36. La debilidad de un soldado.
ISLAS DE KATREVA.
Una ventisca entró conmigo a la armería.
──Cierra la puerta, hijo, no dejas que el calor se concentre ──reclamó Balto.
──Todo el plan se puede ir a la mierda, Balto.
──¿Qué pasó?, ¿de dónde vienes? ──se apuró Sek.
Balto martillaba el acabado de una espada mientras Barek hundía un mazo en agua fría. Sek, para variar, estaba sentado con ambos pies sobre una de las mesas de trabajo, haciendo a un lado el desastre de herramientas.
──Keira me cree un idiota ──escupí con rabia──, ella no quiere a uno de esos señores imbéciles con los que trata y ahora piensa que soy uno de esos pusilánimes.
Era solo recordar el desdén en su voz y la superioridad en sus ojos. Muy por fuera del alcance de un idiota jugando al barón.
──No entiendo que ocurre. ──Barek al menos había escuchado mi perorata con atención.
Le conté toda la situación y cómo la estúpida estrategia de Balto resultó ser por completo inútil. Él quería partir esa misma noche, a espaldas de los Vaetro, planear un ataque por nuestra cuenta y dejarlos a ellos afuera hasta saber cuáles eran sus intenciones.
El viejo le tenía un recelo especial al apellido y creía que era tiempo hasta que ellos me traicionaran.
──Ya sabía. ──Sek dio un salto para aterrizar con la gracia de un gato──. Ya caíste por la Vaetro.
──¿Tu prometida te cree un imbécil?, ¿ese es tu problema? ──resumió Barek.
──Usualmente no sucede hasta después del matrimonio. ──Sek y sus comentarios oportunos.
──No es eso ──expliqué──. No solo eso. Balto, no sirvo para esto. Las intrigas y los secretos no son lo mío, me gusta pelear con los enemigos de frente, declarar las intenciones y atacar.
El teniente seguía encorvado en su labor, el mismo que cargó en esos hombros el peso de centurias y legiones.
──Porque todavía eres joven y estúpido ──habló al fin──. Pero ya quedó atrás tu tiempo como soldado de segunda línea y te aviso que así es como se manejan los nobles. No esperes nunca que revelen sus intenciones.
──Pero ella ya las dijo, perdieron a su padre, Balto, ¿qué más quieres? ──objeté──. No hay razón más grande que esa.
──Es una excusa, no una razón ──insistió el necio de Balto──. Quieren vengar a su padre tomando el trono, muy conveniente. La sangre es fuerte, fueron prácticamente criados por su padre, que de por sí le habrá heredado todas las mañas. El poder, eso es lo que quieren. Eso es lo único que puede buscar un Vaetro.
──Keira está sola ahora, Kanver ya no les pertenece...
──Y ahí entras a consolarla, eh, semental. ──La diversión brilló en los ojos de Sek.
Barek fue más coherente, como siempre.
──Incluso si fueran los nobles sin escrúpulos que cree Balto ──intercedió──, les conviene esta alianza, quieran o no, están del mismo lado. Aunque no sea por las razones correctas.
Balto dejó caer la espada caliente a un lado de su cuerpo, provocando un traspié en Sek.
──No creas por un respiro su teatro de pobres desvalidos, si el plan sale bien y borran a Beltrán, esa chica no te va a necesitar para comandar ──me advirtió──. Mandará a su hermano a Kanver como consuelo para poder quedarse con Escar, igual que hizo Kalter con su hermano.
──No la conoces.
──Lo vi en su mirada. ──Se limpió el sudor y la grasa con el delantal──. La misma mirada de su padre.
Con eso pareció dar la conversación por terminada, arrojando el delantal a un lado para salir de la armería.
──Sé lo que hago, Balto, voy a convocar una reunión mañana.
El viejo se detuvo a medio camino, nadie habló en la habitación, incluso pude notar la manera en la que sus hombros se tensaron. Su espalda rígida y recta. Por un momento creí que voltearía para recuperar su espada y golpearme con ella.
──Ella perdió todo ──intenté defender mi postura.
──Y tú vas a perder todo por ella. ──Fue lo último que dijo antes de irse.
Los Raguen fueron perseguidos por siglos, luego de ser venerados.
En los escritos más antiguos se habla sobre sus cultos, se veneraba a Rella la Diosa de la Luna y sus discípulos tenían tratos preferenciales.
Todo eso cambió desde que se unificó el Imperio de Escar, después de la ida de los invasores y el comienzo de un nuevo imperio. Se empezó a mirar con recelo ese poder que parecía solo reservado para algunos, se prohibió el culto a Rella y sus seguidores se recluyeron en Aessi, donde estaban demasiado lejos como para ser una molestia para alguien.
Pero entonces llegó la vark Morrigan y ocurrió lo que venía postergándose por siglos. Todo aquel que fuera seguidor de Rella sería condenado a muerte, la paranoia se extendió con el rumor de que la plaga de ese año fue una maldición de Morrigan.
Miles de personas murieron, los tala fueron echados de cada espacio que ocupaban y con la muerte de la vark Morrigan se cerró el libro de Rella.
Otra muestra de que muchas veces el miedo puede ser más cruel que cualquier rencor.
Eso era lo que latía en la cara del soldado que intentó matar a Kesare. Miedo.
Tenía que llevarla hasta ahí otra vez, demostrarle todo lo que podría lograr, un poder fuera del alcance del soldado más temible.
──Capitán.
Herschel me sacó de mis pensamientos, teníamos ya una semana hecha por la Vía Bella y la ciudad de Escar apenas era un pico alto en la lejanía.
No encontré ninguna posta, sino que decidí parar en un campo verde, lo suficientemente al descubierto como para evitar un ataque, nunca se sabía quién podía estar al acecho.
──¿Recibiste noticias, Herschel? ──lo recibí──. Siéntate y cuéntame.
El viejo asintió y se apresuró a terminar con una jarra de cerveza, antes de comentar lo que iba a decir. En eso llegó Agar, retomando su lugar en la mesa.
──No debiste traer a ese animal salvaje ──le advertí.
──No es salvaje, es el corcel de Killian Vaetro, la Madre lo guíe. ──Realizó un ademán al aire──. Es un purasangre.
Era un animal salvaje y testarudo, tuvo que estar encarcelado todos los días después del fallecimiento de su dueño. Era una lástima sacrificarlo, pero no me servía de nada, por muy fuerte que fuera, si nadie podía controlarlo.
Por suerte para el animal, la tala no había tenido problemas en domarlo.
──¿Volvió a escapar?
──No escapó, está recorriendo la zona. Volverá, eso es seguro.
Asentí mientras Agar se servía un vaso de saka, sin poder desarraigar por completo las costumbres de la comunidad tala. No es que a ella alguna vez le hubiera interesado, por el contrario, siempre parecía un poco más satisfecha cada vez que un noble escandalizado alzaba una ceja en su dirección.
Aunque venía de un pueblo nómade y sin muchas reglas, Agar había sabido adaptarse muy bien al lujo y protocolo, como si fueran una parte más que debía tener bien ensayada en su teatro.
Dirigí mi vista más allá de los campos, ahí Kesare corría intentando cansar a Nívea. Sería bueno si la dejara sin energías suficientes como para comer a alguno de mis soldados.
Ella dejó caer su cabeza hacia atrás cuando la tigresa falló en atraparla. Estaba claro que el animal no tenía ninguna intención de un verdadero ataque.
Viéndola así, era difícil creer que ella había sido capaz de acabar con la vida de un hombre.
──Parece que ya encontramos la debilidad del capitán.
Cuando volteé a verla, la tala me sonreía con la malicia delineando sus ojos verdes.
──No tengo ninguna debilidad, no te confundas.
──Siendo tan inteligente como es, mi capitán ──prosiguió──, estoy segura de que es consciente de que las tiene.
No iba a dejarla sacarme del eje.
──Y teniendo la sabiduría de la que presumen los tala ──indiqué──, imagino reconoces el momento prudente para dejar de hablar, Agar.
No pareció en absoluto afectada por mis palabras.
──Claro, mi capitán.
──¿Noticias, Herschel?
Él había estado aprovechando mi distracción para atorarse con una presa de cerdo y puré. Tuve que esperar a que dejara de masticar y Agar le sirvió una jarra de cerveza que lo ayudó a recomponerse.
──Recibió noticias de madame Eleyne, ella nos espera en Ketrán, los señores están ansiosos por recibir a su alteza. ──Se limpió los dedos con un trapo antes de volver a servirse otra jarra.
Esa vez bebió con más tranquilidad, retrasando sus palabras.
──Eso no me interesa, ya lo sabía, ¿qué más? Te mandé hasta esa posta para que recibas un mensaje en particular.
El soldado le dedicó una mirada rápida a Agar, pero ella parecía más interesada en las puntas de su pelo negro.
──Habla, no hay problema.
──Los jóvenes Vaetro, están con vida, capitán ──expuso al fin.
──¿Dónde?
──Arsel los llevó con Kaiser Heletrar.
──El infierno pierda a ese bastardo. ¿Qué hacen ahí?
──Todavía nada, lo más seguro es que la Vaetro se case con Kaiser y formen una alianza. Podrían ser un peligro.
Los degollaría yo mismo antes de eso.
──¿Y Berko Aloada?, ¿cumplió con el matrimonio?
──No envió noticias, capitán.
Kesare caminó hacia la mesa, riendo mientras Nívea se acercaba a robar un pollo entero. Herschel miró al animal con recelo, antes de que la tigresa se alejara con calma ceremonial.
──Desarmen el campamento ──dictaminé──. Nos vamos.
──Todavía no estoy lista ──rebatió Kesare──, Nívea está comiendo y yo me quiero bañar antes de partir. Tampoco pienses que tus soldados van a marchar bajo este sol.
──Fueron entrenados para circunstancias peores ──le recordé.
──Bueno, yo no ──continuó con su capricho──. Estoy harta de seguir en estas condiciones.
Herschel se sirvió más cerveza y tuve que abrir la chaqueta que llevaba, era cierto que el calor era especialmente insoportable ese día.
Para colmo, tenía que aguantar la necedad de Kesare.
──Herschel ──ordené──, avisa a los soldados que quiero que descansen, porque salimos a última hora y vamos a seguir toda la noche.
──Entendido, capitán.
Se fue para cumplir con obediencia.
──Voy a buscar a Vantha, debe tener locos a los soldados, con su permiso. ──La sonrisa de Agar fue una picardía insultante.
Una vez solos, Kesare me observó con atención.
──¿Qué ocurre, Ciro?
Clavé mis ojos en los suyos. Esa fingida candidez no iba a salvarla de nada.
──No quiero que me vuelvas a desobedecer frente a los soldados, ya lo hiciste en Escar, me diste un golpe enfrente de todo un régimen, ¿estás perdiendo la cabeza?
──No, conténtate con saber que uno de los dos sí conserva el buen juicio.
──¿Y esa eres tú?
──Desde luego. ¿Te explico las razones de por qué?
──Alguien con buen juicio, no las diría en voz alta.
──No, a no ser que tenga razones.
Me observó con una soberbia de quien acaba de dar por terminada una discusión. Alcé una ceja ante la insinuación, ¿sería capaz de delatarme? La tranquilidad pasiva en su sonrisa me dijo que no.
──A menos de un día hay una posta ──expliqué──, ahí podrás descansar mejor. Quedarnos acá solo nos retrasa.
──Dices eso y ya nos saltamos dos postas ──refutó empecinada──. Me quieres convencer para que termine haciendo lo que tú quieres, como siempre.
──Cedo más cosas por ti, de las que cedería por nadie.
Ella dudó, no rebatió, pero siguió hundida en su enojo. Al final, sujeté su cuello para hacer que me mirara.
──Paramos ahí, te lo prometo.
No se suponía que esa fuera la manera en la que serían las cosas. ¿Por qué mierda la dejaba seguir manejando la situación?
«Parece que ya encontramos la debilidad del capitán».
Kesare me contempló con detenimiento, antes de volver a hablar.
──A veces me gustaría saber en qué piensas.
──No lo creo. ──Sonreí.
──Háblame de ti, Ciro.
──¿Sobre qué?
──Todo. No quiero que seamos solo una alianza.
Por un momento el aire se atascó en mi pecho, tan incómodo como acostumbrarse a un uniforme nuevo.
──¿Qué es lo que te gusta?
──Tú me gustas. ──Esperé conformarla con eso.
──Te hablo en serio. ──No funcionó──. Quiero que me cuentes algo sobre ti, algo que nadie más sepa. Algo que sea solo nuestro, que me diga que estoy con alguien que conozco, que te conozco.
La añoranza en su mirada me desarmó más rápido de lo que lo haría un soldado con años de entrenamiento.
Me acerqué a ella con precaución, como si fuera a herirla si la tocaba, tal vez así era.
Posé mis labios sobre los suyos, con la lentitud con la que se aprecian los mejores placeres.
──Ciro ──se quejó sin aire.
Tomé su mano para conducirla lejos de ahí.
──¿A dónde me llevas? ──Me lanzó una mirada recelosa.
──Te mostraré lo que me gusta.
No partimos esa noche, sino hasta el día siguiente, luego del almuerzo.
Kesare fue quién me acompañó, cabalgando junto a mí al frente de la caravana. Los soldados deberían acostumbrarse a la idea de verla al mando, o nunca le quitarían el estigma de bruja.
Podía leer su miedo debajo de sus rostros rígidos. Era algo que tenía que apaciguar, o terminaría por jugarme en contra.
Y ya tenía demasiado en contra.
La idea me llegó como un tiro certero, debía buscar una forma de sacar a los Vaetro de ese pedazo de piedra. Un ataque a Katreva sería inútil, esa casta había sido fundada por un soldado con gran experiencia militar, como tal, se encargó de crear una fortaleza que pudiera resistir cualquier ataque enemigo. Era una travesía de al menos tres meses en barco para terminar en el fin del mundo, pero si podía hacerlos salir de esa ratonera...
──¿En qué piensas, Ciro?
Matar a Kaiser, cortarle la cabeza y colgarla en una pica para adornar la entrada al palacio, pasear los cadáveres de los Vaetro ante cualquier enemigo que osara levantarse.
──Necesito a Fennella Tarrigan.
Kesare realizó una mueca, me lanzó una mirada cargada de hastío.
──Entonces te confundiste al venir conmigo ──ironizó.
Verla celosa era mi nueva cosa favorita.
──Una vez la tenga, los Vaetro van a tener que venir por ella, se criaron juntos, deben sentirla como una hermana ──expuse──. Vendrán por ella o les voy a enviar sus restos.
──No serías capaz de algo así.
──Creí que ya me conocías, amor. ──Sonreí.
Por el momento, solo necesitaba que ellos me creyeran capaz.
Y los llevaría justo donde quería.
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