25. No siempre se quiere.
──Y juro ante el Arakh y la Madre, que no voy a descansar hasta que sus señores sean vengados, hasta que obtengan la justicia que se merecen y para que también nuestro antiguo Vark pueda ser purificado por las llamas y encuentre la guía de la Madre.
Ciro Beltrán aguardó un momento después de finalizar el discurso, manteniendo su postura solemne.
El público había formado una aglomeración frente a las escalinatas del Templo, que estalló en gritos hacia el nuevo vark.
Observé los rostros, mercaderes, artesanos, aprendices y plebeyos en general. Todos ilusionados ante las palabras vacías de un líder ingrato.
El capitán había cometido asesinato y no conforme se proclamaba soberano absoluto del Imperio. No solo no iba a ser condenado por matar al Vark, sino que la gente lo aplaudía por ello. El agradecimiento en sus rostros me revolvía el estómago.
El Vark Drazen se hubiera merecido al menos un juicio justo.
El Karsten le colocó a Ciro la corona que él mismo se había mandado a forjar. Con plumas como alas de cuervo, acero pulido y piedras azabache. Era el epítome del poder y la fuerza.
Por lo demás, tenía su uniforme negro de cuero que le llegaba hasta debajo de las rodillas. Con detalles dorados, para empoderar aún más la importancia de su cargo.
Alejé el pelo de mi rostro, por tercera vez en la ceremonia. Tenía que lidiar con el viento que había convertido lo que debía ser una mañana cálida de primavera, en otro día frío en Escar.
Si alguien me dijera que seguíamos en invierno, se lo hubiera creído.
Cuando los aplausos terminaron, el Karsten prosiguió con el discurso de coronación.
Al voltear a ver a Ciro, sus labios estaban torcidos en una burla, hacia mí o el resto de las personas. Avancé unos pasos, hasta quedar a la altura del Karsten e hinqué mis rodillas para que me colocara la tiara, mucho más simple pero al parecer igual de pesada.
Volví a erguirme y mi consorte tomó una de mis manos para alzarla hacia el público, dividido en admiración hacia el capitán y recelo hacia la fórea que había traicionado sus votos religiosos.
La nostalgia me invadió de forma terrible.
Ciro había elegido el Templo de Fóres para realizar la coronación, porque tenía un acceso fácil al canal y la gente podía también acercarse a las escalinatas. Por el resto era más parecido a un cementerio que a un Templo. Era solo un lugar donde guardar las cenizas de los señores fallecidos, donde venerar al Arakh en los días de culto y con poco movimiento en comparación a la Casa de Vaestea.
──Todo es una farsa ──musité.
──No lo entenderías, Kesare ──me respondió cuando creí que no me había escuchado──. Eres demasiado ingenua e inocente.
Le lancé una mirada de soslayo, cargada de desdén.
──Créeme que sé en quién desconfiar.
Ciro no respondió, pero torció una sonrisa suspicaz.
El Alto Clero quedaba justo en el este de la ciudad, desde donde salía la luz del Sol y a donde se podían observar las estrellas con claridad en las noches más despejadas. Como fórea, podía decir que conocía ese recinto de memoria y aun así nunca me había sentido tan fuera de lugar.
Escuchando todos esos aplausos ensordecedores desde la cumbre de las escaleras de cemento.
──Que grande sea el poder y mucho tiempo dure.
──Los líderes pasan, el pueblo permanece ──lo corrigió Ciro.
Una vez terminó la ceremonia, tuvimos que bajar el camino desde las escalinatas del Templo, hasta la barcaza que nos esperaba en el canal.
La gente era demasiada y aunque los guardias se esforzaron por mantenerlos a raya, poco podían hacer ante una multitud tan extensa. Incluso en el canal había hombres, mujeres, niños y ancianos observando desde sus botes.
──Quiero ver a la Máster Athenea antes de irme ──le avisé a Ciro──. Necesito hablar con ella.
──Mi más sentido pésame, Kalena ──dijo Madame Eleyne.
Sus palabras tendrían que haber sido de pesar, pero por la sonrisa que me dedicó era más como si lo disfrutara.
──¿Pésame? ──La palabra seguía dando vueltas en mi cabeza──. ¿Dónde se encuentra la Máster Thea?
Madame Eleyne intercambió una mirada con Ciro, antes de responder, ignorando la muda advertencia del capitán.
──Ella falleció, la encontraron estrangulada hace unos días. Algo estremecedor, desde luego.
Las lágrimas se juntaron con tanta rapidez que me ardieron los ojos. Cuando volví mi mirada a Ciro, él estaba tenso. Ya lo sabía y todavía tenía el coraje de mostrarse disgustado porque yo lo hubiera descubierto.
──No era el momento, ni la forma para que se entere ──le siseó.
Ignorando a las personas que se encaraban hacia nosotros, me indicó que siguiera el camino. La gente seguía gritando y alentando a su vark. Intenté, pero ya no veía caras conocidas en la multitud. Todo estaba borroso.
──No hagas un espectáculo, Kesare.
Me solté de forma brusca. Una vez libre, decidí adelantarme porque ya no podía soportarlo. Fue solo un momento y un grito que lo comenzó todo.
──¡Bruja! ¡No te queremos aquí! ¡Fuera!
Giré para buscar de dónde había llegado esa voz. Estaba segura de que había sido la de una mujer, pero después se multiplicó como una plaga. O así me lo pareció. Estaba desorientada, por lo que los gritos de un grupo de voces se sintió como una multitud.
Aun si dónde miraba solo veía caras serias e indiferencia.
Uno de los guardias intentó acercarse a mí, pero alguien me tiró del brazo y recibí un golpe en el rostro. Un tirón de pelo y la corona cayó, rodando por las escaleras.
Eran un grupo de cinco o seis personas, con una mujer de aspecto grotesco a la cabeza. Ella tenía una parca negra, pero podía apostar a que no era una fórea.
──Los dioses nos castigan por tu culpa ──me gritó ella que lo había empezado todo──. Nos vas a llevar a todos a la miseria igual que Morrigan.
──¡Bruja!
──¡Mujerzuela!
──¡Traidora!
En un respiro me encontré perdida entre una marea de insultos y agresiones. Tirones. Golpes. E incluso patadas.
Me mareé, encontrándome perdida en la vorágine.
Tropecé con mi vestido, pero alguien me sujetó con fuerza, tomó mi brazo para después tirar y aferrarse a mi cintura. Seguía aturdida, cuando Ciro me pegó a él.
──¡Sáquenla de acá! ¡Quiero que los encierren a todos! ──ladró sobre el ajetreo──. Herschel, llévate a esa mujer y que encarcelen a todos los que intervinieron en el revuelo.
La multitud no reaccionó ante el espectáculo, pero sus miradas seguían atentas. Un gran murmullo se levantó como una marea.
──¡Es una bruja! ──Volvió a gritar la mujer, pero entonces su voz se ahogó entre la multitud mientras era arrastrada lejos de ahí.
Solo quería humillarme y lo consiguió. Sentía mi mejilla ardiendo por el golpe y mi cuero cabelludo picaba.
Ellos no reaccionaron. Mantuvieron sus miradas de odio y recelo pero en distancia. Una vez la tensión disminuyó un poco, los escarios volvieron a corear a su nuevo Vark, pero sin el fervor del principio.
Recuperé el sentido cuando estuvimos a salvo en la barcaza, Ciro me sostuvo entre sus brazos.
──¿Estás bien? ¿Te hizo algo? ──preguntó con la voz llena de rabia.
──Sí, estoy bien.
Pero no lo estuve hasta que surcamos el canal y la multitud fue solo un recuerdo en la orilla. Ciro nos había llevado hasta un lugar apartado antes de hablar.
──No llores más, Kesare ──pidió cuando se acercó a besar mi frente.
«No me hagas ver débil frente a ellos», traduje.
──¿Por qué no me dijiste lo que pasó con Máster Athenea? ──lo encaré con la voz cortada de rabia y dolor──. Fue mi máster por años.
──No es el momento ──me remarcó.
Entonces volteé para no tener que verle la cara.
──Hablaremos de esto después, Kesare.
Permanecí con la vista fija en el horizonte hasta que Ciro se retiró, todavía embravecido, para recriminar a sus soldados por lo que acababa de suceder.
No podía saber si lo que le molestaba era lo que me habían hecho, o que lo hicieron pese a que yo era su consorte, pasando por encima de su autoridad.
Era verdad que se trataba de un grupo muy pequeño el que me había hecho daño. Eran solo unos pocos en comparación a toda una multitud, pero podía leer entre líneas.
Ese grupo solo había manifestado lo que las demás personas se guardaban.
¿Comprendes las miradas de recelo, querida?
Siempre lo supe, que veían en mí el reflejo de la Vark Morrigan y el desastre que les había llevado.
Después de eso, nos dirigimos hacia el almuerzo acordado con Berko Aloada. Desde la terraza del vark, todavía podía verse el humo, disipándose para soltar la Torre del Viento; como un asesino que escapa sigiloso de la escena del crimen.
──Me extrañó no ver a tu consorte desde tu llegada ──comenzó Ciro.
Berko Aloada pareció perdido por un rato. Era un hombre de porte regio, con el cabello corto a los lados y más largo en el medio, cayéndole hacia los costados.
Su piel pálida contrastaba con el negro de su pelo y sus ojos. Tenía ese tipo de mirada dura que adquirían los soldados.
──Su esposa ──lo ayudé entonces.
Él me respondió con una sonrisa y Ciro le dio un largo trago a su copa de vino.
──Ella me acompañará después de nuestro casamiento ──respondió Berko──, todavía están buscando al teniente Vaetro...
──Se suponía que debías venir como el barón de Kanver. Lo único que tenías que hacer era asegurar esas tierras. Casarte. Y no lo hiciste ──remarcó cada palabra como si hablara con un idiota──. ¿Tiene problemas para cumplir con una tarea tan simple?
Berko pareció buscar las palabras sin dar con ninguna.
──Ella no quería... ──intentó──. Quería esperar a su madre...
──¿Ahora mis tratos dependen de los deseos de una niñata consentida? ──lo interrumpió otra vez.
──No, capitán, pero entenderá que no puedo obligarla a desposarse conmigo ──evidenció lo obvio.
──Según las leyes de las castas sí, si no entiendo mal, ahí siempre cuidan la buena preservación del linaje y la familia ──indicó──. La dama de Tarrigan dio su palabra y aceptó esa unión. Entonces, ¿qué es lo que quiere? ¿Un cortejo?
Ciro enarcó una ceja, como esperando que el joven Aloada viera solo su error.
──Capitán...
──Vark ──le recalcó.
El joven de Val Lasserre asintió, antes de darle un largo trago a su copa. Entonces pareció notar que estaba vacía. Realizó un ademán discreto y el criado corrió a servirlo.
Mientras, él parecía estar luchando para controlar la ira, el miedo debía servirle para eso porque se rehusaba a ver al capitán a los ojos.
──Nos casaremos ni bien vuelva de la campaña.
Beltrán sonrió con cinismo.
──Vas a volver a Puerto Kanver y asegurar tu matrimonio ──le ordenó──. ¿O me apresuré en tratar con ustedes? Quizás debería haber permitido que los Guefen los aplastaran. Arriesgo mucho por ustedes y a la primera me demuestras ineptitud. Sabes lo importante que es para mí ese territorio. No me puedo permitir estupideces.
──Puede estar seguro de que me voy a casar con Fennella Tarrigan.
──Todavía lo dices como si fuera una tarea difícil ──se burló──. No te estoy mandando al campo de guerra. No todavía.
Berko Aloada asintió, sonriendo por compromiso, antes de dirigirse hacia mí.
──Quería decirle que lamento el incidente por el que tuvo que pasar hoy, mi señora ──expresó──, estoy segura de que unos pocos no representan el sentimiento de la mayoría, que verán en usted una varkesa digna y justa.
Yo lo vi como lo que era, un intento de Berko por cambiar el rumbo de la conversación y huir de la mirada acusatoria de Ciro.
Pero él comprimió su mandíbula, endureciendo su semblante como si el joven Aloada me hubiera propuesto matrimonio ahí mismo.
Su cambio de humor fue tan imperceptible que Aloada no pareció notarlo. O fingió no hacerlo.
──Le agradezco las palabras, su merced. ──Le sonreí en agradecimiento.
──Kesare, no hace falta que estés en aburridas reuniones. Después del altercado por el que pasaste hoy, me gustaría que pudieras descansar.
Lo miré con sorpresa. Era verdad que no quería estar ahí, pero sus palabras fueron demasiado repentinas. Me puse de pie en cuanto vi al criado acercarse a mí. Ansiosa por alejarme un momento del teatro que había formado Ciro a su alrededor. Solo me despedí de Aloada, ignorando al capitán antes de salir de la habitación.
De igual manera, mi descanso no duró mucho. Terminé de almorzar sola en mis aposentos, apenas me dio tiempo hasta que Ciro mandó a Danae por mí otra vez.
¿Qué creen que va a pasar con Kalena y Ciro?🤔
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