21. En el Laberinto
LA CÚPULA,
CAPITAL DE ESCAR.
Estaba paseando por el gran salón, observando caras iguales o más aburridas que la mía. Eso era porque todo mundo estaba esperando por comenzar con el Festival del Equinoccio, con la apertura del Laberinto de las Bestias.
El señor de Barradon me contaba una ridícula anécdota sobre cuando se cayó de su percherón, cuando vi como la consorte del capitán se desplomaba en medio de la pista.
──Tú, ayúdame a llevarla ──ordenó la mujer menuda que reconocí como Madame Eleyne.
El criado no tardó en obedecer, pero fue uno de los guardias quién finalmente cargó a la chica para llevársela de ahí.
──Seguramente esté embarazada ──comentó el señor de Barradon──. Mi consorte Vania tuvo dos, ellos son... ──Él siguió hablando y yo fingí oírlo, pero ya tenía mi atención en otro lado.
Al otro lado del salón, Killian entraba junto a Blak. El felino se movía con recelo entre la gente y el sentimiento era recíproco, porque la multitud hacía todo para no cruzarse en su camino, partiéndose un camino a su paso.
Una vez llegó a mi lado, el señor de Barradon lo saludó con una reverencia. Killian le respondió con su característica apatía, después se dirigió a mí.
──Con su permiso ──me disculpé con el señor de Barradon.
El hombre asintió con empalagosa cordialidad, para después alejarse a repartir sus anécdotas por otro lado.
──¿Qué te dijo el barón de Guefén? ──fui al punto.
La piel de mi hermano había perdido todo el brillo debido a la palidez, por contraparte su piel oliva adquirió un tono casi opaco.
──Killian ──insistí.
──El barón murió ──sentenció──, fue esta mañana, según lo que me dijo la tala.
──Podría haber sido nuestro padre... O cualquiera de nosotros. Si alguien lo mató es porque algo sabe. Lo que sea que vio...
──Keira ──me advirtió como si yo fuera la ciega──, no es prudente.
──¿Quieres pretender que nada pasó? ──reclamé en un susurro──. La próxima no vamos a correr la misma suerte. Killian, yo también visité al barón, sé lo que vi y tú mismo viste... sabes de la consorte del capitán, en el palacio se dice que fue ella misma la que se curó las heridas por las espinas, el veneno de Morrigan...
──Ya sé.
Su mandíbula se comprimió y sus cejas se fruncieron en impotencia.
──Debemos ir con nuestro padre.
Él asintió y tuvimos que sortear varios señores y señoras menores, antes de cruzar la salida. Una vez fuera de miradas indiscretas, hice un puño con la falda de mi vestido para levantar el ruedo y apurar el paso con más libertad.
Blak pasó frente a mí, hecho una fiera y para el horror del hombre que terminó tirado en el piso.
──Blak, ven conmigo.
El felino parecía reticente ante la idea de dejar a su presa, aun así, como siempre que Killian lo ordenaba, volvió con él.
──Mis disculpas, señor Arsel.
Lo reconocí como uno de los fieles lastres del capitán. Hubiera dejado que lo devorara.
──No hay problema, mi señor ──titubeó el soldado.
Se levantó de forma lenta, todavía temblando por la cercanía de la bestia. Su frente estaba perlada por el sudor y sus ojos iban de un lado a otro del pasillo, como si esperara a alguien.
O como si huyera.
──Yo, los estaba buscando, el capitán los solicita en el laberinto, ya abrieron paso a los juegos y él estará encantado de guiarlos.
──¿Su consorte ya recuperó la consciencia?
──Sí, hace varios días. Ya se encuentra mejor.
Hablaba de su descompensación de hace un momento, pero Arsel no pareció notarlo. Si él no lo sabía, lo más probable era que el capitán tampoco estuviera al tanto de lo que le pasaba a su esposa.
──Fue solo una descompensación leve ──agregó.
──Qué bien.
De soslayo pude ver a Killian, acarició la cabeza de Blak mientras parecía sopesar la propuesta. Analizó al soldado unos segundos antes de asentir.
──Lo seguimos.
Arsel lució como si hubiera aspirado una bocanada de aire después de estar a punto de ahogarse. Una vez se adelantó para marcarnos el camino, toqué el brazo de Killian.
Nos estaba guiando a una trampa y él estaba caminando con tranquilidad hacia ella. No tenía un buen presentimiento.
Killian realizó un leve asentimiento para mi tranquilidad. Intenté mantenerme serena.
El laberinto quedaba a una distancia lejana del palacio, por lo menos unos cien metros, por lo que hicimos el trayecto hasta allá en una carreta pequeña, destinada a realizar distancias cortas.
Aun así, tuvimos que bajar y seguir el último trecho a pie por la aglomeración que conformaban los escarios; volvía imposible avanzar sin llevarse a alguien por delante.
Eso ocasionó que, cuando llegáramos al laberinto, mi respiración fuera superficial y mis mejillas estuvieran calientes, seguro producto del rubor.
──Lamento que no hayamos podido venir con el carruaje, con tanta gente en el patio, entenderá que es un despropósito. Solo nos hubiera retrasado.
Eso era cierto. Los escarios iban y venían de un lado a otro, los padres con sus hijos pequeños y los chicos que ya habían ingresado en la Casa de Aeres y acudían en compañía de sus maestros.
Todos iban vestidos en distintos tonos de rojo, el color del Imperio.
──Síganme.
Había escuchado y leído sobre el laberinto de Morrigan muchas veces, no era un jardín en el que podías dar un paseo todos los días, sino una trinchera y un escudo de guerra. Tanto el laberinto como el Bosque de Espinas, habían sido creados para evitar el avance hacia el palacio por mar.
Estaba lleno de caminos y solo uno era el correcto para cruzar al otro lado. Sumado a esto, la maleza era tan densa que te impedía ver de un sector a otro y había tantas enredaderas venenosas que tratar de cruzar cortando camino sería un suicidio.
Claro que los escarios tenían un territorio marcado para la festividad y que se suponía era libre de peligro. No podía dar fe.
Arsel nos guio más allá de ese camino, siguiendo hasta que las voces de la algarabía fueron un murmullo distante.
──¿A dónde nos llevas? ──espeté.
──Discúlpenme, los tenía que sacar de ahí y sabía que no confiarían en mí ──admitió avergonzado──, el vark enloqueció y está por desatar una guerra, ustedes deben saberlo. No están seguros aquí, su padre los espera en un barco en la bahía.
Un ardor recorrió mi brazo y solo hasta entonces fui consciente de cómo había clavado mis propias uñas en la palma de mis manos. Sangre.
──Entonces llévanos con nuestro padre.
Nervioso, Arsel asintió.
No tenía idea de cuánto habíamos caminado, pero mis piernas ya dolían y los pliegues de mi vestido habían sido rasgados por las plantas, luego de lo que parecieron horas, cuando escuché el sonido de las olas romper contra la costa y el gusto a sal fue tanto que pude respirarlo en el aire.
──Este es el último tramo, si conoces el camino, no es difícil cruzar el laberinto.
Ignoré el apoyo que me ofreció cuando mis pies pisaron la arena. Donde ayer había un clima despejado y radiante, entonces solo quedaban un cielo gris y las nubes parecían haber bajado en forma de una densa niebla.
No reconocí el barco anclado, no era en el que habíamos llegado, no el barco que nos trajo de Puerto Kanver.
──¿Dónde está mi padre?
El hombre se vio dubitativo.
──¿Dónde? ──exigí.
──Sabes que él no está aquí ──sentenció Killian.
Su tranquilidad me golpeó como un puñal.
Intenté regresar, pero él me tiró del brazo con su mirada clavada en ninguna parte.
──Keira.
Una explosión retumbó y el golpe pareció mover el suelo, perdí la estabilidad y mis dedos se hundieron en la arena.
Blak le rugió a nadie en particular.
──¿Está bien, señorita?
La torre más alta del palacio, la Torre del Viento, había sido volada, por lo menos su parte superior. En torno a ella, las demás salían como agujas señalando el cielo de forma amenazadora. La torre había desaparecido, su parte superior no era más que escombros humeantes.
Ahí debería estar yo.
Cuando intenté ponerme de pie, dos brazos me tuvieron presa. A Killian no le costó nada detenerme, aunque luché por soltarme.
Luego dejé caer ambos brazos, a cada lado de mi cuerpo, derrotada. ¿Qué podía hacer? ¿Qué debía hacer?
Mi visión se volvió imprecisa, borrosa, manchada por una capa de lágrimas que derivó en... nada. Mi garganta se cerró. Mi pecho dolía de forma tan profunda como podría hacerlo un puñal y, aun así, era incapaz de llorar.
Sabes que él no está aquí.
──Cuando te acercaste a nosotros... ──El tono de Killian era tan oscuro y lúgubre que resultaba doloroso.
──Mi pésame ──repitió Arsel──, tenemos que subir al barco. Soy el único que conoce la salida del laberinto, pero el vark no tardará en mandar a revisar la zona por el lado del puerto.
──¿Por qué nos ayudas? ──hablé al fin.
──Porque si los dejo morir aquí, todo lo que pasó hoy, muere también. ──Sus palabras fueron pesadas, como si le costara soltarlas──. Tienen que vivir para vengar a Escar.
Killian no dijo nada más. Se hundió en su mutismo, caminó hasta la orilla donde ya nos esperaba el bote que nos llevaría hasta el barco y de ahí lejos de Escar. Lejos de mi padre.
Una última vez, volteé a ver la salida del laberinto, esperando que quizás él pudiera salir de algún lado o yo pudiera entrar a buscarlo. Nada de eso pasó.
Abandoné la playa con el regusto salado del mar, con el peso del ruedo de mi vestido, enredándose en la arena húmeda, y el de las lágrimas que no solté. Con el pecho comprimido del dolor. Sabiendo que mi padre no estaba muerto, no podría. No lo estaba.
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