Capítulo 39
Ámsterdam, finales de octubre de 1896.
Hacía dos días que habían llegado a Ámsterdam, pero Georgie todavía no tenía noticias de James. Prudence le prometió que se encargaría de indagar entre sus conocidos, tal vez ya hubiesen sido presentados ante el mariscal y su esposa y supiesen su dirección. El otoño había comenzado ya, y Georgie hallaba refugio en un enorme invernadero de hierro y cristal de cien yardas de longitud, que constituía el lugar más hermoso de la propiedad de los van Lehmann. Aquel palacio de cristal, se encontraba en el medio de las dos casas: la mayor, donde se encontraban residiendo, era la de Prudence y Johannes; la otra era la de Pieter y Elizabeth, que se habían quedado en Londres cuidando a Anne.
Los días a Georgie se le hacían monótonos, pese a que sus hermanos trataban de animarla, pero la ansiedad por ver a los Wentworth la consumía. Aquella mañana, contemplaba algunas de las plantas que se hallaban en el invernadero con evidente indiferencia. Los van Lehmann incluso tenían sembrados especímenes raros y especies. La joven caminó por uno de los senderos más sinuosos hasta llegar justo al centro del invernadero donde se encontraba una fuente con pececillos de colores. Georgie se sentó en el borde de la fuente a reflexionar. Tenía temor de que James no la perdonara, y no sabía si aquel viaje sería en balde. ¡Se recriminaba tanto por haber sido inflexible e injusta con él! Si James no la aceptaba de vuelta debía reconocer que la culpa había sido solo suya.
Aquellos eran sus pensamientos cuando Prudence le interrumpió; llevaba un buen tiempo buscándola, pero supuso que podría encontrarla allí. Georgie se sobresaltó, estaba tan abstraída que recapacitó solo cuando tuvo a su hermana frente a ella.
—Cariño, casi me doy por vencida —dijo sofocada—. ¡No te hallaba por ninguna parte!
—¿Acaso hay noticias de James? —preguntó Georgie con los ojos iluminados.
—Lo siento, cariño, pero todavía no tengo ninguna; no obstante, debo comentarte algo que tal vez nos de algún indicio.
—¿Qué sucede?
Prudence se sentó a su lado, para recuperar el aliento.
—La señora Thorpe me envío una invitación para esta noche, al saber que ya estábamos de regreso en la ciudad. Ya conoces que ella y su esposo tienen muchas conexiones y es probable que conozcan a la hermana del vizconde.
La señora Thorpe era la esposa del Embajador británico en Ámsterdam, la propia Prudence les había hablado de ellos a los Wentworth en alguna ocasión, con el interés de presentárselos. Quizás sucediera el proceso de forma inversa y fuese la querida señora Thorpe quien les indicara dónde hallarlos.
De inmediato, el rostro de Georgie se iluminó ante la perspectiva que para ella suponía aquella velada. La señora Thorpe era muy agradable y conocía a buena parte de la sociedad neerlandesa, pues llevaba años con su marido residiendo en la ciudad.
—¡Ojalá pueda darnos alguna noticia! —exclamó.
Prudence le aseguró que sí, tenía sus esperanzas cifradas en aquella cena. Lo que no le contó fue que ella misma le escribió a la señora Thorpe preguntándole por el mariscal austrohúngaro y su esposa. La dama le respondió con una notita diciendo que los conocía, también a los padres y hermanos de la mujer, que eran ingleses. “Si acepta mi invitación para esta noche, podré presentárselos” –concluía la señora Thorpe–. Prudence no quiso adelantarle nada a Georgie, temía que si hiciese demasiadas ilusiones si finalmente no aceptaban la invitación de los Thorpe. Lo que sí no cabía duda, era de que al fin había podido localizarlos, y eso le daba una enorme satisfacción.
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En la noche, los van Lehmann y los Hay acudieron a la casa de los señores Thorpe a la hora prevista. Pese a que Georgie no estaba sobre aviso, se mostraba muy inquieta ante la posibilidad de que la señora Thorpe conociese a la hermana de James. Los anfitriones se alegraron mucho cuando les recibieron, pues tenían una amistad de años. La dama era alta y muy distinguida, su marido más bajo y de mayor edad, pero una persona muy simpática.
—¡Cuánto me alegro de saludarles! —exclamó la señora Thorpe haciéndoles pasar—. Sin embargo, debo reñirle, lord Hay, por no haber traído a Anne consigo. ¿Se encuentra bien?
El matrimonio tenía una estrecha relación con ella, quien incluso había sido su invitada en Londres el año pasado.
—Se encuentra muy bien —respondió Edward besándole la mano—, pero por su condición preferimos que no viajara.
La dama se llevó la mano al pecho, no sabía del embarazo de la joven.
—No me diga que…
—Sí —le confirmó Edward orgulloso—, seremos padres a comienzos del año próximo, si Dios quiere. No imagina cuánto la echo de menos, pero preferí traer a Georgie por algunas semanas a Ámsterdam.
La señora Thorpe bajó la voz, para confiarle el resultado de sus buenos oficios, alertada por Prudence respecto a la importancia de aquel encuentro en su hogar. Edward le brindó también algunos detalles, mientras el señor Thorpe le preguntaba al resto por la estimada duquesa, que también era una antigua amiga.
Algunos de los invitados de los señores Thorpe ya habían llegado. En cambio, Franz von Reininghaus, su esposa y familia todavía no habían hecho su entrada, si bien habían confirmado su presencia. ¡Georgie no pudo esconder su nerviosismo cuando descubrió que irían esa noche! Su corazón quería salírsele del pecho, y no podía aguardar para verlos.
Sin embargo, unos minutos después, la joven advirtió con cierta decepción que James no arribó con su familia: allí estaban los Condes de Rockingham, que se sorprendieron mucho al verla, acompañados por Franz –un hombre muy alto y distinguido–, y de una joven hermosa que Georgie reconoció como Valerie, por el retrato que había visto de ella.
Fue Louise la primera que se acercó a ella con una amplia sonrisa, sin resentimientos de ninguna clase. Ya estaba enterada por su marido –que había llegado un par de semanas atrás–, que los Hay conocían al fin la verdad sobre lo sucedido.
Georgie estaba algo apenada, pero no dudó en aceptar las manos que la condesa le tendía.
—¡Cuánto me alegra verla, Georgiana! —exclamó la señora—. Mi esposo me advirtió que era probable que viniesen, pero este encuentro tan inesperado me ha puesto muy feliz.
—A mí también me alegra mucho poder saludarla, no imagina cuánto.
Iba a preguntarle por James cuando lord Wentworth, escoltado por su hija, les interrumpió. Él estaba muy satisfecho por saberla en Ámsterdam al fin, y así se lo hizo saber. Aprovechó para presentarle a Valerie, a quien no conocía.
—Qué gusto saludarle, Georgiana, ¡he escuchado hablar tanto de usted!
Las mejillas de ella se ruborizaron. James podía haberle mencionado tanto el amor que se tenían, como la desconfianza que sobrevino después.
—Es una pena que James no pueda venir —explicó el conde—. Se halla en Róterdam, y lo esperábamos de un momento a otro, pero se ha demorado más de lo esperado.
Georgie no expresó su decepción, pero su familia se percató cuánto le afectaba conocer esa noticia. La joven se preguntó dónde estaría Thomas, pero ninguno de los presentes se refirió a él. ¿Habría viajado con su hermano?
Después de la cena, la charla fue muy agradable: Franz conversaba con Edward sobre ciertos temas de interés político, con la intervención del señor Thorpe y de Johannes. El conde y Gregory se reían de cualquier asunto trivial, pues tenían en cuanto al carácter, muchas semejanzas.
—¿Le ha perdonado Nathalie que la haya dejado nuevamente sola? —se atrevió a preguntarle lord Wentworth con una sonrisa.
Gregory se rio. Cierto que su amigo había estado al cuidado de su mujer un par de días en Londres.
—Usted la conoce bien —le contestó—. No es benévola por naturaleza, pero en ocasiones suele ser encantadora. Eso sí, me ha reñido mucho por abandonarla, mas no iba a perder la ocasión de saludarles a ustedes.
—¿No cree que es hora de sentar cabeza? —le interrogó.
El aludido se encogió de hombros.
—No intente someterme a la aburrida vida de la que ahora disfruta, amigo mío —se burló Gregory—. Aunque a juzgar por su expresión, la tranquilidad hogareña le ha sentado de maravillas.
El aludido se rio y le echó una ojeada a su mujer que se hallaba en la distancia.
—¡Nunca he estado mejor! —afirmó.
En la otra parte del salón, Valerie hablaba con las damas sobre una fiesta que ofrecerían el sábado.
—Nos mudamos hace muy poco —explicó—, pero no hay mejor manera de hacer amigos que dar una fiesta. Ahora que he podido conocerlas —se refería a Georgie y a Prudence—, me encantaría también contar con su presencia.
—Será un placer para nosotros —reafirmó Prudence—, ya echaba de menos estar en casa. No me malinterprete, el viaje en el Imperator fue muy grato, pero llevaba muchas semanas fuera de mi hogar.
—¡Yo no he podido ver el Imperator aún! —exclamó Valerie con tristeza—. Justo en la fecha del viaje inaugural, debí regresar a Viena. El nombramiento de Franz para este puesto era inminente, así que debía estar a su lado. Sin embargo, James me lo ha descrito con minuciosidad y he visto los planos. ¡Cuánto me hubiese gustado haberles conocido entonces a bordo de él!
—Estoy enterada del concierto de Georgie —comentó la señora Thorpe—, qué momento tan espléndido. A mí me hubiese encantado escucharte tocar esa pieza. ¿Cómo se llamaba? —No recordaba el nombre.
—Emperador del Mar —apuntó Valerie—, y fue todo un éxito. James me ha hablado mucho de su música, señorita Hay.
—Llámeme Georgiana, por favor —le respondió ella con una sonrisa tímida—. El mérito del concierto fue todo de él —prosiguió—, quien lo planificó al detalle. Siempre le estaré agradecida por ese momento tan importante para mí.
Valerie le sonrió.
—¿Podría pedirle algo, Georgiana? —preguntó.
La aludida asintió, no muy segura de la naturaleza de la petición.
—¿Accedería usted a tocar Emperador del Mar en mi fiesta? Sería una hermosa sorpresa para James y yo estaría agradecida de poder escucharla también. Los invitados estarán muy halagados de conocerla. En Ámsterdam la noticia de su concierto y del viaje del Imperator también se publicó.
Georgie se ruborizó, el solo hecho de tocar aquella pieza le sobrecogía, mucho más tras la difícil ruptura.
—¡Diga que sí! —le instó la señora Thorpe—. Yo también tengo muchos deseos de oírsela tocar.
La joven accedió al fin.
—Creo que no tengo cómo negarme…
Louise le tomó la mano con cariño:
—A James sin duda le emocionará verla al piano otra vez. Esa partitura no solo era para el barco, sino también para él…
—Has hecho muy bien al decidirte —le apoyó Prudence, alegre—. Luego de tocar para tantas personas en el Waldorf, no deberías sentirte intimidada.
Georgie no contestó, para no ser descortés. Cierto que aquella noche tocó para cientos de invitados, pero en la fiesta de Valerie, en su corazón, tan solo tocaría para James.
Un tiempo después los grupos se disgregaron, por lo que Valerie propició conversar con Georgie a solas y con ese objetivo le invitó a salir a la terraza. La temperatura era más fresca, pero agradable y ambas sacaron provecho de la intimidad.
—Le agradezco mucho que haya aceptado tocar en la fiesta —le dijo Valerie—. Lo mantendré en secreto para sorprender a James. Sé cuánto le gusta a él su música.
Georgie le agradeció, mientras se sentaba junto a ella, observando el jardín de la propiedad. Era una hermosa casa la de los Thorpe, muy cerca del centro de la ciudad.
—¿Cómo está James? —le preguntó Georgie, con cierta preocupación.
—Está triste, aunque intente ocultarlo —le contestó su hermana con honestidad—, pero sé cuán enamorado está de usted y es evidente que su amor es correspondido. Nada más con verla a los ojos esta noche he podido comprenderlo —añadió con una sonrisa.
—¿Cree que me perdone?
—Estoy segura —respondió su hermana—. A pesar de su decepción ha sido incapaz de criticarla o de verter un juicio en contra suya. Se limitó a narrarme los hechos con objetividad, y cuando se refiere a usted, lo hace con una emoción demasiado grande.
Aquella información conmovió mucho a Georgie. ¡Ella le echaba tanto de menos!
—También echo en falta a Thomas —comentó—. Pensé que los dos vendrían esta noche.
—James fue a acompañar a Thomas al puerto de Róterdam. Va a tomar un trasatlántico de la Holland America Line hasta Nueva York y James fue a despedirle. Debe regresar dentro de poco.
Georgie se sorprendió mucho al conocer esto.
—¡No sabía que Thomas pretendiese regresar!
—Nosotros tampoco —le explicó Valerie—, pero después de unos días, cuando ya se sintió mejor de ánimo, expresó su deseo de marcharse. Nosotros no pudimos disuadirle, pues tiene una exposición el próximo mes en una importante galería de la ciudad y quiere establecerse allí para pintar.
—No sé si sabe que Brandon Percy también ha regresado a Nueva York, a casa de su tío. —Había ido a despedirse de ellos, antes de partir.
—Lo sé —afirmó la dama—. Thomas le escribió una carta a Brandon cuando llegamos a Ámsterdam, disculpándose con él por lo que le había hecho e interesándose por su salud. Al parecer, Brandon le escribió de vuelta disculpándose también, por haberle abandonado en Nueva York después de tantos planes en común, de arte y de vida.
Georgie no salía de su asombro.
—¿Estaba Thomas recuperado por completo de su depresión para hacer ese viaje?
—Pienso que sí —respondió Valerie con convicción—. Thomas es muy independiente, y al fin ha alcanzado cierta paz que le permite asumir su destino sin recriminaciones. Mi padre y él se han perdonado mutuamente, James y yo le apoyamos y queremos, y el amor de nuestra madre le acompañará a donde quiera que vaya. Hacía mucho tiempo que no le notaba tan alegre y locuaz.
—¿Cree que Brandon y él…? —Georgie no culminó la frase.
—Eso es más difícil de asegurar, pero también se han perdonado y no me extrañaría que se entendiesen dentro de algún tiempo, cuando terminen de sanar todas las heridas. Al menos tienen una exposición por delante en Nueva York, y las circunstancias han cambiado mucho. Como le dije, ya Thomas no tiene la censura de su familia, y Brandon es ahora un hombre libre, sin compromiso alguno y preparado para amar. ¿No pueden ser felices?
—Les desearé siempre la mayor felicidad del mundo —respondió Georgiana conmovida— y el tino para saber sobrellevar los prejuicios, que en todas partes existen.
—Esperemos que la sociedad del futuro sea menos hipócrita que esta en la que vivimos, Georgie. Al menos nosotros hemos tenido que aprender a ser mejores y aceptar las decisiones de Tommy sin juzgarle. Los errores que cometió se debieron también a nuestra incomprensión, y a su inexperiencia y poca madurez. Por fortuna, ya todo va quedando atrás. Thomas es un joven más feliz ahora, decidido y con un gran futuro por delante. Iremos a visitarle el año próximo, y él expresó a su vez, antes de partir, su deseo de conocerla el día de su boda con James.
Georgie no se esperaba tanta simpatía por parte de Thomas; era tan amable y cariñoso como se lo habían descrito.
—También me gustará conocerle —declaró—, espero que en esas circunstancias a las que alude. Nuestra boda tal vez sea irrealizable, luego de mi comportamiento con James, de mi desconfianza…
Valerie le quitó aquellas ideas de la cabeza.
—Estoy convencida de que pronto podremos anunciar esa boda. James no lo ha dicho, pero ya la ha perdonado.
Georgie miró al cielo oscuro y pidió que en verdad fuera así. Aquellas estrellas eran las mismas que tantas veces contemplaron desde la barandilla del Imperator o debajo de la cúpula de cristal.
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