45. Anhelo de Otros Tiempos.
Mis dedos recorrían el piano de un extremo a otro, sin tocar nada en realidad, absorta en la mirada bronce que me seguía desde el otro lado de la habitación, la melodía saliendo en notas rápidas, frenéticas y unidas en un orden caótico.
Dirigí un vistazo a las dos doncellas en la sala, sentadas en el sillón floreado detrás de mí, Danae y Laena, las dos tenían el mismo pelo marrón y piel durazno típica de Escar. Ambas llevaban el pelo en una trenza a un lado de la cabeza y largos vestidos de lino rojo y violeta.
Danae tenía la cara muy redonda y Laena el rostro ovalado, poco más las diferenciaba. Eran parecidas en muchas cosas, como por ejemplo, quería correr a las dos de la habitación.
Necesitaba estar a solas con Alister, quería hablar con él (también quería hacer muchas cosas más con el soldado, pero me conformaría con lo primero).
Le hice varias señas, pero él me respondió con un encogimiento de hombros.
La frustración me hizo perder la nota en un estruendo. Capté rápido la atención de las doncellas, con ojos muy grandes y entornados.
Pensé rápido en algo.
──Ay ──dramaticé.
Ambas se pusieron de pie.
──¿Le ocurrió algo? ──indagó Laena, ella era la mayor y la más cauta de las dos.
──Creo que me corté ──mentí, escondiendo mi mano sobre mi pecho.
Danae parpadeó varias veces antes de hacer una mueca.
──¿Con el piano?
──Sí ──chillé como una noble caprichosa y consentida──. Vayan por alguien. Rápido.
──Quédate con ella, Danae, vuelvo enseguida con un máster que la atienda ──ordenó Laena.
──Entre las dos van a ir más rápido. ──Perdí mi actuación un momento y al notarlo volví a chillar──. Rápido, estoy sangrando.
──No veo sangre… ──murmuró Danae, pero la otra la mandó a callar.
──Y que alguien se quede conmigo. Alister.
Una vez se fueron, volví mi vista a Alister, él luchaba por retener la risa entre sus labios. Ocupó un lugar en el taburete junto a mí.
──A ver, déjame que te revise eso.
Seguí mi teatro un poco más, él acarició el dorso de mi mano con su pulgar, enviando una sensación agradable a mi pecho, pero, como era evidente, no había ningún daño.
──Creo que tengo algo de fiebre ──indiqué acercando mi rostro al suyo, cerrando los ojos.
No siempre era tan descarada (no mucho) pero me gustaba disfrutar del gesto rígido que ponía Alister, como si estuviera probando su honor frente a un batallón de soldados.
──Fennella ──impostó.
Cuando abrí los ojos otra vez, tenía el rostro estreñido, la fina sombra de su barba delineando su mandíbula tensa. Se relajó al verme.
──No te puedes cortar con las teclas de un piano. ──Levantó una de sus comisuras.
──Lo sé.
──Ellas no te creyeron nada.
──Lo sé.
──Van a tardar en volver.
──Eso espero.
Alister bajó la vista a mis labios, una de sus faltas, y me recliné de vuelta a mi lugar.
──Odio este lugar, desde que salimos de Kanver y antes, no soy más que una marioneta yendo de un lado a otro ──hablé entonces en serio.
Volví a encontrar calma en el piano, la Alabanza a Anella y sus notas deslizándose como una triste lluvia.
──Eres la dama de un territorio entero. ──Con un deber que cumplir y el tipo de cosas que eran importantes para él.
Debía saber que yo no gobernaba nada, era un título vacío.
──Soy una prisionera ──me quejé para después lanzar a Alister una mirada por sobre mi hombro──. No te aburras, pero me voy a hundir en autocompasión un rato.
──Estoy acá para lo que seas que necesites.
Parpadeé varias veces para verlo a través de mis pestañas.
──¿Es una propuesta indecorosa, soldado Alister?
El rubor trepó por su cuello y él carraspeó varias veces, gruñendo con voz ronca.
Quién pensara que yo no tenía autocontrol, debía saber que no me lancé encima de él en ese momento. Ponerlo nervioso era demasiado fácil y el doble de divertido.
Cuando abrieron las puertas se puso de pie con rapidez, casi tropezando con el taburete.
La soldado miró a su compañero con extrañeza, pero Alister salió casi disparado de la habitación.
──Disculpen, voy a hacer vigilancia. ──Y se fue sin más.
──Cosas de hombres ──simplifiqué antes de ponerme de pie──. ¿Ocurre algo?
──Los Ketrán necesitan su presencia.
Ketrán era una ciudad extravagante, rebozaba vida en cada color, y los días pasaban rápido entre las fiestas y reuniones que amaba llevar Gaella; y los rumores que corrían por cada una y volvían la estadía más divertida.
Aunque la noticia que más esperaba era la notificación de que había enviudado. Para mi mala suerte, nunca llegó.
En lugar de eso, tuve la suerte de ser solicitada por nuestra magnífica excelencia.
Bajé hasta la Sala Zafiro, en ese palacio las habitaciones principales tenían nombres de joyas preciosas y esa en especial iba en todos los tonos de azul.
Desde el profundo de las alfombras en el suelo, el eléctrico de los sillones de terciopelo, hasta el celeste muy claro de las paredes. Al menos los muebles de madera cortaban con el exceso del color.
A la derecha una hilera de ventanas rectangulares y verticales mostraban el paisaje verde de las sierras en la lejanía, abajo el ajetreo de la ciudad.
Alister me escoltó como siempre y, al llegar al salón, la señora Gaella me presentó como hacía con todos los nobles que conocía, como si fuera un curioso reloj de Valtra o un estrafalario collar de Ciatra.
──Acá está, Fennella Tarrigan ──me presentó──, la dama de Kanver, entiendo que su majestad estaba ansioso por conocerla.
La verdad, no lo vi especialmente entusiasmado por mi presencia. De hecho, su semblante era más bien hermético, si estaba emocionado lo ocultó muy bien.
No lo conocía más que a través de historias, pero era un poco como la imagen que me había formado, piel bronce que resaltaba aún más sus ojos grises, pelo del color de la tierra y mucho más largo que el corte reglamentario.
La mandíbula marcada le daba más dureza a sus facciones, incluso Killian podría ver que era atractivo. Ojos del color del mármol, diamante, hielo, piedra, miles de formas en que lo describían la gente que los conocía, pero más que el color me llamaba la atención su mirada. Ese tipo de mirada oscura y vacía que debía tener un mercenario en Fajrak y no nuestra excelentísima gracia.
La que sí se vio afectada por nuestra presencia fue la varkesa, abrió los ojos como si hubiera visto un fantasma. Su piel oliva llegando a un tono amarillento.
Había algo familiar en sus ojos grandes y pestañas largas, como si ya los hubiera visto antes.
──Un placer, mi dama. ──Su majestad dejó un beso en el rubí de mi anillo de oro blanco, según las buenas costumbres.
──Un gusto conocerlo a usted, su majestad. Y a usted, varkesa. ──Les sonreí a ambos con candidez y una leve reverencia.
El señor Ferro se vio conforme con mi acto, pero la señora de Ketrán frunció su nariz en desagrado.
Terminadas las presentaciones, me dejé caer en el sillón, ya me vió y mi tarea estaba hecha.
Listo eso, solo dejaría que Gaella le hiciera conversación, era como una bailarina a cuerda, solo mencionar algo de Ketrán y ella formaría un discurso de dos horas.
──Me gustaría hablar con la dama de Kanver, a solas si no les molesta. ──Aun así, la voz del vark no parecía del tipo que esperaba réplicas──. Sería bueno que alguien le comunicara las noticias.
──Desde luego ──asintió Ferro.
Los observé abandonar la habitación uno a uno, incluso la varkesa se fue escoltada por un viejo de barba canosa.
Le lancé una mirada a Alister, pero él parecía caminar por el aire cuando salió.
Realicé una mueca. Había algo perturbador en estar encerrada en una habitación con un tipo que había matado miles de personas. Obviamente, eso no fue lo que le dije.
──Al fin conozco a la famosa Fennella Tarrigan ──comenzó, su voz era como cristal frío──. Escuché mucho de usted, mi dama.
──Espero que solo fueran cosas malas, es una tradición y tengo que mantener en alto el apellido de mi familia.
Sonrió.
Intenté esconder el temblor, manteniendo ambas manos juntas mientras Herschel me guiaba detrás de la señora Gaella.
Busqué a Alister, él nos seguía apenas en la distancia.
──Le quiero mostrar el palacio, llevarla por las habitaciones, hay tanto que ver. ──El entusiasmo de la señora de Ketrán era abrumador.
──Preferiría dejar eso para después. ──Forcé una sonrisa──. Ahora me gustaría saber dónde se encuentra el templo. Necesito realizar mis oraciones.
Ferro asintió, primero sorprendido y después de forma solemne, como si me mandara al campo de batalla, pero su consorte me lanzó una mirada perspicaz y casi ofendida.
──Yo puedo escoltarla hasta el templo ──se ofreció Alister.
Herschel no pareció convencido, pero decidí intervenir.
──Sería de mucha ayuda, gracias. ──Luego me dirigí al soldado──. Herschel, informa al vark que estaré realizando mis oraciones.
──Como mande, varkesa. ──Se despidió con una reverencia.
El camino hasta el templo se me hizo eterno. Estaba en la torre más alta y aun así, al llegar, los nervios y el temblor no se habían ido.
Era un pequeño cuadrado con escalinatas rectas que subían hasta un altar vacío, detrás grabados de batallas pasadas con una serpiente enroscándose entre los relieves.
Al lateral, un enorme rectángulo que dejaba ver el cielo nublado y cómo se fundía abajo con las copas de los árboles, como un colchón de nubes verdes.
Una vez estuvimos solos, Alister me dedicó una larga mirada de, ¿extrañeza?, ¿decepción?, ¿alivio?
Lucía tan diferente y por el contrario no había cambiado nada. Su pelo en una maraña de rulos oscuros, con los mismos ojos vivaces de siempre, pero con dos medialunas grises debajo.
Me acerqué para abrazarlo y Alister me rodeó con fuerza.
Me rompí, como una estúpida, dejé salir los sollozos uno a uno, debería estar feliz y serena, quería estarlo, pero la tensión había empujado mis nervios al límite. Al final terminé por desmoronarme en una marea de llanto.
Cada vez que Alister se iba, luchaba con la angustia de saber que quizá no podría verlo más, luego lo veía llegar y sabía que podría disfrutar de una pequeña calma hasta él volviera a hacer servicio fuera de Escar.
Alister contuvo mi llanto, y por un momento me sentí otra vez como la niña débil que él debía cuidar en la Casa de Vaestea.
Al mirarlo, él seguía siendo el mismo chico de mirada cálida, aun si su mandíbula estaba apretada y su semblante era sombrío.
──¿Cómo pasó?
──¿Qué? ──Limpié mis mejillas húmedas.
──¿Por qué?, ¿cómo? ──Cerró los ojos con frustración──. ¿Cuándo, Kal?, ¿cómo?
No sabía si quería o debía decirle. Realicé una mueca con los labios.
──¿Por qué? ──insistió.
──Él estaba haciendo vigilancia, entró en la Casa de Vaestea y…
Alister levantó una mano para detenerme.
──Me cago en toda esa mierda de historia que se cuenta por ahí, de la fórea que renunció a sus votos y demás. ──Hizo un ademán como si así pudiera alejar todos esos disparates──. No me lo creía antes y menos ahora que sé que se trata de ti. ──Realizó una pausa corta──. La última vez que te vi en Escar estabas sirviendo al Arakh. ¿Qué pasó?
Apoyé las manos en mis mejillas, frustrada, limpié el último rastro sin saber qué hacer. No podía decirle. Negué antes de encontrar las palabras.
──¿Qué te hizo?, ¿te obligó?, ¿te forzó? ──Se calló como si solo la idea lo hiciera sentir descompuesto──. Por favor, Kalena, dime qué ocurre porque conozco a ese tipo, serví en su legión y conozco soldados veteranos que se mean si escuchan su nombre.
──Quiero que te calmes. ──Y que dejes de preguntar.
──¿Te tiene amenazada?
──No ──chillé con horror.
Esa era la imagen que tenía de Ciro, y no podía contradecirlo cuando él había hecho todo para labrarla.
──Kalena ──repitió con su voz en el borde de la desesperación.
Incluso antes de haber entrado a la Guardia, Alister había sido como un tipo de soldado para mí, creció muy rápido para protegerme, aunque no había notado lo mucho que lo necesité hasta que lo vi irse rumbo a un centor.
Me engañé pensando que no extrañaba a mis padres porque no llegué a conocerlos. No tenía una imagen o recuerdo que añorar; eso creía, pero cuando Alister partió noté que él era todo eso, el último lazo que me quedaba.
Él proseguía con el ceño fruncido, sin ceder su enojo, había mucho que necesitaba que él supiera, pero no lo haría cuando seguía poniendo la misma cara que usaría para enfrentarse a algún enemigo.
Igual que cada vez que volvía de una de sus campañas, me senté al pie de las escaleras y le pedí que me contara todo sobre su viaje. Mi hermano se mostró reticente al principio, porque el tema de Ciro seguía rondando como una nube negra, pero después de un tiempo terminó por contarme.
Al final terminamos recordando anécdotas, quizá porque era como reforzar el lazo que nos unía, un momento donde Alister era mi familia.
──¿Recuerdas cuando estábamos en Vaestea y robabas comida de la cocina?
Nadie andaba en la cocina por la noche y desde niña había sido más alta que la mayoría, era fácil alcanzar las alacenas superiores. El único de vigilancia era un perro viejo que para mi suerte nunca me delató.
──Nos daban muy poco.
──Y Aida siempre golpeaba a Baredon por eso.
──Era un pesado.
──Pero no era el culpable. ──Torció una sonrisa──. Siempre fuiste fuerte, e inteligente, más que yo.
──Si fuera inteligente quizá seguiría en el templo.
──Tal vez ──dudó──. Si eso hubiera sido lo que querías.
¿Qué quería? Un propósito, algo más, quizás solo me había aferrado a la religión porque me había dado la razón que necesitaba.
Volví a abrazarlo antes de que se fuera, reteniendo su olor como si pudiera transportarme al hogar que nunca tuve.
──Te sacaré de aquí. ──Incluso cuando se fue sus palabras siguieron rebotando en mi cabeza.
Las oraciones me habían traído paz alguna vez, fueron mi refugio durante toda mi vida en la Casa de Vaestea.
Había pedido en un anhelo tonto de conseguirlo.
Pedí por un hogar, pedí por paz, pedí por Alister, pedí irme, pedí quedarme, justo en ese momento, de rodillas en el silencio del templo, con el ligero entumecimiento de mis piernas y mis rodillas, volví a pedir por todas esas cosas.
Había estado con muchos soldados, Keira solía decirme que yo era quién les daba pase al regimiento, hasta apostábamos cuál caería primero o cuánto tardaría alguno en ceder.
Así le gané dos preciosos brazaletes, uno que se enroscaba como una serpiente en mi brazo, y así también perdí el collar con las alas de un cisne negro. Fue cuando estuve lanzando miraditas detrás de un soldado una semana, y al final él terminó por decirme que su interés estaba más cerca de Killian que de mí.
Había algo que me encantaba en los uniformes, pero no me ocurría lo mismo con el vark.
El negro de su uniforme y la mirada sombría que lo acompañaban, lo hacían ver más como un frío mercenario, el villano oscuro de una obra terense y no el tipo de hombre que quieres entre tus piernas.
──¿Para qué soy buena, su majestad? ──Sonreí con la delicadeza de una dama, mientras él se servía otra copa de vino.
Amaba el ravén y la sensación de fuego quemando mientras se deslizaba por mi garganta, pero el vino era una cosa amarga y asquerosa.
──Vas a tener visitas, alguien que conoces y seguro aprecias mucho.
──Debe ser mi querido esposo.
El vark me lanzó una mirada perspicaz y luego tomó la carta que descansaba en una mesita alta de roble, justo a su lado.
──Leela. ──Ni siquiera me miró al dar la orden.
«… Alteza Vark Ciro Beltrán me dirijo a usted… Decidido aceptar su cordial invitación… planeo desembarcar en unos días…»
Pero nada de eso me resultó interesante, sino el nombre que dibujaba la letra alargada y elegante con la que se firmaba al pie de la carta.
──Imagino la decepción al saber que no se trata de su marido.
Entrecerró la vista, sus ojos enmarcados en un borde oscuro. No era un cuervo, era un jodido zorro de mierda.
──Está vivo. ──Lo ignoré para dejar escapar mi conmoción.
Presioné la carta, arrugando el papel entre mis manos como si así pudiera estar segura de que era real.
Killian, su sonrisa cálida, sus ojos dorados y Blak, la bestia que lo guiaba y seguía a todos lados. No noté que me había estado mordiendo el labio hasta que no sentí el sabor metálico de mi propia sangre, quizás porque prefería sangrar y no que el vark notara mis ojos brillosos.
──Este es nuestro trato. ──El vark se enderezó en su sillón antes de ponerse de pie──. Él se quedará aquí, es nuestro huésped, será bien atendido, bien tratado, y luego tomará un barco para irse muy lejos. Sano, salvo y a una vida longeva. ──Detuvo sus pasos detrás de mí, colocando su mano en el respaldo de mi sillón──. Eso siempre y cuando nadie le llene la cabeza con tonterías, si él escucha estupideces se va a poner intranquilo, nervioso, y cuando una bestia se pone inmanejable, ¿sabes lo que se le hacía en el antiguo ejército?
──Él no va a creer tu versión de mierda.
Ocupó un lugar frente a mí, sus ojos fríos como un puñal.
──Se lo sacrifica, Fennella.
Ahí estaba, su fachada tranquila e inescrutable, pero al acercarte podías ver un centello de odio detrás de sus ojos.
──Si le haces algo...
──No me gustan las amenazas, Tarrigan ──Se dirigió a servirse otra copa──. Me aburren demasiado, y tengo formas tan particulares de divertirme.
──Entonces guarde las amenazas, su alteza ──delineé el título con burla entre mis labios──. Úselas con su consorte.
Por primera vez lo vi tenso, sus hombros cuadrados con rigidez mientras me daba la espalda.
──Estás a un paso de que cosa esa linda boca tuya, Tarrigan.
Un escalofrío subió por mi nuca.
──Qué lástima que no podrías hacer eso con cada persona en el Imperio.
──Una caída a caballo, tan fácil, pasa todos los días ──comentó──, y un ciego cabalgando debe estar propenso a tantos accidentes.
Sin poder soportar un momento más, me puse de pie para irme de la habitación.
──Corre lejos, Fennella, escóndete en los brazos de tu soldado, mientras todavía puedas.
¿Él sabía de Alister?
Fui lo suficientemente estúpida como para voltear a verlo. Él alzó la copa en mi dirección, enarcando una ceja con aire sagaz.
Ahora lo sabía.
Seguía frustrada cuando salí de la habitación, con la amarga derrota y la amenaza rondando sobre mí, como una bandada de cuervos.
Aun así, me sentía más ligera, menos pesada, dejé que una sonrisa se dibujara en mis labios.
Killian estaba vivo.
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