Capítulo 6

La subasta antecedía al baile, por lo que Clifford Manor aún no se encontraba a rebosar de invitados. A pesar de ello, un buen número de visitantes se habían congregado en el salón para pujar por los cuadros que iban a ser presentados. El señor Carlson fungiría como anfitrión del evento, algo que le desagradaba un poco, siendo él un hombre de libros y no de gentes. Su esposa, con su locuacidad, bien pudo haberle sustituido en su labor, de no haberse considerado indecorosa para una dama tales funciones.

Georgie aguardaba de pie junto a su hermano Edward, a la entrada del salón principal. La duquesa no se quedaba quieta, dando órdenes para que todo estuviese dispuesto a la hora del baile. Anne se había quedado en casa, prefería reposar en compañía de su tía Beth. Georgie estuvo tentada de quedarse en casa también, pero tenía dos objetivos principales: el primero de ellos, adquirir la pintura que le había prometido a Percy y el segundo, disculparse con el vizconde de Rockingham.

Faltaba poco para el inicio de la subasta cuando Pieter van Lehmann distrajo la atención de Edward y dejó a Georgie a solas por unos minutos. La joven estaba muy hermosa, con un vestido de muselina azul–verdoso que le asentaba muy bien a su tez y al color de sus cabellos. Apenas se percató, sumida en sus pensamientos, de que el vizconde llegaba hasta su lado. Se sobresaltó al darse cuenta que era él quien le saludaba, vestido de perfecta etiqueta.

James, no había vuelto a descuidar el vestir, a pesar de que en el astillero se había acostumbrado a hacerlo de manera más sencilla, salvo para las reuniones de negocios. Su cabello dorado resaltaba con su traje oscuro, y Georgie tuvo que reconocer que se veía muy apuesto.

—Señorita Georgiana —comenzó—, es un placer saludarla. Me asombra verle tan temprano para la subasta, ¿está interesada en alguna pieza?

James hubiese querido añadir lo hermosa que estaba, y que la aguamarina que llevaba en su cuello le resaltaba el color de sus ojos, pero se quedó callado. Los elogios no parecían funcionarle nada bien con la joven, así que reprimió cualquiera que pudiese venirle a la mente. Georgie, por su parte, se limitó a asentir. La sorpresa del encuentro le privó de explicarle, con detalle, el vivo interés que tenía en la subasta.

—Mi hermano me ha dicho que puedo pujar por la pintura que decida —se limitó a decir.

—En ese caso —contestó él con una enigmática sonrisa—, espero que no nos enfrentemos por la misma. Con su permiso…

James ya entraba al salón, cuando Georgiana lo retuvo. El caballero dio un paso atrás y se volteó hacia ella una vez más.

—¿Sucede algo? —le preguntó.

—Quería disculparme por mi comentario de ayer— respondió ella—. Imagino se haya llevado una mala impresión de mí. A mi favor diré que no acostumbro a ser tan impertinente y que mi conducta con usted ha sido completamente injustificada.

James sonrió. Georgie se percató de que la sonrisa de él era muy cálida y agradable.

—Le agradezco, señorita Georgiana. Solo en algo se equivoca: jamás podría llevarme una mala impresión suya, del mismo modo que me mortificaba que usted pudiese creerme descortés o insensible.

—¡No diga eso! —expresó ella preocupada, puesto que él volvía a recordar la conversación de la víspera—. No fue mi intención, apenas lo conozco y comprendo que fui prejuiciosa. Jamás hubiese imaginado que su trabajo fuese tan interesante y me gustaría que, de tener algo más de tiempo, nos mostrase los planos de su barco.

James estaba muy complacido al escucharle hablar así.

—Me temo que esta noche debo regresar a Londres —le dijo decepcionado—, pero me encantaría volver a ver a su familia y será un placer para mí mostrarles los planos. ¡Los he vuelto a dejar en la posada! No obstante, sería magnífico si, además de enseñárselos, accediesen a viajar en el Imperator en su viaje inaugural.

Georgie estaba asombrada por la invitación. Le tentaba la idea, pero sería muy próximo a su boda y no lo consideraba probable.

—¡Siempre he deseado viajar, pero no es una respuesta que pueda dar por mí misma! —exclamó, sin mencionar su enlace—. A pesar de ello, me gustaría mucho hacer ese viaje.

—Y a mí que usted fuese…

La conversación fue interrumpida por la llegada de Edward, quien saludó con afecto al nuevo conocido. Poco después, los concurrentes fueron acomodándose en el salón, puesto que la subasta estaba a punto de comenzar. Georgie miró de reojo a James, que se hallaba sentado en el lado opuesto, junto al pasillo. ¿Sería el Imperator tan extraordinario como James había dicho?

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La subasta fue más tediosa de lo que Georgiana había supuesto. El señor Carlson comenzó con las obras de otros artistas y reservó las del señor Percy para el final. La duquesa estaba muy entusiasmada, pues todas las piezas se fueron vendiendo por un buen precio. Luego, el señor Carlson pasó a las últimas pinturas. La tercera obra en presentarse fue Pasaje de Baco. Una vez colocada la pieza en el centro del salón, fue anunciada por el señor Carlson. Algo cansado ya, se aclaró la garganta y comenzó a explicar:

—Pasaje de Baco: óleo sobre lienzo. Pintura de 180 cm x 100 cm que representa un motivo mitológico. La figura central es una recreación del Dios Baco, con unas uvas en la mano, al fondo un paisaje. La obra está tasada en 300 libras. La puja comenzará por esa cifra.

Edward, que se encontraba al lado de Georgiana, de inmediato se sintió en tensión. ¡Esa era la pintura en cuestión!

—¿Alguien ofrece 300 libras? —preguntó el señor Carlson.

Un caballero joven, vestido de riguroso negro, se levantó.

—Ofrezco 320 libras, señor —dijo, desde el centro del salón.

James lo observó desde su puesto, pero no se inquietó.

—Muy bien —prosiguió el señor Carlson—, ¿alguien ofrece más por Pasaje de Baco? ¡El caballero está dispuesto a pagar 320 libras!

—Yo ofrezco 350 —apuntó la dulce voz de Georgie, levantándose de su asiento.

Edward se quedó tan sorprendido como el propio James, pero este último se levantó de inmediato e hizo una nueva oferta, antes de que el señor Carlson pudiese, incluso, volver a hablar.

—¡Ofrezco 400 libras! —exclamó, poniéndose de pie también.

Georgiana no se esperaba que el vizconde fuese su competidor.

—¡450! —vociferó el caballero del traje oscuro.

—¡500 libras! —replicó Georgie con energía.

—¡520! —regateó James, mirándola a los ojos desde la distancia, con una expresión que ella no pudo comprender.

Antes que Georgiana hiciese una nueva propuesta, Edward se levantó y la obligó a asentarse, tomándola con fuerza por un brazo, algo que nunca había hecho en su vida.

—¡No consentiré que sigas ofreciendo más dinero por esa pintura! —murmuró—. ¡Te expones al ridículo!

Georgie lo miró indignadísima, pero no quiso replicar delante de tantas personas ni rebelarse contra la autoridad de Edward. La puja continuó entre el caballero del traje oscuro y el vizconde, hasta que este último obtuvo el triunfo con una suma exorbitante de 775 libras, bastante más de lo que los presentes hubiesen esperado.

La joven no permaneció sentada, se sentía tan molesta con su hermano por la manera en la que la había tratado, que no podía permanecer allí. Luego de atestiguar que el vizconde se había adjudicado la pintura, se retiró. De haber permanecido en el salón, se hubiese percatado de que ninguna otra obra de Percy se acercó a la suma tan alta de Pasaje de Baco, pero como salió huyendo, lo insólito de lo sucedido no la alarmó.

Edward no la siguió, era preferible no hablarle hasta que se le hubiese pasado el enojo. Tampoco quería darle la verdadera explicación, así que esperaba que después estuviese más calmada y no lo recriminara por su conducta. Él no se enorgullecía de lo que había hecho, pero le entristecía ver a Georgiana pujando por una obra sobre la cual se especuló tanto. ¡Que ella la adquiriese hubiese sido muy vergonzoso! Tampoco había entendido la razón por la cual el vizconde se había comportado de aquella forma; le parecía sospechoso su interés desmesurado por el cuadro. Permaneció hasta el final de la subasta, pero James no adquirió ninguna otra, de hecho, se retiró del salón antes que el acto hubiese concluido.

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James se sentía satisfecho de que las cosas le hubiesen salido como esperaba. Había acudido a la subasta deseoso de abonar el dinero que hiciese falta para adquirir la consabida pintura y finalmente la había conseguido. Extendió dos cheques: uno por la pintura y otro en favor de la duquesa y su colegio. Por más que le hubiese gustado participar del baile y volver a ver a Georgiana, debía regresar pronto a Londres y luego a Escocia, a verificar los últimos trabajos de su barco.

Lady Lucille lamentó despedirse de James, mas le aseguró que continuarían en contacto. El joven le dejó su tarjeta y le dijo con una sonrisa:

—Le reservaré varios camarotes en primera clase, excelencia, desearía mucho que nos acompañara en el otoño a Nueva York.

—Espero conservar mi buena salud hasta entonces, muchacho, pues me encantaría hacer ese viaje.

Se hallaban en un corredor de Clifford Manor. James besó las manos de la duquesa con afecto. y lady Lucille le comentó que iría al salón, pues el baile estaba a punto de comenzar. James, por su parte, se encaminó a la biblioteca para aguardar por el señor Carlson.

Para sorpresa de James, una vez que entró al recinto y cerró la puerta tras de sí, halló a Georgie en un rincón, sentada en un diván con el rostro encendido. La joven no esperaba esa irrupción; ¿quién en el preludio de un baile osaría entrar en una biblioteca? James tampoco se esperaba verla otra vez. Durante su conversación con la duquesa pensó en ella más de una vez, pero no se la había topado en el corredor. Sin embargo, allí estaba, escondida de la gran concurrencia y con una expresión que denotaba enfado.

—Señor vizconde —dijo Georgie levantándose de su asiento—, usted siempre sabe cómo interrumpir a una dama en el mejor momento.
James sonrió y se acercó a ella.

—¿Por qué está disgustada esta vez? —le preguntó.

Georgie pensó que lo había visto, pero al parecer no se había percatado.

—Mi hermano me impidió de forma absurda continuar en la puja de Pasaje de Baco, luego de haberme prometido que podría participar de la subasta.

—Quizás él consideró que la suma a pagar era demasiado alta… —insinuó.

Georgie se encogió de hombros; para su hermano el dinero no era un problema.

—A usted, en cambio, no parece haberlo alarmado pagar tanto por esa pintura. Jamás pensé que sería tan admirador de la obra del señor Percy; cuando nos vimos la primera vez me pareció incluso que la desdeñaba.

—No la desdeño —contestó James—; sin embargo, considero que no vale lo que pagué por ella.

—¿Aceptaría vendérmela por 800 libras? —le tentó Georgiana, esperanzada.
James negó con la cabeza.

—Su hermano se negaría a pagarme esa cantidad, usted misma lo ha dicho: le impidió continuar en la puja.

—No creo que haya sido por dinero —reflexionó ella—, quizás por el descrédito de verme pujar contra caballeros, en público. Edward es muy celoso de mi buen nombre, pero fuera de eso, creo que estaría de acuerdo en darme lo que quiero.

—Lamento desilusionarla, señorita Hay, pero me temo que voy a rehusar su ofrecimiento. —James fue firme en su negativa.

—¿Por qué está tan encaprichado en esa obra, si dice que ha pagado más de lo que en su concepto, valía?

—No es un capricho. Mi madre deseaba esa obra en específico y he venido a comprársela. Como recordará, en estos momentos se encuentra de viaje, por lo que yo he venido en su lugar. No me parece adecuado contrariar sus deseos por satisfacer los suyos, señorita Georgiana, por más tentado que me sienta a sucumbir a ellos.

Esta última frase fue una galantería, pero logró el efecto de hacer ruborizar a Georgie. A fin de cuentas, se hallaban a solas.

—Ahora dígame —prosiguió él—, ¿cuál es su interés en esa pintura? ¿Qué le induce a querer gastar semejante suma por un pasaje mitológico?

Georgie comprendió que James no tenía forma de saber que Brandon y ella estaban comprometidos. No habían hablado de él directamente, ni en la velada en casa de lady Lucille se había mencionado. No sabía por qué, pero sentía un fuerte nudo en la garganta que le fue difícil deshacer.

—El señor Percy es mi prometido y vamos a casarnos en el otoño. Deseaba darle la sorpresa de adquirir una pintura que le resulta entrañable. Es eso —dijo en un suspiro—, solo eso.

Georgie nunca esperó ver una expresión tan elocuente en el rostro del vizconde. Era más que sorpresa, era… ¡No podía calificarla! ¿Acaso le molestaba descubrir que iba a casarse? La idea era muy descabellada pero no podía entender la verdadera causa del disgusto que podía apreciar en él.

—¿El señor Percy ha dicho? —repitió James, incrédulo.

—Así es, el compromiso se hizo público a comienzos del verano. Percy es un amigo muy cercano de Edward, mi hermano, y lo conozco desde hace muchos años.

—Me parece —dijo James en voz baja, pero audible—, que no lo conoce bien.

—¿Qué quiere decir? —preguntó ofendida—. ¿Acaso conoce usted al señor Percy?

—No lo conozco —afirmó James—. Escuché que iba a casarse, pero no creí que fuese usted esa dama y siento tristeza ahora al saber que lo es. Si me permite un consejo, señorita Hay, piense muy bien antes de dar un paso tan importante como ese.

Los ojos de Georgie, querían salirse de sus órbitas de lo estupefacta que estaba. No daba crédito a lo que estaba escuchando.

—¿Un consejo ha dicho? ¿Y por qué yo debería seguirlo? ¡Me alarma que pretenda disuadirme, cuando ni siquiera conoce al hombre que me va a desposar! ¿Qué es lo que está intentando hacer, señor vizconde? —continuó airada—. Desde ayer no ha dejado de ser una persona impertinente, pero hoy sin duda ha traspasado los límites.

James escuchaba en silencio los desmanes de Georgiana. Le había gustado desde el primer momento en que la vio. Si así no hubiese sido, no se hubiera atrevido a hacerle semejante advertencia respecto al señor Percy. A pesar de los insultos que recibía, no podía decirle la cruda verdad. Esperó en silencio hasta que terminó de hablar, y dio un paso hacia ella. Se colocó tan cerca que podía sentir su respiración agitada y su rostro cada vez más sonrojado. Levantó su mano y le acarició la mejilla por un momento. El gesto de cariño fue tan inesperado, que Georgie aguantó la respiración y no fue capaz de resistirse.

—Nada de lo que he dicho ha sido para ofenderla, señorita Hay —expresó con voz grave—. Al contrario, he querido prevenirla. Si usted fuese mi hermana, le diría lo mismo: el señor Percy no la merece y temo que descubra eso cuando sea demasiado tarde.

James se alejó de ella para marcharse, cuando Georgie se lo impidió.

—¡No entiendo por qué tiene en tan mal concepto a un caballero que no conoce!

—¡Yo tampoco entiendo por qué usted quiere casarse con él! —respondió.

Georgie iba a replicarle, pero él ya había llegado a la puerta y la dejó sola con su disgusto, sin poder aliviarlo.

Para suerte de James, el señor Carlson venía a buscarle con la pintura.

—La han desmotando a toda prisa, señor vizconde.

—Muchas gracias. Ha sido un placer. —Le ofreció la mano al señor Carlson y este se la estrechó.

—Que tenga buen viaje, señor.

James salió al zaguán, y se encaminó al fondo de la casa, donde había dejado a su caballo. Se volteó a mirar el sendero en dos ocasiones porque tuvo la percepción de que alguien le seguía. “¡Dios Santo! Se estaba volviendo paranoico y no debería...” Dentro de poco se hallaría en la posada y al alba, partiría hacia Londres. La pesadilla de Pasaje de Baco estaba a punto de concluir.

Se acercó a su caballo, llevaba en una mano la pintura y con la otra acarició las crines antes de montarse y desaparecer de allí. En ese instante, se percató de que Hefesto estaba más inquieto que de costumbre. Al voltearse instintivamente divisó a un caballero que se hallaba muy cerca de él. Pese a la oscuridad, no tardó mucho en percatarse de quién se trataba.

—¿Qué desea? —le preguntó.

Antes de que pudiese reaccionar, el hombre le asestó un fuerte golpe en las costillas con un madero. James calló al suelo con un dolor agudo, que le impedía respirar. Trató de incorporarse, pero el agresor le golpeó entonces en la cabeza, justo después de tomar del suelo la pintura de Percy; perdió el conocimiento y quedó tendido en la hierba, a su suerte.

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