46. No Caigas en su Juego.

El silencio invadía el palacio, la quietud en la habitación parecía quemar como pequeñas espinas debajo de mi piel, el tamborileo de mis dedos sobre el mueble caoba, fingiendo que tocaba en el piano alguna canción que no conocía.

Tres golpes se unieron a la melodía.

Me puse de pie con un salto, al abrir la puerta de mi habitación, vi a Alister y su gesto nervioso al otro lado. Movió el peso de una pierna a la otra.

──Te dije que tenías que entrar por el balcón.

──Fennella. ──Su voz arañando los bordes como un gato desesperado.

Un león.

Sonreí antes de tirar de la pechera de su uniforme para hacerlo entrar. No había reparado en lo pequeño del vestíbulo hasta que tuve a Alister, todo hombros anchos y una cabeza más alto, acaparando todo el espacio.

Me lancé a su cuello y él me atrapó, aferrando sus manos en mi cintura.

──Tenemos que hablar ──interrumpió antes de que pudiera besarlo.

──Después.

Lo mordí antes de juntar nuestros labios y él me respondió con impaciencia, moviendo su lengua con la mía mientras nos introducía en mi habitación, ahora sí, echando llave a la puerta. Una vez ahí, me bajó antes de sonreír.

──Pensé que iban a poner algún guardia en tu puerta.

Habían puesto a Laena y Danae, las dos doncellas encargadas de que la dama de Kanver se mantuviera fiel a su esposo en sus momentos de ausencia. Para mi suerte, ellas encontraron mejores cosas que hacer en Ketrán que estar cuidando mis votos matrimoniales.

──Ya tengo uno en mi habitación. ──Rocé su barbilla, pero él volvió a ponerse rígido──. ¿Qué ocurre, Alister? No estás empezando otra vez con el deber de un soldado y...

──No, no ──me detuvo otra vez──. Pero hay varias cosas de las que te quería hablar.

Asentí mientras me alejaba para darle espacio. Él parecía debatirse, sin encontrar un lugar por donde empezar.

──Tengo una hermana.

──Me hablaste de ella. ──Fui hasta servirme un vaso de ravén, antes de subir mis pies en el diván al pie de mi cama.

──Y ella es una fórea de Vaestea.

──Pobre chica.

Me hice a un lado cuando él se acercó para sentarse. Le tendí el vaso y Alister tenía que estar muy conmocionado para aceptarlo y terminar la bebida de un trago.

──Con calma. ──Enarqué una ceja.

──Ella es la consorte del capitán ──finalizó antes de sellar sus labios en una línea, su frustración era casi palpable──. No me dijo cómo pasó exactamente, pero sé que ahora está acusada de brujería por el consejo. Eso no me lo dijo ella, todos en el palacio andan diciendo lo mismo.

──¿Es una bruja?

──Fennella ──se exasperó.

──Está bien, perdón, es un problema... ──Con eso entendí su mirada de sorpresa en el salón──. Pero también es bastante bueno.

Alister entrecerró los ojos como si estuviera loca, y entonces tuve que hacer el vaso a un lado para tener toda su atención.

──Quiera o no, tiene cierto poder, poder que necesitamos y vamos a usar para salir de esto. Mañana llega Killian, a primera hora.

──Pero eso lo vuelve el nuevo barón ──dijo de forma pesada, la preocupación tiñendo sus facciones.

Eso también me borraba a mí. No importaba cuántos barones y damas nombrara el vark, las castas se regían por la ley de sucesión consanguínea; y con Keira siendo la dama de Katreva, era obvio que Killian sería el dueño del territorio.

──El trato con los Aloada, tu título, todo se cae ──prosiguió.

──Mejor, así el vark ya no tendrá razones para molestarme.

──Ni para necesitarte. ──Su tono fue sombrío.

Recordé las palabras frías del capitán «los accidentes pasan todos los días». No le costaría nada quitarme del camino si empezaba a molestarlo.

──No importará lo que él necesite cuando deje de gobernar.

Busqué su mirada y, al encontrarla, Alister tomó mis manos entre las suyas. Callosas, duras, las manos de un soldado.

──¿Quieres un levantamiento, Fennella? ──Su mandíbula se cuadró con aspereza, pero al mirarme volvió a suavizar el semblante.

Bajé los hombros al notar la situación, él era un soldado de la Guardia, y yo le estaba pidiendo que traicionara sus votos. Una y otra vez.

──Ahora no se trata mucho sobre lo que yo quiera.

Alister acarició mi mejilla con su pulgar, la luz de las velas iluminaba su tez en un rastro cálido y anaranjado. Era casi doloroso tenerlo tan cerca.

──Haré guardia afuera ──carraspeó──. Por si pasa alguien y...

Lo besé para evitar que continuara, apenas juntando nuestros labios, él no me separó sino que acunó mi rostro con su mano, dejándome profundizar el beso y permitiendo que me acomodara a horcajadas sobre sus piernas.

──Quédate conmigo. Es una orden.

Los ojos del soldado brillaron con diversión y por un momento todo se resumió a eso. Después podría pensar en lo que estaba en juego, o en la sombra de la cuerda que se ajustaba a mi cuello.

Ese momento no se trataba de nada más que Alister.

──Fennella, no soy tan buen soldado ──bromeó con una sonrisa ladina──. Sería mejor que me fuera.

──Alister ──insistí.

──Es muy difícil estar cerca de ti, Fennella, y no poder tocarte de la forma que quiero. ──Para probar su punto, sus ojos me recorrieron con hambre.

──¿Y cómo sería, Alister? ──me burlé con una sonrisa.

Acerqué mis labios a su oído antes de comenzar con los botones de su uniforme, él me detuvo, sosteniendo mis manos, cuando me miró noté que estaba cerca de caer.

──No puedo contigo, ¿sabías? ──Una sonrisa brilló en sus ojos──. Dime que me vaya, Fennella.

Pero no lo hice y él tampoco hizo ninguna señal de moverse, ni de romper el contacto entre nosotros.
En cambio, rodeé su cuello con mis manos y Alister sonrió casi triunfal. Para alguien que quería irse, se aferró a mi cintura con demasiado ímpetu.
Entonces me vi perdida en sus labios, en él, en la fricción de su cuerpo contra el mío y la ansiedad que consumía y calaba profundo en mi piel.

Nos guiamos por el deseo y lo dejamos consumir todo a su paso.

No se fue hasta que el amanecer comenzó a pintarse en tonos rosáceos.

La llegada de Killian Vaetro sería por todo lo alto, según se dijo, él ya había hecho una parada en Terran y desde ahí tenía pocos días.

El palacio de Ketrán tenía al río Astor cruzando justo detrás, a menos de diez kilómetros del palacio. Habían creado un maravilloso puerto, con adoquines de cerámica que terminaba justo donde empezaba el río, como una plataforma.

En el lugar se encontraba una flota de tres galeras, ancladas orgullosas, alzando banderas azules en contraste con el algodón verdoso de las copas de los árboles y el gris claro revuelto del río.

Tardó cerca de una hora hasta que vimos llegar la flota de Killian y cada uno se acomodó en su lugar. El vark al frente de la línea y los demás siguiéndolo en una línea del rojo de la Guardia.

Alister permaneció a mi lado, junto a los señores de Ketrán, y me sonrió cuando le dediqué una mirada de soslayo. Su uniforme le sentaba especialmente bien ese día.
Ya estaba al borde de perder la paciencia, cuando al fin vi descender a Killian.

Me coloqué casi de puntas de pie al verlo, como si eso pudiera ayudar a calmar mi ansiedad. Llegó con tres barcos y una legión de soldados con uniformes tan azules como el Mar Zarco.

Se veía como una ilusión.
El azul de su traje resaltando con el bronce de su piel, Blak con la elegancia majestuosa de siempre. Caminaba tranquilo y solemne, con su vista perdida en los adoquines mientras avanzaba al frente.
Corrí a su encuentro.

Casi pude escuchar el resoplido de Gaella, pero ya estaba muy lejos y atrapé a Killian entre mis brazos. Él permaneció tieso un momento, luego rodeó mi cintura en un abrazo y al verlo tenía esbozada una sonrisa.

──Pensé que estabas muerto. ──Estaba casi sin aliento.

──Ya serían dos veces ──bromeó, grave y monótono.

Volví a abrazarlo, como pensé que nunca más haría.

──¿Y Keira?

──Disfrutando de vacaciones en la playa.

──Por la Madre, ¿no se casó con el bastardo no?

Pero antes de que me respondiera, ya teníamos más gente encima.

──Bienvenido, Vaetro, supongo que es bueno saber que eres bien recibido. ──El vark le dedicó una mirada calculadora.

──Es el tipo de recibimiento que solo se obtiene cuando vuelves a tu hogar ──respondió Killian, extendiendo su mano en un estrechamiento que parecía más una medición de poder.

Nadie de ahí era imbécil. Había una clara amenaza en el hecho de que los soldados vistieran el azul de Kanver y no el rojo de Escar.

──Killian Vaetro, estamos encantados de tenerte con nosotros. ──Por un momento creí que Gaella igual se lanzaría a sus brazos.

──Tu padre estaría orgulloso. ──Fue el saludo de Ferro.

¿Por la entrada solemne y triunfal? Bueno, el barón Kalter siempre había tenido algo del temple dramático de Kanver.

──Es un gusto ──La varkesa extendió su mano hasta él.

Conocía a Killian, por lo que sabía que la forma en que la acarició su mano antes de besarla, fue adrede e innecesaria.

──Me alegra volver a saber de usted, mi dama.

No entendía qué pretendía Killian, si no se había conformado con plantarle un ejército en la puerta, o si quizás no había pensado en la opción de ser más sutil y hacer que Blak le arrancara una pierna al vark.

La pantera había comenzado a rodear a los presentes en un círculo, con esto pude ver al señor Ferro palidecer un poco.

Noté que una joven acompañaba a Killian, rostro perfilado y ojos muy grandes para su pequeña cara.

──Terra, querida, que bueno verte otra vez ──exclamé con más emoción de la que sentía.

Cualquier cosa que corriera el foco de atención.

──Lo mismo digo, Fennella. ──Sonrió.

Saludé a Terra Saer con un leve apretón de manos, y ella me contempló con el mismo desdén de cuando éramos niñas.

──Terra Saer, de la familia de Terran y la casta Vaetro. ──La presentó Killian.

Cuando pensé y agradecí que ya habían terminado los saludos, el vark dirigió una mirada más allá de Killian.
Encontré a un hombre de porte regio, pelo ébano por los hombros y una dura mirada café. Era un buen prototipo de soldado, aunque las líneas ya se marcaban alrededor de sus ojos, quizás dándole más fiereza.

──Arsel, mi buen y fiel amigo. ──Extendió su mano hacia el soldado.

──Un gusto verte otra vez, Ciro. ──Pero su voz era rasposa y tensa.

El vark le abrió sus brazos como a un amigo de toda la vida y cuando palmeó su espalda, algo en el semblante del soldado cambió. De repente, se vio oscurecido por lo que sea le pudo decir el vark.

El parloteo de Gaella nos acompañó en el camino y agradecí no compartir carruaje con ella.

──Alister...

Él apareció montado a su caballo, tirando de las riendas pero listo para seguir, el cochero se hizo a un lado cuando se acercó al vehículo.

──Haremos vigilancia fuera del perímetro, deberíamos volver antes de la noche ──me avisó.

──Te manda lejos a propósito, es un hijo de puta ──me desesperé.

──No caigas en su juego, Fennella, ni te acerques a él. Hablamos cuando vuelva. ──Me sonrió, intentó acercarse, pero desistió a último momento y se fue.

En su camino, lo vi detenerse cerca de la varkesa y la tala.

A lo lejos, en un carruaje de color carmín, el vark me sonreía como si hubiera ganado todo el juego.
No había tardado un día en mandar a Alister lejos de mí.

Cerré la portezuela con fuerza, sabiendo que deshacerse de él no sería tan fácil.

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