Capítulo 9
Georgie salió en la tarde hacia Clifford Manor; tenía el ensayo del coro de la parroquia, así que a su familia no le extrañó que se dirigiese hacia la mansión con ese propósito. La duquesa había mandado a trazar una ruta privada, más expedita, que uniese a ambas propiedades. Georgie atravesó por ella, apreciando como era costumbre, los arbustos florecidos a cada lado del camino.
En su mente le martillaba aún la conversación que había sostenido con Anne y la duda que había sembrado el vizconde acerca de Percy. ¿Tendría algún sustento? ¿De qué índole era su desagrado por Brandon? A pesar de ello, estas consideraciones cedieron espacio a la natural preocupación que albergaba por la salud del vizconde y a la admiración que ya sentía por su trabajo. Recordaba entonces las palabras que el propio caballero le había dicho: a diferencia de una pintura, sus diseños tenían la capacidad de cobrar vida… ¿Cómo se vería el Imperator en la realidad?
Una vez en Clifford Manor, la señora Carlson la recibió con el cariño de siempre; Georgie le preguntó por el vizconde y la dama le contestó que estaba descansando en su habitación del primer piso. Luego, la joven subió por la escalera de mármol hasta la recámara que hacía las veces de salón de música. El magnífico piano Erard que Edward le había obsequiado a Anne, para sus ensayos con los niños, se hallaba en el centro de la habitación. Con el embarazo de ella, Georgie no había tenido reparos en sustituirla, puesto que las clases que daba le llenaban de verdadero placer. A diferencia de Anne, no tenía sólidos conocimientos sobre el canto, pero su formación musical le permitía asumir el reto.
Una docena de niños de diferentes edades, ya le aguardaban. Los más pequeños se le acercaron a besarla, una de las niñas mayores le llevaba un pastel de naranja que su madre había hecho, y otro le obsequió unas rosas del jardín de su hogar, envueltas en un papel de seda. Georgie se sentía agradecida por el cariño que recibía. Saludó a cada uno de ellos y luego ocupó su lugar al piano.
Por espacio de dos horas, se entregó a la tarea que tanto le gustaba. Las voces se elevaron, angelicales, mientras su profesora los acompañaba. Al final del ensayo los niños estaban cansados, pero como era de costumbre, salieron del salón en busca de la señora Carlson, quien ya esperaba por ellos.
—¡Han demorado bastante hoy! —comentó, tras plantarle un beso sobre la frente de su hijo, también alumno de Georgiana—. Aunque han salido tan sonrientes, que imagino se hayan divertido bastante a pesar del trabajo.
Así había sido, Georgie siempre se sentía a gusto con los pequeños.
—Hemos montado una nueva canción —explicó la joven—, y pienso que ha quedado bien y que a ellos les ha gustado.
—Se han encariñado también con usted, a pesar de que adoran a la señora Anne.
Georgie lo sabía, su cuñada tenía mucha paciencia con los niños y era excelente en la enseñanza.
—Ahora bajaré con ellos para darles su merienda —continuó la señora Carlson—. He subido primero por si al señor vizconde se le ofrecía algo, pero no tiene mucho apetito. Ha rehusado hasta la taza de té.
—Lamento escuchar eso —respondió Georgie—, tal vez se sienta muy solo.
—Así es, aunque mi esposo y yo nos esforzamos por venir a verle con frecuencia, nuestras responsabilidades nos dejan poco tiempo libre. El vizconde me pidió que le trasmitiese su agradecimiento por la música. Hasta su recámara llegaban las notas del piano y las voces de los niños. ¡Lo ha encontrado encantador! Según me ha dicho, el ensayo le ha animado en su soledad.
Georgie se quedó conmovida y, sin pensarlo dos veces, le dijo a la señora Carlson:
—Cuando termine con los niños, mande a llevar el servicio de té a la recámara del vizconde. Iré a hacerle una visita, quizás con mi compañía se sienta más motivado a tomar algo.
La dama, aunque un poco asombrada, asintió, y bajó la escalera del primer piso, escoltada por los pocos niños que aún continuaban cerca de ellas.
Georgie se sintió un tanto nerviosa cuando llegó a la recámara que, en efecto, no se hallaba a mucha distancia del salón de música, aunque jamás pensó que desde allí pudiera escucharse el piano. Dudó por un momento si pasar a verle, mas luego de haber pedido el servicio de té, hubiese sido extraño que se retractara de algo que consideraba muy natural.
Tras tocar con ligereza en la madera de la puerta, la voz grave del vizconde mandó a pasar. El caballero se hallaba sentado en su butaca, cerca de la ventana. Las cortinas descorridas le permitían seguir con su lectura que, al parecer, era el único entretenimiento del cual podía disponer en esos momentos.
James se sorprendió sobremanera cuando la vio en el umbral. ¡Ciertamente no se lo esperaba! Intentó levantarse, pero un dolor punzante le provocó una expresión de disgusto que no le pasó desapercibida a Georgie. En el acto, borró la distancia que les separaba y, luego de dejar sus flores sobre una mesita, le ofreció sus manos. Ella no tenía la fuerza suficiente para mantenerlo en pie, ni el vizconde se hallaba imposibilitado de estarlo, pero aceptó estrecharlas en señal de afecto, mientras esbozaba una sonrisa que intentaba disimular el dolor de unos segundos atrás.
—¿Se encuentra bien? —le dijo ella, preocupada.
Él asintió, todavía sin recuperarse de su sorpresa.
—¡No esperaba verla! —le respondió con sinceridad—. Pero me alegra mucho que haya venido hasta aquí…
—La señora Carlson me comentó que había escuchado el ensayo y se había distraído.
—¡Ha sido precioso oír las voces de los niños y a usted en el piano otra vez! Me hubiese gustado mucho haberlo presenciado, aunque la música llegaba sin dificultad hasta aquí. Pude percatarme de que es una excelente profesora, señorita Georgiana; es algo que resulta indudable…
Ella se sonrojó y le dio las gracias.
—¿Cómo se siente? —le preguntó—. Todavía no me ha dicho que tal está, aunque puedo observar que tiene un poco de dolor. Le confieso que me asusté mucho cuando supe lo que le había sucedido, ¡un asalto en Clifford Manor!
—Tengo suerte de haberme recuperado un poco y que el incidente no me haya provocado un daño más grave. Aún tengo el dolor que me provocan las costillas rotas, pero con reposo imagino que me restableceré sin ninguna secuela.
James invitó a Georgie a sentarse frente a él, en la silla que en la mañana había ocupado su hermano Edward. James se percató enseguida de lo hermosa que estaba; desde su puesto podía observarla con un vestido veraniego color celeste y las mejillas todavía sonrojadas. Quiso decírselo, pero una vez más reprimió el elogio que su belleza hacía llegar a sus labios. Luego miró las flores que, envueltas en papel de seda, la joven había dejado sobre la mesa.
—¡Qué lindas rosas! —le comentó—. ¿Acaso algún admirador le ha dado esas flores?
Georgie se rio por primera vez frente a él; una risa franca, que le llenó el corazón con una calidez que no había experimentado antes.
—Mi admirador tiene diez años de edad —le confesó ella—, pero sus ojazos azules son muy hermosos y me alegro nada más de verle…
—¡Qué afortunado! —exclamó él, y Georgie se percató de la intención de esa simple frase.
Después, como si ambos se hubiesen acordado de lo mismo a la vez, los rostros se ensombrecieron. No se encontraban desde la discusión que habían sostenido en la biblioteca, en la cual James le aconsejó que no se casase con Percy. En cierto modo, el asalto que sufrió había aplacado un tanto el disgusto sentido por ambas partes, pero ahí estaban de nuevo juntos y el tema de discordia volvía a flotar entre ellos como algo no resuelto. James no demoró en romper el silencio que se había producido.
—Lamento mucho lo que le dije la última vez que nos encontramos…
Ella no esperaba una disculpa.
—¿Lo lamenta? —repitió—. ¿Porque está equivocado de corazón o porque, creyendo estar en lo cierto, solo lamenta haberme dado un consejo inoportuno? —indagó.
James quedó impactado por su sagacidad. No esperaba una pregunta de esa clase. Al ver que él continuaba sin responder, Georgie prosiguió:
—¿Por qué me dijo que no me casara con el señor Percy? —insistió—. ¿Hay algo que usted sepa que le lleve a decirme eso?
—No conozco al señor Percy, ya se lo he dicho. Mi hermano menor, por el contrario, frecuenta su mismo club y ha hablado muy bien de su obra y tengo entendido que son amigos —se atrevió a añadir—, al punto de que mi madre me pidió adquirir la pintura que ya conoce y que robaron en el asalto que sufrí.
Georgie se entristeció al pensar que quizás Pasaje de Baco se hubiese perdido para siempre en las manos de un bandido, pero no quiso que la conversación se desviara hacia la pintura sin esclarecer los verdaderos motivos de aquella recomendación.
—¿Y entonces, si no le conoce y tiene buenas referencias de él, por qué darme tan tenazmente, un consejo como el que me dio? —precisó ella.
—Porque sé que la vida de los artistas no es fácil —respondió él—. En mi propio hermano, que es un pintor aficionado, advierto cierta propensión a la soledad y a la introspección que me desagrada. Al llegar a Essex, supe que el señor Percy se había marchado de viaje, y luego me confesó usted que era su prometida… ¿Qué caballero abandona a una mujer como usted por tanto tiempo a pocas semanas de su boda?
Georgie sentía una mezcla de vergüenza y disgusto, pero más lo primero. Ella misma se entristecía al recordar que Brandon había tomado un barco y se había alejado de ella.
—Su tío está enfermo, esa es la causa de su partida.
James permaneció en silencio por unos segundos.
—Es por ello que me disculpo —le dijo al fin—. Si usted es capaz de comprender sus razones, no me corresponde a mí hacerle dudar sobre algo que no constituye un problema para usted… Quizás el señor Percy le haya demostrado su amor y su cercanía en otras ocasiones; quizás sea capaz de aliviar la distancia con una correspondencia cariñosa que evidencie cuán dura es esta separación para él… Hay muchas formas de demostrar el amor, incluso en la distancia, y yo no soy la persona indicada para juzgarlos a ustedes.
Georgie se quedó callada. Hasta ese momento no había recibido carta de Brandon, a pesar de haberle prometido una correspondencia frecuente. ¿Le había demostrado su amor? Se lo había dicho, la había besado, pero… Se sorprendió al encontrar objeciones a sus manifestaciones de afecto. Brandon le profesaba un amor lánguido, cariñoso, pero no era un amor apasionado, desenfrenado, que le hiciese temblar, como tantas veces había leído… ¿Quizás a eso se refería Anne, cuando le había dicho que su amor por Edward había sido más grande y vigoroso que el primero que sintió?
James se percató de que Georgie se hallaba sumida en sus pensamientos, y se apenó de haberle causado algún pesar.
—Perdóneme si le he dicho algo indebido… —prosiguió—. No ha sido mi intención incomodarla.
—No lo ha hecho —reaccionó Georgie—. Estoy bien.
La señora Carlson apareció en la habitación, Georgie había dejado la puerta abierta como correspondía, y la señora llegaba con el servicio de té solicitado. Lo dispuso en la mesa que se hallaba entre Georgie y el vizconde, junto con el pastel de naranja que le habían obsequiado a la joven.
—Le agradezco mucho, señora Carlson, pero no necesitaba haberse molestado —repuso James.
—Ya sé que me pidió que no le trajese nada —contestó la dama—, pero la señorita Hay insistió en que le vendría bien.
—Muchas gracias —le dijo Georgie—, ¿no desea tomar el té con nosotros?
La señora Carlson negó con la cabeza.
—¡Los niños no se han marchado aún y no puedo dejarlos sin supervisión! La duquesa se molestaría si en un descuido mío, alguno de ellos entrase a las salas de exposición. ¡Ya sabe lo inquietos que son esos pequeños!
Georgie la comprendió y la señora volvió a dejarlos a solas.
—No sé si merezca la preocupación que ha tenido conmigo, señorita Hay —expresó James, tomando una taza de té—. Ha sido muy amable…
Georgiana le sirvió el humeante líquido, antes de responderle.
—Imaginé que se sentiría muy solo, y pensé que era lo mínimo que podía hacer.
—Le propongo algo —continuó él—, y con ello pretendo dar por terminado el tema anterior de conversación.
—Dígame —contestó Georgie, llevándose la taza a los labios.
—Prometo no volver a objetar nada en contra del señor Percy…
—Muy bien —convino ella con un movimiento afirmativo de cabeza—, eso es lo que se esperaría de un hombre justo, que no tiene nada indigno que señalar sobre otro.
—Pero usted debe prometerme algo también… —le pidió él.
—¿Acaso estoy en una posición en la que le deba algo? —le preguntó Georgie con una sonrisa, que resultaba desafiante y a la vez, llena de simpatía.
—Entenderé si tiene algún reparo en complacerme, pero lo que pienso solicitarle no es nada difícil.
—¿Y qué es? —siempre le ganaba la curiosidad.
—Su amistad —respondió él—. Me encantaría tener su amistad, señorita Hay. El que haya venido a verme, me ha hecho pensar que es posible. Lord Hay me ha ofrecido la casa de la duquesa durante mis días de convalecencia, y sería magnífico para mí tener a una amiga como usted.
Georgie no se lo esperaba y una emoción inexplicable le asaltó.
—No sabía que había hablado con mi hermano ni estaba al corriente de ese ofrecimiento…
—Lord Hay y su hermano Gregory tuvieron la delicadeza de visitarme esta mañana. Lord Hay es de la opinión de que Clifford Manor no es un lugar adecuado para que yo permanezca durante una estancia más larga. Los señores Carlson tienen varias obligaciones y…
—Entiendo —le interrumpió ella—, es natural que mi hermano le haya dicho eso. No sabía que ambos habían venido a saludarle, pero me alegra que fuese entonces un día menos aburrido para usted.
—No me ha contestado… —le recordó James, colocando su taza vacía sobre la mesa.
Georgie se dispuso a cortar dos pedazos del pastel de naranja y le ofreció uno al vizconde, quien lo aceptó de inmediato. La joven permanecía sin responder, pero se decidió a hablar.
—Acepto su amistad, así me sentiré menos culpable por una indiscreción que he cometido…
—¿Culpable por una indiscreción? —Ahora era James quien se mostraba confundido—. No entiendo a qué se refiere…
Georgie volvió a sonreír y lo miró con complicidad.
—Cuando supe que mi hermano Gregory había ido en busca de sus pertenencias a The Golden Rose, no pude sustraerme de tomar el estuche de sus planos para echarle un vistazo al Imperator.
James estaba asombrado al escucharle, y más que nada, complacido.
—¿Qué le ha aparecido? —preguntó expectante.
—¡Magnífico! —exclamó Georgie con sinceridad—. Jamás hubiese imaginado que el diseño fuese tan extraordinario y lleno de detalles. Dibuja usted muy bien. Comprendo que ha de tener mucho cuidado para que el barco sea perfecto y capaz de atravesar el Atlántico.
—Así es, el oficio tiene de arte y de ciencia, señorita Hay; pero no sabe cuánto me satisface saber qué ha sido de su agrado.
—¡Tendrá que explicarme mejor lo que he visto! —exigió ella—. He reconocido algunas cuestiones, pero mi desconocimiento en el tema es muy grande y apenas comprendo la complejidad de su diseño…
—Le prometo explicarle el plano con lujo de detalles, será un placer. —La sonrisa no se le había borrado—. Si le ha gustado el diseño, ¡imagínese entonces la sensación de ver al Imperator el día de su botadura! Ese fue el momento más importante de mi carrera hasta ahora… El pueblo de Clydebank salió a verlo deslizarse hasta el agua. ¡Fue impresionante! La nota salió en varios diarios y la naviera ofreció una comida para celebrar.
Georgie se sintió alegre de ver al vizconde rememorar ese acontecimiento feliz, que le animaba en medio de su estado, haciéndole olvidar el dolor de sus costillas.
—¿Cuándo estará listo el Imperator? —le preguntó.
—Deben estar concluyendo ya las labores de equipamiento. El diseño interior del Imperator es de lujo, así que hay que pintar y amueblar los espacios. Yo debía estar en Clydebank este fin de semana para comprobar por mí mismo los adelantos, pero como podrá comprender, me será imposible. A mediados de septiembre será el viaje inaugural, espero que la duquesa y usted puedan acompañarnos a Nueva York.
Georgie no le contestó, era algo que no podía prometer, ya que se casaría poco después y, de viajar, ¿se encontraría con Percy en América? Quizás esa posibilidad le incitase a hacerlo, aunque no podía negar que el Imperator le resultaba cada vez más atrayente.
La señora Carlson volvió a subir y se excusó por interrumpir la conversación.
—Señorita —dijo mirando a Georgie—, su excelencia ha mandado un coche a buscarle, preocupada de que hubiese tardado más de lo debido…
Georgiana se paró de un salto, percatándose de que en realidad se había demorado más de lo que pensaba. La conversación había estado muy agradable y el vizconde tenía mejor aspecto que cuando llegó a verle.
—Lo siento —se disculpó mientras le daba la mano—, debo marcharme. ¡Hasta pronto!
—Gracias por su visita, señorita Hay, no sabe cuánto se lo agradezco.
Georgie apenas pudo escucharle pues ya estaba saliendo por la puerta, apresurada por llegar a la casa para evitar preguntas. ¿Sería correcto que confesase que pasó la hora del té junto al vizconde, charlando en su habitación? De tan solo pensarlo se ruborizaba y creía que tal vez había actuado de una forma un tanto imprudente.
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Durante la cena, la duquesa comentó que mandaría un coche para traer al vizconde de Clifford Manor al día siguiente, si el doctor aprobaba el traslado. La distancia no era larga y en su casa tendría mejores condiciones. Incluso había mandado a acondicionar una habitación en la planta baja para evitarle las escaleras, así podría moverse por la casa con mayor libertad.
Después de la cena, Georgie le pidió a Anne hablar a solas. Anne sentía un poco de sueño con el embarazo y se retiraba temprano a su recámara. Georgiana le siguió y se sentó en la cama a sus pies. Colocó su mano sobre su vientre y sonrió: ya se le notaba.
—Ahora dime —le pidió—, ¿qué es eso que tienes que contarme?
Georgie le narró con detalles la entrevista que había tenido con el vizconde. Anne la escuchó con atención, pero no se alarmó de cuanto le decía su amiga. Solo le preguntó:
—¿Quedaste conforme con la explicación que te ofreció respecto al señor Percy?
Georgie vaciló por un instante.
—La verdad es que no —respondió con sinceridad—. Lo que me dijo es verosímil hasta cierto punto, pero no puedo olvidar la vehemencia con la que me habló aquella noche en la biblioteca de Clifford Manor y su advertencia. Sigo creyendo que hay algo más, aunque quizás ni el propio vizconde se halle en condiciones de decírmelo. Tal vez ahora que he decidido ser su amiga y, con más confianza entre los dos, logre descubrir la verdadera causa de su desprecio hacia Brandon.
—A veces, querida Georgie, conocer un secreto puede causar una honda pena. Una vez que se descorre el velo de lo que se nos oculta, no se puede volver atrás.
—¿Crees que hago mal?
—No —contestó Anne—, pienso que el vizconde ha sembrado cierta duda sobre algo que podrías conocer a su debido tiempo.
—¡Lo dices como si supieras su secreto! —exclamó Georgiana.
Anne lo sabía, así que se mordió el labio para no seguir diciendo más.
—¡No te preocupes más por ello! —se limitó a contestar—. Quizás el vizconde resulte ser una compañía muy agradable. Tan solo en eso deberías pensar: en su amistad, más que en otra cosa.
Georgie se quedó callada, reflexiva. Recordó las palabras que le había dicho acerca de Percy, sobre su cercanía, las muestras de amor… Aquel punto la había hecho meditar sobre el sentimiento que le profesaba.
Anne la vio dubitativa, como si quisiese decirle algo, así que la alentó a hacerlo. En ausencia de su madre e incluso de Prudence, la hermana mayor, nadie mejor que ella para reconfortarla.
—¿Qué diferencia existe entre el amor y una amistad? —le preguntó Georgie.
—¿Lo dices por la amistad que el vizconde pretende contigo? —le interrogó a su vez Anne.
—¡Cielos, no! —profirió Georgie ruborizada—. En realidad, pensaba en Brandon. El vizconde me ha dicho que, a pesar de que se ha marchado a América, deben existir muestras de su amor y cercanía, que disminuyan la nostalgia que provoca la distancia entre los dos… Ello me ha llevado a cuestionarme cuáles son esas muestras de amor que Brandon me ha dado, salvo por su palabra.
—La palabra de un hombre enamorado suele ser una muestra confiable —contestó Anne.
Georgie asintió.
—Él me ha dicho que me ama, pero no acostumbra a hacerlo con frecuencia. Brandon es muy poco expresivo en sus afectos, en su manera de comportarse…
—¿Nunca te habías cuestionado esto? —indagó Anne alarmada.
—Apenas llevamos unas semanas comprometidos, y pensé que, con el tiempo, las muestras de amor fuesen cada día más frecuentes y palpables… No me malinterpretes, nuestras conversaciones siempre han sido muy agradables, pero Brandon no habla de sus emociones con facilidad. Por eso me preguntaba si existe en su comportamiento una diferencia notoria entre la atención de un amigo y la de un hombre enamorado.
Anne iba comprendiendo hacia dónde iba la conversación.
—Es interesante que estos cuestionamientos te los hayas hecho justo después de una charla con el vizconde —reflexionó—. Cuando te he preguntado esta mañana si amabas a Brandon, no has dudado en decirme que sí…
—Es que yo sé que lo amo —repuso ella—, desde lo que pienso que es el amor, pero el vizconde ha hecho que me cuestione el de Brandon por mí. Nos hemos visto muy poco este verano y no quisiese quejarme de su viaje, pero yo hubiese esperado que me expresara su amor en estas semanas antes de la boda. En cambio, ha marcado la fecha para justo después de su regreso…
—Son muchos los matrimonios que se conciertan con rapidez, con poco roce entre los futuros esposos. Debo reconocer que no resulta algo muy agradable. Ni un compromiso largo ni uno demasiado breve sin apenas contacto, son recomendables.
—Edward y tú no tuvieron un compromiso largo —le recordó Georgiana.
—Así es —concordó Anne—, pero estábamos muy convencidos de lo que sentíamos, Georgie. El amor no se puede ocultar, se halla presente en una caricia, una palabra, una mirada… En un encuentro a solas que, convenientemente, ninguno de los dos quisiese que concluyese. Es algo tan agradable, que el estremecimiento es innegable.
Georgie se quedó pensativa, no quiso decir lo que creía, pero Anne se lo imaginaba.
—Un caballero, por más que trate de guardar la forma, le es difícil estar al lado de la mujer que ama sin robarle un beso, sin estrecharla en sus brazos o tomar su mano… ¡Es algo muy natural!
La joven la escuchaba, en silencio.
—¿Te ha besado Brandon? —le preguntó Anne, sin ánimo de ser indiscreta.
Georgie se ruborizó, pero asintió.
—Ha sido en pocas ocasiones, pero sí…
—¿Fue como esperabas?
—Fue muy agradable —le contestó Georgie con timidez—, Brandon es… —demoró en encontrar el adjetivo adecuado—, es tierno, sosegado…
Anne la miró en silencio, antes de volver a hablar.
—En tus palabras puedo apreciar cierta decepción —le advirtió.
Georgie no quiso replicar. Había leído sobre el desenfreno de dos personas enamoradas, había escuchado del estremecimiento del que había hablado Anne, de las miradas y los besos robados y, para su pesar, su historia con Brandon estaba distante de esa imagen. ¿Hubiesen llegado a ello de no haberse marchado él en pleno compromiso?
—Georgie —le dijo Anne tomándole la mano—, no te tortures con preguntas que no puedes responder por ti misma. Lo cierto es que el carácter de las personas difiere y Brandon puede ser ese a quien aspiraras o jamás llegar a serlo. —Georgie abrió mucho los ojos al escucharle decir esto—. Tanto si hace realidad tus ilusiones o no cumple con ellas, deberías darte el tiempo suficiente para descubrirlo. Eso solo lo lograrías con un compromiso más largo, como te he recomendado en la mañana.
Georgie asintió.
—Pienso que quizás tengas razón… —cedió.
—Si en ese tiempo —prosiguió Anne—, Brandon demuestra ser ese hombre que deseas como esposo, si te ama como mereces y supones, entonces podrás dar el paso llena de convicción. Por el momento, tienes más dudas de las que te gustaría admitir.
Un toque a la puerta, las hizo sobresaltarse. Se trataba de Edward quien, a pesar de que no deseaba interrumpir, consideraba que ya era hora de que su hermana se fuese a dormir. Se acercó a ellas, le dio un beso a su esposa en la frente y luego se despidió de Georgie. La joven se levantó de su puesto, no sin antes agradecerle a Anne por la charla.
Una vez que Georgie se hubo retirado, Edward le preguntó qué habían conversado. Anne, por primera vez, consideró que no era justo revelar los temores de Georgie; solo le confesó que era probable que reconsiderara su decisión de casarse en el otoño, ya que comenzaba a parecerle demasiado precipitada. El resto, Anne se lo guardó para sí; a fin de cuentas, eran secretos muy íntimos del corazón de una mujer.
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