40. La Fascinación del Cuervo.
Una de las cosas que odiaba en Escar eran sus repentinos y severos cambios de clima; y así como el calor fue abrasador una semana antes, ese día se había levantado con un viento tortuoso y aire frío que cortaba a través de la ropa.
La lluvia se había resentido todo el día, con las nubes densas y grises pesando sobre nuestras cabezas.
En la entrada al palacio, más allá del sendero marcado con grava, podía verse un carruaje tirado por una carreta.
Era uno de los pertenecientes a la Guardia, color rojo y relieves en oro que parecía resplandecer incluso en medio de la noche.
Las moscas que lo sobrevolaban no parecían un buen augurio, ni el olor a putrefacción que lo envolvía y golpeaba hasta donde estábamos.
──Herschel ──ordenó Ciro──, encárgate de que la varkesa permanezca atrás.
Pero cuando Ciro se adelantó, yo lo seguí detrás.
──Es por su bien, varkesa ──advirtió Ivar, uno de los soldados de Ciro.
Era tan joven como para haber sido reclutado con Ciro, tenía el pelo de un profundo negro y el corte reglamentario que lo hacía lucir como una sombra en su cabeza. Sus ojos del color de la tierra me analizaron de forma profunda. La mirada de un soldado.
Poco a poco me iba aprendiendo sus nombres, pero eso no los hacía más amigables.
Lo miré con recelo, pero dos guardias me impidieron acercarme hasta Ciro.
Los moví a ambos, sabiendo que no tenían la autoridad para ponerme un dedo encima.
Al acercarme, deseé haber sido más prudente.
Había al menos diez o quince soldados amontonados unos sobre otros en la parte trasera de la carreta, como si no fueran más que sacos viejos. Un escalofrío trepó por mis brazos.
Lejos de esa pila de cadáveres, escondido en el carruaje, el único sobreviviente parecía ser un joven soldado que se mecía en su locura, adelante y atrás, mientras cantaba alguna estrofa de la Alabanza a Anella.
──La Madre lo guíe ──musité.
Cuando me vio, un destello de locura brilló en sus ojos, se lanzó a atacarme y caí sentada sobre el pavimento.
Reconocí a Alcór, pero no la desesperación en sus ojos. Antes de que pudiera llegar hasta mí, un aleteo irrumpió en su camino y él se tiró hacia atrás como si se hubiera cruzado con un demonio.
Un graznido cortó el ambiente, era una noche cerrada y sin luna, las alas negras de los cuervos apenas se dislumbraban, como si ellos mismos brotaran desde la oscuridad.
Alcór quedó petrificado en su sitio, pero igual Ivar lo sostuvo en el aire como si no fuera más que un trapo, realizando una mueca de desagrado ante el olor a muerte que desprendía, incluso en su pelo tenía sangre seca.
Herschel ya estaba a mi lado, me ayudó a ponerme de pie y para cuando sacudí mi vestido, la señora de Barradon ya se había acercado, cubriendo su rostro con un fino pañuelo de seda como si así pudiera ocultar el horror.
Con la agilidad de una sombra, Ciro trepó sobre el montón de cuerpos, una vez ahí, apoyó el pie en uno de ellos mientras rebuscaba entre la sangre y la carne podrida. El estómago se me revolvió con violencia.
──Capitán, tenga cuidado.
──El teniente Oberón sigue con vida, pero esos cuervos no lo quieren dejar ──avisó una joven soldado, alta y con el pelo castaño por los hombros──, cuando intentamos liberarlo terminó por picarnos a nosotros, poco se puede hacer por él.
De soslayo vi lo que quedaba del teniente, tumbado entre la masa de cuerpos inertes. Nunca tuvo la altura, el porte, ni los ojos distintivos de su sobrino. Era difícil imaginar que un lazo tan fuerte como la sangre los unía.
Un último soplo, un último suplicio escapó de la garganta del teniente y mis piernas flaquearon, aun así, me acerqué decidida a quitarle lo último de aire y dejarlo partir.
Ciro fue más rápido, sacó la daga que tenía a mano siempre dentro de su chaqueta, y rasgó la garganta de su tío en dos. Un golpe al corazón hubiera sido más misericordioso.
Los cuervos picaron las gotas de sangre en el cuello, pero Ciro sostuvo las solapas del uniforme de su tío hasta que el hombre dejó de dar espasmos. Al final lo arrojó para dejarlo caer contra el resto de los cuerpos.
La fina llovizna se fue convirtiendo en una fría y azotadora lluvia. Como si la Madre supiera que debía limpiar todo ese desastre con rapidez.
──La Madre los guíe, nos persiguen las desgracias ──exclamó la mujer.
La señora pareció a punto de desvanecerse y unas sirvientas se apresuraron a socorrerla.
Con mucha más elegancia, Ciro cayó junto a él, agua goteando con fuerza de su pelo y su uniforme. Hasta entonces fui consciente de la manera en que la lluvia calaba en mi piel.
──Llévenlo y que se bañe, se cambie de ropa y tenga algo de comida, después quiero hablar con él. Y quemen los cuerpos.
Ciro caminó con elegancia, tan frío y ajeno que por un momento sus ojos no fueron más que hielo.
Su indiferencia ante la muerte, ante la violencia y la sangre derramada… ¿Qué esperaba de un soldado?
Herschel realizó una mueca bajó la espesura de su barba gris, pero, todavía pasmado, respondió con un asentimiento.
Los soldados actuaron rápido y ni bien tuvieron el permiso de Vania Barradon para quemar los cuerpos en los establos vacíos, realizaron su tarea.
Ya se habían quemado los restos de la carroza y los cuerpos de los soldados, cuando me acerqué para rezar por ellos. Tardé porque tuve que esperar que la señora de Barradon parloteara mientras las sirvientas buscaban tres velas negras.
Me detuve antes de llegar, contemplando la imagen de Ciro mirando con fascinación la pila de cuerpos calcinados, no era su mirada de piedra gris, era otra cosa, centellaba como el diamante más brillante. Con una fascinación que no entendí.
No tuve el valor de acercarme a Ciro otra vez, pero eso no pareció ser un problema para nadie más. La oscuridad que rodeaba el establo me permitió volver sin ser vista. Decidí retirarme a mis habitaciones, pese a que la reunión seguía en el salón.
Agar no fue invitada a la cena, pero la encontré bordeando un pasillo, volviendo de quién sabe dónde.
──No sería un buen soldado si se impresionara ante un par de muertes. ──Pareció leer mis pensamientos.
Intenté ocultar la sorpresa en mis ojos.
──Pero estaba su tío, casi muerto, no pareció sorprendido al verlo, como si solo fuera otro papeleo más…
──La muerte es solo otra parte de la vida.
──Pero sabes a lo que me refiero ──insistí por un poco de cordura.
──Mi comunidad fue perseguida, cazada por años ──comenzó mirando el anillo en su dedo──. Ojos, manos y lengua cercenados, así controlan a los seguidores de Rella. Ciro nos está dando una segunda oportunidad.
──Los ojos de Ciro cuando su mirada se perdió en el fuego ──proseguí.
──Él puede ser una nueva oportunidad para Escar, tenemos más enemigos de los que creemos y a veces el fuego es lo único suficiente como para aplacar el caos. Como seguidora del Arakh, seguro lo sabes.
El dios Fóres era siempre severo pero justo, una masacre no parecía tener nada que ver con la justicia.
──¿Qué busca Ciro? ──le pregunté a la tala.
Como si ella estuviera más capacitada para leer a Ciro. Sus ojos esmeralda parecían del tipo capaz de leer a alguien.
──Un ejército.
──Ya tiene un ejército.
Agar sonrió.
──Nuestro ejército.
Esa noche la pasé intranquila, las palabras de Agar hacían eco de forma enfermiza y la sonrisa de Ciro bailaba en la oscuridad.
Lo escuché llegar a la habitación entrada la noche, no se quitó su uniforme, sino que ocupó un lugar en el borde de la cama.
──Kesare, háblame. ──Su voz era más grave, oscura y profunda en la oscuridad.
No quería hablarle ni verlo, ni recordar su sonrisa brillante y su uniforme cubierto de sangre.
Escuché el sonido de sus ropas al caer en el suelo y me estremecí al sentirlo debajo de las sábanas.
Cerré los ojos con fuerza, fingiendo dormir, esperé unos momentos y no tardó mucho hasta que la respiración de Ciro se volvió más lenta y pesada.
No noté el momento en que también caí dormida, cuando cerraba los ojos veía las llamas en la mirada de Ciro y una fascinación ciega los envolvía. Podía verlo en su uniforme ébano, el color negro de la guerra, a su alrededor el paisaje de una ciudad en ruinas ardía en llamas y a lo lejos, en el cielo, los cuervos sobrevolaban esperando el momento de bajar a su festín.
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