Capítulo 40
Dos días después, James, acompañado por su padre y Valerie, acudió a casa de los van Lehmann a hacer una visita de rigor, a la cual se vio conminado por su familia. No podía negar que deseaba ver a Georgie, pero temía por aquella entrevista más de lo que quisiese admitir. Apenas había regresado de Róterdam cuando su padre le recibió con la noticia de la llegada de Georgiana. La habían visto y pasado una hermosa velada en la casa de los señores Thorpe. Él había quedado muy sorprendido al escucharlo, aunque ya esperaba que en algún momento ella apareciese. El propio conde le había hablado ya de su interés de viajar a Ámsterdam a verle, aunque no por probable su presencia dejó de sumirlo en un mar de desconcierto.
Y allí estaba, en el salón principal de la casa de Johannes, siendo recibido por él y por su esposa. El resto de los Hay se hallaban fuera, según habían dicho estaban en el invernadero: una hermosa construcción de cristal que divisaron cuando llegaron.
—¡Qué hermoso invernadero! —exclamó Valerie—. Me gustaría mucho conocerlo.
—En ese caso, podemos ir a dar un paseo y es probable que nos encontremos con mis hermanos —propuso Prudence.
—Antes, quiero dejarles la invitación del sábado. Sé que no viene con demasiada anticipación, pero la presencia de todos ustedes es muy querida por nosotros.
Prudence le agradeció a Valerie y tomó en sus manos el sobre. Observó por un momento a James y lo encontró tan abrumado y nervioso que dudó que estuviese en las mejores condiciones para hablar con Georgie.
Lord Wentworth y Johannes permanecieron en el salón tomando una copa, mientras Prudence guiaba a los hermanos hasta la entrada de cristal. James, ingeniero al fin, quedó muy complacido con aquella construcción típica de la era decimonónica, que cobijaba a una envidiable colección de plantas. Un naturalista se sentiría muy cómodo allí, aunque su estado de ánimo no era el más proclive para el disfrute apacible del verdor. Allí también encontró la presencia de aves de diversas clases: loros, guacamayos, cacatúas, que engalanaban el espacio con su colorido plumaje.
—¡Qué lugar tan bonito! —repitió Valerie—. Aquí pasaría yo las tardes enteras si tuviese un invernadero tan grande como este en casa.
Prudence les guió por uno de los caminos principales hasta que se toparon con los tres hermanos Hay que faltaban. La mirada de James se posó de inmediato sobre Georgie, que estaba preciosa con su vestido de tarde de color lila. Las mejillas se le tiñeron de inmediato cuando lo vio, no podía disimular su agitación ni sorpresa, al punto de no poder saludarle.
Fue Gregory quien primero se le acercó y le dio un abrazo, contento de verle. Lord Hay le tendió su mano y le dirigió algunas palabras afectuosas.
—¡Qué bueno saludarte! —exclamó Gregory—. Te echamos de menos la otra noche en casa de los Thorpe, y me preguntaba si tendríamos que aguardar a la fiesta del sábado para poder verte.
—En lo absoluto —respondió James—. En cuanto me informaron que estaban aquí no quise demorar en presentarles mis respetos.
—¡Cuanta formalidad! —bromeó Gregory—. Al menos has venido.
Georgie estaba dos pasos más atrás que sus hermanos, pues el sendero no era tan ancho para albergarles a todos. Apreciaba el resguardo que tenía, pues la impresión todavía no se le había desvanecido.
—Me alegra mucho verle también, vizconde —añadió Edward—. Quedamos en reunirnos a su regreso, pero el destino contrarió nuestros planes.
La mención deliberada al tormentoso retorno, turbó aún más a Georgiana, incluso a James, que intentó responder de la mejor manera.
—Me place encontrarnos ahora —contestó—. Nunca es tarde.
—Tiene razón —concordó Edward.
Georgie suspiró, trataba de mantener la calma. El grupo regresó a la casa por otro de los caminos; el vizconde y los hermanos Hay conversaban de asuntos triviales. Valerie le dio el brazo a Georgie, y aprovechó aquel momento para contarle que todo estaba preparado para la fiesta del sábado. Contaría con un magnífico piano, que ya había colocado en un escenario, y la decoración ya estaba prevista. Georgie le sonrió, preguntándose en qué momento consideró que aquella era una buena idea.
Antes de salir del invernadero, James pidió hablar con Georgie, y sus hermanos se lo permitieron. Valerie se marchó escoltada por los Hay, dejando a la pareja a solas en el jardín.
Los primeros minutos los invirtieron en seleccionar un lugar adecuado donde charlar. Georgie se sentó en un banco, tras una hiedra, incapaz de mirar a James a los ojos. Fue él quien primero habló.
—He pedido este encuentro porque hay algo que quiero comentarte a solas —comenzó—. He recibido una carta de Burns en la que te menciona, y es algo muy importante. Pienso que debes leerla.
Georgie levantó la cabeza y en esta ocasión sus miradas se encontraron. ¡El alma se le fue a los pies! Esperaba hablar con James sobre lo acontecido y pedirle disculpas, incluso arreglar las cosas, pero al parecer aquel no era su propósito.
—Antes de leer esa carta, debo pedirte perdón por lo que sucedió. —La voz le temblaba—. Entiendo la profunda decepción que sufriste ante mi desconfianza y acusación, que habló más alto que… —se detuvo, temerosa de hablar de amor—, que habló más alto que el sentir que nos profesábamos. Lo siento tanto…
James estaba muy emocionado, pero aquel asunto todavía le ensombrecía.
—Ya te he perdonado, Georgiana —le confesó, con una sonrisa triste—, pero no he podido olvidarlo todavía. Siempre he tenido la sensación de que, en tu corazón, la lealtad hacia Brandon era mayor que hacia mí.
Ella se levantó del banco y le miró asombrada.
—¡Cómo puedes decir eso después de…! —Tampoco pudo continuar. Se refería a las dos noches de amor en sus brazos.
Él la comprendió en el acto, y también se levantó.
—Respecto a eso, te prometí que íbamos a casarnos y pretendo honrar mi palabra, si todavía deseas nuestro matrimonio.
Ella asintió, estaba muy afectada. Aquella no era la declaración de amor que esperaba, aunque le daba cierta esperanza de que todo mejorara entre ellos.
—No quiero que te cases conmigo por obligación —le contestó después.
—No podría hacerlo —respondió James—. Aquella noche en el Waldorf te confesé que jamás me casaría contigo por obligación.
Le sostuvo la mirada con una pasión que a elle le hizo temblar; él estuvo a punto de tomarla en sus brazos al recordar aquellos momentos en su suite, pero tras unos instantes de duda se abstuvo de hacerlo. Quizás no se sintiera en condiciones de sobreponerse todavía a lo sucedido. En cambio, extrajo de su chaqueta la carta y la dejó sobre el banco.
—Nos veremos el sábado —le dijo con voz ronca. Luego se marchó.
Incontables lágrimas brotaban de los ojos de Georgiana, por lo que había sucedido, aunque no estaba verdaderamente triste. Se le agolpaban las emociones: la recriminación por su pasada conducta, el dolor causado a James, el peso de la soledad de las últimas semanas, haberlo visto de nuevo…
A pesar de la distancia que existió entre ellos, sabía que él se casaría con ella, no por obligación, sino por amor. Había visto en sus ojos grises el sentir que le profesaba todavía, aunque debía recuperarse un poco más de su decepción. Ella le daría algo de tiempo; sabía cómo recuperarlo y la respuesta estaba en su música.
La joven se sentó en el banco y tomó la carta, dispuesta a leerla.
Londres, 18 de octubre de 1896
“Estimado amigo:
Espero que el viaje a Ámsterdam haya sido satisfactorio. Le escribo para contarle de las últimas novedades. En enero comenzará la construcción en Clydebank de su nuevo barco, así que le aguardamos con ansias para discutir algunos detalles pendientes. Confiamos en que el Imperatrix, como le ha nombrado, pueda superar a su predecesor en velocidad y elegancia. Sin duda una belleza que corresponderá a su nombre de mujer.
Por otra parte, el concierto de la señorita Hay ha comenzado a imprimirse ya, como parte de un catálogo previsto sobre el Imperator y su viaje inaugural. Fui a hacerle una visita de cortesía a la dama, pero supe que también se hallaba en Ámsterdam. Le pido entonces que, si se encuentran, hable con ella de un asunto de gran relevancia. Recibí esta mañana una carta de la oficina de Lord High Admiral donde, entre otras cuestiones, se me pide que la pieza de la señorita Hay sea interpretada durante un concierto en el Queen´s Hall en honor de la Armada, a finales del mes próximo. Es una excelente oportunidad, así que ruego se encargue de pedirle a la señorita Hay su beneplácito para tal ocasión, estoy seguro de que comprenderá, al igual que yo, la importancia de este crucial momento. Emperador del Mar ha tenido mucho mejor acogida en Inglaterra de lo que habíamos supuesto.
En espera de su respuesta, se despide su afectísimo,
George Burns”
Georgie quedó muy halagada con aquella proposición, ¡su concierto en el Queen´s Hall en Londres! Sin duda era más de lo que hubiese imaginado, y por supuesto que transmitiría su conformidad. ¡Una petición como aquella de la oficina de Lord High Admiral no se recibía todos los días! También estaba feliz por James, por aquel prometedor navío que había comenzado a diseñar en Essex y que ahora estaba próximo a iniciar su construcción. Sería un proceso largo, quizás de más de dos años, pero ella confiaba en estar a su lado para brindarle su apoyo.
Estuvo un tiempo más en el invernadero, en la más completa soledad. Cuando retornó a la casa ya la visita se había marchado, lo cual esperaba. Les contó a sus hermanos sobre el contenido de la carta del señor Burns, que todavía tenía en las manos, y ellos se mostraron orgullosos y felices con esa noticia.
—Pienso entonces que la estancia en Ámsterdam no sea muy larga —apuntó Gregory—. Edward echa de menos a Anne y yo… —se rio—, quiero evitarme un buen lío cuando regrese a casa.
Georgie se sentó en el diván junto a su hermano mayor, tenía algo importante que decirle.
—El vizconde antes de marcharse me habló de sus intenciones de casarse contigo —le contó Edward con una sonrisa de satisfacción—, y acepté su propuesta con muchísimo placer, si bien no me sorprendió. Queda fijar una fecha para la boda, de común acuerdo, pero me ha alegrado mucho la iniciativa que ha tenido.
Georgie, en cambio, se asombraba de que James hubiese dado un paso como aquel. Aunque se lo había prometido, no creyó que fuese algo tan inminente.
—Me he disculpado con él como debía —respondió ella bajando la mirada—, y aunque me habló de matrimonio, no esperaba una petición tan pronto. Pensé que necesitaría de más tiempo para sanar la herida que le he causado: lo he notado más distante de lo que me hubiese gustado y no mencionó sus sentimientos por mí.
Gregory se rio de su hermana.
—¿Qué esperabas? —le espetó—. Ahora te corresponde a ti hablarle de los tuyos, pero, ¿puede extrañarte que James te ame? Edward quedó muy convencido de la sinceridad del sentir que te profesa. Solo está aguardando a que des el primer paso.
—Así es —convino Edward, también con una sonrisa—. Al parecer, el vizconde espera de ti más que una disculpa. Supongo que logres encontrar la manera para expresarle tu amor la próxima vez que se vean.
Georgie sonrió. Ya sabía cómo hacerlo.
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La noche del sábado, los Hay y los van Lehmann llegaron a la fiesta. Había bastante concurrencia ya, y Georgie estaba muy nerviosa, pese a que había practicado bastante en el Broadwood de Prudence antes de su presentación. Sus hermanos lo ignoraban, solo las damas eran cómplices del momento que se avizoraba.
Lord Wentworth y su esposa se notaban muy felices y fueron los primeros que la saludaron con afecto. Sin embargo, todavía no había visto a James. Se preguntaba dónde estaría cuando una entusiasmada Valerie acaparó su atención.
—¡Qué vestido tan bonito! —exclamó dándole un abrazo—. James quedará encantado cuando te vea.
La aludida le agradeció. Valerie también estaba muy hermosa como anfitriona con un traje azul que realzaba su tez.
—No perdamos tiempo —le pidió la dama—, acompáñame para que te prepares. Dentro de poco deberé anunciarte al público. He guardado el secreto de todos, hasta de Franz.
—Valerie, hay algo que me gustaría pedirte… —dijo Georgie—. Es respecto al repertorio. ¿Puedo incluir algo más?
La aludida la escuchó encantada, mientras se retiraban del salón para ponerse de acuerdo en los detalles. Ambas querían que fuera un momento perfecto.
James había encontrado a los hermanos Hay en el salón; estaba muy elegante y mucho más alegre. Se acercó a ellos y preguntó por Georgiana, a quien no había saludado todavía. Para su extrañeza, los caballeros la habían perdido de vista.
—¿Has perdonado ya a Georgie? —le preguntó Gregory sin contemplaciones.
—La amo más que a mi vida —contestó—, así que la he perdonado enseguida. Se lo dije cuando nos vimos.
—¿Estás convencido de que te comprendió? —insistió su amigo—. Pienso que deberías decirle que tus sentimientos continúan siendo los mismos.
—¡He pedido su mano! Debería saberlo.
—No es lo mismo —apuntó Edward, saliendo en favor de su hermana—, y puedo asegurarle que Georgie está muy enamorada de usted. Basta mirarla para percatarse de eso.
—Ella también podría decírmelo… —insinuó James con una sonrisa.
—Lo hará —dijo Edward mirando el escenario—, tal vez no de la manera que supone ni mucho menos con palabras, pero su mensaje sin duda será el que espera.
James no comprendió hasta que no dirigió la vista al frente: allí estaba Georgiana, en el escenario, junto a su hermana Valerie. La orquesta se había marchado para dejarle el espacio a la joven que se colocó al lado del piano de cola. El corazón comenzó a latirle aprisa, y no podía apartar sus ojos de ella. Estaba muy hermosa, con un vestido verde con encajes en el pecho y su cabello recogido. Valerie se aclaró la garganta e hizo una pequeña presentación.
—Buenas noches a todos —comenzó—. Es un gusto para mí recibirles en casa. Como parte especial de la velada, tendremos el placer de escuchar dos obras de la señorita Georgiana Hay. La primera de ellas, Emperador del Mar, se ha hecho recientemente muy conocida en Inglaterra, tras el viaje inaugural del Imperator, donde fue estrenada por primera vez. Para mí es un honor presentar esta pieza pues mi querido hermano, el vizconde de Rockingham aquí presente, es el diseñador principal del Imperator.
Varias personas reconocieron al vizconde entre los invitados, así que el joven hizo un ademán de saludo para los indiscretos que se voltearon a verle. Georgie también se fijó en él y se ruborizó, pues la expresión de James en su rostro era muy turbadora para ella. ¿Estaría molesto? ¿Sorprendido? No era momento para echarse atrás.
—A continuación de su concierto —prosiguió Valerie—, la señorita Hay nos interpretará otra obra de su autoría que constituye un estreno, titulada Sonata de amor.
Las miradas de Georgie y James se cruzaron en la distancia, pero los aplausos le indicaron a ella que era el momento de sentarse al piano. Franz ayudó a su esposa a bajar del escenario, mientras James se dejaba seducir por las notas del concierto que ya conocía.
Aquella música lo transportaba a un momento feliz, a aquella tarde en la casa de la duquesa en la que por primera vez descubrió el talento de Georgiana. El Emperador del Mar se convirtió en un símbolo de su amor, tanto en el salón Majestic bajo la cúpula de cristal, como en el Waldorf después. Fue esa pieza quien los hizo comprender la magnitud del sentimiento que se profesaban. Fue tras ese concierto interpretado en el barco que Georgie le confesó por primera vez que lo amaba…
Los aplausos no se hicieron esperar cuando el postrero acorde puso fin, con dramatismo, a su primera presentación; la joven tan solo saludó un instante y volvió a colocarse frente al instrumento, consciente de que el momento más difícil para ella estaba por venir.
La sonata era una pieza más corta, pero era la primera vez que la tocaría completa para un público. Trató de abstraerse de los presentes y se imaginó que la interpretaba tan solo para James. Él la escuchaba conmovido; había reconocido el inicio de la obra, que Georgie había comenzado a esbozar durante el viaje; sin embargo, casi por completo el resto era nuevo para él… La dulzura melódica y la belleza de la obra eran indiscutibles, y le transmitían un sentimiento sobrecogedor. Las manos de Georgie se movían con lentitud; la pieza tenía un ritmo pausado pero evocador, una cadencia que le hacía recordar los besos que compartieron en el barco o aquella primera noche cuando se entregó a él. La música llevó a su mente las imágenes y sensaciones de aquellos momentos, evocó a Georgie en sus brazos, temblando… Recreó aquel momento en la bañera, la calidez de su piel, sus caricias y comprendió cuán enamorado continuaba estando de ella. Sonata de amor era justamente eso: una transcripción melódica de los momentos vividos, de la pasión compartida, de la correspondencia perfecta entre sus almas… El auditorio no podía comprenderlo, pero su corazón lo percibió enseguida.
Cuando Georgie concluyó, se escuchó una ovación. Ella despertó del sueño en el que se había sumergido para tocar su sonata como era debido, y hasta se abrumó un poco con el entusiasmo con el que era agasajada. Como buena artista, saludó una vez más y se dispuso a bajar del escenario. Eran apenas tres peldaños, pero allí estaba James: aguardando por ella, tras hacerse paso entre los presentes para ir a su encuentro.
Georgie le tendió la mano y le miró a los ojos, estaba muy emocionada, pero no tanto como él. Debieron esperar a escuchar las felicitaciones de los hermanos de ella, de Valerie, de sus padres; pero James se mantuvo a su lado, todavía con su mano sujeta, incapaz de soltarla otra vez.
—La música ha hablado al fin —le comentó Edward a James—. Me parece que en ella ha encontrado lo que estaba buscando.
—Así es —respondió él, llevándose una mano de Georgie a los labios—, con Georgie he comprendido la comunión perfecta entre música y amor.
Ella se avergonzó, pero estaba feliz de escucharle decir eso, y la familia de ambos quedó complacida al saber que todo entre ellos volvía a estar bien.
Cuando al fin la pareja pudo escabullirse del salón, se refugiaron en la penumbra del zaguán de la casa, con vista al jardín. La noche como cómplice les amparaba, en aquel íntimo momento. James la sostuvo por el talle, le levantó el rostro y la besó… No mediaron palabras, pero no eran necesarias. Ella se entregó a aquel beso con un ímpetu mayor que en otros anteriores, temblando ante el contacto, expresando el anhelo callado de las últimas semanas y el desenfreno de su corazón. James también se dejó seducir por ella, sujetando su cuerpo, atrayéndola con temor de volver a perderla. ¡Ya no podría soportarlo!
Después escondió su rostro en su pecho y le besaó el cuello. Georgie le rodeó con sus brazos, como si se tratase de un niño pequeño buscando amparo. La respiración de ambos era entrecortada, pero fueron serenándose hasta encontrar las palabras oportunas. Fue ella quien le obligó a incorporarse para poder disculparse una vez más.
—Perdóname, jamás volveré a desconfiar de ti… No imaginas cuánto sufrí en esos días de desconcierto, pero me lo merecía por haber dudado de tu integridad. ¡No sé cómo pude hacerlo! —Él notó la severidad con la que se lo reprochaba.
—Yo también me equivoqué, Georgie mía —le dijo dándole un breve beso—. Yo tampoco confié en ti, así que no fuiste la única culpable.
—Lo hiciste por proteger a tu hermano, a mí misma…
Él negó con la cabeza.
—Eso me dije para justificar mi silencio, pero nos sacrifiqué a ambos por mi obstinación. A mis padres fui capaz de decirles la verdad en el barco, ¿acaso no podía haber hecho lo mismo contigo? —se recriminó—. He comprendido que no puedo juzgarte con dureza, porque yo me callé la verdad. Cuando advertí tu error, no quise sacarte de él, inmolando nuestro amor por algo que no merecía tamaño sacrificio.
—Aun así, el error mayor fue el mío —replicó ella—, tenía que haberlo sabido cuando nos vimos en el Majestic. Tus ojos estaban tan tristes y me pediste con tanta vehemencia una oportunidad, que habértela negado es el mayor error que he cometido en mi vida.
—¿Mayor que mi frialdad en el invernadero cuando conversamos? —se rio él—. ¡Tenía tantos deseos de darte un beso! Sin embargo, fui una vez más orgulloso y me dominé, aunque ya no podré tener ese grado de contención…
Ella se rio también, esperando un nuevo beso, íntimo, apasionado, que les reuniera. Luego bajaron al jardín y se sentaron en un banco de mármol, frente a un rosal. La noche, algo fresca, hizo que James la colocara sobre sus piernas y la rodeara con su brazo.
—Aun no te he dicho lo maravillosa que me pareció Sonata de amor, querida mía. Si estabas buscando una manera para declararme una vez más tus sentimientos, no pudo haber existido otra mejor que tu música…
Ella le besó en la mejilla, cariñosa y radiante.
—La terminé de componer después de tu visita al invernadero. Antes no hubiese sido capaz de tocar ni una sola nota. Comprendí que todavía estabas demasiado herido para aceptarme como yo deseaba, así que debía decirte de alguna forma cuanto te amo. Siempre has sido tú, incluso en los momentos en los que no podía comprenderlo, mi corazón siempre te reconoció primero.
Él le sujetó una mano.
—Ahora lo sé —murmuró.
—Leí la carta de Burns —continuó con alegría al recordarlo—. Es increíble que pronto comenzarán las labores de construcción del Imperatrix. ¡Qué nombre tan hermoso!
—Le he bautizado así pensando en ti, por la emperatriz de mi corazón que inspiró su diseño. Espero que Imperatrix merezca también una composición tuya… De cualquier forma, la noticia más importante que refiere Burns es la relativa a tu concierto. Es una gran deferencia hacia ti, amor mío y me siento orgulloso. Es por ello que me adelanté a responderle de forma afirmativa a Burns, sabiendo que estarías de acuerdo. Georgie —le dijo con ternura—, ¿acaso no comprendes lo conocida que serás después de eso? ¡Las personas más importantes de la sociedad sin duda asistirán al Queen´s Hall!
Georgie sabía la magnitud de aquel momento que se avizoraba, pero nada se comparaba a la dicha de haberlo recuperado.
—Sin duda estoy muy feliz con esa noticia y es un logro que compartiremos juntos, pero sigo prefiriendo al Emperador del Mar bajo la cúpula de cristal, contigo a mi lado…
—Tu música es mi favorita —contestó él—, tan evocadora como la melodía del mar.
Ella le dio un beso profundó que avivó el deseo que sentían el uno por el otro. James se dejó llevar por sus caricias, ocultos como estaban tras un arbusto, y aprovechó para perderse en su boca y atraerla hacia él. La certeza de que allí no podrían entregarse al placer de estar juntos, hizo que él se incorporara del asiento al cabo de unos minutos, dejando a Georgie sobre el banco por un instante, con cierta frustración.
Ella no comprendía lo que sucedía hasta que volvió a arrodillarse y sacar de su bolsillo un anillo que reconocía muy bien.
—Lo llevo conmigo desde que me lo entregaste, con la esperanza de devolvértelo. Espero que esta vez sea para siempre. —Le sonrió, mientras se lo colocaba en el dedo.
—Para siempre —le aseguró ella, enmarcándole el rostro con sus manos—. Te amo mucho, James.
Él la levantó en brazos bajo las estrellas, haciéndola reír.
—Yo también te amo, Georgie.
Ella se abrazó a James, pensando en su felicidad y en lo que les depararía el futuro. Inspirada por el amor que compartían, tendría a su lado mucha música aún por componer.
FIN 👉👉👉👉👉Nota de la autora
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