70. Romper las Cadenas.

Los días no habían mejorado en Ketrán, se corrían noticias de que tres barcos navegaban por el río Alastor para tomar la ciudad, las patrullas se habían intensificado desde entonces, y los entrenamientos empezaban cada vez más temprano para terminar a la última hora del día.

Por primera vez tenía que un grupo a cargo, y debía dirigirlos hacia la guerra, era la forma difícil de empezar, intenté buscar soldados con experiencia, pero la mayoría no habían pasado de la vigilancia en los palacios. Lo más arriesgado que podrían haber hecho sería ir contra algún grupo de ladrones, escoltar a una familia de nobles en algún viaje.

Aunque pasé la mayor parte de mi entrenamiento en la frontera, sabía que no era así para la mayoría.

──Alister.

No entendía por qué Kalena había elegido a una tigresa de mascota, si se trataba de algún regalo excéntrico de su consorte o una costumbre extraña adquirida en la casa de Vaestea, pero hacía años que las bestias habían dejado de venerarse como divinidades en Escar.

──¿Le puedes decir a tu gato que no moleste a mis soldados?

──Se llama Nívea y entiende perfecto, háblale ──respondió con la elocuencia de quien dice algo lógico.

Ella acababa de realizar una ceremonia de oración en la plaza, convocando paz a través de los Dioses. Al menos eso servía para calmar la inquietud de la gente, y los nobles ya habían empezado a lavar sus culpas donando dinero al Templo, entregando comida en refugios para los desamparados.

Pero los señores de Ketrán no habían desistido en pedir la mita, que seguro hubiera sido de mucha más ayuda.

Cuando miré al animal, noté que tenía sus ojos fijos en mí. Decidí seguir el consejo de Kalena.

──Gatito. ──Estiré mi mano hacia la fiera.

Nívea rugió tan fuerte, que no pude evitar el paso hacia atrás. Varios de los soldados detrás de mí, rieron.

Luego Kalena le habló en otro idioma, no entendí en cuál pero al parecer el animal sí, porque subió al carruaje como una noble más.

──Las oraciones más largas las entiende en el idioma de aessi ──me avisó, sonriente.

Luego de todo lo que había ocurrido, Kalena al fin se veía más relajada, tranquila como cuando la visitaba en la Casa de Vaestea.

Claro que antes ya había creído que estaba bien, y luego ella aceptó casarse con un mercenario para renunciar a sus votos como fórea.

──La veo en el palacio, su alteza.

No pareció convencida.

──Quiero que hagas vigilancia a la noche. ──Frunció el ceño, contrariada──. Que salgas a patrullar.

Entendí la advertencia en sus palabras. El hecho de que me quería lejos de Fennella.

──Kalena ──adopté un tono confidencial, sabiendo que nadie debía escucharnos──. Tenemos un barco listo, hoy a la noche quiero que partamos, todos. Le dijiste a Killian que te irías si él aceptaba que me fuera, pero debes saber que no me iré para dejarte aquí.

──Alister. ──Lució pálida de repente──. No me puedo ir.

──¿Por qué no? ──Al ver que no encontró palabras decidí insistir──. Estoy a gusto, me gusta este puesto, me gusta esta posición y todo lo que tenemos acá, pero no es real y no voy a aceptarlo a cambio de tu libertad.

Aplanó los labios para mirar contra el sol.

──Lo único que quieres es escaparte con la Tarrigan ──me recriminó.

──Fennella puede ayudarte ──indiqué──, ella es dueña de un territorio, Kalena, escucha. ──Aspiré hondo──. No estás segura aquí, aun si creyera que lo estás con él, nunca podría mantenerte a salvo.

──Puedo hacerlo por mi cuenta.

──Entonces déjalo.

Cerró los ojos un largo rato, solo se estaba cerrando en su punto.

──¿Se encuentra bien, su alteza? ──preguntó Berno.

──En el palacio te preparé un té para el malestar, todavía no estás recuperada de la pérdida. ──La tala avisó desde dentro del carruaje.

Ayudó a Kalena a subir, mi hermana la tomó como un salvavidas para escapar de la situación. Me pregunté cuánto había escuchado de la conversación y qué tan estrecha era su lealtad hacia mi hermana.

Cuando el carruaje se alejó, tambaleando en el empedrado, nos dirigimos con Berno hacia el cuartel. O lo que habían llegado a reconstruir de él.

──Ya está listo el equipo que llevaremos en expedición ──me avisó──. Al final sí conseguimos los auxiliares que necesitábamos. ──Dudó antes de soltar sus últimas palabras──. Deberías tener cuidado, Alister, es algo raro. Te acercas a la Tarrigan y el Cuervo, en lugar de tomar represalias, te pone al mando de un grupo de soldados.

Claro que él no sabía de mi parentesco con Kalena, tampoco ayudaba el miedo que tenía por el ataque que había vivido en camino a Ketrán.

──¿Qué podría ocurrir? ¿Ser atacados por sombras y brujos? ──me burlé, intentando relajar su preocupación.

──No sabes lo que dicen de ellos ──insistió──. Recuerda que las batallas no terminan en el campo, un buen soldado vive en miles de guerras a la vez.

──La guerra es lo que sucede entre batalla y batalla, sí, lo sé ──ironicé.

Lo bueno de Berno era que tenía una memoria excepcional, lo que lo volvía un excelente soldado, lo malo era que también lo llevaba a clavarse con todo lo que veía y escuchaba.

Como ataques, guerras, y la extenuante clase magistral de los centores.

Para mi suerte, Cersero se unió a nosotros, salvando la conversación.

──Así que la bruja te eligió como su comandante, bien por ti, muchacho. ──Sonrió, dejando que un aspecto jovial se adueñara de sus facciones.

──La voy llevando bastante bien ──intenté desviar el tema──. Irás con nosotros en la expedición...

──¿Escuchaste lo que le hizo a Terra Saer? ──se apresuró a interrumpir Berno.

──No me interesan las habladurías de la Corte.

──La bruja la mató porque el capitán se estuvo encamando con ella ──siguió, entretenido en su propia historia.

──Es verdad ¿Cómo era? ──Rio Cersero.

──La convirtió en un ciervo que vaga por los bosques en busca de presas, hombres perdidos a los que llama para que se internen en el bosque y una vez ahí, los mata y se come su piel.

──¿Es verdad? ──No tenía idea de por qué preguntaba.

──Claro que no. ──Rio Cersero──. Solo la mató.

Cuando llegamos al cuartel, una joven escuálida y nerviosa esperaba inquieta en la puerta.

──¿Andas perdida? ──le pregunté.

Al verme, pareció tener una onza de alivio.

──El barón le envía un mensaje, a usted ──aclaró.

Miró a mis compañeros, pero ellos no se movieron un pie del lugar. La chica se vio reticente a hablar frente a los soldados.

──El barón prefiere reservar el contenido del mensaje. ──Volvió a mirar a los hombres──. Pero es urgente.

Asentí y, para mi suerte, Cersero se llevó a Berno hacia adentro. Solo entonces la muchacha habló.

──Un juicio se llevó a cabo hoy en el palacio, la joven Tarrigan fue condenada por adulterio, indecencia… ──enumeró como si se tratara de un exámen.

──¿Dónde está ahora? ──La interrumpí.

La urgencia corrió por mi piel como la electricidad de un rayo.

No podía seguir ahí, no sin hacer nada, no sabiendo lo que le podrían hacer a Fennella.

──El barón quiere se vaya, que se marche de Ketrán, dijo que si lo encarcelan…

──Escuche, no hay forma de que me escape ──la interrumpí──, y abandonar el puesto es deserción, sería ejecutado sin ningún juicio. Lo único que me queda es presentarme por mi parte. Dígale al barón que debo dar aviso a mi hermana. Él entenderá.

Ella no se vio convencida, sus hombros cayeron con desánimo, pero, aun así, se despidió con un saludo antes de montar en su caballo y alejarse en dirección al palacio.

No perdí un momento antes de emprender mi propio camino. Tenía que pensar rápido en algún plan, en la forma de abordar a Kalena para que aceptara tomar cartas en el asunto.

De pronto recordé la mirada del capitán la noche del derrumbe, él no me pidió explicaciones, ni volvió a mencionar nada sobre mi acercamiento. La tala tampoco me había impedido acercarme a Kalena mientras tuvo que cuidarla.

Parte de ser un buen soldado era ver las posibilidades en el campo, abrirlas y crear una estrategia, pero había estado demasiado cegado como para tener una visión panorámica.

Puse toda mi vista en ella y aun así fallé. Tendría que haberla protegido, y en lugar de eso dejé que la encarcelaran.

Desmonté, desorientado de repente, al entrar al vestíbulo del edificio ya parecían estar a mi espera.

Una línea de cuatro soldados, y una mujer sentada en el sillón de cuero, su pelo de un marrón un tono más oscuro que el canela de su piel, largo y cayendo sobre su vestido de raso dorado. Era madame Eleyne.

──Alister Kurban. ──Sonrió con falsa cordialidad──. Toma asiento. ──Alzó su vista a sus escoltas──. Esperen afuera.

Obedecí como si no tuviera más voluntad que la que me imponía.

──Ellos son los que te escoltaran, hasta tu celda ──me aclaró con la calidez de una conversación casual──. Una buena celda, desde luego, solo lo mejor para el hermano de nuestra alteza, con ratas muy chiquitas. ──Esbozó una gran sonrisa.

──¿Qué es lo que busca con esto? ¿Castigar a Fennella? Si Kalena se entera…

──Entonces tú y la Tarrigan estuvieron investigando sobre mí. ──Sus dientes crisparon con rabia──. ¿Sé lo dijiste a tu hermana? ¿Qué planean contra mi hijo?

Me mordí los labios con fuerza, pero las palabras brotaron de mis labios, como si su voz fuera una melodía que marcaba el ritmo de un baile del que no quería ser partícipe.

Le conté todo, como llegamos a la Rosa Negra y la historia que nos relató madame Faer, así como también el hecho de que no era información que compartí con Kalena, ni eso, ni el parentesco de madame Eleyne con el capitán.

Su mirada fue de escepticismo.

──¿Por qué? ¿Por qué no se lo dijiste?

──Porque no quería darle más información sobre él, para que él no pudiera usar la lástima para seguir manipulándola.

De todos modos, ella ya sabía lo importante, que Ciro era un Raguen y que sus planes iban más allá de ser el vark del Imperio.

Madame Eleyne sonrió con la soltura de una serpiente. Caminó hasta acercarse a mí, intenté ponerme de pie, pero hilos invisibles me mantenían retenido en mi asiento.

──Mírame, Alister. ──Podía palpar su voz en mis huesos, detrás de mis ojos y en mi cabeza, cerrándose sobre mí como cadenas──. Nosotros dos, vamos a hacer un trato, uno que no saldrá de esta habitación, pero te perseguirá fuera de aquí…

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