Capítulo 37

Liverpool, octubre de 1896.

Los dos últimos días en el Imperator y la llegada a Liverpool, transcurrieron para Georgiana en medio de una nebulosa. Al desembarcar, se dirigieron nuevamente a la casa de lord Derby; el alcalde había sido muy amable al enviar tres coches a recogerlos y brindarles alojamiento por al menos dos noches; tampoco puso reparos cuando el nutrido grupo apareció acompañado con un nuevo huésped: el señor Brandon Percy. La duquesa insistió en que no podían dejarlo a su suerte, y el resto concordó con ella. La hospitalidad de lord Derby parecía ilimitada; teniendo un hogar tan grande y ante la ausencia de sus hijos, él y Constance eran unos perfectos anfitriones.

Brandon fue colocado en una habitación del primer piso. Aunque estaba mejor de su herida, el médico había recomendado que descansase un poco. Georgie apenas había cruzado par de frases con él, y no consideraba oportuno preguntarle por el hecho. A fin de cuentas, su relación con James se había roto, tanto como su corazón.

A él no le había visto desde aquella última entrevista en el salón Majestic. Cenaba en su camarote y apenas se dejaba ver. Solo el día que desembarcaron, le divisó a lo lejos. Gregory le había insistido en que estaba siendo muy dura, pues creía fervorosamente que su amigo no era culpable de nada y que, una vez en Inglaterra, les haría saber la verdad. Sin embargo, llevaban dos días en Liverpool y no habían tenido noticia alguna de los Wentworth. Tal vez James hubiese comprendido que no tenía manera de justificarse ante ella, y prefiriera no intentarlo más.

De todos, la duquesa era la que mejor ánimo tenía, y deleitó a lord Derby y a su esposa con las narraciones sobre el Imperator y Nueva York. En ocasiones, Georgie escuchaba aquellas historias con verdadero pesar, puesto que en muchas de ellas James había estado presente y hecho hasta lo imposible por ganarse su amor. ¿Cómo habían terminado las cosas de aquella manera tan terrible? ¿Acaso podía recriminarse por haberle contado la verdad a James acerca de Pasaje de Baco?

Aquellos eran sus pensamientos cuando una intuitiva Prudence se acercó para hacerle compañía, al menos le llevaba una buena noticia:

—Hemos recibido un telegrama de Edward, debe llegar esta tarde y mañana temprano regresaremos todos a Londres, salvo Brandon.

Georgie tenía muchos deseos de ver a su hermano mayor.

—¿Cómo está Anne? —preguntó.

—Está bien, pero se quedará en casa reposando. Lord Derby ha insistido también en que Brandon no viaje todavía, así es que Edward ha hablado ya con los Holland para que le vengan a buscar en unos pocos días. Sabes el afecto que le tiene Beatrix, y en sus manos, Brandon terminará de recuperarse muy pronto.

A Georgie le parecía una idea muy buena.

—Cariño —le dijo Prudence tomándole de la mano—, pienso que deberías volver a hablar con James acerca de lo que sucedió. Esperemos la opinión de Edward al respecto, pero estoy segura de que concordará con nuestro criterio. Quedó consternado cuando supo por Gregory lo que le sucedió a Brandon, pero también confía en el vizconde, ¿cómo es que no puedes confiar en él también?

Ella se mordió el labio, prometió guardar el secreto acerca de Pasaje de Baco, y eso hizo. Sus hermanos no podían comprenderlo, pero imaginaba que aquel asunto terminó por exasperar a James, haciéndole emprender aquel acto violento.

La llegada de Edward esa misma tarde fue maravillosa para sus hermanos, al menos Georgie pudo sonreír cuando se abrazó a él. ¡Le había echado tanto de menos! La propia duquesa le recibió con cariño y le preguntó con mucho interés acerca de Anne:

—¿Cómo está ella? ¡Tengo tantos deseos de verla!

—Está muy bien, mi querida Lucille —le contestó—, el vientre le ha crecido, pero no se siente indispuesta. Le he dejado al cuidado de mi tía Julie, que está cada día más encantada con la noticia y con este nuevo sobrino que viene en camino.

—¿Y mis hijos? —inquirió Prudence—. ¿Cómo están ellos?

—Están muy bien también, mañana lo comprobarás por ti misma. La verdad es que la tía Julie ha sido una bendición para nosotros. Hasta su carácter se ha vuelto más dulce al tener la compañía de los niños y al cuidar de Anne.

—Es bueno saber eso —repuso Prudence—. Ya sabemos que no siempre fue así, pero es excelente saberla tan cambiada y afectuosa.

Edward tuvo que conversar un poco con lord Derby, ya que era el anfitrión. También se informó acerca de la salud de Brandon y anunció que iría a verle un rato más tarde. Antes debía charlar con Georgiana y con Gregory, ya que apenas tenía algunos elementos de lo sucedido. No le pasó desapercibida la expresión marchita de su hermana. Con el propósito de charlar con privacidad, los tres hermanos se encerraron en la biblioteca. El asunto del compromiso de Georgiana parecía haber pasado a un segundo plano, ya que el propio Gregory le había contado que este se deshizo a raíz de la agresión que sufrió Brandon a bordo del Imperator.

Fue Gregory quien tuvo la entereza de narrar los hechos: lo que había visto Georgiana y la explicación poco adecuada que había dado James después.

—Al día siguiente admitió que aquella no era la verdad, si bien Brandon apoyó su versión de los hechos. Sin embargo, el vizconde me recalcó su inocencia de una manera que hube de creerle. Asimismo, me manifestó que, una vez llegados a Inglaterra, nos diría la verdad. A veces tengo la impresión de que está encubriendo a alguien, pero no puedo estar seguro de ello.

—¿No podrá ser a su padre? —preguntó Edward—. Él pudo haber sido el responsable. Es mucho menos escrupuloso que el vizconde, eso no es un secreto para nadie.

—Eso creí yo también —repuso Gregory—, pero el propio conde lo negó. Dijo que, de haber sido él, jamás permitiría que James cargara con una responsabilidad que no le corresponde. Sabemos que lord Wentworth no es del todo desfachatado, y que en ocasiones se muestra íntegro como pocas personas.

—En eso tienes razón —reconoció Edward—, y también me resisto a creer que el vizconde le disparara, aunque Georgie le haya visto con el arma en las manos. ¿No crees, querida —dijo dirigiéndose a ella—, que tal vez fuiste demasiado severa con él?

Ella se levantó, ya no aguantaba seguir mintiendo y recibir el reproche de sus hermanos al respecto, así que se decidió a hablar, consciente de que a ellos no debía seguir escondiéndoles parte de la verdad.

—¡Yo quisiera creer tanto en su inocencia! —La voz se le resquebrajó—. Sin embargo, no puedo hacerlo, y ahora voy a explicarles por qué. Desde que abordamos el Imperator la incomodidad de James hacia Brandon era innegable; le acusaba de haber abandonado a Thomas en Nueva York, después de haberle pedido que permanecieran juntos. Aquel comportamiento irritó tanto a James que en varias ocasiones debí pedirle que controlara su temperamento. Poco podía hacer por Thomas desde el Imperator y solo cuando llegase a Inglaterra podría comunicarse con su hermano.

—Muy bien —asintió Gregory—, eso lo conocemos, pero no creo que fuera motivo de peso para dispararle a una persona.

—Yo tampoco soy tan ingenua para creerlo así —alegó Georgie—, pero hay algo más de lo que no están enterados.

Ella volvió a sentarse, explicando la escena en el camarote de Brandon, y cómo quedó pasmada al advertir que, entre sus pertenencias, estaba Pasaje de Baco.

—Al ver esa pintura comprendí que Brandon me había mentido, y que fue él quien, en efecto, estuvo tras la agresión de James y la herida del conde. Me sentí muy abrumada con este descubrimiento y mi principal error fue contárselo a James esa noche. Un oficial interrumpió la conversación que sostenía con él y lo apartó de mi lado, pero ya le había dicho todo, y me sentí angustiada de que fuese a pedirle a Brandon explicaciones por lo ocurrido. Con este presentimiento, me acerqué a los camarotes de primera clase y sentí un disparo. Lo demás lo conocen: cuando entré al camarote de Brandon encontré a James con el arma en las manos… ¡Estoy convencida de que le disparó por lo que yo le revelé sobre Pasaje de Baco! —exclamó rompiendo en llanto, y Edward acudía a consolarla.

—Georgie, cariño —le abrazó—, puedo asegurarte que te culpas en vano y, además, que el vizconde no le disparó a Brandon. Al menos, si ese es el motivo que alegas para esa disputa, no tiene ningún fundamento.

Ella levantó la mirada sorprendida.

—¿No podía sentirse iracundo al confirmar que Brandon contrató al hombre que les agredió?

—No —respondió Edward con calma—, porque no fue Brandon y James ya lo sabía.

—¡Ahora soy yo quien no comprendo nada! —exclamó Gregory llevándose las manos a la cabeza.

—Si me permiten —continuó Edward volviendo a su puesto—, voy a explicarles todo lo que sé al respecto.

Gregory y Georgiana le miraban con mucho interés, mientras Edward les exponía que, a raíz del encarcelamiento de John Penn por el asesinato de Charlotte Smith, se dio a la tarea de llegar a un acuerdo con aquel hombre y, con tal fin, mandó a uno de sus abogados a verle a prisión. Este se ofreció a brindarle una adecuada representación durante su juicio, a cambio de que le dijese quién le había contratado.

—También le pedimos que no implicara a los Wentworth en el proceso del asesinato de Charlotte, y él accedió a ello. Por mi abogado pude saber que, a diferencia de lo que suponíamos, no fue Percy quien le contrató.

—¿Quién fue entonces? —preguntó Gregory intrigado.

—Fue Thomas Wentworth junior quien pagó por sus servicios —respondió al fin.
Aquello no se lo esperaban ni Gregory ni Georgiana, quienes se miraron con asombro.

—¡No es posible! —exclamó Georgie aturdida.

—Pues lo es —le reafirmó su hermano mayor—. Al parecer Thomas intentó limpiar su imagen y la de Brandon, ya manchada por la inadecuada conducta de su padre y ese artículo que hizo publicar para perjudicarles. Por supuesto, jamás le solicitó a Penn que hiriera a nadie y mucho menos que le disparara a su padre. El joven era demasiado ingenuo para valorar la calaña del hombre a quien contrataba. Es evidente que este hombre, de carácter violento, se sobrepasó en las instrucciones dadas, quizás para quedarse además con el dinero que le habían dado para adquirir la pintura y la carta.

—¡Eso explica por qué Penn no tenía el dinero suficiente para ganar la puja! Tommy no poseía grandes sumas, un testaferro pagado por Brandon jamás hubiese carecido.

—Eso prueba también —prosiguió Edward—, que James no atacó a Brandon por Pasaje de Baco. Aunque la pintura estuviese en su poder, sabía que él no era el hombre que se escondía detrás de ese testaferro violento. James no tenía cuenta alguna que saldar con Brandon, Georgiana… Si eso es todo lo que tienes en su contra, lamento decir que te has equivocado mucho al suponerlo.

Georgie estaba lívida, pero había algo que todavía no comprendía.

—¿Cómo estás tan seguro de que James estaba al corriente de ello? —preguntó—. ¿Se lo informaste? Hasta los últimos días supuso que Brandon era el culpable de esos hechos y jamás dijo lo contrario en mi presencia.

—Justo antes de que partieran en el Imperator le envié un telegrama al vizconde con esta información, que no conocí hasta último momento. Le escribí a él pues juzgué que el asunto era demasiado delicado y que solo él estaba en el derecho de conocerlo.

—¿Estás convencido de que lo leyó a tiempo? —Esta vez fue Gregory quien preguntó—. A mí no me comentó nada al respecto.

—Estoy seguro de que lo leyó, ya que su respuesta me llegó al día siguiente. Me daba las gracias, profundamente afectado por la noticia, y me pedía suma discreción. Es entendible que el vizconde no haya querido hacerles partícipe de tamaño disgusto, pero también esto demuestra que no hirió a Brandon, como Georgie supone, mucho menos por el motivo que ella alega.

Georgie comenzó a llorar, mientras escondía su rostro entre las manos, torturada al darse cuenta que había cometido una injusticia.

—Todavía no conocemos con certeza qué sucedió —le dijo Edward abrazándola de nuevo—, pero si algo he aprendido en la vida es que, para juzgar a alguien, debemos estar muy seguros de obrar con suficiente razón para hacerlo. Tal vez, si le hubieses dado el voto de confianza que el vizconde pedía, en Liverpool nos hubiese confiado la verdad.

Un sollozo más profundo se escuchó en Georgie, por lo que Edward consideró atinado no continuar con las recriminaciones.

—No llores más, cariño —le pidió—, verás que este asunto se arreglará antes de lo que crees. Ahora iré a hablar con Brandon, quiero saber cómo está.

Prudence entró a la biblioteca, alarmada por el llanto de Georgie que se escuchaba desde el exterior. Entre ella y Gregory intentaron consolarla, aunque estaba tan abatida, que dudaron que una palabra suya pudiese aliviarla.

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Edward halló a Brandon Percy descansando en su habitación, sentado en una butaca con la pierna en alto. La herida estaba mucho mejor pero no debía excederse. Al ver a su amigo, intentó ponerse de pie, pero este se lo impidió, dándole un abrazo y obligándole a sentarse. El afecto que manifestó Edward por él, le tranquilizó un poco. Sabía que tenía razones para censurar su conducta, pero no pretendía hacerlo.

—Tienes buen aspecto —le dijo Edward con una sonrisa—. Esperé hallarte con un bastón y cojeando como yo, pero dice el médico que quedarás sin ninguna secuela.

Brandon sonrió.

—No he tenido tu misma suerte —contestó—. El bastón dota al caballero de una profunda sobriedad, que en tu caso te ha traído un gran éxito de felicidad hogareña. —Edward rio—. ¿Cómo está Anne?

—Está muy bien, aburrida en casa, pero en su condición es mejor que haga todo el reposo posible. Por fortuna no ha presentado ningún malestar.

—Me alegra mucho escuchar eso —respondió Brandon—, y de paso me recuerda que tengo algo para ustedes. ¿Podrías abrir aquella maleta marrón? —le indicó.

Edward se levantó y eso hizo. En su interior había un lienzo enrollado que él mismo extendió sobre la cama. Era un retrato de ellos dos el día de su boda.

—¡Es precioso! —exclamó con emoción—. A Anne le encantará. En estos meses se quejaba de que no le hubieses hecho su retrato, pero esta pintura es maravillosa. Tendrá un excelente sitio en la galería de Hay Park.

Brandon le agradeció sus palabras y su amigo volvía a tomar su puesto.

—Eres muy generoso conmigo —le contestó—. Sé que tienes mucho que reprocharme, pero te aseguro que no he querido jamás perjudicar a Georgiana. He actuado mal en muchas cosas, pero la quiero… —La voz le tembló al decirlo—. Tal vez no la quiero como ella se merece, pero mi sentir por ella no ha sido falso jamás.

—Yo lo sé —repuso Edward—. Es por eso que estoy aquí, en nombre de una amistad de muchos años y sabiendo que quieres a Georgiana, aunque tal vez equivocado en tu aspiración de pretenderla. También sé que no eres responsable de lo que le sucedió al vizconde y a su padre.

Él negó con la cabeza.

—Fue Thomas quien le contrató —confesó—. Yo pretendía mandar a un representante a la subasta de Essex para adquirir la pintura, como solía hacer, pero me convenció de que él se encargaría de ello. Yo confié, complacido de no tener que involucrarme en esa puja, después de lo señalado que estaba tras ese artículo en The Post. Fue en Nueva York cuando conocí por Georgie lo que había ocurrido. Ya yo tenía la pintura porque Tommy me la había entregado cuando nos vimos, pero él también ignoraba lo que aquel hombre hizo en contra de su padre y hermano y fue por mí por quien se enteró.

—Georgie entró a tu camarote en tu ausencia y descubrió a Pasaje de Baco entre tus pertenencias. Luego, turbada, se lo dijo al vizconde. Creyó hasta ahora, que James te había disparado por venganza, por todo lo sucedido. Fui yo quien la sacó de su error, al decirle que James ya estaba enterado de tu inocencia, por lo que esa no podía ser la causa del disparo.

—El vizconde no me disparó —aseguró Brandon con firmeza—, y quisiera hablar con Georgie para darle esa certeza. Sé que ella lo ama, y no me gustaría que renunciara a ese cariño por mi causa, si está en mis manos tranquilizarla. Una vez me dijiste que, si llegaba el momento, me apartara de ella para no hacerla sufrir más. Creo que ese momento ha llegado al fin.

—Siempre serás nuestro amigo —expresó Edward dándole la mano—, nada cambiará eso y sé que Georgie te quiere mucho a pesar de lo sucedido. No necesitas alejarte de nosotros, Brandon.

—Te lo agradezco —dijo el aludido—, pero pretendo regresar a Nueva York. Mi tío está viejo y soy lo único que tiene.

—Entonces iré a visitarte allá —replicó Edward alegre—. La duquesa ha quedado tan encantada con la ciudad que me ha animado a emprender ese viaje. Quién sabe y en unos meses pueda ir a saludarte.

Brandon le sonrió, reconfortado por su amistad. Edward tomó el lienzo entre sus manos y llamó a Georgie, quien entró todavía con los ojos hinchados por todo lo que había llorado.

—Les dejaré a solas —comentó Edward antes de cerrar la puerta.

Georgie se sentó frente a Brandon, que estaba muy tranquilo luego de haber conversado con Edward. El alma la sentía más ligera, y pretendía librarse de otra buena parte de sus culpas al hablar con ella.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Georgiana.

—Estoy bien, apenas tengo dolor, pero es tu expresión la que me preocupa. ¿Por qué has estado llorando, Georgie?

Ella no le negó la verdad.

—Creo que he cometido una gran injusticia respecto a James y temo haberle perdido.

—Perdóname por no habértelo dicho antes, pero después de lo que ocurrió, me he sentido muy deprimido, no solo por la herida, sino por mis acciones pasadas y las veces en las que no te he hablado con toda la verdad. Hoy quiero hacerlo, es por eso que te digo con total seguridad que no fue el vizconde quien me disparó, puedes estar tranquila.

—¿Quién fue entonces?

—Ese es un secreto que no me pertenece por completo a mí y que no me siento en condiciones de revelarte. El vizconde me encontró ya herido y levantó el revólver del suelo, en el momento en que tú entraste; es probable que, al igual que yo, esté encubriendo a la persona que lo hizo.

Georgie suspiró aliviada, aunque por otra parte la atormentaba el recuerdo de sus palabras hirientes.

—Quería que me disculparas por las tristezas que te he causado y por la enorme decepción que padeciste conmigo. Hay cosas que me eran muy difíciles de admitir frente a ti, no quería que me despreciaras. Siempre te quise, pero comprendo que no de la manera que esperabas y merecías.

Una lágrima bajó por la mejilla de Georgie, que le escuchaba conmovida.

—Cuando supe por carta que querías aplazar el compromiso, saqué un pasaje en el Imperator de inmediato, pues no quería perderte. Sin embargo, la llegada de Thomas a Nueva York puso de nuevo mis resoluciones en duda, y una vez más no fui digno del amor que me tenías. —Georgie continuaba llorando en silencio—. A pesar de ello, cuando retorné de San Francisco, mi tío me contó que te había visto, e incluso que sospechaba que estabas enamorada del vizconde… ¡No imaginas cómo esa noticia despertó mis celos! Cuando te vi en casa de los Astor, se vinieron abajo mis anteriores decisiones, desistí de permanecer en Nueva York con Tommy como habíamos acordado y me di a la tarea de recuperarte. Como sabes, no te mentí en todo, salvo en mi afecto por él. Lo que dije respecto a lord Wentworth fue cierto, así como el no estar implicado en los hechos que se me atribuían. No envié testaferro alguno a Essex ni mandé herir al conde, por más que se lo hubiese merecido.

—Lo sé… —murmuró Georgie, enjugándose las lágrimas—. Sé que en eso fuiste sincero.

—Respecto a lo demás no podía serlo —continuó él—, ¡no quería perderte! Defraudé a Tommy cuando le dije que me marcharía en el Imperator, pues todavía conservaba mi billete, y me embarqué solo con el propósito de recuperar tu amor. Fue al verte con el vizconde, una noche que retornabas a tu camarote, que comprendí que ya te había perdido para siempre.

Georgie se acercó a él y le dio un abrazo, incapaz de volver a hablar. A pesar de todo quería mucho a Brandon y aquel era un afecto que jamás se desvanecería.

—Perdóname —repitió él—, nunca pretendí hacerte sufrir.

Georgie le dio un beso en la frente, aceptando así su disculpa.

—Jamás perderás el lugar que ocupas en mi corazón, Brandon —le confesó ella—. Gracias por decirme la verdad.

—Espero que no sea muy tarde para que el vizconde vuelva a tu lado. Sería muy tonto si no lo hiciera.

—Ojalá lo haga —susurró ella, un poco desalentada.

—En el remoto caso de que sea tan necio y no te perdone, podrás hallarme en Nueva York.

Ella le sonrió mientras se despedía de él. Su corazón no podía estar más oprimido por la culpa y la desazón que experimentaba. ¡Qué injusta había sido con James! Solo esperaba que, en efecto, no fuese demasiado tarde.

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