39. Entre las Ruinas.
El viaje hasta Ketrán fue duro, los primeros días avanzamos despacio, el camino por la Vía Bella era bastante tranquilo a través de los campos y bosques lejanos.
Era uno de los caminos seguros, marcado con empedrado, y con postas cada trecho suficiente como descansar y reabastecerse.
Sabía que la mayoría de los soldados estaban acostumbrados a realizar recorridos en terrenos más áridos, incluso a través del clima tropical de Ciatra o las frías montañas de Val Velika.
Pero yo nunca había abandonado los muros de Escar y pronto descubrí que montar no era para mí.
El dolor en los muslos hacía competencia con el de mi espalda baja, intenté seguirle el paso a Ciro al frente de la caravana, pero cada día estaba menos segura.
Varias veces me había visto tentada a viajar en el carruaje y renunciar a la travesía temeraria, era lo usual en miembros de la realeza y nobles en general.
Pero también veía cómo Ciro se encargaba de romper barreras entre él y sus soldados, remarcar que era más un guerrero que un gobernante.
Nuestro casamiento ya despertaba el suficiente recelo y desconfianza, lo único que faltaba era que sus soldados me vieran como una fórea que había traicionado sus votos por la vida de una reina consentida.
No después de lo que pasó en el patio de armas.
La noticia oficial era que un soldado intentó matarme bajo las órdenes de Oberón, al fallar su tío decidió desertar con un grupo de soldados.
Pero todavía recordaba todas las caras en el patio de entrenamiento. Incluso si la mayoría no entendió con exactitud lo que había pasado, la sensación de que montón de soldados me vieran con recelo me tenía intranquila.
¿Creerían esa versión? ¿Cuánto tiempo?
La última parada larga la hicimos cuando Ciro recibió la noticia de que los Vaetro estaban vivos y refugiándose con el nuevo barón de Katreva.
Los días siguientes, Ciro redobló la marcha del ejército, sin darnos ningún tipo de descanso, seguimos día y noche.
Los primeros días nadie había tenido problema, todos bromeaban, reían y aprovechaban sus tiempos libres para beber ravén bajo el sol.
Después de dos semanas, el humor iba mermando a medida que crecía el cansancio.
──Kesare ──me llamó Ciro──. En la tarde vamos a llegar a Barradon y quiero que viajes conmigo.
──Y yo quiero comer, descansar y no tener que volver a montar en mi vida ──espeté.
A mi lado, Agar río, divertida y relajada. Ya no se vestía con los típicos estampados tala, pero el contraste entre colores fuertes y los bordados coloridos de sus vestidos, dejaban en claro que seguiría con sus costumbres.
Observé a la impasible Vantha, si yo misma no hubiera visto a uno de los escuderos luchando y fallando en su intento de domar al caballo, nunca creería que era el mismo animal que dejaba que Agar lo guiara con tanta facilidad.
No tengo ojos, pero sí puedo ver.
Cuando volví mi vista a Ciro su expresión permanecía inmutable, tirando de las riendas de su caballo cuando Nívea pasó junto al animal.
──Es tu día de suerte, porque vamos a hacer una parada y podrás hacer todo eso ──ordenó──. No elijas nada blanco porque los campesinos le tienen aversión y nada rojo que recuerde tu pasado como fórea.
Y sin darme tiempo a rebatir, espoleó el caballo lejos de mí.
──¿Y qué se supone que vamos a hacer ahí? ──me quejé, fastidiada──. Creí que no quería paradas innecesarias.
──Con mi caravana pasamos por el pueblo de Barradon muchas veces, está en la línea de cuatro cruces y es una parada casi obligada ──explicó Agar──. El vark querrá que la vean más como una noble varkesa y menos como una bruja desertora.
──No me siento o me veo para nada como una noble varkesa. No justo ahora. ──Fruncí el ceño con molestia hacia todo y nada en particular──. Además esa gente me odia.
──En Escar quizás, acá de lo único que saben es sobre una fórea lo suficientemente enamorada como para renunciar a su fe para casarse con el hombre que ama. ──Las palabras en sus labios salieron como una mofa.
──La vark Morrigan...
Agar sonrió, ella tenía ese tipo de sonrisa con la que parecía conspirar contra todo el mundo.
──Es un mundo dentro y fuera de Escar.
Tal como había dicho Agar, Barradon era un pueblo que concentraba un gran tumulto de gente, con calles adoquinadas y edificios que escalaban unos sobre otros hasta desembocar en un río que los abastecía.
Al igual que muchos de los pueblos en la casta de Kanver, antes había pertenecido a una de las ciudades que conformaban su imperio, los caminos todavía lo conectaban de forma directa con el puerto de Kanver y la ciudad entera se encontraba rodeada de murallas.
Varias guerras habían terminado con parte de los edificios principales, pero la gente se ocupó de devolverle a la vida con un mercado lleno de color y extravagancias.
El único que quedaba en pie era un templo al final del camino y un edificio rectangular que parecía haber sido un antiguo cuartel, que habían reutilizado como establecimiento para el mercado.
En Escar todo era de piedra caliza y el polvo rojizo parecía dejarlo de un vivo tono escarlata. En Barradon, las fachadas eran de piedra de un gris verdoso.
Por mi parte, cambié el vestido sucio de terciopelo por uno de seda azul que caía ligero a mis pies.
Ciro tenía el traje negro de guerra, llevaba las riendas del caballo frente a mí, con su pecho pegado a mi espalda.
Me pregunté qué era lo que veían en los ojos de Ciro, si en algún lugar de Escar alguien podía tenerlo por un mercenario, no sería en Barradon. Hombres, mujeres jóvenes y ancianas, niños y viejos, todos parecían querer una mirada rápida del capitán.
Reconocí el brillo en sus ojos y el orgullo al ver pasar a su ejército. Porque era suyo. Hermanos y hermanas, hijas e hijos, ellos eran los que aceptaban enlistarse y servir a su pueblo, defender sus fronteras y morir por Escar. Por honor.
Los nobles eran un mundo aparte al que nunca accederían, pero entre las fuerzas podían reconocer a sus familiares, la oportunidad de gloria y la seguridad de saber que estaban protegidos.
──Estás preciosa, Kesare. ──La voz de Ciro acarició mi cuello──. Justo ahora, con ese brillo en tus ojos.
Hasta entonces fui consciente de mi asombro e intenté mostrarme menos impresionada.
──Te adoran.
──Adoran a su ejército.
Giré para verlo un momento, y él aprovechó eso para presionar sus labios sobre los míos. El beso me tomó por sorpresa, pero al separarnos lo entendí. La multitud explotó en aplausos y vítores a sus soberanos.
──Todo es un acto.
──Lo que creen de ti también es una farsa, pero ayudaría si nuestro acto suena más convincente...
Él se apresuró a desmontar, me impacienté cuando se bajó para ofrecerme su mano. Observé la cantidad de personas que se extendía ante nosotros.
Atrás nos seguía una marea carmín de soldados y al frente serpenteaba el camino de la entrada al pueblo, la multitud de gente a los lados, eufóricos.
Campesinos, la mayoría con su ropa de trabajo, gente que había hecho una parada en sus obligaciones para recibir a su soberano.
Recordé las miradas toscas y hostiles en Escar. La seriedad con la que una multitud se mantuvo al margen mientras un grupo me abucheaba.
Ciro arqueó una ceja, a la espera de mi acción, me dejé caer sujetando sus hombros y él sujetó mi cintura de manera delicada. Me sonrió con tanta ternura que por un momento le creí.
──Vaera assa, darka etra.
«Los líderes pasan, el pueblo permanece», un dicho de cuando los guerreros todavía gobernaban en Escar. Ellos no veían un golpe de estado, sino el orden de las cosas a su punto inicial. A tiempos mejores, cuando el ejército mantenía el orden en el Imperio.
Ciro interpretó bien su espectáculo de joven enamorado, al besar mi sien con cariño, pero a mi oído sus palabras me helaron.
──Vas a ser la nueva vark Morrigan.
Esa misma noche fuimos recibidos por la hospitalidad de la reciente viuda Vania Barradon.
Los Barradon pertenecían a una casa menor de las tierras de Kanver y conservaban muchas de sus costumbres, su palacio era enorme y nos asignaron una de las habitaciones principales.
Los soldados acamparon fuera del palacio y Herschel colocó una guardia que marchó durante toda la cena por el corredor conjunto al salón comedor.
Una fila de ventanas daban al pasillo y al otro lado, la oscuridad del patio.
──Algo trágico lo que ocurrió ──comentó la mujer antes de servirse su tercer vaso de ravén──. La muerte de los Vaetro no puede augurar nada bueno, la extinción de su casta.
──Fennella Tarrigan ya tomó lugar como la nueva dama de Kanver, el barón la crio como una hija ──Ciro recitó las palabras como un discurso──. No veo nadie más capacitado.
──Le dije muchas veces al barón Kalter que tenía que casar a sus hijos, pero él quería que los dos hicieran carrera política, pensaba enviarlos hasta Aessi ──expuso Vania, ansiosa por darle sus noticias al vark──. Pensó que viviría mil años, la arrogancia propia de un barón.
Por un respiro, el destello de algo que no supe identificar en los ojos de la mujer.
Ella llevaba la vestimenta típica de Kanver, con el pelo negro sobre los hombros, ojos remarcados con tinta oscura y un elegante vestido de razo azul que hacía brillar con un collar de zafiro.
Pese a su edad, tenía el pelo tan lacio como negro, y las arrugas alrededor de sus ojos enmarcaban con fiereza su mirada calculadora.
──Una terrible masacre ──el viejo teniente retomó la conversación.
──Desde luego, pero fue inevitable, una masacre que sacudió a todo Escar ──concordó Ciro, pero su voz era tan fría como el cristal, lejos de la conmoción o empatía verdadera.
Eso no pareció importarle a Vania Barradon, como tampoco lucía afectada por la muerte de su consorte.
El resto de la noche fue soberana y aburridamente tranquila, la señora de Barradon había juntado un buen puñado de nobles para que acudieran a la cena. Asistieron varios señores menores en representación de unas ocho familias, y dos eran soldados que asistieron con sus uniformes de un desteñido escarlata y miles de historias sobre guerras pasadas.
Si Ciro no se mostró interesado en eso, mucho menos lo hizo en las demás conversaciones sobre las mejores épocas de cosecha, de los mejores espectáculos de danza y del clima cálido del Puerto de Kanver.
Todos pusieron especial empeño para que ningún tema importante se debatiera esa noche.
Para el término de la sobremesa, cuando la reunión ya había pasado al rededor de la chimenea en medio del salón y, el ex-teniente estaba tan borracho como para darle al capitán estrategias de combate, calculé por reloj el tiempo en el que Herschel había acomodado las guardias.
Cada cuarto de hora pasaban dos soldados y cada media era él quién hacía la ronda.
Herschel ya iba diez minutos retrasado en su guardia, cuando entró al salón junto a dos soldados, realizó una leve reverencia antes de hablar.
──Tiene que ver esto, capitán.
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