Capítulo 7

Lord Hay no había dormido mucho; la noche había sido bastante desagradable para él. La subasta de aquel dichoso cuadro le había hecho comportarse con Georgie de una manera que no le complacía a sí mismo. A ello se añadía la llamativa conducta del vizconde de Rockingham; le había parecido muy sospechoso que pujase nada más que por Pasaje de Baco. En vano trató de encontrarse con él, mas no pudo hallarlo cuando el baile comenzó. Le preguntó a la duquesa, pero la dama ya se había despedido de él y el señor Carlson le aseguró que se había marchado. Era una verdadera lástima, pues Edward deseaba sacar algún tipo de información al respecto. Cuando se encontró con Georgiana poco después, le llenó de recriminaciones, pero él las escuchó todas, solemne, sin darle la verdadera explicación. A pesar de que seguía molesta con él, Georgie poseía un buen corazón y quería a su hermano, así que se marcharon juntos los dos, con la duquesa y el señor van Lehmann.

Al día siguiente, Edward se hallaba cansado por las horas en vela que dedicó a darle vueltas a lo sucedido la noche anterior. Pasaje de Baco resultó ser la pintura mejor vendida, por una suma bastante alta. Por ella, se habían retado el vizconde de Rockingham y un caballero desconocido que tampoco vio después durante el baile. ¿Cuál sería el interés de ambos en ella?

Anne se despertó a su lado y le dio un beso cariñoso. La víspera le había sentido llegar, pero no quiso abrumarlo. Esa mañana, en cambio, estaba ávida de conocer las historias sobre la subasta, por lo que Edward le complació y no demoró en narrarle con minuciosidad lo acontecido. Anne quedó perpleja al conocer el resultado de la puja. Había conocido al vizconde, pero en modo alguno imaginó el motivo que lo llevó hasta allí.

—¿Conocerá a Brandon? —le preguntó a su esposo.

—Lo ignoro, pero me temo que ya no tendremos tiempo de averiguarlo.

—Espero que Georgie no siga molesta contigo. Me pongo en su lugar y, en su desconocimiento, es natural que se haya sentido ofendida por tu actitud.

—Lo siento en verdad —le contestó él dándole un beso en la cabeza—, pero creo que ya está más tranquila. Vamos querida —le dijo ayudándole a levantar—, bajemos a desayunar y así sabremos cómo han amanecido los miembros de la familia.

Georgie, en efecto, estaba más calmada, pero no había olvidado lo sucedido y aún no había hecho las paces con su hermano mayor. Todos se sentaron en la mesa a tomar el desayuno, y la conversación recayó nuevamente en la subasta. La duquesa no estaba al corriente de la nota de The Morning Post sobre Percy, por lo que no se mostró desconfiada de que el vizconde adquiriese Pasaje de Baco.

La conversación en la mesa se vio interrumpida por la llegada inesperada de Gregory. Los presentes se mostraron felices de verle, aunque un poco extrañados por su visita. Anne miró a su esposo, y vio en sus ojos el temor de que el viaje estuviera motivado por alguna nueva noticia sobre el caso de Brandon Percy.

Gregory se limitó a decir que les echaba de menos, lo cual también era cierto. La vida con su querida Nathalie Preston a veces le hartaba, aunque tampoco concebía vivir sin su cantante. De alguna forma, la mujer se las había ingeniado para atraparlo. Gregory se sirvió algo de café y se llevó un panecillo a la boca; estaba delicioso y tenía hambre, pues había salido bien temprano, antes de que amaneciese.

De repente, el mayordomo de la duquesa, el señor Graham, se acercó a ella para anunciar que había llegado una segunda visita.

—¡Increíble! —Rio la dueña de la casa—. ¡Dos visitantes y apenas es media mañana! ¿Se trata acaso de mi buena amiga, la señora Yeats?

—No, excelencia, es el señor Carlson.
La duquesa en ocasiones perdía la paciencia con ese hombre, demasiado parsimonioso.

—Está bien, mándele a pasar y podrá tomar un café con nosotros.

Carlson era su hombre de confianza, una persona muy culta aunque cansona, pero lo suficientemente cercana como para permitirle compartir su mesa. Para su sorpresa, tenía un aspecto horrible, como si no hubiese dormido nada, y no deseaba sentarse por más que se lo sugirió dos veces.

—Lo siento mucho, excelencia, pero el asunto que me trae aquí es bastante serio.

Los comensales se miraron preocupados, sin imaginar qué motivo podría ser. La noche anterior se habían retirado muy pronto, al comienzo del baile, pero hasta ese momento no había existido ni el más mínimo problema en Clifford Manor.

—Dígame ya qué sucede, señor Carlson. Para venir a esta hora y tener esa expresión de preocupación, es porque hay algo que lo alarma, así que no dude más en decirme de qué se trata.

—Pues bien, lady Lucille, anoche sucedió algo muy grave en Clifford Manor. La fiesta estaba concluyendo cuando un caballo ensillado apareció en el jardín, frente a varios de los invitados. Me personé enseguida en el lugar y pude comprobar que se trataba del caballo del vizconde de Rockingham. ¡Yo mismo lo había mandado a dejar en las caballerizas antes de comenzar la subasta! Aquello me pareció muy extraño, puesto que hacía por lo menos dos horas que me había despedido del señor.

—¡Dios mío! —exclamó la duquesa.

—¿El vizconde de Rockingham ha dicho? —preguntó Gregory sobresaltado.

El señor Carlson asintió y se lo confirmó.

—¿Acaso lo conoces? —le interrogó Edward con sorpresa.

—No exactamente —respondió el aludido.

—¡Continúe, señor Carlson! —pidió la duquesa sobresaltada.

—De inmediato caminé por la propiedad, hice una ronda y cercano a las caballerizas me encontré al vizconde tendido sobre la hierba. Le habían golpeado, excelencia.

Georgiana se quedó lívida al escuchar lo dicho por el señor Carlson. ¿Cómo era posible que algo así sucediese? Por un momento, temió por su vida y no era la única, la propia duquesa estaba más que impresionada.

—¿Está vivo? —indagó con temor.

—Sí, por fortuna vive.

Varios suspiros de alivio entre las damas se escucharon en el salón, y Edward y Gregory compartieron una mirada.

—¿Qué le habrá sucedido a ese joven? —preguntó Elizabeth alarmada.

Su esposo se encontraba a su lado y también se sentía consternado por lo ocurrido.

—Cuando lo hallé —prosiguió el señor Carlson—, pude advertir que le habían golpeado en las costillas y en la cabeza. Había perdido el conocimiento… De inmediato, me hice ayudar por el personal de Clifford Manor y lo llevamos a una habitación. El pobre joven parecía más muerto que vivo, excelencia. —El rostro del señor Carlson denotaba una honda preocupación—. Por fortuna, el doctor Johnson se hallaba aún en la fiesta, así que de inmediato mi esposa le pidió socorro. El concluyó que tenía par de costillas fracturadas, pero que lo más preocupante era el golpe en la cabeza. Lo curó y nos pidió que lo veláramos toda la noche para comprobar si había algún cambio.

Georgie se sentía muy turbada, la situación de James era bastante delicada y temía que no pudiera recuperarse.

—¿No ha despertado aún? —se atrevió a preguntar.

—Casi al alba, mi esposa y yo advertimos que volvía en sí. Fue tan solo un momento, abrió los ojos para luego seguir dormido. Sin embargo, el sueño era más intranquilo, deliraba... El doctor Johnson ha venido esta mañana, ya no tiene fiebre y está despierto. Lo he dejado en compañía de mi esposa que, siguiendo las indicaciones del doctor, iba a ofrecerle una taza de sopa.

—¡Qué historia tan terrible! —exclamó Anne—. Por favor, señor Carlson, le pedimos que continué velando por la salud del vizconde. ¿Habrá algún amigo o familia que podamos llamar?

—Recuerda querida, que hace dos noches comentó que su madre y hermanos se hallaban de camino a Viena, es difícil saber si tiene algún otro pariente, pero podemos intentarlo.

—El vizconde me dejó su tarjeta anoche cuando se despidió —dijo la duquesa—, iré a buscarla de inmediato.

—Yo me encargaré de hacer las averiguaciones pertinentes —se ofreció Gregory—. En principio, sé que su padre está vivo y es el Conde de Rockingham.

—No sé cómo sabes esto —le comentó Edward—, pero me parece que la información es muy útil.

—Pensé que su padre habría muerto —expresó la duquesa extrañada, quien volvía con la tarjeta en las manos—, ¿no mencionó solamente a su madre y hermanos? ¡Quizás no haya escuchado bien!

Nadie se pronunció al respecto, pero Edward recordaba muy bien que el vizconde no había hablado de su padre esa noche.

El señor van Lehmann se brindó a ir hasta Clifford Manor para saber de primera mano la situación del vizconde y la duquesa insistió en que lo acompañaría. Georgie no sabía qué hacer, pero también se ofreció a ir. La duquesa no rechazó su compañía, al contrario, le sería muy provechosa. Cuando la comitiva se marchó en un coche, los hermanos Hay y Anne, se encerraron en el despacho de la duquesa. Elizabeth comprendió que algo sucedía, pero no quiso interferir y subió la escalera para buscar a su pequeña hija Marianne.

Una vez en el despacho, Edward se sentó junto a su esposa, y miró a Gregory. La cabeza de este último parecía un hervidero, puesto que las cosas habían sucedido muy deprisa y aún tenía mucha información que brindar.

—Di lo que sabes —le pidió Edward—, tengo la sensación de que al vizconde lo atacaron para robarle el cuadro. El señor Carlson no lo ha dicho y yo no quise señalarlo frente a Georgiana, pero estoy convencido de que Pasaje de Baco desapareció anoche en ese extraño incidente. Ahora bien, lo que no entiendo es qué estás haciendo aquí y por qué conoces al padre del vizconde.

Gregory tomó asiento también. Le hubiese gustado tomar un oporto, pero era demasiado temprano.

—Muy bien, comenzaré por el principio. Hace un par de días me hallaba de visita en Kensington con la tía Julie, cuando llegó Oliver Borthwick. Al parecer, quería verte, pero no sabía que te habías marchado para Essex. De inmediato me acerqué a él y, cuando nos encontramos a solas, le pregunté si había tenido alguna noticia sobre el asunto de la nota sobre Brandon en su diario. Para mi sorpresa, me contestó que sí y que ese era el motivo por el cual quería hablarte. Al comprender que yo estaba informado, me hizo la historia de cuanto conocía y luego escribió de su propio puño una carta, que te he traído personalmente.

—¡Vaya! — exclamó Edward—. Oliver ha cumplido con lo prometido. ¿Cómo está de salud?

—Ya se encuentra recuperado —le aseguró Gregory, mientras le extendía la carta—. Me ha dicho que le escribirá también a Percy para ponerlo al corriente, ya que antes de partir, le dejó la dirección de su tío por cualquier novedad.

Edward abrió el sobre y leyó en voz alta para que Anne pudiese estar al tanto también.

Londres, 20 de agosto de 1896

“Querido amigo:                                                               

Espero que, al recibo de la presente, se encuentren muy bien instalados en Essex. Envío un caluroso saludo a tu esposa y a la querida Duquesa de Portland, así como al resto de la familia.

He tenido a bien poner al corriente a vuestro hermano de mis pesquisas sobre el delicado asunto sobre el que estuvimos hablando la última vez, así que procedo a hacer estas líneas para informarte de las mismas. He demorado en hacerlo, puesto que el periodista responsable, hijo del honorable juez Martins, ha sido intransigente en su silencio y no me ha dicho nada al respecto, incluso a riesgo de su puesto de trabajo. Ya sabes que un buen periodista jamás revela una fuente, y en este caso, parece que el joven tiene madera para el oficio.

Cuando ya me encontraba sin esperanzas de encontrar la luz sobre esta historia, el padre del joven fue a visitarme una tarde a mi casa. Al comienzo, pensé que iría solo a interceder por su hijo y su puesto en la redacción, pero para mi sorpresa, conocía muy bien lo que buscaba y cómo saciar mi curiosidad, siempre y cuando prometiese que el muchacho no perdería su trabajo y que yo jamás le manifestara nada sobre esa entrevista.

Fue así que el juez Martins me confesó que un buen amigo suyo, el Conde de Rockingham, fue a verle una noche para pedirle que su hijo publicara la consabida nota. El juez, que está al tanto de lo que se publicó, desconoce por qué el conde buscaría perjudicar la imagen del señor Percy, aunque les aseguró que tenía cómo probar lo que insinuaba, en el remoto caso de que el pintor osara acusar al diario por difamación. Ante tal certeza, el joven periodista, que ignoraba mi amistad con Percy, procedió a publicar la nota del amigo de su padre.
Hasta aquí todo lo que sé. Espero pueda resultar de utilidad.

Se despide de ti, tu afectísimo,
O. Borthwick

—¡Dios mío! —prorrumpió Anne, que escuchaba muy atentamente—. Entonces el padre del vizconde fue quien pidió que publicaran esa nota sobre Percy pero, ¿con qué motivo? ¡Mucho peor es saber que su hijo vino a la subasta para comprar el mismo cuadro del que hablaba el diario! ¿Acaso lo hizo por ayudarlo en su plan de desacreditarlo? Si ellos conocen la verdadera identidad del Baco retratado, y si es cierto que Percy se inspiró en un amigo cercano para pintar ese rostro, ¿no sería conveniente para ellos apropiarse de la pintura que prueba lo que alegan?

—Tiene mucho sentido lo que dices, querida mía —reconoció Edward—. En cuyo caso, el vizconde no es una persona de fiar, por más agradable que nos haya parecido hace dos noches atrás.

Gregory continuaba en silencio, sabía algo más que no había compartido con ellos y que no concordaba con la tesis de Anne.

—Antes de partir hacia Essex, me informé con unos amigos sobre este personaje, el Conde de Rockingham, ya que a nosotros su nombre poco o nada nos dice —dijo al fin—. En realidad, vive fuera de Londres desde hace muchos años. Abandonó a su familia para fugarse con una amante. A ojos de la sociedad, es el esposo perfecto de la Condesa de Rockingham, pero pocas veces se han visto desde su separación. El vizconde, por el contrario, tiene excelentes referencias. Se ha convertido en el jefe de su familia y ha hecho fortuna propia como ingeniero naval y accionista de un astillero en Escocia, pero la del padre ha menguado bastante. No considero por ello, que el vizconde haya colaborado con su padre en este hecho. Según me han dicho, no tienen buenas relaciones.

—No lo sabremos con certeza hasta que podamos hablar con él y por el momento no se halla en condiciones —opinó Anne—. Es cierto que el vizconde esa noche no habló de su padre, tal vez porque no tienen una relación estrecha. No obstante, es notorio que este asunto les vincula a ambos de alguna manera. La otra interrogante a dilucidar con el propio vizconde es, ¿quién lo atacó?

—Quizás fuese el caballero de oscuro que pujaba por la pintura en la subasta y que no logró comprarla —se aventuró Edward—. Anne, querida, anoche no estabas presente, pero ese hombre era, después del vizconde, el más interesado en ella.

—¿Y por qué no ofreció más dinero? —preguntó Gregory—. Las reglas de una subasta son simples: si quieres que algo sea tuyo, debes pagar lo necesario.

—Es probable que el caballero no tuviese suficiente dinero para costear una obra que subió demasiado, más de lo previsto. Si me preguntan mi parecer —prosiguió—, ese hombre era un testaferro, le habían entregado una suma para pujar por el cuadro, pero cuando advirtió que el vizconde tenía mucho más dinero, se encargó de hacerse de la pintura de la manera más fácil, sin soltar ni un penique. Es probable que la persona para quien trabajó jamás conozca la verdad y que este hombre se apropie del dinero, como si lo hubiese invertido en la pintura.

—Solo conozco a alguien que utiliza testaferros, alguien a quien convendría mucho recuperar esa pintura… —apuntó Gregory.

—Percy… —murmuró Anne.

—Percy —afirmó Gregory—. A pesar de ello, hay otra posibilidad: que haya sido el propio Conde de Rockingham quien, para apoderarse de ese retrato, haya pagado a un testaferro para adquirir la pintura. Ello explicaría por qué ese hombre vestido de oscuro que mencionabas, no tenía el suficiente dinero para ganar la subasta. Como he dicho, la fortuna del conde ha disminuido mucho.

—De cualquier forma, siguen siendo conjeturas y no podremos saber la verdad hasta que el vizconde se halle en condiciones de recibirnos —recordó Edward—. Pienso que no sería conveniente mandar a llamar al conde por el momento, hasta que podamos hablar con su hijo. Ya sabemos de lo que fue capaz de hacerle a Percy, y no me complacería tener a alguien como él bajo nuestro techo. Lo que más me preocupa en esta historia, sigue siendo la felicidad de Georgiana.

—¡Pobre Georgie! —exclamó Anne— ¿Será verdad lo que se insinuó en el diario?

—Cada día hallamos más información que nos muestra que esta historia es más complicada de lo que creímos inicialmente, Anne. —Gregory estaba inquieto; pese a su carácter y modo de vida, también amaba a su hermana—. Si les parece, permaneceré con ustedes hasta que podamos hablar con el vizconde. Espero que lady Lucille no tome a mal tenerme como invitado unos días.

Anne se rio de su cuñado.

—¡Por supuesto que no! ¡Eres bienvenido!

Gregory le agradeció y se levantó de su puesto, dispuesto a dar un paseo por la estancia.

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Cerca del mediodía, el coche que había partido hacia Clifford Manor regresó con noticias más alentadoras. La duquesa había narrado que el vizconde se encontraba consciente; aunque no hablaba mucho, ella misma había entrado a la habitación a verle y luego hablado con el médico. El doctor Johnson le recetó una dosis mínima de láudano para aliviar el dolor y que pudiese dormir en las noches, ya que tampoco era conveniente que una cantidad mayor comprometiese su estado de consciencia. Lo más preocupante era el golpe en la cabeza, por lo que debían dejarlo descansar. El vizconde no había perdido la memoria, incluso dijo que la agresión había sido un asalto y que no conocía a la persona que lo había atacado.

—¡Un asalto! —profirió la duquesa—. ¡En Clifford Manor! Debo reconocer que es extraño, ya que era más fácil haber intentado sustraer alguno de mis objetos valiosos que atacar a un caballero como él. Además, ¿qué invitado de los presentes en la fiesta osaría hacer algo así?

Edward miró a su hermano, no creía ni una palabra del asalto, pero ya tendrían tiempo de hablar con el vizconde sobre lo acontecido.

—Quizás haya sido un asaltante de camino que, aprovechando la confusión propia de una fiesta en Clifford Manor, aguardara paciente en el exterior para asestarle un golpe al primer invitado imprudente —sugirió van Lehmann—. Al marcharse tan pronto el vizconde, es natural que fuese el tal infortunado.
Los demás guardaron silencio, no sabían qué creer. Únicamente los hermanos Hay y Anne, tenían elementos para formarse una historia distinta.

—El vizconde ha pedido de favor que recojan sus pertenencias en la posada —prosiguió la duquesa—. Lo más valioso que posee son sus copias de los planos del Imperator. ¡No desearía que se le extraviasen!

—No se preocupe, lady Lucille —se ofreció Gregory—, yo mismo iré hasta The Golden Rose y me encargaré de traer sus pertenencias.

Gregory no lo dijo, pero su disposición no se debía exclusivamente a su deseo de ayudar, sino también de encontrar entre los objetos personales del vizconde, alguno que le aportase una nueva pista. Edward comprendió lo que pretendía hacer y le apoyaba. Era evidente que el vizconde ocultaba alguna cosa y, si estaba tan cerca de su familia, él debía saber de qué se trataba.

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