que casi se pierde en el murmullo del viento.

Su voz siempre grave y severa se convirtió en hielo quebradizo. Solo un momento.

──Son lo último que tengo de ella. Cállate, Keira.

──Luego continuó con más calma ──. No queda más que ustedes, mis hijos, para llevar el apellido de los Vaetro.

Blak ingresó primero en la habitación y lo seguí hasta que se adelantó y su pelaje se deslizó fuera de mis manos. Desde el otro lado de la puerta, pude escuchar a dos personas hablando, pero se silenciaron con mi entrada. Después de dar unos pasos, estiré el pie de forma leve y chocó contra una superficie dura, que debía ser la cama.

──Disculpa, no quise interrumpir.

Sea quién sea que estaba ahí pareció sorprenderse, dudé de que volvería a contestar, cuando la joven habló con incertidumbre.

──En mi pueblo yo trabajaba como sanadora, como Máster ──se corrigió──, el joven Dylan me pidió que atendiera a su padre, ahora que los demás másteres se dieron por vencidos con él. Solo cuando están desesperados empiezan a creer.

No pregunté a qué se refería.

──¿Algún avance?

──Esta mañana permaneció un buen tiempo despierto, todavía no logra hilar frases completas, pero ya pronunció varias palabras ──relató con cierto brillo de orgullo.

──¿Crees que podría tener una conversación con él?

──Solo si es en sueños, no despertará hasta mañana, los achaques siempre empeoran por la noche.

Sumado a eso, el clima de encierro en la habitación tampoco debía ser el óptimo para mejorar su estado. La aprensión me invadió por completo.

Aun así, asentí y Blak gruñó con ferocidad. Posé mi mano sobre el animal y la anestesia poco a poco fue surtiendo efecto.

──Solo siguen a los que creen dignos.

──¿Perdón?

──Ya sabes lo que dicen, las bestias son orgullosas, solo siguen a un líder fuerte ──repuso──, ¿con quién tengo el gusto?

──Killian Vaetro de la Casta Kanver ──me presenté, aun si estaba seguro de que sabía quién era.

No por mis títulos, sino porque no todos los señores mayores tenían a un ciego como posible heredero.

──Buen nombre. Killian ──comentó──. Yo soy Agar.

──Mucho gusto ──respondí con cortesía──. Creo que te dejaré para que puedas seguir trabajando. Con tu permiso.

Sin embargo, la sensación de ahogo no desapareció hasta que no abandoné la habitación y una vez fuera, pude escuchar dos voces teniendo una conversación. La suave y cálida de Agar… y otra más.

La arena era un círculo, un enorme círculo con doce salidas, cuatro a las fosas desde donde provenían las fieras y cuatro que conducían a los calabozos, desde donde venían los desgraciados que decidieran arriesgar su vida por un poco de gloria.

Así había sido en la antigüedad.

La arena había sido cerrada mucho tiempo antes, solo se realizaban espectáculos itinerantes o se reservaba a ceremonias y ciertos torneos de prestigio. En esa ocasión, habían decidido abrir un torneo, como un honor especial en compensación por los daños del día anterior.

El calor del fuego me llegó en olas, todavía parecía sentir el susurro abrasador de las llamas. Podría haber estado al borde de la muerte, pero no lo hubiera sabido. No podía ver el fuego, por lo que me concentré en imaginar que no estaba ahí. No podía dejarme doblegar, no huiría de ahí sin Blak.

¿Había sido Blak?

Algo me había llamado, una fuerza que me arrastró, aun cuando todos se habían ido. Mi compañero seguía entre las llamas, por lo que supuse que era la conexión con su espíritu animal.

“¿No crees en cuentos o sí, Killian? No es propio de un príncipe”.

Extendí mi mano y pude sentir el calor besando mis dedos. La ovación me sacudió como una oleada, una caricia al orgullo.

Pero era solo un momento, el silencio se volvió cumbre en el estrado y agradecí poder oír el crujir de las piedras debajo de mis botas. Cuando se perdía algo tan fundamental como la vista, debías encontrar la forma de suplantar un sentido con el otro. Yo podía ver. Yo debía ver.

Mis manos. El aroma a sangre y sudor en el ambiente. Los sonidos agitados de una respiración a las espaldas. Debían valer más que un par de ojos.

Por el trabajo que parecía venir con cada bocanada y lo contundente de los pasos, supuse que mi oponente debía pesar por lo menos unos diez arrobas o más. [¹]

Alcé el bastón, para después hacerme a un lado y la punta fue a golpear a mi contrincante. Me estaba subestimando. Estaba seguro.

Aproveché que lo tenía a su merced y volví a golpear tres veces, si acertaba serían tres golpes certeros: pierna, espalda y cabeza.

Sin embargo, él atajó el último y tuve que usar el peso de una pierna para conseguir el impulso y derribar a mi oponente.

El estruendo avisó que había logrado el objetivo, pero la audiencia estalló en alaridos y volví a perderlo. Decidí que lo mejor era alejarse, mantuve distancia mientras la contaminación del sonido me dejaba indefenso. Intenté concentrarme en el ruido de las piedras.

Escucha el silencio, dunkelheit”.

Trastabillé antes de caer y mi cabeza chocó contra la superficie empedrada, antes de que pudiera levantarme, tenía un pie sobre la espalda. Al menos lo había encontrado.

El Vark había prometido la liberación al mercenario, si lograba derribarme. En el Imperio corrían rumores de que los prisioneros se vendían como esclavos.

──No lo haces mal para ser un ciego, pero si esto fuera un combate de verdad, ya te habría matado unas cinco veces, muchacho.

Ahí estaba.

La innecesaria soberbia, condenando a otro infeliz.

Sujeté el zapato del hombre, para después propinarle un golpe que debió doblarle la pierna, ya en cuclillas lo hice golpear contra su rodilla. Dos por el tamaño del hombre.

Una vez el contrincante estuvo aturdido, solo me bastó con meterle un pie para que tropezara y cayera.

Las ovaciones volvieron, pero esa vez ya no me importaba porque el adversario estaba caído. El regusto metálico invadió mi boca y me limpié la sangre del mentón.

Me costó ubicarme, hasta que escuché pisadas desde donde supuse llegarían los escuderos. Sentí el peso contra mi pierna y apoyé la mano en la cabeza de Blak.

──Vamos ──ordené, a pesar de que fue la pantera quien me guió hacia la salida.

“Bien hecho, dunkelheit”.

Era consciente de los murmullos a mis espaldas, pero eso no podía importarme menos. O eso era de lo que me quería convencer.

No noté lo cansado que estaba hasta que estuve bañado y listo para el festín que se llevaría a cabo luego del torneo.

Tuve la imagen de un castillo enorme, de piedra gris con torres encajándose entre las nubes, tan alto como si quisieran alcanzar al mismísimo Arakh. Un manto blanco lo cubría todo, impoluto, inerte.

──Estuviste muy bien. Mis felicitaciones ──me saludó una voz suave y helada.

Keira siempre hablaba como si sus palabras fueran el presagio de malas noticias y ella no estuviera molesta en ser su mensajera.

Una ráfaga me golpeó con el perfume de los seanes, pero había algo más, me moví un paso a la izquierda para dejarle el lugar a mi padre.

──Gracias, Keira.

──Sabía que mi hijo no me decepcionaría ──Su voz cortó el aire de forma rotunda──. Los dejaste impresionados, ese guerrero llevaba invicto cincuenta combates y dicen que peleó en la Batalla del Séptimo. Deberías escuchar como hablan de ti.

“Tú ya sabes lo que dicen de ti”.

──Gracias ──fue todo lo que dije.

No había más para agregar, no caería en falsas palabras de aliento, no cuando ya lo había hecho en el pasado.

Lo había hecho cuando todavía era un niño, un niño que llevaba entrenándose desde los seis como los antiguos fundadores del Imperio, para los catorce lo dejaban participar en justas y fue el más joven en ganar el Torneo del Listón Rojo en esa misma ciudad.

Su padre alardeó de su hijo frente a cada noble en la Cúpula. Cuando volvieron a Puerto Kanver, el barón Kalter debió guiar un ejército para defender la frontera del avance de un emperador extranjero con aires de grandeza.

A los dieciséis le pidió a su padre acompañarlo en batalla.

──Sabes que no puedes pelear.

──Soy de los mejores guerreros en los torneos.

──Y me alegra que eso te enorgullezca, al menos nadie podrá decir que el hijo de Kalter Vaetro no sabe empuñar una espada, pero donde voy no es un juego. Los enemigos no van a llenar el camino de piedras para que escuches sus pasos, no van a mantener el silencio para que puedas escucharlos y ni siquiera pienses que te atacarán uno a uno. No puedes pelear contra un enemigo que no puedes ver.

El silencio que prosiguió, fue tan frío como el aire en Val Velika.

──No necesito ver a mis enemigos para reconocerlos, padre.

[¹] Arroba: medida de peso que equivale a 11,502kg.
En ese caso Killian hablaría de unos 115kg más o menos.

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