79. Desde las Cenizas.
Dedicado a Anonimak05
Te iba a dedicar el epílogo pero seguramente prefieras el drama entre estos dos. Gracias por todo el apoyo, girl♥
¿Cómo era ver en la oscuridad?
Killian había dicho que un sentido se reemplazaba por otro, el cuerpo se readapta, tu oído se hace más fuerte y tu piel se ve efectada por los leves cambios de temperatura.
Nada de eso pasó.
Estaba vacía.
Un silencio envolvía la capa a través de la cual percibía el mundo.
Al tercer día incluso el olor de la sangre había desaparecido. De vez en cuando las ratas chillaban, alguna tropezaba con mi pie y seguía su camino a ciegas.
Ni siquiera sabía que Ketrán tenía mazmorras.
Estaba a oscuras, perdida entre las horas, a veces escuchaba los quejidos de algún preso, un guardia iluminaba la celda con una antorcha o goteaba el agua en un rincón.
──Su comida, señorita.
Me hice un ovillo en el piso, las noches eran heladas, los grilletes de hierro pesaban en mi mano, el entumecimiento me recorría y me obligaba a cambiar de posición cada cierto tiempo.
La mayor parte del cautiverio la pasé llorando, presionando la herida en mi mano hasta que el dolor físico me abrumaba tan fuerte que adormecía ese que no podía alcanzar.
El miedo que me había tenido en vela tantas noches era real, sería condenada por pertenecer a los Raguen.
──Por favor ──pedí al tercer día──. Por favor, necesito salir.
Era una soldado que traía comida una vez al día, un puré horrible y un vaso de agua. Los dejaba en el lugar donde sabía que las ratas no cruzaban —que era más amabilidad de la que había recibido en días.
──¿Dónde está el capitán? ¿Murió? ¿El barón volvió? ¿Conoce algún soldado de nombre Alister? ¿Dónde está la tala que servía en la Corte?
Una larga mirada de lástima era todo lo que siempre recibía.
Un chirrido me avisó que habían abierto la celda.
──Su merced, lamento tanto verla en ese estado.
Reconocí la sotana del Karsten y la lámpara de aceite iluminó sus facciones.
Me reincorporé tanto como pude, las cadenas cedieron y logré que mis extremidades lo hicieran sin rechistar.
──Le traje pan, queso y vino. Fue lo más que pude hacer por usted.
Y lo tomé agradecida. Estaba tan hambrienta que empezaba a sentir clavos hincándose en mi estómago.
──Voy a pedir que le den una mejor celda.
──No quiero ninguna celda. ──Mi voz áspera y pesada por la falta de uso, como escuchar hablar un papel viejo.
──Lo siento, señorita, pero es todo lo que puedo conseguir por usted.
──¿Cómo está él? Por favor.
Su mirada de lástima se apretó en mi garganta y costó tragar el pan. Se me fue el apetito.
──Preocúpese por usted, su merced, ya veremos lo demás.
Su merced. Eso significaba que había perdido el título. Varkesa era un título consorte, sin Vark no había consorte.
──Yo no hice nada de eso. Usted podría ayudarme, ya lo hizo antes.
Sus manos en mi pelo se sintieron como garras.
──Estoy seguro de que podrá demostrar su inocencia, pero, de no ser así, recuerde que Morrigan fue ejecutada y hasta hoy es un gran símbolo para muchos pueblos.
Sollocé.
──Tome un poco, le hará bien.
Terminé con el vino, no sabía si era por mi garganta reseca, pero era el vino más dulce que hubiera probado. Fue como una caricia para mi garganta.
El Karsten no volvió, pero me dejaron vino todos los días, me ayudó a sentirme mejor.
Estaba sola, acurrucada en el piso, mi mano punzaba de forma intermitente. Mis ojos ardían y no podía ver nada más que oscuridad, pero podía escucharla llamándome. Quizás fuera porque ya había perdido la cordura, pero podía jurar que podía entender las palabras que se deslizaban entre los susurros, murmurando que me pusiera de pie.
Volteé para ignorarlas, como si hubiera algo palpable a lo que darle la espalda. En sueños volvían a acechar, agradecí cuando perdí la consciencia por completo.
No sabía cuánto tiempo había permanecido dormida, pero me obligó a despertarme la fuerte presión en mi vejiga.
Junté la energía suficiente, todavía me quedaba la dignidad suficiente como para no hacerme encima.
Me arrastré hasta ponerme de pie y tuve que palpar hasta encontrar una pared que me llevara al rincón de la habitación. Ahí me levanté el vestido para colocarme de cuclillas y orinar.
Las palabras de Ciro llegaron a mi mente y una sonrisa se torció en mi rostro porque sentada ahí, con el estómago vacío y el vestido manchado de pis, no me sentía para nada como una divinidad.
Podían haberse considerado así alguna vez, podíamos tener el poder de controlar energía y manejar los elementos, pero al final del día teníamos que comer para vivir, cagar o mear como cualquier mortal y nuestra sangre corría fuera de nuestro cuerpo con cualquier herida.
No éramos inmortales.
──¿A dónde me llevan? ¿Quién los manda? ¿Quién gobierna Ketrán?
Me asignaron una nueva habitación en el palacio, pero no me permitieron quitarme los grilletes, ni siquiera para un baño. Aun así, con las ventanas abiertas, pude escuchar el murmullo del viento, tan claro como una dulce canción de cuna.
Fue como reconocer a un viejo amigo.
Luego de un largo baño, doncellas que nunca había visto me ayudaron a vestirme con un fino tejido de terciopelo gris y cepillaron mi cabello hasta desatar todos los nudos.
¿Quién las manda? ¿Para qué? ¿Cuándo es el juicio? ¿Quién gobierna en Ketrán?
Las ojeras surcaban mis ojos. El vestido ni siquiera me ajustaba pese a que podía reconocerlo como mío, y la herida en mi mano estaba sanando en una horrible costra.
¿Dónde está Nívea? ¿La puedo ver?
Nada.
Una vez estuve sola, me recosté en el tocador. Miré al espejo y solo ví un cascarón vacío. La bandeja con comida y frutas permaneció ahí hasta que alguien irrumpió, abriendo la puerta.
Un aleteo se posó en mi pecho.
Se veía demacrado, cansancio delineando sus facciones pese a que intentaba mostrarse implacable. Llevaba un jubón negro con bordados rojos que resaltaba sus pálidos ojos grises.
Fue como ver la sombra de un fantasma.
Ciro se dirigió al soldado anclado en la puerta, lo miró directo a los ojos antes de recitar sus palabras.
──Sal y haz guardia afuera hasta que te diga. No le puedes decir a nadie que vine, o que me viste. Vete.
El hombre obedeció con sumisión terca.
Luego Ciro se dirigió de vuelta a mí.
El alivio y la felicidad me embargaron, diluyendo mi corazón un momento, siendo mi resorte para correr a sus brazos.
Me detuve al ver la reticencia culpable con la que me miraba.
Cuando me rodeó con sus brazos el pánico me golpeó, formé un puño con su abrigo, sin querer dar cara a la horrible verdad.
Ciro sabía que estaba encerrada en la celda. Que estaba ahí, agotada por el hambre, acechada por el frío y aterrada por lo que me pudiera ocurrir. Y aun así no fue capaz de ir por mí.
──Estabas vivo, todo este tiempo, lloré por ti ──lo acusé──. Pensé en ti y lloré, y tú, me encerraste en una celda para que me pudriera.
Por lo menos tuvo la decencia de estremecerse.
──Kesare, basta ──ordenó entre dientes.
Ciro se alejó como si hubiera descubierto que mi piel le quemaba.
──Te extrañé, todo el tiempo, pensé que habías muerto, y estaba tan asustada…
Ya ni siquiera podía llorar. Él no respondió, permaneció en silencio, las emociones rasgando por salir detrás de sus ojos, pero no dijo nada.
──Estaba tirada en el piso de la celda, no me dieron nada para taparme. ──Las lágrimas me cerraron la garganta──. ¿Sabes lo que es tener tanta hambre que te duele el estómago? Me sentía muy débil, y lloré todo el tiempo, de luto por tu culpa.
──Basta ──gruñó.
──Y cada vez que abrían la celda esperaba que fueras tú, esperé y esperé. Te di por muerto ──proseguí sin permitir que quitara sus ojos de los míos──. Pensé, pensé que si estabas vivo ibas a estar ahí, supuse que nunca me hubieras dejado en ese estado. Que nunca serías capaz de hacerme algo así.
──No sigas, Kesare, ya estás conmigo.
Cortó la distancia entre ambos, limpiando las lágrimas de mis mejillas con la suavidad que nunca mostraba antes de lastimarme.
Lo único que hacía era reparar el daño, prometer que no lo haría otra vez para tenerme incauta en el siguiente golpe.
Y aun así seguía confiando.
Alejé su mano de mi cara.
──Me dejaste. ──Estaba respirando muy rápido──. Elegiste dejarme.
──No pude interferir, Kesare, Arsel tomó el control mientras estuve inconsciente. ──Bajó el tono hasta que su voz fue un secreto entre los dos──. Mírame, amor, sabes que nunca hubiera dejado que te pusieran una mano encima y por cada día que pasaste ahí, vas a tener tu venganza.
Venganza, rencor, odio, eso era lo que lo movía.
──Quieres que sea igual que tú.
Ciro se acercó con cautela, con tanto cuidado como si fuera una pieza preciosa, sostuvo mi mentón para alzarlo hacia él.
──Cuando te conocí, ese día ──comenzó en tono grave──, cuando Oberón quiso comprarte, eras tan frágil, tan ingenua, pero nunca quise protegerte.
──Porque lo único que querías era control sobre mí ──lo corté con resentimiento, mi voz temblaba.
──No podría aunque quisiera ──continuó, acariciando mis labios con su pulgar──. Te quería a ti, necesitaba que empezaras a usar tu poder, hay tanto en ti, energía, y estabas ahí, asustada y escondiéndote en ese templo, sirviendo a un dios inútil. Eres mucho más que eso.
Apenas podía respirar. Recordaba la sensación, estar a la deriva, rodeada de la inmensidad del mar en medio de la oscuridad, y me había aferrado a Ciro como lo hubiera hecho cualquier náufrago a un pedazo de madera astillada, o a un trozo de vidrios rotos. Era lo único seguro que tuve en medio de la tormenta, lo único que me protegió de ser arrastrada por la marea.
──Sabes que ya no eres la misma que saqué de la Casa de Vaestea.
Pero lo era si seguía aferrándome a los pedazos de vidrios rotos.
Pasó sus manos por mis brazos.
──Mírame a los ojos ──enredó sus dedos en mi pelo──. Ellos se fueron, amor, Vaetro huyó junto con la Tarrigan y tu hermano. Solo estamos nosotros, los dos, en esto. Siempre fuimos nosotros.
Alejó los mechones de mi rostro, presionando sus labios en mi cuello. Todo mi cuerpo reaccionó a su tacto y me pregunté si alguna vez dejaría de ser así, si llegaría el momento de soltarlo.
Avancé hacia él y Ciro deslizó sus manos por la curvatura de mi cintura, me deshice con un beso de sus labios, me probó como si fuera una ambrosía.
──Tuve un sueño ──lo detuve. Coloqué una mano en su torso para apartarlo y mirarlo a los ojos──. ¿No quieres saber que era?
Ciro me observó con extrañeza, pero me permitió continuar.
──¿Qué?
──Había un rey y una reina, dos reyes ──proseguí ante su mirada atenta──. Pero solo un trono, solo una corona.
──Suena como un problema ──murmuró ronco.
──Así que para arreglarlo, se partió la corona a la mitad.
Se separó lo suficiente, como si necesitara otra perspectiva para verme.
──Ya eres la dueña y soberana de todo el Imperio.
Él nunca me daría el poder que eso requería.
──No vas a enfrentar los cargos en el juicio ──aclaró──. Llegamos a un acuerdo e intercedí por ti. Estarás a salvo.
──Siempre que acepte tu control. ──No había recriminación en mi tono, ya no más.
──Sabes que nunca haría algo para lastimarte.
Asentí mientras lo acercaba a mí, volví a juntar mis labios con los suyos, Ciro no tardó en guiarnos hasta la cama, marcando y dominando el ritmo de las caricias.
Nos desnudamos con paciencia, Ciro observó mi cuerpo y por su mirada sombría me pregunté si había reconocido algún cambio, si notó la forma en la que mis costillas y mi clavícula se marcaban. Recorrió un camino, besando mi piel, reconociendo cada tramo antes de continuar.
Luego recostó su frente en la mía, mientras yo trazaba líneas en sus pectorales.
Alzó mi mentón, pero en lugar de besarme me contempló de forma detenida.
──Te ves diferente.
──Dañada. ──Rota.
Sus ojos grises me absorbieron con atención.
──Fortalecida.
Cuando lo tuve dentro de mí, todas las partes adoloridas de mi cuerpo lo reconocieron, me arqueé a la vez que él se enterraba de forma completa, apenas respiraba, pero Ciro mantenía sus ojos fijos en los míos, presionando nuestros cuerpos, dejó un beso sobre la cicatriz en mi mano. En busca de mayor comodidad, giramos hasta que quedé sobre su cuerpo, él recorrió la curvatura de mi espalda mientras esa nueva posición me permitía guiar la intensidad y el ritmo de las embestidas.
Como había sido siempre, estar con Ciro me dejaba cansada y adolorida, pero siempre me hacía volver, arrastrándome y necesitando más.
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