11. En Los Ojos de la Bestia.

Después de la ceremonia, los festejos continuaron en el salón de la misma torre. No era tan grande como otros en el palacio, pero los techos bajos y tonos oscuros de las paredes de piedra pulida le daban un tono más íntimo.

No era una celebración grande, solo tenía a los más grandes señores de seis copas y sus cortes. Me extrañé al no encontrar al barón de Katreva, sabía que había sido pupilo del vark y que era un bastardo al que él mismo le había otorgado la legitimidad para acceder a su título.

Según indicaban las reglas de la costumbre, fuimos Ciro y yo quienes abrimos el baile nupcial, seguí sus pasos mientras los suaves tambores y el sonido de las flautas marcaban la música, él se mantuvo indiferente y distante todo en todo momento, dejando en claro que era solo otro trámite más.

Luego bailé con los caballeros, unos me felicitaron por protocolo, otros apenas me dirigieron la mirada y el vark fue el único que se dignó a entablar una conversación fuera del recelo.

──Me alegra que te hayas casado con el capitán. ──Sus palabras fueron mecánicas e incluso él parecía ver la falsedad en ellas──. Una joven devota de la Casa de Vaestea. ¿Comprendes las miradas de recelo, querida?

Yo desvié la mirada hacia el barón Kalter Vaetro, al otro lado de los vestidos de seda, terciopelo y tul y los trajes de pana y cuero bailando entre la luz de los candelabros.

El barón de Kanver observaba la escena desde detrás de su mesa. No se había unido a la pista y en sus manos movía el cáliz de plata como si fuera un arma que planeara usar después.

Un giro me hizo volver la atención, hacia la ansiedad silenciosa en la mirada del vark.

──No se puede mandar en los designios del corazón ──apunté.

El Vark Drazen me sonrió con suficiencia.

──Ofreciste tu vida al Arakh al entrar en la Casa de Vaestea, como una fórea ──fulminó──. Pareces tener escrúpulos, ¿por qué renunciarías a tu vida sirviendo a la Orden sagrada? Ahí no te faltaba nada, eras discípula de una de las mejores másteres, tu trato era parecido al de la hija de un noble. En cambio, rompiste tu palabra y ahora todos te miran con recelo, con odio. Sabes que si este matrimonio fuera con cualquier otro noble, si fuera incluso con un barón, ahora mismo te estarías enfrentando al Tribunal de Aeres, posiblemente serías ejecutada. Te protege solo el poder de tu consorte. ¿Por qué, Kalena?

Mis manos sudaban y mordí mi labio, con tanta fuerza que sentí el regusto metálico de mi propia sangre. Nada de eso me ayudó a soltar alguna respuesta. ¿Podía decirle? ¿Él entendería?

──No serías la primera persona que no ame a su consorte ──continuó──, pero sí quién le tema de manera tan brava. No me mires así, ¿crees que disimulas? A mi edad pocas cosas te pasan desapercibidas...

──Amo a Ciro y sé que nuestra unión está bendecida por los dioses ──recité de forma mecánica.

El hombre sonrió. Cuando sonreía parecía más joven, más cerca al hombre que había sometido rebeliones para proteger el Imperio, más lejano del rey perdido.

──Te doy mis felicitaciones ──impostó──, te deseo felicidad y, sobre todo, mucha fortaleza.

Cuando se alejó, me quedé unos momentos sola y aturdida, no noté que estaba en medio de la pista hasta que sentí unos dedos deslizarse hasta mi mano. El escalofrío me recorrió y la melodía volvió a sonar en mis oídos.

Era el hijo ciego de Kalter Vaetro, depositó un beso en el dorso de mi mano, mientras yo intentaba acompasar mi respiración.

──La felicito por la unión ──comentó mientras deslizaba una mano hasta mi cintura.

Me aferré a él con fuerza, necesitaba recobrar entereza después de la conversación anterior. Tenía la impresión de que mis piernas flaquearían si daba un paso más.

──¿Se encuentra bien?

Cada oración dirigida hacia mí, llegaba a mi mente como una acusación implícita.

──Claro que lo estoy ──le corté──, es el día de mi boda, ¿por qué no estarlo?

Killian sonrió y, aunque no podía verme, acompasó nuestros movimientos a un ritmo perfecto. Perfecto para hundirme más en mi miseria.

──Me temo que solo usted puede responder eso.

Entre la multitud, descubrí la mirada atenta e impaciente de Ciro, por lo que decidí terminar con las conversaciones y durante las siguientes piezas me limité a saludar a cada caballero con un asentimiento y continuar el baile de manera casi mecánica.

Ciro me presentó mucha gente esa noche, a diferencia de la última vez, sí pude hablar con cada persona, aunque las conversaciones fueran las mismas con la mayoría y tan pronto como me alejaba de ellos olvidaba sus nombres y sus caras.

Más tarde, pudimos observar desde el palco el espectáculo de bailarines, bardos y bufones. Pasaron uno a uno para el disfrute de la nobleza.

Para la tercera vez de la rutina poco inspirada de los actores, comencé a sopesar la posibilidad de darme la cabeza contra la pared. Mi mente solo podía pensar en lo inevitable. Llevé una copa de vino hasta mis labios, la segunda en la velada, pero Ciro lo evitó antes de que pudiera rozar mis labios.

──Te quiero plenamente consciente esta noche.

Desde entonces me fue imposible concentrarme en nada más. La ansiedad solo aumentó cuando, en un receso y entre el ruido ajeno de los aplausos, el capitán se dirigió a mí.

──Sígueme.

Él apenas se había inclinado para darme una orden y desaparecer entre sus escoltas. Uno de ellos me guio para seguir sus pasos.

Sabía lo que seguía entre nosotros, por lo que fui rezagada, hasta que el escolta me empujó levemente para impartir apremio.

Nos detuvimos frente a las puertas negras, donde los soldados ya se habían colocado en posición para resguardar la entrada a las habitaciones.

──Déjenos solos ──ordenó el capitán.

Los hombres respondieron con un asentimiento de cabeza antes de retirarse. Ciro abrió la puerta que dirigía a los aposentos e ingresé sin escándalo.

Cruzamos el salón en silencio y el largo pasillo que conectaba con la recámara.

Una vez dentro de la habitación, me removí incómoda. El recinto estaba a oscuras, los días anteriores había dormido ahí, pero Ciro no se había acercado.

Era una habitación magnífica, tenía los pisos de mármol negro que reflejaba todo como si tuviera aguas cristalinas sobre su superficie. El lugar era circular, con techos abovedados y la mitad de las paredes estaban ocupadas por ventanales en forma de arco por donde entraba el aire limpio de la noche.

Los muebles eran oscuros y con las ornamentaciones típicas de Escar, de un negro profundo e intenso, podía ser madera de blar o simplemente ébano pulido. El poder y la elegancia invadían el ambiente.

Los pasos de Ciro retumbaron en la estancia cuando ocupó un lugar en el sillón de terciopelo oscuro. Se sirvió un vaso de vino para después analizarme.

Me observó con detenimiento, tenía el pelo desordenado y la ferocidad parecía crear destellos en sus ojos grises. En ese momento, bien podría ser una criatura de las que hablaban en las leyendas. Si ellos existieran su mirada debería ser así, hielo tan frío que atravesaba como un puñal.

──Desnúdate.

──No sé cómo hacerlo ──hablé sin aire──. En el templo, jamás nos instruyeron para eso.

Ciro me observó con la frialdad con la que se analiza un terreno de guerra, estudiando la zona por dónde cruzar. Se vio tan fastidiado como si mi falta de experiencia fuera un obstáculo especialmente molesto.

──No tenemos que hacer esto ahora ──dejó en el aire, observando el líquido en su copa──. Pero eventualmente quizás, ya no debes prestar tus votos al Arakh.

──Fue mucho tiempo ──musité.

──Rómpelos, olvídalos, ya no perteneces ahí.

La aprensión me invadió cuando se acercó a mí, pero se detuvo a una distancia prudencial. Como un cazador cuidando no espantar a un cervatillo.

──¿Qué te dijo Killian Vaetro? Mientras bailaban ──quiso saber.

──Nada, pero debe pensar lo mismo que su padre. Me cree una traidora por romper mis votos ──respondí.

No estaba equivocado, eso era, después de todo.

──Quería casarme con su hija ──señaló con sorna──, te odia porque le quitaste eso. Así son los Vaetro. Desde siempre quisieron el poder de todo.

──Pero tú no tienes el poder de todo ──lo corregí.

Luché para mantenerme inexpresiva, no quería traslucir ningún signo de debilidad.

Intenté concentrarme en la conversación y no en la forma en la que se acercaba con lentitud.

──Todavía.

Creí que cortaría la distancia entre ambos, pero permaneció a raya, tan cerca como para que me llegara su olor a cuero y pino. Ciro atrapó mis ojos con los suyos.

──Tú también serás dueña de todo, conmigo ──dictaminó, con voz grave.

──No quiero, no me interesa el poder.

Entonces rio, de forma tan baja y profunda que solo lo noté por la manera en que vibró entre nosotros.

──Todavía.

No entendía a qué se refería con eso, pero mi atención fue más rápido al cuchillo que retiró de su uniforme, se dirigió hasta la cama, deteniéndose un tiempo para realizar un corte poco profundo en su mano, que luce dejó gotear sobre las sábanas.

Enrojecí.

──¿Qué acabas de hacer?

──Acabo de consumar nuestro matrimonio. ──Terminó su copa de vino, manchando el cáliz con su sangre.

Entonces entendí lo que había hecho.

──Alguien vendrá a revisar eso en la mañana ──prosiguió.

Lo observé un largo momento, entonces fui yo la que se acercó a él con prudencia, me contempló con curiosidad hasta que decidí hablar.

──Quiero hacerlo.

Alzó una ceja, antes de limpiarse la sangre en el uniforme. No fue lo más alentador.

──No pareces segura.

No lo estaba, acababa de romper los votos que debía llevar toda mi vida. Que solo culminarían cuando terminara con mi servicio al Arakh, ya había roto un voto sagrado, bien podría hacer valer este.

Podría hacerlo funcionar.

Sus ojos me repasaron, esta vez de forma más lenta.

──Debes decirme que estás segura, Kesare.

──Quiero hacer esto y quiero hacerlo funcionar.

Ciro no me respondió, pero tomó mi rostro entre sus manos para sellar mis labios con los suyos, me reclamó en un beso suave y voraz, con el que terminó por esclarecer mis pensamientos.

Intenté responderle, pero no pude y el capitán torció una sonrisa lobuna ante mi desliz. Ladeó su cabeza para volver a besarme, esta vez tan despacio como si me estuviera mostrando los pasos de una danza antigua. Me sostuve a su cuello mientras lo seguía. Apenas podía respirar mientras mis ideas comenzaban a diluirse como agua.

Cuando sus besos bajaron a mi clavícula, sus manos levantaron la falda de mi vestido.

──Date la vuelta.

Obedecí, cada vez menos segura de mi actuar.

Por regla general, ninguna doncella llegaba a la noche del encamamiento sin haber sido aconsejada por su madre, hermanas y amigas.

Era un momento normal en la vida de cualquier chica. A no ser que seas una fórea que haya jurado servir al Arakh.

Ciro comenzó a desatar los cordeles en la espalda del vestido.

Me desnudó con lentitud, pero de forma más firme que delicada. Su lengua delineó los caminos en mi hombro y mordió mi piel desnuda.

Cerré los ojos, ahogando un suspiro. Era cristal quebradizo entre sus manos. Demasiado frágil.

Mi respiración era superficial y entrecortada mientras sus labios seguían marcando caminos por mi espalda. El capitán me volteó de forma tan repentina, que apenas noté cuando volvía a estampar sus labios con los míos.

La seda se deslizó suave por mi cuerpo, hasta caer a nuestros pies. Ciro aprovechó mi desnudez para continuar recorriendo mi cuerpo con su boca, llevándome al borde del abismo, arrojándome en él y trayéndome de vuelta.

Me aferré a sus hombros anchos y él guio nuestros pasos hasta que caímos en el enorme colchón de plumas.

Estaba nerviosa, temblando ante la expectación y dejándome llevar como una hoja con el correr del agua.

Me metí debajo de las sábanas mientras Ciro terminaba de desvestirse. Me tomé el tiempo para contemplarlo, su piel tan oscura como el bronce pulido, si bien tenía una altura prominente su espalda y músculos no eran mayores que los de la mayoría de los guerreros.

Aun así, había algo en Ciro que lo hacía más mortal y peligroso que los demás, su forma elegante y soberbia de andar o el aura enigmática que lo envolvía como una segunda piel.

Cuando ingresó en la cama, yo permanecí oculta detrás de las sábanas, pero él no tardó en colocarme debajo de su cuerpo.

Nuestras miradas hicieron un acuerdo tácito y se detuvo un momento.

Después volvió a besarme de forma profunda y tracé líneas en su espalda. Recorrió mi cuerpo con anhelo, dejando besos húmedos y mordidas.

Estaba tan tensa que pensé que me quebraría, pero él me distraía con sus manos ásperas.

──Mírame.

Cuando lo hice, sus ojos eran de un gris tan áspero como una piedra. Su mandíbula marcaba una línea rígida que volvía sus facciones más bruscas. Era tan atractivo como para quitarle el aliento a cualquier doncella.

Acaricié su mandíbula, delineando la sombra de su barba, que picaba en la yema de mis dedos. Ciro deslizó su lengua en mi boca y gemí al sentirlo dentro de mí.

Al principio la invasión fue asfixiante, como una brasa ardiendo, pero Ciro mantuvo mis piernas abiertas para él y buscó mi centro para calmar la angustia con sus manos.

Clavé mis uñas en su espalda, buscando aferrarme a su cuerpo, mientras continuaba las embestidas con lentitud, y enterré mi cabeza en el hueco de su hombro.

Su nombre se escapó de mis labios en un suspiro, pero solo obtuve un rugido de su parte, un sonido gutural más propio de una bestia salvaje que de un hombre.

Estaba tan tensa que creí que no lo lograría, pero Ciro continuó liberando la tensión mientras seguía entrando y saliendo. Respiré de forma superficial hasta que llegué al límite, rompiéndome entre sus brazos.

Entonces aceleró el ritmo de manera asfixiante. Retorcí las sábanas entre mis manos, pero él las sujetó con las suyas para colocarlas sobre mi cabeza.

Sus ojos eran oscuros y brillantes mientras me embestía con fuerza. Apenas podía respirar sobre sus labios.

Al terminar, rodó a un lado, dejándome vacía y adolorida. Ni siquiera volteó a verme, caminó desnudo hasta servirse una copa de vino. Yo sí tuve el cuidado de cubrirme con las sábanas.

──¿Dónde vas? ──quise saber.

Lo lógico sería que se quedara conmigo.

──Tengo asuntos que resolver, Kesare, descansa ──avisó mientras recogía su ropa del suelo.

Se vistió con una increíble presteza, mientras yo todavía luchaba con el asombro y la indignación. Torcí una mueca ante su falta de tacto.

──Me usas y me dejas tirada, ¿eso es todo?

Ciro pareció cansado de mi actitud, cerró sus ojos con fuerza, antes de volver a servirse otra copa.

──Soy tu consorte ──le recordé──. No me puedes tratar como si fuera una prostituta.

Ni siquiera me miró.

──Y con esta pelea somos oficialmente un matrimonio. ──Le dio un último trago, antes de dejar su copa sobre la mesa──. Descansa.

──Somos un matrimonio ──le reclamé──. Y ahora me haces a un lado.

Él todavía tuvo el descaro de mirarme con fastidio. La seriedad con la que me analizó fue paralizante. En un momento era atento y paciente, hasta que obtenía lo que quería, para después irse como si fuera una puta a la que ya había usado.

──Los matrimonios son acuerdos, Kesare, es hora de que lo vayas entendiendo.

Y luego se fue. Me dejó sola en la habitación, sin aparecerse en el resto de la noche. Permanecí despierta un buen tiempo. Lloré al ser consciente de la situación en la que había terminado, porque estaba unida a alguien a quien no le importaba.

En sueños volvía a estar en la misma habitación que había recorrido miles de veces antes, en la sala de la Máster Athenea, estaba revisando los libros sobre la Conquista del Séptimo, mientras el fuego invadía el ambiente con su calidez.

Y de repente, el dolor se volvía incontrolable, me consumía y empujaba un agujero detrás de mi cabeza.

Manos sujetaban mi cuello con fuerza, garras, sin dejarme respirar. Cuando el calvario se apagó no me sentí mejor.

También pude ver el fuego, me encontraba tendida sobre el suelo, mientras las llamas bailaban frente a mis ojos.

¿Ya odian a Ciro?👀

Friendly reminder de que él es el antagonista🌚

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