Capítulo 38

Al día siguiente, el propio lord Derby los acompañó a la estación de Lime Street para despedirles. La duquesa volvió a ser muy afectuosa con él por todo lo que había hecho por ellos. Tenía una gran deuda de gratitud con el alcalde, mucho más ahora que él y su esposa Constance se quedarían pendientes del señor Percy hasta que los Holland fueran en su busca.

—No es molestia alguna —repuso lord Derby—, el pintor es un caballero muy agradable.

Lord Hay y Gregory permanecieron un tiempo más conversando con él, separados del grupo de damas que, acompañadas por Johannes, esperaban para pasar al andén. Edward le expresaba a lord Derby su agradecimiento también, de la forma más efusiva.

—No tiene que agradecerme, lord Hay —contestó—, ha sido un placer conocerlo. Es una lástima que al regreso no haya tenido oportunidad de charlar con el vizconde, a quien aprecio mucho.

—James tuvo que marcharse con sus padres —intervino Gregory—. Nosotros tampoco pudimos hablar con él una vez que desembarcamos.

—Al menos sé que, por fortuna, el vizconde pudo regresar con su díscolo hermano —añadió lord Derby con una sonrisa—. Los vi aquí mismo en Lime Street a los cuatro, entrando a la estación.

—No lo comprendo… —Gregory no podía dar crédito.

—Como le digo —continuó lord Derby, extrañado por su sorpresa—, el joven Wentworth estaba aquí en la estación con sus padres y hermano. Intenté acercarme para saludarles, pero me hallaba a cierta distancia y no me fue posible.

—¿Está seguro de que era Thomas Wentworth? —le precisó Edward.

—¡Por supuesto! Lo conozco muy bien, de hecho, se lo dije al vizconde la noche del concierto —Gregory asintió pues recordaba la charla—, y por lo visto el muchacho se dispuso a retornar con ellos. ¡Me sorprende que usted, señor Hay, no lo supiera! ¿Acaso no venían en el mismo barco?

—Cierto —afirmó el aludido—, pero tuve cierta indisposición durante el viaje y nunca llegué a conocer al joven Thomas.

Lord Derby lo miró asombrado, como si no le creyese ni una palabra. ¡Se había comportado de una manera tan extraña! A pesar de ello, no dijo nada más y los Hay no demoraron en despedirse. Gregory miró a su hermano mayor en silencio, y en un momento de intimidad, le dijo en voz baja antes de subir al tren:

—Sabes lo que eso significa, ¿verdad? —Edward asintió—. ¡Ahora lo comprendo todo!

Ambos acordaron no adelantarle nada a Georgiana hasta que tuvieran la certeza absoluta acerca de lo sucedido, y solo la tendrían cuando regresaran a Londres y pudieran volver a ver a los Wentworth.

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La llegada a Hay Park estuvo llena de emociones. Al reencontrarse, Anne se abrazó a su abuela, la duquesa, quien no dudó en ir a verla antes de retirarse a su respectiva morada. La joven estaba hermosísima con su embarazo.

—¡Dios mío! —exclamó la anciana—. Sí que el vientre ha crecido mucho en estas últimas semanas... ¿Vendrán dos Hay en camino?

Edward le dio un beso a su esposa, un tanto preocupado. Ninguno de los dos había pensado en esa posibilidad.

—No alarmes a Anne —intervino Elizabeth van Lehmann que se aproximaba—. Pienso que, con la edad, has olvidado cuánto puede llegar a crecer un vientre con el embarazo, querida madre.

La duquesa protestó, pero se abrazó a su hija, ¡la había echado tanto de menos! La gran novedad para ellas era que la tía Elizabeth y el padre de Johannes habían llegado en la ausencia de Edward, para darle la sorpresa a Anne y cuidar de ella.

La vieja duquesa sostuvo en brazos a su pequeña nieta Marianne, tardío retoño de Beth.

—¡Qué sorpresa tan maravillosa! —les dijo—. ¡No esperaba verlas!

—Pieter y yo pensamos permanecer en Londres hasta el año próximo —declaró—. Quiero acompañar a Anne en estos últimos meses de su embarazo, de la misma manera que yo conté con su apoyo durante el mío el año pasado.

—¡Excelente noticia! —lady Lucille estaba extasiada—. Mandaré a preparar tu habitación en casa, insisto en que se queden conmigo.

Anne le dio un beso a Georgie, sabía de antemano que no venía de buen ánimo, aunque no conocía los detalles. Su lanudo terrier acudió a recibirla, lleno de alegría y ella sonrió cuando lo levantó en brazos.

—¡Snow! —exclamó—. ¡Cuánto te he echado de menos!

Luego de conversar un poco con la familia, Anne y Georgie se encerraron en la habitación de esta última para conversar acerca de lo sucedido.

Prudence y Johannes estaban felices también de reencontrarse con sus hijos. Prudence cargó al más pequeño mientras su marido jugaba con el mayor y charlaba con su padre Pieter. La tía Julie había hecho un excelente trabajo al cuidar de los pequeños, incluso los notaba más gorditos a los dos.

—¿Qué ha pasado con tu estricta disciplina, querida tía?

La dama se encogió de hombros.

—A estos niños hay que consentirlos, lástima que no trajeron a María también.

—María ha decidido mudarse a París con su tío materno. Estudiará en un prestigioso colegio —explicó Prudence, con disgusto—. ¡No imaginas cuánto la echo de menos!

Ella la quería como si fuera su propia madre, pero Johannes le había convencido de que su tío y prima le proporcionarían una excelente educación. Gregory se despidió de sus hermanos por el momento, ya que debía retornar a casa. Nathalie estaría desesperada por verle y él pretendía calmar parte de su disgusto con los regalos que le había comprado en Nueva York.

Edward subió la escalera hacia las habitaciones, con una carpeta en las manos que quería mostrarle a Georgie. Atrás dejó el salón de Hay House que estaba muy animado. Los niños de Prudence retozaban mucho, pese a la supervisión de la tía Julie, y la conversación entre los van Lehmann estaba más entretenida que nunca. Edward tocó a la puerta de Georgie y le mandaron a pasar. Al hacerlo notó que su joven hermana había estado llorando, así que le dio un beso en la cabeza para reconfortarla; luego le dio otro a su esposa en los labios, quien se había acomodado en la cama de su amiga con unos almohadones.

—Georgie me lo ha contado todo —le dijo a Edward cuando este tomó asiento—, y me he quedado muy impresionada con lo que he escuchado. Entiendo hasta cierto punto que ella se haya equivocado, pero también debe disculparse lo más pronto posible.

—¡James no me perdonará! —expresó Georgie, todavía con lágrimas en los ojos.

—Si te ama, como sabemos, lo hará enseguida —le contestó su hermano, tomándole la mano a su esposa—. Anne supo hacerlo cuando fui yo quien desconfié de ella en el pasado. Desde entonces, tengo mayor fe en las personas, sobre todo en aquellas a las que amo.

Anne lo miró con ternura, y le lanzó un beso.

—James te perdonará —le aseguró ella también—. No es difícil hacerlo cuando el amor es tan profundo como el de ustedes. Me alegra saber que al fin has encontrado a la persona adecuada para compartir tu vida.

—Necesito ver a James cuanto antes —le solicitó a Edward—. Quiero disculparme con él.

El aludido asintió.

—Esta tarde, cuando Gregory retorne a Hay House, iremos los tres a casa del vizconde. No quiero dejarte sola, aunque la disculpa la ofrezcas en privado, debemos acompañarte hasta allí. Ya lo he hablado con tu hermano, y no demorará en regresar con ese propósito.

—Ahora me temo que esté muy ocupado… —Anne no pudo evitar decir esto.

Los hermanos se rieron y las mejillas de Georgie se encendieron. Ya comprendía mejor los deseos de su hermano por aquella soprano. ¿No había perdido ella la cabeza por James?

—Te he traído esto —prosiguió Edward colocando encima de sus piernas la carpeta—. Son los recortes de la prensa de estos días acerca del Imperator. En muchos de ellos se habla de ti y de tu concierto. ¡No imaginas lo orgullosos que estamos!

Los ojos de Georgie se iluminaron por primera vez en muchos días, viendo todos aquellos recortes… Los diarios londinenses hablaban muy bien de su pieza, incluso explicaban que se iba a comercializar la partitura en un corto tiempo.

—Has logrado algo muy importante, Georgie —señaló Anne, desde sus conocimientos del mundo artístico—, y estoy muy feliz por ti.

La joven abrazó a los dos, luego se concentró en leer la prensa, con cierta tristeza también al comprender que aquel reconocimiento se lo debía a James. ¡Cuánto deseaba verle!

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En la tarde, Georgiana y sus hermanos se presentaron ante la residencia de los Wentworth. Georgie estaba muy nerviosa, pero su corazón se fue al suelo cuando supo por el ama de llaves que habían viajado todos fuera de Inglaterra. Tan solo el conde había permanecido en la casa, y era él quien iba a recibirles.

La expresión de tristeza de Georgie era indudable, pero sus hermanos trataron de animarla. Nada obstaba para que pudiese ver a James dentro de un corto tiempo, y al menos podrían conversar con lord Wentworth, quien de seguro le transmitiría a su hijo los pormenores de su entrevista con ellos.

El dueño de la casa les saludó con afecto, a pesar de la pasada desavenencia. Intuía que en algún momento le harían aquella visita y allí estaban, así que esperó que fueran los Hay los que primero hablaran.

—Estimado amigo —comenzó Gregory, quien siempre era el más cercano—, ya debe imaginar el asunto que nos trae a su morada. Percy, aunque no nos dijo la identidad de su atacante, liberó de toda responsabilidad a su hijo James. Hemos venido porque se merece una disculpa de nuestra parte, y no quisimos demorarla. Hoy mismo regresamos de Liverpool.

—Yo necesito ver a James —dijo Georgie en voz baja—. Cometí un profundo error y es preciso que me perdone.

El conde agradeció saberlo, pero de inmediato explicó cuál era la situación:

—James ha viajado a casa de mi hija Valerie. Soy el único que ha permanecido en Londres, pero no demoraré en reunirme con ellos. El propósito de mi retraso era explicarles a ustedes, cuando llegasen, la verdad acerca de lo sucedido. James así se los prometió y me ha dejado a mí como su representante, en este difícil trance.

—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó Edward—. Tenemos ciertas sospechas, pero solo usted puede decirlo.

El aludido asintió.

—Fue mi hijo Thomas quien le disparó, por accidente, al señor Percy.

La expresión de asombro de Georgie fue muy grande, si bien los Hay lo creían así desde esa misma mañana, tras su charla con lord Derby.

—¿Cómo es eso posible? —preguntó la joven—. ¿Acaso Thomas no se negó a regresar cuando su esposa y James fueron a verle? ¿Cómo hizo para abordar el Imperator?

—Si me lo permite, señorita Hay, voy a relatarle toda la historia. Verá —comenzó—, cuando usted misma confrontó al señor Percy en casa de los Astor con respecto al caballero de la subasta y sus acciones violentas, sin saberlo lo puso en conocimiento de algo que él ignoraba.

—Ya sabemos que fue Tommy el verdadero responsable de contratar a ese hombre —le interrumpió lord Hay—, el propio atacante se lo confió a mi abogado.

—Así es, Thomas con su inmadurez e inexperiencia, confió en alguien deshonesto y ruin y, sin imaginarlo, puso en riesgo la vida de su hermano y la mía, como ambos conocen.

—¿Ha podido perdonarlo, excelencia? —preguntó Gregory con curiosidad.

—¡Por supuesto! —exclamó el aludido—. Nos dimos un abrazo en Liverpool cuando finalmente nos vimos y limamos todas las asperezas del pasado la noche que compartimos aquí en Londres. Mi hijo ha sido víctima de mí mismo —reconoció—. Si jamás le hubiese chantajeado con la carta ni mandado a publicar el artículo en el diario, nada de esto habría ocurrido. Thomas intentó proteger a su familia del daño que yo mismo les había causado. Es cierto que se equivocó al confiar de más en un hombre sin escrúpulos, pero no tenía cómo prever lo que esa persona haría después.

—Me alegra mucho que al fin se hayan entendido —añadió Edward.

—Sí, pero el asunto no ha sido fácil para ninguno de nosotros. Como le decía, Thomas no sabía lo que había sucedido con aquel hombre despreciable. Antes de viajar a Nueva York, Penn le entregó el cuadro y le explicó que no había podido comprar la carta, y Tommy se embarcó al menos tranquilo de tener en sus manos una pintura tan controvertida. Repito que nunca imaginó que, por su intervención, James y yo pudimos haber muerto. Cuando mi esposa y James fueron a verle a su hotel en Nueva York, él continuaba bajo ese desconocimiento. Les confesó que Brandon le había pedido que permaneciera en la ciudad, decidido a aceptar el fin de su compromiso con Georgiana. Louise y James trataron de mostrase comprensivos con él, dándole incluso la ayuda financiera suficiente para que se estableciera. Sin embargo, las cosas no sucedieron como Tommy esperaba…

—Brandon me había visto ya en la fiesta de los Astor y pretendía recuperarme —interrumpió Georgie.

—Así es —confirmó el conde—, algo que Thomas ignoraba hasta ese momento. Brandon lo visitó poco después que nosotros nos marchamos del hotel. Le dijo que regresaría en el Imperator, pues quería retomar el compromiso. Thomas le aseguró que aquello era un desvarío de su parte, ya que estaba informado por James del amor que se profesaban. A pesar de ello, Percy se despidió y le recriminó por algo que Thomas desconocía hasta entonces: la agresión que sufrimos a manos de aquel hombre que había contratado.

—Imagino que su hijo se haya sentido muy abatido —comentó Gregory.

—Tiene razón —prosiguió el padre—. Thomas no quiso vernos más, por la vergüenza que experimentaba, por eso no estaba en el hotel cuando fuimos a despedirnos el último día. Se deprimió mucho, creyó que le rechazaríamos cuando supiéramos la verdad, y se consideró indigno del apellido Wentworth. Fue así que invirtió todo el dinero que poseía en adquirir un revólver y un pasaje para el Imperator. Le fue arduo hallar colocación con tan poca anticipación, pero dando un buen monto, pudo al menos hacerse con un billete de tercera clase.

—¡Dios mío! —exclamó Georgie comprendiendo al fin—. Esa noche un oficial del Imperator fue en busca de James, por un incidente con un pasajero de tercera. ¡Él se sorprendió mucho pues no era el procedimiento habitual! ¿Fue por Tommy?

Lord Wentworth asintió.

—A James le explicaron que un pasajero fue descubierto intentando acceder a la primera clase. Cuando lo interrogaron, dijo ser el hermano de el vizconde de Rockingham, diseñador del barco. Le dejaron subir al saber esto, pero quisieron corroborarlo pues les pareció extraño. Fue por ello que buscaron a James. Al principio él no podía creerlo, pero al revisar las pertenencias de aquel pasajero en el camarote de tercera, vio que se trataba, en efecto, de su hermano. Thomas había dejado una carta para cada uno de nosotros, explicando las razones que le llevarían al suicidio y pidiendo perdón por lo que había hecho.

—¡Pobre Tommy! —exclamó Georgie, angustiada.

—James estaba muy aturdido, pensando que le perdería, por lo que retornó a primera clase donde decían haberlo visto por última vez y se dirigió al único lugar en el cual creyó que lo hallaría.

—El camarote de Brandon —dijo Gregory.

—Thomas, como desagravio por el abandono sufrido, pensaba quitarse la vida en el camarote de Percy, dejándole tan solo un cuento corto de Wilde sobre la muerte de Narciso junto a su cuerpo, como toda explicación. Ese fue el papel ensangrentado que usted halló, Gregory y que le entregó a James al día siguiente.—Él asintió, pues lo había imaginado—. Tommy subió entonces a una hora en la que todos los pasajeros debían hallarse en el baile, pero para su sorpresa, Brandon estaba allí —explicó—. De inmediato comprendió lo que Tommy iba a hacer, ya que no era la primera vez que atentaba contra su vida ante una ruptura. Brandon intentó quitarle el revólver de las manos, pero este se disparó por accidente hiriéndole en la pierna. James le halló justo después, consternado ante lo que había hecho, pero le instó de inmediato a que se marchara por la puerta que conducía a la terraza, para evitar ser descubierto.

—Fue en ese instante cuando llegué yo… —murmuró Georgie con culpa—. Ya Thomas se había marchado. ¡Interpreté mal lo que sucedía frente a mis ojos!

—James erró al tomar el arma —reconoció su padre—, pero lo hizo porque quería lanzarla al mar. Usted apareció en ese momento y no pudo cumplir su propósito. Se esforzó por darle una explicación plausible frente a Brandon y él no se atrevió a desmentirla más tarde, para no perjudicar a Thomas. Él también se sentía culpable de haberle llevado a ese grado de desesperación.

—¿Pero por qué James no me dijo la verdad? —inquirió Georgie.

—Él quería proteger a Thomas —explicó—, y a usted misma, para no convertirla en cómplice de un crimen. Los barcos son territorio inglés, de haberse conocido lo sucedido, una vez que llegáramos a Inglaterra, Thomas podía ser juzgado, y tal vez muchas otras cosas salieran a la luz durante ese juicio. ¡James no podía arriesgarse a ello! Thomas regresó a su camarote de tercera e intentó no llamar la atención hasta que desembarcáramos. James, por su parte, trató de no relacionar el incidente con su hermano con lo que sucedió poco después con Brandon. Cualquier oficial pudo muy bien haber asociado un hecho con otro, ya que mediaron apenas minutos entre ellos. Hasta ahora no se han hecho más indagaciones y Brandon no ha formulado la denuncia, pero Thomas todavía corría riesgo si se quedaba aquí. Es por eso que Louise y mis hijos no han demorado en partir de Londres. Apenas estuvieron una noche en casa, por temor a que Thomas fuera descubierto.

—Estoy convencido de que Brandon jamás hará denuncia alguna —meditó Edward—. En Liverpool, si bien libró de toda sospecha al vizconde, no quiso revelar el nombre de la persona que le disparó. Puede confiar en él, a pesar de todo; sé que Brandon es una persona honorable y este incidente no trascenderá.

—Eso espero yo también —asintió lord Wentworth.

Georgiana continuaba en silencio, todavía no se recuperaba de la fuerte impresión que sentía. A su mente venían muchos detalles que antes había pasado por alto. Aquella noche, en la terraza, James quería decirle la verdad acerca de Pasaje de Baco y el testaferro contratado. Justo en ese momento le interrumpieron por el incidente de tercera clase y no pudo hacerlo. Aquel acontecimiento desencadenó el resto de los sucesos que habían condicionado su gran equivocación.

—¡Ahora lo comprendo todo! —expresó—. ¡Qué injusta he sido con James!

—Él sabrá perdonarla, todos hemos vivido momentos angustiosos. Hasta que el barco no atracó en Liverpool, no nos sentimos con más confianza. Como les dije, yo me he quedado aquí con el único propósito de decirles la verdad. James así lo quería y he cumplido con mi palabra. Esta misma semana podré reunirme con ellos.

—¿A dónde han ido? —preguntó Edward con curiosidad.

—A Ámsterdam —contestó—. No sé si sabe que el esposo de mi hija, mariscal del Imperio austro–húngaro, ha sido nombrado attaché militar en la ciudad.

Saber su destino le dio esperanzas a Georgie de un encuentro. “¡En Ámsterdam!”, le dijo a su corazón. La ciudad era un segundo hogar para ella.

—Espero poder verle entonces —continuó la joven—, recuerde que mi hermana Prudence vive allí.

—Aguarde unos días para ese encuentro —le recomendó—. Thomas necesita recuperarse de la angustia que sufrió y, no voy a mentirle, James estaba muy afectado por lo que sucedió entre ustedes. El amor que le profesa es demasiado grande, pero en el momento que más le necesitó no pudo contar con usted.

—Lo sé —se recriminó ella—, ¿cree que pueda perdonarme?

El conde le sonrió con indulgencia y afecto.

—Si mis hijos y esposa me han perdonado a mí, a pesar de mis errores, ¿cómo James no va a perdonarla a usted? Usted es mucho más bondadosa y honesta de lo que he sido yo en toda mi vida.

—Usted es un gran hombre, sin importar sus defectos —le contestó Gregory poniéndose de pie y dándole la mano.

—Honor que me hace, señor Hay —respondió, reciprocando su gentileza.

Edward y Georgie también se despidieron, no sin antes agradecerle por la conversación.

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Esa noche, en la intimidad de Hay House, los cuatro hermanos y Anne llegaban a una decisión, luego de conocer los pormenores de lo que en realidad había sucedido en el camarote de Brandon Percy.

—Pienso que podemos esperar unos días, como aconsejó el conde, y viajar dentro de un par de semanas —propuso Prudence.

A pesar de su desesperación, Georgie entendió que era lo más indicado.

—Deberías viajar con ellos —le sugirió Anne, mirando a su esposo—. En mi condición no es adecuado que yo los acompañe, por más que desee brindarle mi apoyo a Georgie, pero eres su hermano mayor y debes estar a su lado.

—¿Estás segura? —le precisó Edward, no muy conforme de dejarle en Londres.

—Estoy segura —le reafirmó—. Serán apenas unos días y no puedo estar en mejores manos que en las de mi tía Beth, mi abuela y hasta la tía Julie.

Edward le sonrió.

—Si es así, viajaré con Prudence, Johannes y Georgie.

—¿Acaso te olvidas de mí? —inquirió Gregory molesto—. ¡James también es mi amigo, y quiero estar presente en esa reconciliación!

Las mejillas de Georgie se encendieron al escucharle y bajó la mirada hasta Snow que se hallaba en su regazo.

—No es necesario que te ofendas —le respondió Edward divertido—. No te incluí porque creí poco razonable que después de tu viaje a Nueva York te apartaras nuevamente del lado de la querida señorita Preston… —La ironía se percibía muy bien.

Gregory se rio, encogiéndose de hombros.

—¡Me has descubierto! —exclamó—. Quiero escapar de ella, creo que le he tomado demasiado gusto a mi anterior libertad.

Los presentes, incluyendo a Georgie, no pudieron evitar sonreír.

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