72. La Condena de los Reyes.


Sé que muchos van a odiar este capítulo, (por razones diferentes) pero desde el principio creo que todo se fue construyendo para terminar acá.

ASÍ QUE ES DE MIS FAVORITOS.

Dedicado a FleursNoires1100 por todo su apoyo y sus genialosos comentarios.
Espero te guste el capítulo y no me odies mucho♥

Necesitaba pensar, respirar, aire, cuando volví a la habitación seguía sin estar lista para hacerle frente a la situación.

Agar no estaba por ningún lado, nadie la había visto desde esa tarde y decidí volver con Ciro tan pronto como pude.

Ciro me había traicionado, yo le había pagado de la misma forma. Todo estaba roto entre ambos. Y aun así, no podía pensar en la idea de verlo herido.

──No la encontraste.

En la oscuridad no lo reconocí, su voz parecía salir de todos lados y de ninguno.

──No está por ningún lado, no es extraño en ella.

Una vez lo tuve de pie frente a mí pude reconocer su figura contra la ventana, la noche envolvía la ciudad al otro lado del cristal.

──Hubiera preferido haberte visto besarlo.

──Ciro ──No supe que más decir.

Su apariencia siempre estoica estaba rota, su tez pálida y sus ojos grises sin ese brillo calculador que los caracterizaba, cuando acaricié su mejilla ya no ardía y eso me preocupó aún más. Su cabello era un desastre marrón mientras el sudor formaba una capa sobre su rostro.

Incluso entre la dureza de sus facciones, se veía débil y frágil.

──Necesito que vuelvas conmigo, Kesare.

Fruncí el ceño en confusión, una vez lo tuve sobre mí, su peso cayó sobre mi hombro, y tuve que sujetarlo con fuerza para que no fuéramos a caer los dos.

Tosió, al separarnos vi sangre en sus labios y el rastro que dejó en el puño de su chaqueta. Lo ayudé a limpiarse con el dobladillo de mi vestido.

──Lo que sea que quieras ──desvarió.

──Siéntate, Ciro. Estás cansado.

Pero él no cedió, acaricié su mejilla y pude sentir su piel ardiendo en fiebre, incluso más que antes. Me alarmé ante eso.

──Ciro ──dejé escapar su nombre con temor.

Recostó su frente en la mía, sujeté la mano que apoyó en mi rostro mientras me aferraba a su cuerpo.

──Rómpeme. ──Su voz ronca se quebró──. Destrózame, hasta que te des por pagada, y vuelve a mí.

Dejé de respirar al notar que estaba descendiendo de temperatura, por su cuenta, me pregunté si podría regularse él mismo. El hecho de que durante años se llevó una lucha incansable para borrar a los Raguen, nos dejaba a los demás a la deriva, con poca información accesible; sin saber el alcance y limitación de la sinergia.

Con cuidado, lo ayudé a recostarse sobre la cama, él cayó hacia atrás como un peso muerto. Cerró los ojos un momento y lo imaginé tendido en un cajón. Su palidez era sepulcral.

──Ya están en camino con un sanador del pueblo. No te muevas.

Pero al verlo cerrar los ojos no creí que pudiera hacerlo. Subí al colchón para probar su pulso, recosté mi cabeza en su pecho y ahí estaba, su latido muy débil, el dolor punzó en mi mano y noté que tenía un puño cerrado presionando las sábanas.

──Ciro ──lo llamé──. Necesito saber que te ocurre para ayudarte, dime que tienes.

Pensé en mil cosas, rebusqué en cada rincón de mi mente, con rapidez desesperada, tenía que saber qué lo aquejaba.

──Ciro ──lo obligué a responder.

Solo cuando abrió los ojos respiré otra vez, una sonrisa perezosa curvó sus labios, un ápice de su seguridad habitual.

──Acuéstate conmigo ──pidió en un tono demasiado pesado y grave──. No es nada. Ven.

No quise agregar nada, y me limité a alejar el pelo de su frente.

Me acomodé detrás de él, recostando su cabeza en mis piernas mientras lo miraba, se veía tan vulnerable y pétreo como una estatua de mármol. Inerte.

Como un muerto.

Alejé el pelo de su rostro con mis manos, la transpiración lo había dejado grueso y pesado. Ni siquiera reaccionó cuando lo toqué.

Llamé su nombre otra vez, trémula, muy despacio, como si no quisiera la confirmación de algo que ya sabía.

Toqué su pulso, busqué, pero no lo encontré, el pánico subió tan rápido que por un momento no pude respirar, su piel fría.

Demasiado frío.

Ni siquiera fui consciente de que había llorado hasta que las lágrimas calientes rodaron por mi piel y un sollozo me quemó buscando escapar de mi garganta. No tenía pulso.

Me aferré con fuerza a su cuerpo, como si eso sirviera de algo cuando él podía estar en un lugar demasiado lejos.

Recordé la primera vez que lo vi, mirándome desde la altura de su trono improvisado, sus ojos fríos mientras me analizaba, sentí su beso cálido sobre mi frente y sus brazos rodeando mi cuerpo mientras me decía que no dejaría que nadie me lastimara.

Los sollozos volvieron a subir por mi garganta, pero los cubrí con mi brazo.

Volví a recostarlo en la cama, con cuidado, y bajé con rapidez antes de observar mi reflejo en el espejo. Me pasé las manos por el rostro hasta que todas las lágrimas se fueron y me obligué a mantenerme serena.

Envaré, saliendo de la habitación y cruzando el vestíbulo hasta la puerta. Al abrir, me dirigí al soldado de forma directa. Él me observó un poco como si estuviera loca, quizás, todavía sentía los ojos picando y la piel de Ciro muy fría.

──Quiero que vayas hasta la cocina y mandes alguien con todo lo que te pido ──ordené──. Apunta bien o te voy a mandar otra vez.

Él asintió, sorprendido.

──¿Se encuentra bien, su alteza?

──Presta atención ──le corté──. Tierra de los jardines, un recipiente con agua, carbón, velas, muchas y necesito, un hilo o un lazo de color negro. Rápido.

Abrió la boca, pero no dijo nada, aplanó los labios.

──Enseguida, varkesa.

──Rápido.

Volví a la habitación y corrí hasta el tocador, rebusqué entre mis cajones hasta dar con un pequeño espejo y con más rapidez fui con Ciro.

La angustia volvió cuando se mantuvo inerte, la fiebre ya lo había abandonado. Me recosté a su lado, un momento, esperando que despertara, acaricié su pelo, pero no hubo nada. Acerqué el espejo a sus labios, un momento, el leve vapor había empañado la superficie espejada.

El sonido de la puerta me sacó de mi ensoñación.

Corrí a abrir, una criada me miraba al otro lado con ojos entornados. Apenas me fijé si estaba todo, y lo arranqué de sus brazos, había colocado las cosas en una cómoda canasta.

──¿Quiere un máster, alteza?

──No, no quiero a nadie rondando, fuera.──Y cerré la puerta de la habitación.

Llevé todas las cosas a la habitación y las dejé sobre el diván a los pies de la cama, tenía el corazón latiendo en mi mano cuando lo recordé y fui a cerrar la puerta principal de los aposentos.

Solo para estar segura, volví a cerrar con llave la puerta que conectaba al vestíbulo. En mi desesperación, corrí un mueble para dejarla completamente trabada.

No había tiempo para más.

La habitación era grande, con espacio de sobra, pero los pisos esmeralda no me servían, salí al balcón techado y ahí sí, tracé un círculo con el carbón. Lo había visto las suficientes veces como para reconocerlo y formar el patrón no fue difícil, aún con mi pulso frenético y manos temblorosas.

Primero la tierra, fresca y recién removida, junté un puño y fui trazando una línea alrededor del círculo, repetí el proceso con el agua limpia, corrí a prender las velas y coloqué una en cada punto.

Una por cada elemento.

Una vez terminé con eso fui por Ciro, lo tenía que mover desde la cama hasta ahí, me acerqué a él para despertarlo.

──Ciro ──lo llamé──. Ciro, ven conmigo. Levántate.

Pero él no me respondió y otro sollozo volvió a ahogar mi garganta. Sonreí.

──Estás inconsciente.

El viento cálido jugaba con las cortinas, formando una idea en mi cabeza, intenté mover a Ciro, su cuerpo demasiado pesado y rígido, el cuerpo de un soldado que no tendría forma de mover.

Respiré de forma profunda, conté y separé su espalda del colchón; sin saber cómo moverlo, lo deslicé hasta el piso y una vez ahí tiré de sus piernas hasta el balcón.

Reí porque si él hubiera sabido la forma en la que lo arrastré, sería suficiente para traerlo desde el infierno.

Me dejé caer a su lado, demasiado cansada como para encontrarle sentido a algo.

──Alteza. ──Los golpes venían desde la puerta de la recámara──. Alteza, abra la puerta. Trajimos ayuda.

Negué a todos y a nadie en particular. Ciro siempre guardaba armas entre sus pertenencias, no me costó recordar la daga que conservaba en el mueble a un lado de nuestra cama.

Todavía seguía inmóvil cuando apoyé su cabeza en mi regazo. Ni siquiera se inmutó, fue como tocar un cadáver.

Pero recordé el espejo, el leve vapor que salía de sus labios.

Tracé una línea profunda a través de mi mano, presioné hasta que la sangre brotó en un dolor sordo. Continué, marcando los cuatro puntos de la unión, los gritos llegaron muy lejanos, como si tuviera la cabeza debajo del agua.

Sostuve la mano de Ciro, fue piel fría y pálida, la daga realizó el mismo camino en su palma, con incomodidad, marqué con rojo los cuatro puntos, como había hecho antes. Acomodé una de las velas que se había caído.

──Tenemos órdenes del segundo al mando para que abra la puerta, varkesa. ──Ya no había amabilidad en su voz──. Hágalo o tiraremos la puerta abajo. Tenemos un grupo de soldados.

──Abra la puerta, Kesare, queremos ver que está bien.

La voz de Herschel me desarmó y terminé por sollozar como una idiota, cayendo en cuenta de la gran estupidez que estaba haciendo, aferrando mi esperanza en algo que ya estaba hecho.

Queriendo juntar las piezas de un cristal roto, sangrando en los bordes afilados. No era nuevo, aferrarse a Ciro siempre había sido presionar una espada por el lado afilado.

Y si lo había hecho tantas veces, no dejaría de hacerlo otra vez.

El llanto quemaba tan fuerte que apenas podía respirar y aun así me obligué a pronunciar, voz quebrada y llena de piedras:

──Yo, Kalena Kesare Kurban, protectora del viento, te tomo a vos, Ciro Beltrán, guardián del fuego, como aliado, guía y compañero, a dónde vayas te sigo, tus batallas son las mías, tus palabras mi guía, compartimos promesa, y cuando tu fuego se apague, que el viento me lleve también. Guía mi camino.

No sé lo que esperaba. Luces, magia, algún aroma en el aire, pero no había nada. Todo extrañamente muerto a mi alrededor.

Si solo eran mitos y leyendas, y no existían tal cosas como un consoroe, Ciro igual moriría y yo sería acusada por hechicería en vano.

Hundí mi rostro en su pecho, la sangre manchando su pechera dónde lo tenía aferrado, ardiendo en mi palma. Enredé el lazo con más fuerza, repitiendo el juramento, pero nada pasó.

Repetí las palabras una y otra vez, sangre pintando su cara y nada pasó.

Los gritos habían cesado, siendo reemplazados por el retumbar de la puerta, una y otra vez. Una y otra vez.

Y pronuncié las palabras una y otra vez. Nada. Estaba demasiado cansada, rogando a los dioses, recé en silencio, murmurando mientras escondía la cabeza en el pecho de Ciro. Evitando que las lágrimas me ahogaran.

Así fue como me encontraron al abrir la puerta.

──Lo mató. ──Miedo puro vibrando en su voz.

──Aléjate de él, bruja.

Entre una maraña de ojos acusadores, Herschel era el único que me miraba con algún rastro de calidez, con pena.

──Venga, Kesare ──pidió──. Todo estará bien.

Presioné mi agarre más fuerte.

──No entiendes, lo iba a salvar, Herschel.

──Él está bien, ven, acércate.

Pero me negué y ninguno de los otros tuvo tanta paciencia, gritando y pataleando me sacaron de ahí. Arsel fue quién me encadenó con hierro, tirando hasta que me lanzó contra una muralla de dos soldados.

El rostro de Arsel tenía la severidad de quién dicta una sentencia. Dejé que las lágrimas corrieran, estaba muy liviana, me dolía la espalda mientras sentía que la tensión me partiría en dos.

Ni siquiera podía respirar.

Nada de eso le importó. La frialdad en sus ojos solo podía pertenecer a la que reinaba en las tierras de Iverna.

──Kalena Kesare Kurban, serás sentenciada por felonía, hechicería y asesinato.

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