O8. Todas las Cosas que Ve.

──Milo, ¿dónde se encuentra mi padre?

El hombre dudó, pero al final me indicó que lo siguiera. Como lo había supuesto, el barón de Kanver se había dirigido hasta el Salón del Trono.

Lo encontré a las puertas de mármol. Al parecer Killian trataba de darle algo de sentido común, no creí que le fuera muy buen porque se pasó la mano por el rostro, evidentemente hastiado por tener que lidiar con los nervios de mi padre.

──Padre, tal vez deberías esperar que los ánimos estén menos caldeados ──decidí interceder.

──De ninguna manera, Baco está luchando por respirar, ese podría haber sido yo o cualquiera de ustedes.

Le lancé una mirada a Killian que claro él no correspondió. Anoche había logrado salir por poco de ese lugar, él y la prometida del capitán casi murieron ahí dentro.

Por otro lado, no tenía idea de que el barón de Guefén había tenido dificultades para salir.

Estaba segura de haberlo visto escabullirse por uno de los rincones del salón.

Un hombre salió para avisar que el vark ya podía recibirlo y antes de anunciarse el barón ya estaba dentro. Sus pasos retumbaron mientras se acercaba a su majestad.

Para suerte de Killian, al menos tuvo la cordura de mantenerse a varios metros de la corona.

Aun así, lo sostuve del brazo, evitando cualquier arrebato.

──Mi señor, me honra con su presencia. ──El saludo del vark sonó como una mofa.

Su trono estaba al menos cuarenta escalones sobre nosotros. Como todo en aquella sala, su propósito era hacerte sentir pequeño e insignificante. En comparación al vark, con su uniforme de un vivo color escarlata y su corona de oro besado por el Sol, era fácil quedar como alguien menor.

Su alteza siempre había necesitado constantes adulaciones, que le recordaran su posición.

Tres escoltas lo acompañaban a su derecha y a su izquierda el capitán de la Guardia Imperial.

Ciro Beltrán parecía cómodo con su lugar de segundo al mando, llevaba el uniforme negro de guerra y una sonrisa de victoria.

Tenía el tipo de sonrisa intrigante, que era una herencia clara de alguien que provenía de una larga dinastía de mercenarios.

──Exijo respuestas de por qué mi gente estuvo a riesgo de morir la noche anterior ──clamó mi padre.

Sus ánimos no parecían querer amainarse.

──¿Exige? ──repitió el vark.

──Cuidado, mi señor, está delante de su soberano ──le recordó el capitán.

──No es digno soberano quién no puede mantener la seguridad de los suyos.

Enarqué una ceja, realizando un pareo rápido para medir el asombro, un clamor de sorpresa se ahogó en los presentes y, a mi lado, Milo pareció a punto de desfallecer. Incluso Killian se revolvió el pelo azabache con nerviosismo.

Los guardias se pusieron en segunda posición, los movimientos en sus pesados trajes de metal haciéndose eco, amenazantes.

El vark se encolerizó, pero Beltrán intervino de forma rápida.

──Y mi deber como guardia es preservar la seguridad e integridad del vark. Podría cortarle el cuello solo por esa acusación. Recuerde que blasfemar contra su alteza es traición y la traición...

──Solo exigimos lo que es justo por derecho. Un juicio y condena para el culpable ──declaró Killian.

──No se preocupe por eso. La justicia de la corona ya cayó sobre ese desgraciado. Fue ejecutado esta mañana ──aclaró el vark──, debería ejecutarlos a ustedes por tremenda ofensa.

──No fue nuestra intención, su majestad ──rebatí.

Mi padre no quiso ceder, por lo que el capitán volvió a tomar la palabra.

──Si mal no recuerdo, ese circo llegó con ustedes, ¿debería entender que su negligencia puso en peligro a mis señores?

──En mis años de mandato, negligente jamás fue un calificativo con el cual referirse a mi persona ──resistió el barón.

──Jamás atentaría contra el Imperio ──lo secundó Killian.

──¿Entonces fue adrede? ──insistió Beltrán.

Kalter Vaetro formó puños con sus manos, presionando hasta que sus nudillos adquirieron un impropio tono blanquecino.

──Si no le ofende a su alteza ──repliqué, poniendo en uso la diplomacia──, mi padre quisiera verse deslindado y resarcido por lo que aconteció. Entiende que mi hermano estuvo cerca de morir en el atentado.

El vark dudó y le realizó un ademán al capitán para que se acercara. El lacayo y su señor debatieron en murmullos, que sonaron como una total ofensa al señor de la segunda casta más poderosa en el Imperio.

El barón parecía a punto de iniciar una matanza, con sus ojos rígidos apuntando a su alteza, por lo que agradecí cuando el vark volvió a tomar la palabra.

──Entendiendo que este fue un ataque que vino desde afuera, utilizado por nuestros enemigos para generar discordia entre nosotros, haremos caso omiso del altercado, no permitiremos que este incidente interfiera en nuestro deseo de paz ──proclamó el vark, con voz solemne──, nuestro pueblo es fuerte y así permanecerá, el día en que levante un arma contra los míos, será en el que el Imperio caiga.

Luego, continuó:

──Permítame, olvidemos este asunto con un torneo, realizado en honor a mis majestuosos invitados, e interprete con esto que mis deseos de paz son sinceros y siguen siendo firmes.

Killian realizó una firme reverencia y yo imité el gesto de forma tiesa.

Killian siempre decía que un buen gobernante debía aprender a cuándo bajar la cabeza. Por el contrario, yo opinaba igual que mi padre, ningún vasallo le sería fiel a un señor que no temía.

Finalmente, él también cedió, con una leve inclinación, más cercana a un gesto de aprobación que a una reverencia.

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