69. Cazadores y Presas.

Luego del incendio que acaeció en el Templo, hicieron lo que pudieron para conservar los libros y textos antiguos ahí guardados.

Mientras terminaban las refacciones, el Karsten estaba ocupando una habitación en la torre de la alcaldía.

Era bastante modesta, pero estaba limpia y bien equipada, con lo necesario para darle comodidad.

No era mucho lo que se había salvado, apenas llenaban una vieja estantería de roble.

Desvié la vista hacia el centro de la ciudad, las carretas levantando un polvo rojizo y la gente transitando con gesto pesaroso debido a la seguidilla de malas noticias. Decidí volver a la habitación.

Tomé uno de los libros de los estantes mientras pensaba en cómo responder.

──¿Conoces este?

Señalé uno al azar, o no tanto. Era el libro del León. Una antigua profecía en la que creían los primeros guerreros, quinientos años después parecía haber perdido peso.

Ni siquiera debía formar parte de las conversaciones de los borrachos en las tabernas.

Aun así, Agar sonrió de forma amplia cuando se lo mencioné.

──Habla sobre el fin del Imperio ──explicó──, se dice que llegara un tiempo, el más grande y próspero de Escar, y entonces caerá.

──Maldita por construirse sobre la sangre de los inocentes ──cité el dicho que repetían fuera de los muros.

──El libro también señala la llegada de un mesías. ──Una creencia ferviente brillaba en los ojos de Agar──. Cuando las armas se levanten entre pueblos hermanos, las bestias se levanten en nuestra contra y corran sangre por los ríos. Solo entonces llegará a salvarnos.

Por todo el tiempo que había pasado en el Templo, había aprendido la importancia de la fe, cómo podía unir a una persona para ayudarla a recomponerse y sanar sus partes rotas. Como todo, tenía sus contras, y como la mayoría de las cosas, su uso desmedido podía romperte tan fácil como para que no quedara nada que arreglar.

Me pregunté hasta dónde llegarían las creencias de Agar.

──¿Él? ──repetí igualmente──, el destino de un Imperio puesto en manos de una sola persona. Suena más como a un cuento para niños.

──Aunque no lo creas, esa historia mantuvo a hombres en vela durante siglos. ──Sonrió, dejando a un lado la seriedad──. Cada tanto alguno vuelve a caer. Dicen que los que leyeron ese libro se obsesionaron siempre con la profecía.

──Preferiría conservar mi cordura, es de lo poco que me queda.

Guardé el ejemplar, haciendo que el polvo volara por el ambiente. Mis dedos quedaron ásperos por el tacto de las hojas viejas.

──Sabes que el vark te eligió por un motivo ──retomó en su tema inicial──, y la máster Athenea.

Entonces dejó caer otro libro pesado sobre la mesa frente a mí.

«Consoroe, vínculos y lazos de poder».

Tenía una cubierta de cuero negro con letras doradas, lo atraje hacia mí, manchando el delicado vestido ocre con polvo. Estaba clara la importancia que tenían esos libros en Ketrán.

──¿Qué hace acá?

──Ketrán tiene las bibliotecas más antiguas y extensas, hay de todo ──respondió con un ademán. Luego sonrió──. Vas a tener que aprender todo eso.

──¿De qué se trata? ──Pasé algunas hojas, pero tenían el tacto delicado de una lija.

Estornudé varias veces, dándome por vencida.

──Kalena, un juicio por felonía es algo grave y el castigo es…

──La hoguera ──finalicé cansada.

──Eso sería benevolente. ──Formó una línea entre sus labios antes de volver a buscar en el fondo de la biblioteca, subiendo en un banco para alcanzar la hilera superior.

El olor a incienso en la habitación comenzaba a marearme, picando mi nariz de forma molesta, ni siquiera las ventanas abiertas de par en par podían hacer gran cosa.

──Acá.

Cuando lo noté, ya había colocado el ejemplar entre mis manos.

«Juicios, fallos y castigos del Supremo Tribunal».

──¿Es muy necesario?

──Tambien te puedo traer los ejemplares de “Siete caminos a la locura”, el máster que se arrojó de una torre creyendo que era un perro o la varkesa que se comió su mano completa por…

──Basta ──chillé con asco.

Agar rio por su retorcido sentido del humor. Una sonrisa tiró de mis labios al saber que bromeaba. Esperaba que lo hiciera.

──Agar, ¿confías en Ciro? ──Era una pregunta que venía rondando hace mucho.

Adoptó una pose solemne antes de sacudir las manos en las faldas de su vestido, sus ojos verdes destellando con decisión.

──Confío en un tiempo en el que ya no deba temer a ser cazada o perseguida.

Como argumento de su punto, levantó los puños de sus mangas. Una línea rugosa, casi dorada en contraste con su piel bronce, se marcaba horizontal en su muñeca.

──Quisieron sacarme la mano con un cuchillo de carnicero ──recordó de forma sombría, antes de volver a colocar la manga en su lugar──. Fue en Katreva.

──Esa puede no ser la única razón por la que te cortarían una mano en Katreva.

Agar asintió, todavía atrapada por su recuerdo. Por un momento se vio tan afectada que no supe que agregar, intentar cualquier réplica sería como caminar por el borde de una cornisa.

──Entonces ──retomé──, quizás me puedas hablar sobre el ritual de unión, ¿lleva sacrificios humanos o algo así?

Sonrió, volviendo a la conversación.

──Mucho mejor, tienes que beber su sangre tres días seguidos.

Mi gesto de horror debió ser obvio porque Agar estalló en risas. Reí de forma nerviosa.

Parte de mí todavía quería pensar que Ciro tenía sus límites.

Estaba atardeciendo cuando volvimos al palacio, yo con dos volúmenes sobre lazos y sinergia, y uno sobre la Vida y Muerte de Rella. Agar se había mostrado muy interesada en lo mismo, el alcance del vínculo y si había formas de cortarlo o inhibirlo, pese a que la mayoría apuntaba a lazos permanentes.

Agar se llevó los libros con ella, mientras yo decidía ir por Alister. No lo encontraba por ningún lado y sospechaba que debía haberse perdido por ahí con la Tarrigan.

Eso deseé cuando le pregunté por su paradero a un soldado, tenía un ojo cruzado por una cicatriz y la pinta de salir victorioso en una pelea con cualquier animal salvaje.

Era extraña la forma escueta y nerviosa en la que me respondió, que no coincidía con su apariencia.

──Él está de patrulla, su alteza, con permiso.

Se fue antes de que pudiera repreguntar nada, supuse que Alister estaría con la Tarrigan y su compañero debía estar cubriéndolo.

Ojalá al menos él supiera lo que hacía.

Esa noche, Gaella ofrecería otra de sus célebres fiestas, al pasar por el Salón Rubí pude ver a los músicos acomodándose en un estrado que debía haber sido montado en especial para ese día.

Decidí subir hasta mi habitación y prepararme para la noche, la luz anaranjada de las lámparas de aceite iluminaba la alcoba en tonos cálidos. Sobre mi mesita de luz se encontraba otro ejemplar de Sobre la Vida y la Muerte de Rella, el mismo libro que Killian me había dado esa noche en la biblioteca.

Busqué entre las páginas, ahí estaba, la emoción me invadió al suponer que serían buenas noticias, pero se apretó como un nudo al leer la nota.

Killian quería que nos viéramos en el salón de guerra.

Como lo había supuesto, la habitación estaba a oscuras, pensé que quizás lo encontraría leyendo como era usual en él, pero esa vez me tocó a mí esperarlo.

Me acerqué a la ventana, anhelando distinguir algo en el movimiento lejano de la ciudad, pero debido al toque de queda que había impuesto Ciro luego de los incidentes, las calles estaban vacías. Ketrán era una ciudad de edificaciones de una o dos plantas, con calles anchas y tan limpias como lo indicaban las leyes de la Carta Roja.

Era una lástima que las últimas semanas hubiera sido golpeada por la desesperación y hambruna, y que un ataque inminente sobrevolara sus muros.

Estaba tan sumida en mis pensamientos que no noté cuando Killian llegó.

Reaccioné al sentirlo detrás de mí, se colocó tan cerca como para que nuestros cuerpos se rozaran. Me pregunté si había cambiado de opinión, respecto a la última vez, o solo estaba tratando de delinear la línea borrosa de hasta dónde lo dejaría llegar.

Podía ser consciente de sus manos buscándome en la oscuridad, su nariz recorrió un camino por mi cuello mientras me sostenía de espaldas a él.

──¿Me estabas esperando, amor? ──Su voz se deslizó como el frío de un puñal, enviando un estremecimiento gélido que se extendió por toda mi piel.

Había estado a punto de soltar el nombre de Killian.

──Ciro. ──Me quedé sin aliento.

──¿Qué hacías acá?

Volteé para encararlo, pero terminé por rehuir de su mirada, por un momento me sentí una persona horrible. La culpa se retorció en mi estómago.

Al mirarlo a los ojos, reconocí la misma mirada fría y calculadora de siempre, buscando ver más allá de mis expresiones.

──Vine a ver si estabas aquí ──mentí──, quería verte.

Dejé salir el aire de forma leve, como si él pudiera leer la verdad en cualquier cambio de respiración.

──¿Y por qué supusiste que estaba acá? ──Su voz fue grave pero aterciopelada.

──Bueno, estás.

Sus ojos me analizaron, buscando la falsedad en mis palabras. No respiré. Él tenía mucha más experiencia en las mentiras, debía detectarlas con la misma facilidad que las soltaba. Aun así, acarició mi rostro entre sus manos, con suavidad, antes de cernirse sobre mí.

Colocó su índice bajo mi mentón para que lo mirara a los ojos. La penumbra sumiendo sus facciones.

Ciro iba con su uniforme de guerra, pero su chaqueta era del rojo espeso del vino que tanto adoraba, y le llegaba hasta por debajo de las rodillas, como las que acostumbraba a usar en Escar.

Era el rojo de la sangre, del fuego y del Arakh.

Noté mi cuerpo ceder cuando Ciro se alejó hasta la jarra sobre la mesa en medio de la habitación, se sirvió una copa, como ya era costumbre en él.

──Vas en la expedición con Vaetro ──dije para romper la extraña tensión que él mismo había formado.

Me contempló, el silencio goteando de su mirada. Sus ojos picaban tan afilados como dagas. Sonrió.

──Sí, tenemos un campamento afuera ──detalló──, me llevo parte de tu guardia, sé que quieres estar al tanto de todo, y te dejo a Herschel.

Ciro dejó el cáliz a un lado, tomando asiento en la silla ornamental que ocupaba el cabezal de la mesa. Estaba mirándome en silencio, con la misma paciencia y detenimiento con él que lo había visto analizar mapas y buscar zonas de ataque.

──¿Por qué me miras así? ──Una sonrisa nerviosa tiró de mis labios.

──Estás hermosa ──me halagó en un tono sedoso y cautivante.

──Gracias.

──Eres hermosa ──dijo mientras sus ojos me recorrían, brotando un cosquilleo en mi vientre──. Acércate.

Una vez lo hice, sus ojos escalaron hasta los míos, me colocó entre sus piernas mientras sostenía mi cintura para acercarme, para pegarme a su cuerpo como si fuera el lugar donde debería estar.

──Te dije que juntos íbamos a lograr el poder de todo, ¿lo recuerdas?

──Y después lo obtuviste sin mí ──repliqué──. Asesinando.

Torció una sonrisa.

──Una muerte en campo de guerra es una victoria, amor.

Quería hacer la pregunta en voz alta, pero no serviría, él no me diría la verdad y aunque lo hiciera, yo no querría escucharla.

──Podríamos llegar lejos juntos, los dos. ──Mantuvo el tono rígido de siempre, su nariz delineando mi cuello──. Liberar todo tu poder.

──Usarme como un arma.

Sonrió en lugar de responder.

──¿No te gustó? La forma en la que esa gente te miró con adoración. ──Se recostó en el sillón como si fuera un trono──. Pasar de las miradas recelosas en Escar, a la fascinación que te tienen en Ketrán.

Delineó mi mejilla con sus dedos, marcando el contorno de mi rostro.

──Ser adorada como una deidad. ──Su voz deslizándose de forma densa y oscura──. Como una diosa.

Alejé mi piel de su toque.

──Te crees un dios, Ciro, ¿es eso?

──Siempre hubo algo de divino en los Raguen. ──Acarició el pelo lejos de mi cuello.

Un nudo se apretó en mi vientre, me puse de pie para poner distancia entre ambos, me alejé y Ciro me siguió por la habitación.

──Tienes todo lo que querías, eres el vark. ──Me planté frente a él──. El dueño de todo, ¿hasta dónde quieres llegar?

──Hasta dónde necesite. ¿Nunca pensaste en tus padres? ¿En qué posiblemente murieron masacrados solo por ser tala?

──No vas a terminar la violencia con más violencia.

──Pero bien podría equilibrar la balanza ──ironizó.

──Vas a terminar por enloquecer, como le pasaba a todos los Raguen antes, como tantos que murieron creyéndose dioses.

──Hablas como si no fuéramos iguales.

──No lo somos.

Él alzó una ceja.

──¿Y el soldado que mataste? ──Clavó sus ojos de piedra en mí──. ¿Los guardias que asfixiaste y tuve que mandar a enterrar como cebo en el jardín? Dejé sus cuerpos como abono y nunca preguntaste por ellos.

Me estaba ahogando. Quise alejarme, pero él no me lo permitió, al contrario, sujetó mi cintura para acercarme hasta chocar nuestras frentes. Su altura lo tenía completamente cernido sobre mí.

──¿Eres consciente de la forma en la energía fluye cada vez que lo utilizas? Es algo inherente, nadie puede quitarnos eso. ──Por un momento caí por el peso en su voz──. Son un montón de gente hipócrita que fingen adorar a sus dioses y nos desprecian por tener sus dones.

No tenía por dónde rebatir, o quizás simplemente no me importaba hacerlo. Él aprovechó mi mutismo para continuar.

──Ya no continuaremos siendo perseguidos.

Lo observé de forma detenida y algo llamó mi atención, una marca que cruzaba su mejilla. Acaricié su piel, con cuidado de no hacerle daño.

──¿Dónde te hiciste esto?

Ciro me dedicó una mirada rápida.

──En un entrenamiento.

Antes de que pudiera seguir insistiendo, su lengua delineó el espacio entre mis labios y mis piernas flaquearon cuando nos besamos. Inició con suavidad, desarmándome poco a poco. De un momento a otro, se aferró a mí con tanta fuerza como si yo fuera un arma en un campo de guerra.

Siguió hasta que mi espalda chocó contra la pared detrás de mí, pero no despegó sus labios de los míos y yo tampoco quería que lo hiciera.

Era muy difícil saber que lo amaba y que quizás él nunca me correspondería de la misma forma, aun así, me encontré sostenida a su cuerpo y volviendo a besarlo después de cada respiración.

Quería que él fuera diferente, desde el comienzo lo había deseado, podía llorar y echarle la culpa, pero la verdad era que incluso si él hubiera sido honesto, nunca quise ver el tipo de persona que era. Prefería ver las partes buenas y cegarme a todo lo demás que hacía.

No podía decir que Ciro me había manipulado, cuando yo había querido verlo como todo lo que necesitaba.

──¿Qué te ocurre?

──Déjame.

Intenté alejarme, pero me retuvo entre sus brazos.

──Seguiste las recomendaciones de Agar.

Desde que había tenido la pérdida no volvimos a tener relaciones, esas eran las indicaciones de Agar. No me había dado cuenta de todo lo que nuestra relación dependía de eso hasta que tuvimos que tomar distancia.

Así había sido desde Escar, podíamos discutir por cualquier cosa y luego terminábamos por reconciliarnos en las sábanas. Ciro me tocaba y lograba romper mi voluntad. Quizás porque era lo único que siempre obtuve de él.

──Kesare ──insistió.

──Sabes que sí.

Al encontrar su mirada dura fue como leer una amenaza, podría descifrarme solo con eso. Mi cabeza daba vueltas por una salida mientras él se colocó sobre mi cuerpo, besó el pulso en mi cuello y me estremecí.

Lo tenía tan cerca como para sentir cualquier cambio en su respiración, su cuerpo rígido contra el mío y sus ojos oscuros midiendo mis movimientos.

──Ciro, fóllame ──pedí.

Él enarcó una ceja, como si le hubiera pedido que matara a alguien. No es como si él tuviera problema con eso.

──Kesare…

──Hazlo ──repetí sobre sus labios.

Dejó salir el aire de forma pesada, repetí su nombre, sabiendo que él cedería.

──Kesare. ──Su voz fue ronca, sus músculos como piedra──. Todavía te tienes que recuperar de la pérdida.

──¿Ahora ya no piensas usarme? ¿Te cansaste? ¿Te aburriste de mí?

Él realizó una mueca, como si le hubiera dado una bofetada. Se alejó tan rápido que el frío me invadió.

──Jamás te usé.

──Siempre que quisiste, ¿qué es diferente ahora? Úsame, Ciro, úsame y deséchame como siempre hiciste.

Lo vi inspirar de forma profunda, como si el problema fuera yo.

──¿Eso quieres? ──me desafió.

No sabía si eso era lo que quería, pero eso era lo que él podía darme y tenía que ser suficiente.

No me dio tiempo de responder cuando se abalanzó sobre mí. Aplastó su cuerpo contra el mío, de la forma que quería, intenté desabrochar su pechera, pero él sujetó mis manos para colocarlas contra la pared. Se sintió más como una lucha de poderes que como las caricias de dos amantes.

Mi cuerpo se relajó mientras su nariz delineaba mi cuello, me arqueé cuando me mordió de forma leve, dejando un rastro de besos que me dejaron sin aire.

Trepó su mano por debajo de mi vestido y gemí para que continuara, Ciro se detuvo. Apoyó su frente en la mía, su respiración quebrada, antes de volver a hablar.

──Sé lo de Vaetro.

No respiré, demasiado rígida, demasiado tiesa, quedé petrificada en mi posición.

──¿Qué cosa? ──me desentendí.

Sus labios bajaron por mi cuello, mordió mi piel, antes de volver a mirarme.

──La carta que le autorizaste.

Una vez se alejó, volví a estar vacía, bajé las faldas del vestido mientras él se acomodaba el traje.

──Era necesario.

Ciro asintió mientras se ponía de pie, acomodando su ropa en el espejo, luego volvió a la mesa donde estaba antes. Yo seguía quieta en mi lugar.

Me tendió un vaso de vino, el mismo que él no había tomado.

──¿Ya comiste algo? Todavía debes cuidarte por lo que ocurrió en el derrumbe.

Acepté el vaso que me daba, tomando el vino como excusa para no hablar. Él me observó con paciencia, una vez terminé, lo devolvió a la mesa y acarició mi mejilla con sus nudillos.

──Me tengo que ir a la expedición, ya hablé con tu soldado para que todos se vayan acostumbrando a verlo al mando. Sé que elegiste un soldado de primera línea.

──Fue recomendación de Herschel.

Se agachó hasta quedar a mi altura.

──¿Debería preocuparme por verte tan cerca de Herschel? Soy un tipo receloso con lo que es mío.

──¿Y yo soy tuya? ──me mofé.

──Cada parte. ──Su tono debía ser juguetón, pero se oscureció de manera lúgubre.

──Cada vez que querías que lo dijera. ──Lo miré directo a los ojos──. No lo decías como algo romántico. ──Como si pudiera serlo──. En serio era lo que querías, tenerme.

Ciro permaneció en silencio, su mirada escaló hasta la mía.

──No hubiera podido, igualmente.

──No, no podrías.

Se acercó para besarme, pero lo evité y terminó por dejar un beso en mi pelo.

──Sabes que me importas, Kesare. ──Su voz salió como si hubiera luchado por soltar las palabras.

El problema era que eso no sería suficiente. No servía que me dijera que me amaba si eso no lo iba a detener al momento de lastimarme, no servía que le importara, si pasaría sobre mí para conseguir sus propios intereses, simplemente amar no era suficiente.

──Sí, lo sé.

Él no se vio convencido, pero lo aceptó, antes de enderezarse y tomar lo último de la copa, del mismo lugar donde yo había posado mis labios. Cuando me miró sus ojos parecieron buscar algo más en mí, pero lo que sea lo encontró y se lo guardó para él.

Una vez estuve sola, pude respirar otra vez.

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