65. Refugio en la Tempestad.

El ventarrón rugía como si fuera una enorme bestia que hubiera tomado ese torreón como presa. Debían estar muy acostumbrados para encontrar tranquilidad, pese a que el mar y el viento se turnaran en decidir cuál de los dos echaría el recinto primero, como en el vaivén de un baile febril.

Kaiser tardó más de lo que creí en su reunión con el Karsten, por lo que decidí aprovechar aún más los conocimientos de la hermana Erah.

Miles de historias sobre dioses enojados, de la fertilidad y el amor, de la familia y los buenos deseos, de la guerra, la sangre y el inframundo.

La mayoría venían de pueblos que habían sido conquistados y Escar decidió conservar como leyendas pintorescas, pero su culto seguía siendo prohibido.

Señalé la imagen de un hombre mitad pez, pero, antes de que me dirigiera a las historias sobre sirenas que poco me importaban, decidí preguntar por el fuego que parecía saltar de las paredes, consumiendo las capuchas de unos hombres apenas delineados.

──La Orden del Fuego ──explicó con ánimo y pensé que quizás no tenían muchas cosas en el Templo para pasar las horas, así que no se aburría de explicarme cosas que debía saber al derecho y revés──, siempre se habla de los Oscuros, pero pocos recuerdan que fueron veladores del fuego quienes empezaron con la alianza. Intentaron tomar el poder que se le fue arrebatado a los Raguen tantos años atrás.

Asentí sin saber mucho qué agregar. Habían pasado como mil años de eso, quizás, muchos lo daban por mentira y tenían su lugar en libros fantásticos y no históricos.

«Se sigue tomando muy en serio», recordé las palabras de Sek.

Con suerte, la acusación de brujería hacia su consorte levantaría el suficiente miedo como para hacer tambalear la gobernación del déspota que hacía de vark, y bien podría mantenerlo entretenido lo suficiente hasta que Killian se pusiera en marcha.

──¿Usted cree en los Raguen? ──pregunté para hacer tiempo hasta la vuelta de Kaiser.

──¿Crees en la lluvia, el agua y el viento? ¿Crees en el fuego y en la tierra que pisas?

No puse los ojos en blanco, por si era pecado ser descortés con un miembro de la fe, esa mujer me ponía de los nervios.

──Creo en lo tangible y en lo comprobable.

──¿Crees que es coincidencia? ¿Que hayan sido ellos los que empezaron esto? ¿Que sea precisamente uno de ellos lo que lo continúe? ──prosiguió en su misticismo──, es algo de ellos, inherente. La rebeldía en los veladores del fuego, el carácter rígido y temperamental en la dualidad de Aeres, en los veladores del viento.

Le quería decir que de existir una raza superior y poderosa, de difícil manera eligiera vivir escondida y a merced del resto, pero la dejé continuar su discurso porque la espera sería más larga en silencio.

──¿Por qué crees que los guerreros siguen al Arakh? Las ansias de poder y conquista son propias del dios Fóres ──argumentó, reforzando su punto──. La misericordia de la Madre, la vark Morrigan es pintada como una bruja en el imaginario popular pero aceptó su muerte, la prefirió antes que empezar con una guerra que hubiera hundido a su pueblo.

No quería preguntar, pero tuve que hacerlo.

──Si el aire es Aeres, Fóres el fuego, Aella es la diosa del agua, la Madre es dueña de la tierra ──enumeré, dándome tiempo en ir al punto──, y Rella es la diosa de la Luna, ¿qué se le atribuye a su carácter?

La hermana Erah encajó su mirada en el mar, como si ese pudiera traerle la respuesta.

──Nadie sabe el poder real de Rella, muchos dicen que es la diosa de la Luna y la noche, otros dicen que de la oscuridad y las sombras, que le gusta tentar humanos para convertirlos en sus servidores.

──Hay uno más.

──Hay muchos más ──simplificó──, pero no se preocupe, la Orden ya definió a qué dioses debemos servir.

El camino de vuelta nos encontró en medio de la noche. Antes de nuestra salida en la tarde, nos habían ofrecido quedarnos, pero le insistí a Kaiser para que emprendamos camino lo más rápido posible.

Apenas esperamos que los caballos estuvieran descansados para volver a partir.

Una lluvia torrencial nos sorprendió a mitad de camino, podríamos haberlo prevenido, si no fuera porque en las islas el cielo era de un gris cargado y tempestuoso la mayor parte del tiempo.

Sin oportunidad de avanzar, nos recluimos en un torreón, el antiguo lugar donde había estado el Templo de Aella, antes de que un barón hubiera tenido una epifanía que lo llevó a construir un recinto más grande al nivel del mar.

La tempestad estaba encima, resonando entre las paredes cuando ingresamos. Kaiser ató los caballos abajo, en lo que quedaba del vestíbulo, mientras yo subía hasta una habitación en busca de una chimenea donde calentarnos.

Por lo menos, teníamos la suficiente madera para encender un fuego digno, pero no estaba familiarizada con lo que debía hacer y por otro lado, muchos de los muebles ya estaban arruinados por la humedad.

Era una gran habitación oscura, que quizás podría haberse utilizado como sala de reunión, la mesa a medio caer en el centro de los pisos de piedra indicaba eso.

──Deberías haber buscado una habitación más pequeña ──me avisó Kaiser al entrar──. Para concentrar el calor.

──Sí, pero esta tenía chimenea.

──En realidad. ──Se acercó hasta extender su mano en la chimenea y las gotas de lluvia cayeron en su palma──. Eso no va a funcionar.

Lo miré con desdén, escondiendo mejor mi cuerpo entre mis ropas, frías y mojadas sobre mi piel. Hice todo por no temblar de frío.

Él se veía muy tranquilo, aun cuando no estaba mejor que yo y el agua goteaba de las hebras oscuras de su pelo.

Yo no había sabido hacerlo, pero Kaiser no tardó en encender una pequeña fogata junto a la ventana, con cuidado de que el humo saliera y no quedara concentrado en la habitación

──Te odio ──le avisé.

Me sonrió de forma descarada.

──No eres menos porque alguien sepa más que tú sobre algún tema, todos somos malos y buenos en algo.

Pero un buen gobernante es bueno en todo, lo que no sabe, lo inventa. Era una regla para mi padre.

──¿Y en qué eres malo? ──indagué.

──Te puedo mostrar en que soy bueno ──evadió con una sonrisa.

Clavé mi mirada en advertencia, pero una sonrisa traicionera curvó mis labios.

Luego lo acompañé hasta buscar mantas pero, gracias a nuestra mala suerte, el rincón donde las guardaban era un mueble de madera que terminó por pudrirse y pudrir las colchas.

Nos conformamos con unas pieles colgadas en una habitación ventilada, unas que Kaiser tuvo que bajar, pero conservaban un estado aceptable.

Quitando el hecho de que se trataban de los cadáveres de animales que habían sido usados como decoración.

De vuelta en la habitación, acurrucados entre las mantas, comimos el queso y pan que habíamos traído desde la Fortaleza de Katreva, Kaiser también tenía un gran trozo de carne que rechacé, aunque acepté el hidromiel que tanto disfrutaban en esas tierras.

──Es una mierda el tiempo en las islas, siempre con cara de culo.

Estaba sentado en el piso, reposando sus manos en el suelo con las piernas extendidas, una cruzando la otra. Como un día de campo casual.

──Te gusta. ──Le sonreí mordaz──. Esta gente, estas islas, es tu lugar.

──Tiene que ser. No tengo otro. ──Me atrapó con una mirada perspicaz.

──¿Qué tal tus días de soldado?

──Fueron buenos, la mayor parte, los tiempos jodidos eran más que nada en la frontera.

──¿Lo extrañas? ¿Te hubiera gustado ser teniente?

──Todo soldado desea ser teniente ──Pareció a sus anchas hablando del tema.

Kaiser era excelente peleando, lo había visto, pero la fuerza y coraje que tenía al pelear, le faltaban en habilidades para la diplomacia. No gobernaba, se imponía, un poder difícil de sostener para cualquiera.

Tomé otro trago de la bebida ámbar, no era tan fuerte como el ravén, pero eso lo hacía más peligroso. De esas bebidas que subían con sigilo y disimulo hasta tu cabeza.

──¿Me querrías si fuera un soldado? ──Sus ojos verdes brillando como líquido por el alcohol o la pesadez del cansancio──. Si fuera solo un soldado. ¿Te hubieras acercado en Escar? ¿Me aceptarías ahora?

Parecía que tuviera más que decir, balanceando en la punta de su lengua.

──Te dije que no me acerque a ti por eso.

Una risa ronca fluyó desde su garganta.

Kaiser me miró con largo detenimiento. Quise sacudir lo que sea que él miraba con tanta intensidad, hasta que entendí que era. Dejé la falsa corona a un lado.

Humedecí mis labios antes de volver a hablar, pero él se adelantó.

──Sabes que no siempre dices lo que piensas ──fulminó sin rodeos──. O lo dices, pero no lo quiero escuchar.

──¿Vamos a empezar a hablar de quién tiene secretos? ──me defendí ante su acusación.

Cuando me puse de pie él no tardó en seguirme, con una agilidad fuera del rango de cualquier soldado. Un trueno sacudió la noche entre nosotros.

──Me encantas, pero eres una mentirosa.

Me atrapó con la guardia baja, pasmada, cuando deslizó su mano por mi pelo.

Una corriente cálida, febril, y tan intensa como el clima azotando fuera, me recorrió cada parte de la piel.

──Me gusta tu olor.

──A seanes. ──A veneno.

Kaiser sonrió como si fuera una broma entre los dos. Acercó su rostro hasta que flotó cerca del mío y cerré los ojos.

Hierbabuena y pino, olía como un bosque, como la naturaleza misma. Me lamenté cuando se alejó y por un momento creí que había desaparecido, después sus labios estuvieron sobre los míos. Su mano sosteniendo la pared, sosteniéndome a mí.

Me negué a tocarlo y darle cualquier ventaja.

Kaiser sonrió como si hubiera encontrado alguna clase de juego gracioso. Entreabrí los labios para respirar por la boca, mi corazón golpeando en un repiqueteo más rápido y constante que la lluvia.

Ni siquiera me estaba tocando.

Cuando notó lo que hacía, Kaiser no tardó en alejarse, lo suficiente para mirarme a los ojos, mi mirada en la suya, en su propia guerra silenciosa.

──Acércate ──indiqué, sopesando el peligro en sus ojos.

Kaiser permaneció en su lugar, tallado sobre plomo, el deseo fue un relámpago que extinguió las dudas. Dio un paso hacia mí, alcé mi rostro hacia el suyo, hasta que nuestras respiraciones chocaron.

──Tócate ──murmuró sobre mis labios.

──Tócame ──le respondí.

Kaiser sonrió con sorna, atrapando su labio inferior con los dientes.

──Bien.

Comenzó a bajar su mano, delineando el contorno de mi cuerpo, su tacto áspero sobre la tela de terciopelo mientras descendía hasta mi intimidad. Lo detuve.

Subí el exceso de tela y guie el camino por el interior de mi muslo. Kaiser gruñó complacido al verme. Ahogué un suspiro, siguiendo el camino e imaginando que era él quién me tocaba.

No prestaba verdadera atención a lo que hacía sino a la reacción de Kaiser y lo que provocaba en él, su respiración superficial, sus ojos pardos ahogados de sed y mirándome como si fuera una piedra preciosa. Me gustaba tenerlo ahí, cautivo donde quería. Me gustaba la forma llena de admiración en la que sus ojos me absorbían.

Dejé caer mi mano cuando le sumó su toque áspero. Me aferré a él con fuerza, sentía las mejillas calientes y mis piernas como si fueran a ceder en cualquier momento.

Kaiser me penetró con cuidado, manteniendo sus ojos entrelazados con los míos, pese a su tacto áspero me trató con suma delicadeza, moviéndose y desarmándome con paciencia. Me sostuve a él, mientras los espasmos me recorrían.

Mi nombre fue un gruñido pesado entre sus dientes.

Podía notar la carpa entre sus pantalones, pero mi cuerpo se tensó en antelación.

Volví a tomar el control cuando lo mordí, todavía con mi sabor en sus dedos callosos, manteniendo mi vista en la suya mientras lo probaba en un camino de ida y vuelta.

Kaiser intentó atraerme hacia él, pero lo detuve.

Descendí frente a él hasta liberar sus pantalones, la diferencia me abrumó, pero repetí el mismo proceso, luchando con las arcadas una vez que Kaiser sostuvo mi pelo en un puño para marcar su propio camino. Su mirada seguía atenta en mí, a cada momento, a todo lo que hacía.

Me levantó antes de que pudiera terminar y un cosquilleo me invadió por el deseo en su mirada, lo tenía embelesado.

──Eres perfecta ──susurró apenas en un beso.

Mi piel reaccionaba ante cada leve toque de Kaiser, así lo hizo cuando marcó un camino, con su nariz, sobre la tela de terciopelo, hasta llegar a mi centro. Levantó el vestido para lamerme sin pudor y me aferré con fuerza a sus hombros.

Respiraba muy fuerte y muy rápido mientras Kaiser me devoraba con hambre.

Una vez me dejó en el borde, tiré de él hacia arriba y me besó de forma que no pudiera pensar en nada más.

Labios, dientes y lenguas chocando en su propia danza, respiraba de forma leve cuando nos separamos.

Entonces sí, toda la antelación previa se fue, abrí las piernas mientras él se guiaba hasta mi interior de una estocada, mis piernas rodeando su cadera. Aspiré el cuero de su chaqueta mientras él me expandía de forma completa, recostando mi espalda contra la pared y pegando nuestros cuerpos.

El dolor centelleó un momento, Kaiser besó mi boca mientras todavía respiraba entre jadeos, se detuvo un momento que tardé en acostumbrarme a su tamaño.

──¿Estás bien? Mírame, Keira ──jadeó──, no voy a seguir hasta que lo digas.

──Estoy bien.

Su beso se cargó con premura y desesperación, me aferré a sus labios mientras él me llenaba con fuerza, un gruñido salvaje escapó de su garganta, derribando cualquier rastro de una muralla entre los dos.

Kaiser me quitó de la pared para dejarnos caer en el piso, en busca de una posición más cómoda, me coloqué a horcajadas sobre él. Podía sentir cada leve roce entre nosotros y las telas, ardía de forma sensible por la unión entre nuestros cuerpos.

Besó mis mejillas, mi nariz, mis párpados y al abrir los ojos, me mantuvo presa de su mirada cazadora.

Suspiré, ladeando la cabeza mientras Kaiser mordía la piel fría de mi cuello. Mi cuerpo se estremeció junto al suyo, con el movimiento entre los dos y nuestra unión alcanzando un punto sensible.

Kaiser sonrió quebrando todos mis sentidos, quizás porque notó que estaba más cómoda en esa posición. Sujetó mi pelo todavía húmedo y lo besé una y otra vez.

Nos tomamos el tiempo para seguir explorando nuestros cuerpos, encontrar y memorizar nuestras debilidades y fortalezas, dejando que el temporal callara nuestro encuentro y formando nuestro propio refugio.

El clima de Katreva era bien conocido por su inestabilidad, por lo que al otro día la tormenta se había ido, dejando atrás otro simple día gris.

Aun así, todavía quedaba un buen barrial de la noche anterior y, después de pasar la noche en vela, decidimos ir a paso más lento hasta el pueblo.

Si alguien había sido afectado por la tormenta no dio signos de ello, el único incidente para rememorar parecía ser la caída del cartel de la Posada de la Sirena Blanca, donde fuimos por un desayuno decente antes de volver a la fortaleza.

Eso antes de que unos gritos nos hicieran voltear, al otro lado de la calle, Sek y Barek dejaron que una carreta hiciera su camino, levantando polvo, antes de acercarse.

Barek se había alzado el pelo, que solía llevar por los hombros, en una coleta que le daba un gesto más severo a sus facciones, potenciado con el abrigo de piel negro.

Sek nos sonrió, tan relajado como siempre.

──Los estábamos buscando, a los dos ──comenzó Barek.

──Barek, yo no, me supuse que encontrarían algún lugar donde pasar la noche ──El doble sentido saltando sobre cada palabra.

──¿Qué hacen acá? ──Kaiser no se dio por aludido.

──Cabrazar llegó anoche al pueblo y te mandó a avisar ──detalló Barek──. Pero no diste señal. ──Relajó su semblante, como si se le hubiera caído plomo de los hombros──. Ahora íbamos a hablar con él, pero con él que quiere hablar es contigo, así que sería mejor si nos acompañas. Y hay algo más…

──Tu perro, Keira, lloró toda la noche, casi lo tiramos. ──Sonrió Sek──. Barek quería, pero yo no lo dejé.

Barek lo miró, más extrañado del comportamiento de Sek que la mayoría de las veces.

──Se llama Anuk ──le corregí y luego observé a su compañero──. ¿Qué ibas a decir? Antes de que Sek te interrumpiera…

El mencionado buscó la respuesta con Sek y luego con Kaiser, pero al final se lo guardó, para responder con una sonrisa cándida.

──Lo del perro, Anuk, estuvo molestando, mucho.

Fingí que le creí.

──Bueno, vamos. ──Kaiser se veía tan impaciente como siempre.

Pero antes de entrar Sek me detuvo, sosteniendo mi hombro.

──Está por salir un barco a la fortaleza, sería mejor que vuelvas, igual Cabrazar será recibido en el castillo ──propuso──. Él es un poco huraño, no está acostumbrado a tratar con personas y menos con mujeres.

Pero yo sí con idiotas.

──No me molesta incomodarlo.

Medité rápidamente sobre Kaiser, él era el dueño de las islas, y de nada servía nuestra alianza si lo veían tambalear o ceder su poder a quién se acercara.

Seguía siendo una extranjera en sus tierras, debía recordar eso.

Tiré del brazo de Kaiser para alejarlo de los dos, y de la extraña actitud que habían decidido adoptar esa mañana. Lo escondí en el callejón entre la posada y una tienda de pescados.

──No tengo problema en que estés ahí ──me avisó rápido──. No hace la gran cosa.

──Sé que perro que ladra no muerde, pero bien te serviría hacerle creer que estás bajo sus reglas. Lo mantendría más tranquilo.

Los ojos de Kaiser fueron del verde turbio del agua estancada.

──¿Es algo que te suele funcionar? ¿Darle a los demás lo que quieren para que cumplan tus deseos?

──Darle una prueba y la oportunidad de conseguir más. ──Alcé una ceja.

Él asintió mientras colocaba su mano en mi cintura. Sus manos todavía parecían trazar marcas en mi cuerpo y me miraba con la misma necesidad de anoche.

──Lo que sea que quieras, pídelo y lo tendrás.

Lo miré de forma detenida. Con los ojos entornados por su repentino arrebato.

──En la fortaleza, siéntete como en casa. ──Me sonrió en complicidad.

Asentí antes de echar una mirada a Barek y Sek, parecían en su propia conversación, pero igual decidí ser precavida.

Cuando volví hacia él, Kaiser estampó nuestros labios, sujetando mi rostro, probándome con hambre renovada. Recorrí su boca con mi lengua.

No era solo un beso, era un recordatorio de lo que sea que decidiera con Cabrazar.

──Qué extraño verla tan desaliñada ──me había recibido Azza al llegar──. No lo digo por nada, señorita, es que usted siempre va tan impecable que es raro verla así.

Intenté, pero no pude encontrar la cizaña en el tono de Azza, por lo que solo le pedí que preparara agua caliente y un vestido para recibir a los Cabrazar. Ella ya tenía preparado un atuendo gris y plateado reposando sobre mi cama.

Anuk se veía inquieto, revoloteando por toda la habitación, incluso si según me confirmaron ya había comido.

Me senté frente al tocador, mientras cepillaba mi pelo en un intento vago por mejorar mi apariencia. Kaiser había susurrado que era perfecta antes de besarme como si lo creyera, pero estaba lejos de sentirme así, no cuando era cada vez más consciente de todo lo que se escapaba de mi alcance.

Abrí el cajón y releí de nuevo la carta recibida, la misiva enviada desde las tierras de Guefen hace más de un mes.

«Señorita Vaetro, hemos enviado un barco en su búsqueda y apoyo, accediendo a los términos de su propuesta. Ambas castas han caído en desgracia y más que nunca debemos encontrar apoyo, como nuestros ancestros se apoyaron desde siempre…»

Luego de bañarme, tomé el té que Taer me había preparado, uno especial para no quedar embarazada. Mientras lo bebía no tuve que insistir mucho para enterarme de lo que ocurría, Azza se había llevado a Anuk para darle un baño, y Taer apenas esperó su partida para hablar.

──La señorita Cabrazar salió al pueblo ayer a la tarde y aún no vuelve ──explicó la anciana──. El joven Sek no quiso dar aviso hasta que llegara el barón, pero Adrik Cabrazar salió con un grupo de soldados y tampoco regresó.


Si Kraos Cabrazar se enteraba de que sus hijos estaban desaparecidos, tendría la razón que quería para atacar a Kaiser. Me puse de pie y un mareo subió hasta mi cabeza.

Me senté otra vez, pero mi reflejo disluyó en el espejo como si la superficie fuera agua. Abrí y cerré los ojos, una, dos, tres veces y unos ojos amarillos me encontraron en el borde.

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