15. De La Bruja.

LA CÚPULA.

El viento susurraba de forma delicada cuando me recompuse, el aire revolvía las cortinas a su antojo mientras el mar era una pintura perfecta, tiesa al otro lado de la ventana.

Reconocí la figura que se mecía en la silla, en medio de la habitación.

──Máster Thea.

Me puse de rodillas junto a ella, pero eso no la alejó de su tejido.

──Su merced, ¿está bien?

Sus ojos estaban idos, sin mirar a ningún lado en particular y llenos de un profundo vacío.

──No hay viento, la época está siendo mezquina ──meditó──. Te toca mover las velas.

──¿De qué habla?

Me reincorporé, sin entender sus palabras.

La pobre anciana estaba ida, no tenía nada que ver con la mujer perspicaz que había llegado hacia tantos años a impartir clases sobre medicina. No había sido así antes.

Mucha de la gente creía que involucrarte con el arte que practicaban los Oscuros, podía consumirte hasta  llevarte a la locura. ¿Eso le había ocurrido? ¿Eso me ocurriría a mí?

La máster tarareaba alguna canción, mientras sus dedos largos y frágiles tejían el hilo rojo entre sus manos.

Era un idioma antiguo y extinto en el mundo, pero común en los libros de arte blanca.

“La doncella cantó al Sol,

clamando por perdón.

Pero su soldado ahora es su prisionero,

y las bestias mueren solas.

El orgullo no es honor,

el juicio ya se celebró.

El Sol en rojo ardió,

el blanco ahora es rojo,

y él volvió.

Las espigas se hunden en el mar,

y las bestias mueren solas”.

──¿Máster?

──Cuando haya viento va a volver, un barco no se mueve sin viento.

“La reina al león domó,

con el ala de un cuervo y un libro gris.

La serpiente surgirá,

con garras como las de un lobo.

La doncella cantó al Sol…”

Retrocedí, golpeando mi espalda contra una superficie dura y cuando alcé la mano, tenía sangre y nieve.

──Kesare.

Me reincorporé de forma rápida, aspiré una gran bocanada de aire y sentí el regusto salado del sudor en mis labios.

Ciro alejó un mechón pegajoso de mi frente.

──Estuviste casi un día dormida.

Colocó mi mano temblorosa entre las suyas, pero lo alejé con brusquedad.

──¿De repente te importa?

Beltrán tensó su mandíbula, pero apretó las palabras que tenía para mí.

──Lo que hiciste fue una estupidez ──siseó con odio──, y ya te aclaré que no iba a aceptar estupideces.

──¿O vas a qué? ¿Ahora te interesa lo que me pase? ──corté con su hipocresía──. Escapar fue lo más sensato que hice en días.

Cuando terminé de hablar, apenas podía respirar. Me llevé una mano a la frente para secar el sudor. Seanes. Según en qué manos cayeran, podían ser el veneno más letal o la única forma para contrarrestar el veneno de Morrigan.

Como perfume era exquisito, pero la mayoría de los Oscuros lo habían utilizado como veneno. Solo ellos sabían apagar su fragancia y dulzor característicos.

Los dedos de Ciro fueron fríos cuando acarició mi mejilla, giré la cara.

──Una hermosa flor, casi una ambrosía, pero en dosis equivocadas es mortal ──recitó el capitán con una media sonrisa bailando en sus labios──. Solo una bruja sería capaz de utilizarlo.

Él me miraba divertido, pero yo le sostuve la mirada con rabia.

──En el bosque de Morrigan hay una maldición ──prosiguió──. “Solo sus discípulos serán capaces de sobrevivir a su veneno”. Eso no es solo un cuento. Se supo mucho tiempo que el veneno que crecía en las enredaderas del bosque, solo era capaz de contrarrestarse con aceite de seanes. Solo los Oscuros conocían este antídoto. Dice un soldado que fuiste tú la que marcó cada paso.

──¿Voy a ser juzgada por leyendas y habladurías de soldados? ──espeté.

Ciro se sentó frente a mí, a un lado de la cama. Apoyó su mano en mi pierna, acariciando mi piel sobre la colcha.

──No juegues con tu suerte, Kesare ──advirtió con ojos fríos──. El azar no siempre te va a sonreír.

──Terminé en esto contigo, no puede tener peor cara que esa.

──El enojo te da un brillo especialmente encantador. ──Enarcó una ceja, como si acabara de constatar un hecho y no como un cumplido.

Acercó su rostro y lo golpeé con fuerza. No tenía idea de dónde había sacado la entereza, pero sentí una enorme satisfacción cuando lo vi voltear el rostro.

El fuego llameó en sus ojos, aun así, se contuvo.

──Nunca jamás voy a volver a dejar que me pongas una mano encima.

La sonrisa de Ciro no se ocultó, pero se volvió sombría por todos los bordes equivocados. De inmediato me alarmé, pero decidí esconderlo detrás de una postura estoica.

──No te volveré a tocar, a no ser que me lo pidas ──dictaminó con cierta malicia.

Quería golpearlo. Lo imaginé muerto. En medio del Bosque de Espinas. Entonces sonreí.

Si sus ojos negros guardaban algo detrás de su mirada, lo ocultó muy bien. La intensidad de su mirada se disolvió con una sonrisa.

──¿Conoces la historia de Morrigan? Me la contaste el otro día, es un personaje lleno de matices y muy metido en el inconsciente colectivo ──comentó──. Se decía que había creado el Bosque de Espinas para protegerse de más que invasiones y que los únicos que lo cruzarían serían… sus aliados.

──¿Cree en historias de brujas y hechicería, capitán? ──me burlé.

Ciro me analizó segundos eternos.

──No, claro que no, mi señora ──respondió audaz──, pero puede que no todos sean tan prácticos como yo. Mucha gente es supersticiosa. ──Pero antes de que yo pudiera agregar nada continuó──: Quizás podrías prepararme una dosis de seanes y el veneno de Morrigan. Eso debería ser suficiente para disipar mis dudas ──expuso poniéndose de pie──, no me quería ir sin verte y saber que estás bien.

──Ciro, no puedo…──Dejé las palabras en el aire──. No puedo divulgar ese tipo de cosas.

──No cuentes nada, a nadie ──fulminó──. Es más, así lo prefiero, ya te mandé preparar una habitación donde puedas trabajar a gusto y continuar tus investigaciones.

Me sequé el sudor con el dorso de la mano, un efecto adverso. Sudaba frío, aun cuando las temperaturas eran mezquinas.

──Y recupérate pronto. Recuerda que en unos días es el Festival de Equinoccio y te toca ser la anfitriona de las Cinco Castas.

Se puso de pie para observar la vida en mi ventana. La Cúpula se veía tan silenciosa como en el sueño que había tenido.

──¿La fórea que renunció a su honor por lujo y comodidad? ──me mofé──. No soy estúpida, esa gente no me quiere ahí.

Entonces sí, Ciro volteó, invadiendo la atmósfera con su altanería y prepotencia.

──A mí no me interesa, lo que quiera o no, esa gente. ──Fue todo lo que agregó, antes de depositar un beso en mi frente.

No te interesa lo que quiera nadie.

Solo estuve tranquila una vez se alejó de mí.

──Cuando te recuperes tenemos cosas de qué hablar ──aclaró──. Lo que hiciste fue muy estúpido. No creas que me voy a olvidar de tu bochorno.

──Yo también lo tendré presente.

El capitán Beltrán se pasó los dedos por los labios, casi meditando.

──Voy a llamar a las doncellas para que te des un baño ──ordenó──, y luego puedes salir a saludar a alguien que te está esperando afuera. Está atada, pero eso no la hace menos peligrosa.

Cuando Ciro salió de la habitación, pude reconocer los ojos felinos al otro lado de la puerta. Aun en la oscuridad, se veía impoluta y nívea.

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