68. El Cisne Negro.

Estaba recostada sobre los almohadones, demasiado cansada pero con mi mente entretenida en revolotear una y otra vez sobre las mismas ideas.

Recordé lo que me había dicho madame Faer antes de desaparecer. Busca las respuestas en el Templo. Y ahí había hallado al Karsten.

«Encuentra su debilidad», había dicho él, lo primero que hice fue pensar en su esposa y la única persona por la que lo había visto preocuparse.

Pensé en su madre, lo que era una buena opción, pero al final me decidí por cortar el problema de raíz. No importaba qué hiciera contra el vark, él no se detendría y solo le daría una razón para tomar represalias.

Él era el único que debía pagar por sus crímenes.

──Necesito una dosis de seanes ──le había dicho al Karsten.

──Córtalas del jardín.

──De veneno ──aclaré, aún sabiendo que él había entendido a la primera.

──El veneno no lo matará, pero puede que la falta de él sí.

El ruido de la puerta fue un crujir leve y esperé, botas cayendo en el piso seguido del sonido de la tela. Cuando abrió la cama no tardó en acoplar mi cuerpo al suyo, me di la vuelta ignorando el frío que traía desde afuera, lo besé, Alister rio de forma suave.

──Cada vez llegas más tarde.

No se había hecho el corte reglamentario en un tiempo y mechones castaños ya le caían sobre la frente. Su barba descuidada le daba un aspecto más cansado, pero también más fiero.

Alister me saludó con un largo beso antes de levantarse otra vez.

──Hay mucho trabajo ahora, ahora que tengo hombres a cargo. ──Sonrió a la espera de mi reacción──. Kalena dice que después va a necesitar una legión, estoy eligiendo solo los mejores soldados aunque de los que están acá muchos no hacen más que patrullas, ahora y el resto de su vida. Por eso se enlistan. ──Se levantó para ir a servirse un vaso de agua──. Comida y ropa, ya es más de lo que la mayoría conseguirá nunca.

──¿Por eso te enlistaste? ──Nunca me había puesto a pensar en eso realmente, en Alister y lo que significaba para él unirse al ejército.

Le daba una posición a alguien que era una cara más entre otros huérfanos en el Imperio. Lo mismo debió ser para su hermana.

Alister volvió a sentarse en la cama, pasando una mano entre su pelo.

──No había muchas opciones, eso o trabajar como aprendiz para algún herrero, artesano, cualquiera que esté dispuesto a darte un oficio y comida ──explicó──. En el ejército al menos hay posibilidad de ascenso.

Una ilusoria posibilidad, la mayor parte de los cargos altos los ocupaban los nobles, mercaderes, o amigos de cualquiera de ellos. Aspirar a centurión sería demasiado.

──Pero te gusta lo que haces, de verdad.

Alister me sonrió extrañado.

──¿Por qué la pregunta? Porque podrías tener lo que quieres, pero yo no puedo dártelo, estar conmigo te puede costar la cabeza y en cambio me sentiría menos miserable al saber que te aparto de un cargo que igualmente odias.

──Porque quiero saberlo. ──Me levanté el pelo para dejarlo caer hacia atrás, frustrada──. No quiero que te pongas en peligro al estar conmigo.

Realizó una mueca antes de golpear mi frente, lo miré con recelo y él aprovechó para besarme de forma rápida.

──No quiero que te preocupes, Fennella, amor, estamos juntos ahora como lo estuvimos en Kanver.

Realmente pensé en decirle, quería, pero él se veía tan radiante y feliz que hubiera sido mezquino, tanto como apagar una estrella. Le sonreí mientras me acercaba a él y Alister me atrapó entre sus brazos.

Acarició mi mejilla con suavidad antes de contemplarme en silencio, me dejé cautivar por sus ojos cálidos y su sonrisa sincera. Mi corazón latía muy rápido, pero no me dio tiempo de que la culpa se asentara, no cuando me hizo sentir como si todo pudiera estar bien solo con estar con él.

Y no se lo dije.

No le mencioné lo que el Karsten había avisado, que al otro día habría un juicio en mi contra, en donde seguramente me cortarían la cabeza por adulterio.

Al otro día me levanté temprano, las doncellas me ayudaron a vestirme y prepararme para mi juicio. Elegí un vestido azabache, de falda amplia que caía en pomposas capas de volados de satén y dejaba los hombros descubiertos, con las alas abiertas de un cisne negro en el escote. Me pareció adecuado.

Las doncellas también me ayudaron con una media cola que dejaba caer mi pelo en ondas más allá de mis hombros. Si me iban a llevar a juicio, al menos me vería excelsa.

Ellas no lo sabían, pero yo sí, para cuando me mandaron a llamar al Salón del Trono fingí sorpresa, como si no supiera hacia dónde era dirigida.

La sala era tan magnánima como la recordaba, yo tomaría lugar al pie de las escaleras, mientras ellos me observaban desde la cima.

El vark se veía demasiado contento para mi gusto, sentado en el trono, mientras los señores de Ketrán trataban de no mostrar su disconformidad, de pie junto a él, al ser relegados de su autoridad ante la llegada de su majestad.

El Karsten evitó mirarme.

Pero también había una pintoresca fila de nobles atentos a mi humillación, formando una hilera a la derecha de la sala. Al menos se habían engalanado para la ocasión.

Realicé una reverencia con una sonrisa en los labios.

──Fennella Tarrigan de la casta de Kanver ──promulgó Arsel──. Se te acusa de adulterio, indecencia y de ir en contra de nuestras sagradas costumbres, serás juzgada según la Carta Roja y en ella encontraremos la justicia sagrada de Aeres.

Pasé la vista por los presentes, la completa atención en sus rostros era encantadora.

──La Madre así lo guíe.

El juicio duró menos de lo esperado, ellos tenían muchos alegatos de mi falta de decencia y yo poco material para rebatirlos. Un montón de imbéciles jugando a ser puritanos.

El vark pareció disfrutar cada argumento en silencio, para cuando Killian entró, se estaba leyendo el veredicto, era muy tarde para que pudiera interceder, pero el espectáculo estaba en auge para los presentes.

Aun así, se había perdido de un buen desfile de doncellas, criados y honorables caballeros Derkan, dando fe de mi poca vergüenza.

──Intercedo por Fennella Tarrigan en nombre de Kanver ──prorrumpió Killian en su estado de barón──, como miembro de la casta de Kanver y según así lo establece el párrafo sobre la labor del pater en la Carta Roja, serás juzgada según la ley que tu barón considere.

Los murmullos se levantaron en la sala. Estaba claro, ellos se habían aguantado toda la parte engorrosa del juicio y no permitirían que todo se resolviera con menos que azotes. El hecho de que Killian me hiciera salir librada con apenas una multa, debía parecerles inconcebible.

──Así lo veo correcto ──concluyó el Karsten──. El barón...

──Declino ──estableció el vark. Me quedé sin aire ante la diversión en sus ojos grises──. La falta no fue contra un miembro de la casta de Kanver, los señores de la casta de Val Lasserre se vieron muy afectados por tu rompimiento del acuerdo, y es mi deber como vark interceder y proteger en los conflictos e intereses de mis vasallos.

Era una lástima que Blak no estuviera ahí para devorarse a ese imbécil.

──El matrimonio ya fue disuelto ──sentenció Killian──, no hay nada que hacer.

──Lo hay, sí. ──Cuando se dirigió a mí, su soberbia fue fría──. Tarrigan, serás juzgada no solo por adulterio sino por incumplimiento en la ley de contratos. Tu familia no cumplió la alianza y el apoyo prometido a Val Lasserre.

Abrí los ojos, quería hablar, quería decir cualquier cosa para defenderme, pero mi garganta estaba seca y mi lengua demasiado pesada.

──Se concluye el juicio, el veredicto se te será dado mañana en la plaza principal ──terminó con impunidad.

Intenté alcanzar a Killian, pero dos soldados me sujetaron, si luchaba le daría a la gente el espectáculo que quería pero era inevitable. No se suponía que iba a ser así. El Karsten debió interceder a mi favor, lo vi hablar con el vark, pero él huyó de todo antes de abandonar la sala.

Killian se veía pedido y tuve que gritar para que se acercara, esperando que encontrara mi voz, ya no me importaba, no podía empeorar el espectáculo.

──Fennella.

Pero los soldados me arrastraron lejos de ahí.

──Te voy a sacar, no te preocupes ──Fue todo lo que alcancé a escuchar antes de que me sacaran de la habitación.

No podía ver nada en la celda. Estaba a oscuras. Ellos me habían metido en una jaula como si fuera un animal, y en los calabozos solo vigilaba un guardia al que había intentado sacarle algo de información, pero él seguía viéndose reticente.

──Déjalo, chica, no hubiera llegado hasta donde estoy si me hubiera dejado encantar por alguna cara bonita.

Pegué mi cabeza contra los barrotes, pero seguía sin verlo.

──¿Crees que soy bonita? ──jugueteé.

Su bufido resonó en el silencio. Terco como una mula.

──¿Y con llegar hasta acá te refieres a una celda sucia como guardia de una indecente desvergonzada? ──Me reí.

──Sí, de una con la lengua muy larga.

──Parecía un hombre con más aspiraciones, teniente…

──No soy teniente ──me cortó.

Esa no era tarea de tenientes.

──Pero tiene el porte. Seguro alguna vez se lo habrán ofrecido. Teniente… ──dejé un espacio para que completara su nombre.

──Soy Kado ──respondió y sonreí.

Casi lo tenía.

──No pierdas tu tiempo con ella, Kado.

Un chirrido y una antorcha iluminó mi rincón.

Era el capitán, su traje brillando como obsidiana bajo la luz de la antorcha y su sonrisa de hijo de puta como siempre.

──Mi capitán ──fingí una reverencia, arrastrando los volados del vestido en el agua que cubría los pisos de la celda.

──¿Cómo se encuentra, señorita? Espero su experiencia esté siendo fructífera.

──Estoy tomando esto como un tiempo de meditación, recordando la última vez que tuvimos una reunión, estaba muy ocupado masacrando al pueblo que se le había rebelado en contra. ──La burla bailando en mis palabras──. Por lo que escuché, sus habilidades diplomáticas no mejoraron mucho desde entonces.

──Habrá escuchado mal. En prueba de eso, le vengo a ofrecer un trato ──Una sonrisa tan amplia de su parte nunca auguraba nada bueno.

──Lo escucho, su alteza.

La mirada de Beltrán era odio puro y denso retorciéndose en sus ojos, pero sonrió.

──Sal de la habitación, Kado.

Hasta entonces pude verlo mejor. Era tan alto como cualquier derkan, pero lucía desgarbado para su contextura.

──Pero señor.

──Fuera.

Una vez solos, el vark me miró con un desdén que traspasó los barrotes de la celda.

──No te tengo miedo ──le ladré──, entra en la celda y te sacaré los ojos con estas manos.

──¿Crees que voy a ser tan imbécil? La sangre de los traidores corre por tu venas.

──¿Entonces para qué quiere mi palabra? ──le rebatí con exagerada inocencia.

──¿Sabes cuánto se tarda en quebrar la voluntad de alguien? ──amenazó, probando los barrotes oxidados.

──No creo que tengas tanto tiempo como para verme ceder. ──Sonreí conforme.

──Hay una diferencia entre la valentía y la estupidez, Tarrigan. ──Enarcó una oscura ceja.

──Sí, usted no posee lo primero.

Él no se inmutó ante mi comentario, rio, firme y grave, de forma baja. Después se acercó tanto como le permitieron los barrotes.

Pensé en cómo se regocijaba en mi imagen, atrapada en un pequeño espacio con olor a óxido y pis, en el mejor de los casos.

──Tu madre, la dama de Tarrigan, está en Valtra justo ahora. Sé que llegó para la ceremonia. Quiere validar su gobierno, como si solo fuera cuestión de aparecerse en una fiesta avisando que ya hay un reino nuevo ──se burló.

Odio. Solo tenía odio puro cuando lo miré. Quería arrancarle la piel.

Entonces, ella nunca había querido recuperar sus territorios. No solo eso. Quería hacer de Tarrigan un reino independiente. ¿Cuántos siglos habían pasado de eso?

──¿Falta de comunicación familiar, Tarrigan?

──¿Dónde está?

──La historia se repite, Tarrigan siendo ejecutados por traición ──comentó entretenido.

La ansiedad ardió con lágrimas en las comisuras de mis ojos. No derramé ninguna.

──¿Qué quieres?

──Yo no ──fingió defenderse──, pero ya viste el juicio, la poca estima que la gente le tiene a ti y a tu familia. Dejar tu casta morir por traición... Sería una tragedia.

──Hijo de puta infeliz.

Arañé su rostro, rasgando su mejilla, pero él se alejó demasiado rápido como para más daños. Sonrió.

──Dime, Fennella, cuál es tu precio, estás acorralada, no tienes nada. Ni tierras, ni títulos, ni reputación. Estás acabada ──expuso──. Ni el barón, ni la Orden podrían salvarte.

──Pero nuestra excelentísima magnificencia, sí ──torcí una burda sonrisa.

──Puedo interceder por ti, abogar por ti y darte una sentencia clemente.

Y Alister. Me pregunté si su esposa tendría el suficiente poder para apoyarlo.

──¿A cambio de qué?

──Tus tierras.

Negué con vehemencia.

──Tu madre rompió un contrato, por lo que perdió el derecho sobre ellas, pero ahora son tuyas por la ley de sucesión, renuncia a ellas y empieza de nuevo ──ofreció──, te podrías llevar a tu soldado, tendrían suficiente dinero para vivir cómodamente en Valtra, te puedo conseguir un buen mecenas y hasta podrían casarse. ¿No suena como un final feliz?

──Y a cambio de eso matas a mi madre y destruyes todo lo que queda de mi familia.

──No queda nada de tu familia, hace siglos que no son más que polvo.

Apoyé mi cabeza en los barrotes. ¿Cuándo había caído tan hondo?

──Piénsalo rápido, Tarrigan, porque el hambre y el frío no son buenos consejeros, mientras pase el tiempo mi propuesta podría no ser tan generosa.

Medité antes de hablar, bajando el tono para que tuviera que inclinarse para escucharme.

──Prefiero morir quemada, ahorcada o despellejada, antes que hacer cualquier tipo de trato contigo.

Disfruté con satisfacción el hastío en su rostro. Le hizo una ceña al guardia para que lo siguiera y volvieron dejarme ahí, sola en medio de la oscuridad.

El frío, el sueño y el hambre jugaban una guerra para decidir quién me acabaría primero. Por lo pronto el cansancio había entumecido lo suficiente mis sentidos como para apaciguar el tercero. El olor a moho y orina también hacían su parte.

La sola idea de recostarme en ese piso me asqueaba, por lo que me mantuve en cuclillas, intentando descansar la cabeza sobre mis antebrazos.

La puerta de la celda chilló, anunciando la entrada de alguien, pero no había luz de antorchas, ni tampoco logré escuchar pasos por el corredor. Intenté moverme y caí debido al adormecimiento en mis piernas que causó la mala postura.

El pánico me apretó la garganta, hasta que reconocí la voz que me habló desde la oscuridad.

──Vine a sacarte, Fennella. ──Killian me sostuvo para ayudar a levantarme──. ¿Estás bien?

Me apreté contra su cuerpo, en busca de algo real en medio de la negrura. No tenía idea cómo no se volvía loco si todo lo que veía era oscuridad.

──¿Y Alister?

──Está bien, eres tú la que está en problemas.

No le creí, pero no serviría de nada rebatirle.

──Killian. ──Antes de que me interrumpiera proseguí──. Hay algo que necesito que hagas.

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