O3. De la Bestia.

De pronto, noté que estaba sola, los guardias se habían detenido en la puerta y el soldado Arsel se acercó hasta el Capitán de la Guardia Imperial.

El capitán tenía el pelo marrón, tan pesado y oscuro como la tierra mojada después de la lluvia. Su cabello resaltaba el tono dorado de su piel y el extraño color piedra de sus ojos.

Sus ojos me recordaron a los de la bestia que había visto encarcelada. Sereno e imperturbable, como si todos fuéramos su presa y planeara el momento de su festín.

──Acá la trajimos, capitán. ──Arsel anunció lo obvio.

──Ya veo ──musitó él.

──¿Quiere el señor que la lleve con Oberón?

El “señor” curvó una sonrisa. Dónde él señalaba a un señor, yo no veía más que un tipo con mirada insolente.

Sus ojos grises posados en mí, provocaron que me removiera con inquietud, podía sentir sus pupilas picando en mi piel como púas afiladas.

──¿Habla la chica?

Relamí mis labios antes de hablar, Arsel seguía mirándome como si fuera la criatura más pintoresca que vio alguna vez.

──Soy Kalena, Kalena Kesare Kurban.

Me incliné en una reverencia formal.

──Una fórea y aprendiz de la Máster Athenea, mi señor ──Arsel hizo la aclaración──. Después me dice que soy excéntrico, pero mire los gustos de su tío.

──Arsel, valoraría mucho tu silencio ──lo cortó el capitán.

Antes de que el soldado respondiera, las puertas se abrieron.

Entró un hombre gordo y corto de estatura, tenía el rostro enrojecido y perlado por el esfuerzo que debió significarle llegar hasta donde estábamos. Sus ojos se encontraban muy abiertos, como los de un ciervo asustado. Tenía el uniforme negro con detalles en rojo, por lo que debía ser de un alto rango, pero igual no apostaría por verlo levantar una espada.

──Entonces, imagino que ya empezaste con las inversiones que querías hacer en la Guardia ──se mofó el capitán Beltrán.

──No es asunto tuyo, sobrino ──zanjó quien asumí se trataba del teniente Oberón.

El capitán se inclinó hacia atrás.

──Tienes razón, es asunto del Imperio ──determinó──. Estás malgastando su dinero. Deberías explicárselo al vark, seguramente él tenga más paciencia que yo.

En el Imperio siempre habían gobernado “tiranos”, jefes rígidos de mano dura, desde el gobierno de la Vark Kara Kratér se había dejado de utilizar el término pero no las costumbres. Rey, tirano o vark, el gobernante del Imperio no aceptaba equivocaciones.

La papada del teniente tembló y tuvo que secarse el sudor de la frente.

──La Guardia no te pertenece, no eres quién para mandar qué hacer, Ciro ──apuntó el teniente Oberón──, no porque te hayas autonombrado el capitán...

──¿Y entonces quién, tío? ──El capitán ni siquiera se inmutó ante la acusación──. ¿Mi padre? ¿El mismo que desapareció después de esa expedición suicida? Reza porque esté muerto, soy un líder mucho más benevolente.

Pude ver la mirada de Arsel abandonar su tono cálido para endurecerse, aunque si el comentario le disgustó, se lo guardó para sí mismo.

Por otro lado, el joven capitán tampoco parecía con ánimos de escuchar otra voz que no fuera la suya.

──¿Qué buscabas con traerla? ──En cambio, lucía entretenido con el cuestionario.

──No son tus asuntos, Ciro ──reclamó Oberón, quién además de su subordinado, también parecía ser su tío.

──La joven fue entregada como consorte al teniente, mi señor ──acotó Arsel──. Se pagó su deuda, veinte soles de plata.

La risa del joven quedó encerrada en el eco de las paredes.

──¿Veinte soles de plata? ──se mofó el capitán──, ¿acaso tiene algo especial entre las piernas? ¿El tesoro del Imperio? Podrías ir a Ciatra y conseguir un harem de doncellas a ese precio.

Entonces sí volcó su atención en mí.

Me erguí en toda mi altura y corrí la capucha de la capa hacia atrás, para permitir que me contemplara.

Una vez lo hice me arrepentí, la mirada del capitán fue intrusiva; me recorrió como si fuera mercancía, sin borrar el brillo sádico de sus ojos.

──Me temo que hubo una equivocación ──comencé mi defensa──, soy miembro de la Casa de Vaestea y como sabe, su merced, estamos unidos al Dios Arakh. Mi deber es servir a la fe.

──Debe mantener un voto de virginidad ──resumió Arsel, como si no hubiese quedado claro──. Lo que claramente sería un impedimento para el matrimonio.

En ese momento el capitán no pareció molesto por la irreverencia del soldado.

──¿Una fórea? ──Golpeteó sus labios con dedos largos y elegantes.

──Obviamente renunciará a sus votos antes de unirnos en matrimonio ──corrigió Oberón.

──Preferiría renunciar a mis manos y pies, dejar hervir mi piel en aceite ardiendo, antes de convertirme en su consorte. ──Clavé mis ojos en los del teniente, con rabia──. Prefiero afrontar el rompimiento del contrato por la deuda.

──No tienes idea de lo que dices, querida.

Arsel ahogó una risa, que le hizo ganarse una mirada de cólera por parte del viejo teniente.

El capitán bajó, con la elegancia de una fiera, se acercó a mí con pasos lentos y pausados.

Junto a él me llegó el olor de la tierra, el sudor y una colonia cítrica que me dejó mareada. Pude notar que había estado entrenando. Era un miembro de la Guardia, ellos vivían en pie de guerra.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que lo vimos pasar con Zané? Parecía toda una vida.

Desde mi rostro, bajando hasta el ruedo de mi vestido, su mirada recorrió mi cuerpo con detenimiento. No había lascivia en sus ojos, sino la frialdad de quién calcula un movimiento.

──Sería como darle una espada a un manco ──dictaminó.

──No solicité tu bendición, Ciro ──sostuvo el teniente.

──Por lo visto tampoco la de tu prometida. ──El Capitán Ciro Beltrán sonrió en mi dirección.

Estaba harta de tanta palabrería, por lo que decidí intervenir.

──Exijo ver al Vark Drazen.

El capitán me observó con detenimiento, pero mantuvo su rostro impasible.

──No se le ordena al capitán de la Guardia, ¿sabes modales? ──Sujetó mi mentón──. No te comportes como salvaje, si no quieres que te trate como una. Mantén la compostura frente a tu capitán.

Lo alejé de un manotazo, el fuego ardió en sus ojos, pero parecía más fascinado que molesto.

──No volveré a hablar hasta tener al vark enfrente ──sentencié──, puedes ser capitán en el campo de batalla, pero la justicia le pertenece al vark y, si lo necesito, apelaré hasta el Círculo de Aeres.

Torció una sonrisa y dio un paso hacia atrás.

──Bien, tío, en ese caso cuento con ser invitado a sus nupcias, de seguro será un evento interesante de presenciar ──Dio el tema por terminado.

──Señor... ──insistió entonces Arsel.

El gordo me tomó de la mano, pero lo alejé, intenté apartarlo, pero volvió a tomar mi brazo, con fuerza.

Ni siquiera intentó discutir conmigo. Todo mundo ignoró mis forcejeos, hasta que el viejo me dio una cachetada que me tumbó en el suelo.

──No voy a permitir que mi consorte se comporte como una salvaje ──me bramó el teniente──. Ese no es comportamiento apropiado para una señorita.

“Consorte”.

Oberón me levantó como si fuera solo una hoja en el viento, me retorcí y él retorció mi brazo en una posición que rozaba lo antinatural. El dolor me llegó como una ráfaga.

──Mientras más te resistas, peor te irá.

──Basta ──sentenció una voz grave. Era el capitán──. Arsel, quiero que la escoltes con Madame Eleyne, que le dé una habitación en el ala este y en todo momento haya dos soldados en la puerta.

──¿Qué haces? ──La mirada del teniente Oberón era atónita.

──Lo que se me ocurre ──rebatió el joven──. Fuera de mi vista y tal vez me olvide de tu patético acto por hacerte respetar. La Guardia no es para hacer tu trabajo sucio, si quieres una consorte, cómprala con tus títulos como lo hace todo el mundo.

──Ciro, no te atrevas... ──Pero el resto se perdió en balbuceos cuando una palabra de su sobrino bastó para que los guardias lo apartaran.

Mientras su tío abandonaba la sala, se dirigió de vuelta a mí, me miraba a mí, pero su orden fue para el resto de los presentes.

──Quiero a todos fuera de la sala. Ahora.

Reparé una última vez en el viejo teniente, su rostro enrojecido de furia, todavía pasmado, salió bufando de la sala con lo último de su orgullo.

De un momento a otro estuvimos solos y el sonido de las puertas al cerrarse hizo eco en la habitación.

Me mantuve plantada en mi lugar. Apenas entonces me di cuenta de cómo había cambiado mi respiración. Nunca había sido tan humillada.

El capitán permaneció frente a mí, quizás no era el más robusto de los soldados, pero su gran altura lo hacía lucir más intimidante que cualquiera.

Aún más cuando me miraba como si esperara calcular mi siguiente movimiento.

──Muchas gracias ──pronuncié al fin──. Prometo que haré lo posible para saldar mi deuda cuánto antes.

El Capitán asintió con una sonrisa bailando en sus labios. Era atractivo, de una forma oscura y sombría que no parecía correcta.

──Tengo completa seguridad de que sí.

No pude prever cuando se acercó hasta mí, acarició mi mejilla con sus nudillos, justo en el lugar donde el teniente me había golpeado.

Un leve estremecimiento recorrió mi piel y necesité alejarme de su toque.

──Dime, Kesare ──comenzó──, ¿por qué piensas que estarías mejor allá afuera que conmigo?

De repente lo entendí y la idea me sacudió más fuerte que el golpe de Oberón. La sorpresa dio paso rápido a la rabia.

──Porque así lo estaría en medio de una manada de leones hambrientos.

Sonrió.

──¿Pensaste en lo que pasaría si yo te libero? Sé que la vida es difícil en el puerto, más ahora que Ciatra se rebeló y nos cerró el comercio. ──Su tono era grave y confidente──. Una guerra se acerca. ¿Cómo podría protegerse una linda fórea?

Quise aumentar la distancia entre ambos, pero él colocó su mano alrededor de mi muñeca.

──Suéltame ──ladré con el fuego quemando en mi interior──. No me toques.

El capitán obedeció, no sin antes arquear una ceja, como si pudiera estar molesto por mi reacción.

──Tu deuda me pertenece ahora, Kesare, me perteneces ──remarcó cada palabra entre sus labios.

──No soy una puta ──espeté.

──Claro que no, si lo fueras tendrías dinero ──indicó──. En cambio, ¿cuánto te pagan por ese orgullo tuyo? Propio de los necios, se aferran al honor como si fuera una pertenencia.

──No pienso venderme ──le remarqué entonces.

Torció una sonrisa que me provocó escalofríos.

──Muy tarde. Ya te vendieron.

La impotencia y el miedo me habían rebasado, por lo que terminé por liberar mi bronca en un impulso. Planté mis cinco dedos en la cara del hombre que controlaba todo el ejército en el Imperio.

Él inspiró de forma profunda, antes de tocar el lugar donde lo había golpeado. Quizás no creía que hubiera sido capaz de hacerlo.

Iba a ser quemada en la hoguera.

──Serás mi consorte, Kesare, y desde ahora harás todo lo que te diga. ──Dio por terminado──. Como dejar de cometer esa clase de arrebatos estúpidos.

Quería gritar de exasperación, lo odiaba. Odiaba su tono desinteresado y su actitud hermética.

──Estarías faltando a toda la Casa de Vaestea, al Arakh.

──No soy un tipo creyente.

──Soy una fórea, no puedo contraer matrimonio. Realicé votos ──continué mi defensa.

──No es tu preciada virginidad lo que me interesa, Kesare. ──Sonrió.

──Lo que sea que busque, su merced ──terminé──. Puede encontrarlo en alguien más.

Me giré para caminar hasta la puerta, al momento su voz me detuvo.

──¿Y tú, Kesare? ──indagó──. ¿Quién más estaría dispuesto a protegerte? A darte el resguardo que necesitas. Los dos sabemos que la brujería sigue siendo condenada en el Imperio.

¿Y él cómo sabía eso?

Al ver mi mano frente a mis ojos, noté que temblaba.

No había percibido el momento en que se acercó, no hasta que sentí su mano en mi cintura.

Recordé todas las historias que se decían sobre Ciro Beltrán, su sadismo, el miedo que despertaba en ejércitos enteros, sus manos manchadas de sangre y la gente que, como Zané, lo veía como un héroe y lo mejor para Escar.

Había algo en su mirada gris que lo hacía más cercano a lo primero.

──Serás mi consorte ──afirmó su voz grave──, nadie se volvería contra la consorte del capitán. Es un buen trato para los dos.

──No vuelvas a tocarme otra vez ──ordené.

Se alejó, pero me contempló con frialdad cuando volteé para quedar de cara a él.

──¿Cuánto pensaste que duraría eso? ──Su mirada se clavó como una daga──.  ¿Qué va a pasar cuando lo sepan? Cuando se den cuenta de que estás jugando con fuerzas que la gente cree que es mejor dejar en paz, ¿qué van a hacer?

──No necesitas nada de mí.

──Déjame ser yo él que averigüe eso ──finalizó para después instar a que lo siguiera──. Hoy a la noche habrá una ceremonia y van a estar los Vaetro. Madame Eleyne te preparará para eso.

Las secuencias se sucedieron con demasiada rapidez como para procesarlas.

Una vez fuera nos cruzamos con tres hombres, uno de ellos vestido con una chaqueta de un rojo tan oscuro como la sangre.

Me realizó una reverencia, como era usual a los miembros de la Casa de Vaestea, le respondí con nerviosismo.

Tenía el pelo casi rapado, como todos los miembros de la Guardia, pese a que iba vestido como un barón.

Era Kaiser Soler, nombrado Heletrar tras la muerte de su fallecido padre, el barón de Katreva. Todos en el Imperio conocían su historia y reciente título obtenido.

──El bastardo convertido en señor ──resumió el capitán.

──Vete a la mierda, Beltrán ──le devolvió con desprecio.

En contraste a la pasividad de Ciro, la ira de Kaiser Heletrar latía de forma clara en su rostro.

──Capitán Ciro Beltrán para ti, bastardo. ──Sonrió.

Los otros soldados se mostraron incómodos por el intercambio. Yo lo estaba. Kaiser tensó su mandíbula como un lobo a su presa.

Con tranquilidad, Ciro le tendió una mano en un gesto de camarería y Kaiser lo aceptó con una sonrisa mordaz.

Aunque la incomodidad seguía sobrevolando el ambiente.

──Felicidades por el nuevo puesto, Capitán. ──La voz áspera de Kaiser sonó como una sentencia.

──Lo mismo para usted, el trabajo de un barón no es fácil ──indicó con una sonrisa torcida que era un juicio de valor──. Me imagino que el vark ya te habrá preparado bien. ¿Eres el encargado de recibir a los Vaetro?

──Exactamente. Con su permiso, no quiero hacerlos esperar.

Cuando cruzó una mirada conmigo, su recelo pasó a ser curiosidad. Seguro se preguntaba qué tendría que hacer una fórea ahí, en el palacio y con el nuevo capitán de la Guardia.

Podría decirle. Kaiser era el consejero más cercano al vark. La venta de personas no estaba permitida aun si se escudaban bajo la ley de contratos, ¿y de qué serviría?

Sabía dónde me había metido cuando decidí aceptar el manto de Rella. Una palabra de Ciro y podía ser condenada como lo habían sido tantos seguidores hace cientos de años atrás.

La antigua Vark Morrigan había sido acusada y quemada por encontrarse culpable de hechicería, ¿qué iba a detenerlos de hacerlo conmigo?

──Que la Madre lo guíe ──lo despedí.

Al cruzar mi mirada con el capitán, él me sonrió de costado.

Recordé una de las leyendas de la Casa de Vaestea, sobre demonios que se escondían entre las sombras de la noche, y hacían tratos para poseer las almas de hombres demasiado ambiciosos o muy incautos.

Bien podría haber aceptado el trato con uno.

¿Qué les pareció hasta ahora?

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