22. Del Cuervo.
Capítulo dedicado a ainesita16
porque fue una de las primeras en sacarle la ficha al personaje💞
En un rato subo la segunda parte. Quise dividirlo en dos para que no fuera tan pesado.
LA CÚPULA,
CAPITAL DE ESCAR.
Desde la sala del vark, se podía apreciar la inmensidad de la Cúpula, de sus torres y sus calles angostas. La gente apenas podía distinguirse desde esa altura. La piedra de las murallas que la rodeaban, los puentes que cruzaban la ciudad y los canales conectando todos los puntos.
Como una obra creada por algún maestre. Una maqueta muy fácil de manejar.
──¿Cuánto tardarán en venir, Arsel?
──No mucho, capitán, pero sigo pensando que el vark debería asistir a la Cumbre de los Cinco, no es propio...
──¿Ya todos están en el salón principal de la Torre del Viento? ──lo interrumpí.
Arsel era un excelente soldado en el campo de batalla, pero su cabeza estaba para otras cosas.
──Sí, capitán.
──De acuerdo.
Para mi suerte, los cuatro señores llegaron juntos, con el barón de Kanver a la cabeza; por la forma en la que me analizaba, era claro que no había dejado su resentimiento atrás. Y por el retraso conveniente que los tomó a todos, era obvio suponer que habían tenido su propia reunión previa.
──¿El vark? ──preguntó el barón Kalter Vaetro.
──Está enfermo, desde esta mañana no se levanta, pero ya me ordenó los términos dispuestos a aceptar por la corona. Imagino no hay ningún problema.
El hijo menor de Destán le dedicó una mirada a Vaetro y este respondió con un asentamiento de cabeza.
Sonreí de forma amplia, disfrazando mi diversión con cordialidad.
Dylan Destán era el hijo del fallecido Beco Destán y el nuevo heredero del Mar de Guefen. Tenía apenas dieciséis años y, por los nervios que mostraba, poca preparación para el mando.
El que sí era hábil para la estrategia y gobernabilidad, era el barón de Kanver, que no había tardado en colocarse como líder entre sus iguales.
──Entonces veo correcto que pasemos directamente a los términos del tratado ──propuse desde el cabezal de la mesa.
No me puse de pie para recibir a ninguno y ellos fueron ocupando los lugares en la mesa de ébano, guiados por la educación de Arsel.
──¿Ningún miembro del Círculo de Aeres nos acompaña? ──indagó la Dama de Velika.
Vassety Vedasto, solo una guerra inminente la hubiera hecho bajar de sus montañas heladas.
──No veo por qué, este acuerdo le pertenece únicamente al Vark. El Círculo se encarga expresamente del manejo de situaciones extraordinarias, que escapen al soberano y sus señores. Aunque, seguramente estarían agradecidos si quisieran cederle el poder de discernir sobre sus territorios.
──Lo mejor es comenzar de una vez con el tratado ──concordó entonces.
Al parecer, los señores ya tenían redactado el acuerdo y, cual mandalete, Dylan Destán me tendió el pergamino. Apenas lo rocé antes de dárselo al buen Arsel.
Antes de que comenzara con la introducción, le ordené que fuera a los puntos importantes.
──Artículo uno; ──comenzó──, queda prohibido el uso indiscriminado de materia prima perteneciente a cualquiera de las castas y todo lo que allí se encuentra. Sin embargo, cada casta seguirá aportando al tesoro del Imperio, con el fin de repartir las ganancias en partes iguales.
»Artículo dos; se bajarán los impuestos a los escarios, ya sea para los agricultores y ganaderos, como para los comerciantes.
»Artículo tres; cada casta es soberana sobre sus tierras y podrá demandar en ellas lo que prefiera conveniente para mantener la paz y estabilidad dentro de sus tierras. Siempre en respeto y concordancia con la Carta Roja.
»Artículo cuatro; cada casta tendrá el derecho y la obligación de levantar su propio ejército, que servirá primero a su casta y luego al Imperio de Escar.
»Artículo cinco; tanto la casta de Val Lasserre como la del Mar de Guefen, deberán retirar sus tropas para mantener la paz en el Imperio.
»Artículo seis; la Capital de Escar deberá aportar también al tesoro del Imperio y, para cerciorarnos del cumplimiento, se creará el nuevo Consejo de Aella que reemplazará al antiguo Jefe de la Moneda.
El mismo estará conformado por un miembro elegido por y en representación de cada casta.
Cuando hubo terminado, el silencio inundó la habitación de forma hermética.
──Arsel, por favor, ve por una jarra de vino para los señores. Para aligerar la tensión.
El hombre salió de la habitación como un fantasma.
──Estos son los términos en los que vamos a aceptar la paz ──concluyó el barón de Kanver.
──¿Está seguro de que esos son los términos que aprueba, mi señor?
La mirada de recelo de Kalter Vaetro fue suficiente para entender que no era así.
Igual proseguí la labor, tomé la pluma ya humedecida en tinta y garabateé mi firma justo al pie del texto. Después estampé el sello del Vark.
──El Vark estará feliz de saber que la paz vuelve a su Imperio.
Todos parecían perplejos por lo que acababa de suceder.
Uno a uno fueron firmando, por último el barón Kalter, se veía contrariado. Sonreí de forma amplia, estaba seguro de que había al menos dos o tres puntos que lo perjudicaban.
Estaba claro que Kalter Vaetro no esperaba que ese tratado se firmara. Solo quería una excusa para armar una revuelta, como la negación del Vark a un tratado de paz.
Pero no sería yo quien se la daría.
Cuando las doncellas y los criados ingresaron para servir las copas, el barón de Kanver seguía posponiendo su firma.
──¿Algún problema, mi señor?
Él no me respondió, todavía luchando con sus pensamientos, así que tomé un largo trago de vino.
Sonreí cuando el barón de Kanver por fin le dio un trago a su copa antes de firmar, volviendo a posponerlo. La dama de Val Velika se recargó el cáliz y el joven Dylan terminó con lo que tenía.
Incluso el hombre rechoncho que había mandado el bastardo de Katreva, iba por su tercera copa.
──Un buen vino, ¿qué cosecha es? ──preguntó el que reconocí como uno de los hermanos Cabrazar.
──La última, no pienso desperdiciar un buen vino en un montón de cadáveres.
Los ojos del viejo se entornaron, como los de un borrego a punto de ser sacrificado.
──Hijo de puta.
Ese fue el pie que necesitaba el barón de Kanver para atacar, pero ya era muy tarde. Ni siquiera llegó a desenfundar su espada.
──A su salud. ──Le sonreí, para darle otro trago a mi copa.
Los empleados habían traído el vino en cuatro jarras pequeñas y eran tantos que ningún señor se había fijado quién sirvió a quién. Nadie excepto yo.
──Si hubieran prestado atención a los sirvientes, se hubieran dado cuenta, quizás, de cierta forma los mató su orgullo y soberbia. Siempre por encima de su pueblo, de todos. No querían paz. Quieren gobernar a sus anchas, ustedes no conocen a su gente, ¿cómo podrían ser buenos gobernantes?
»Y tranquilo, barón Kalter, su poder y señorío siguen en pie. Este acuerdo muere acá. Al igual que usted.
La llama de la vela lamió el papel de manera delicada, hasta finalmente consumirlo.
El primero en caer fue el gordo de Katreva, convulsionado en el suelo, en cambio, la dama de Val Velika se aferraba hasta último momento, siempre firme sin querer ceder.
En un rincón, Dylan Destán esperaba su destino, pero cuando dos soldados irrumpieron sacó un poco de coraje para luchar.
──Llévenselo. Que esté recluido en una de las habitaciones en el ala este.
A ellos no les costó inmovilizarlo y lo cargaron en el aire, casi como una pluma, llevándoselo a rastras cuando él seguía pateando y chillando. Le hacía un favor a todo Guefen al no dejarlo acceder al poder.
Después me dirigí de vuelta a la dama de Val Velika, que seguía peleando por respirar.
──Una buena mujer hasta lo último. Una lástima. Hubiera sido una buena aliada. ──Le di un beso en los dedos antes de que Vassety Vedasto se desplomara en el suelo.
Al voltear, me encontré con el barón de Kanver. Sonreí al ver la desesperanza en sus ojos, como se llenaban de sangre mientras las venas se marcaban de forma antinatural debajo de su piel ya grisácea, saltando y formando hematomas en su rostro.
Kalter presionó el borde de la mesa, se aferró a la vida con terquedad, pero fue inútil y en un acto de misericordia ─o venganza según se viera─ le corté la garganta.
De soslayo, observé el color pálido en la cara de Arsel. Había vuelto justo para el fin de todo el trabajo.
──El coraje que demuestras en el campo de batalla no es el mismo en tu día a día, Arsel. Recuerda que no todas las guerras se ganan con una espada en la mano.
──¿Qué hiciste?
Observé la sangre goteando de la daga que había ocultado en mi jubón. El horror de Arsel era desproporcionado.
──Un acuerdo de paz.
──Estás perdido, Ciro. Te dije que irías muy lejos.
Su palabrería me sonó patética.
Le di un empujón cuando intentó llegar hasta mí y así me lo pude sacar del camino. Los guardias entraron en la habitación para recoger los cadáveres.
──Que los quemen y lleven sus cenizas al Templo.
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