Capítulo 34
Nueva York siempre se quedaría guardado en el corazón de Georgiana, gracias a todo lo que vivió en la ciudad. La mayoría eran momentos buenos, e incluso las horas de incertidumbre contribuyeron a llevarla a los brazos de James y a pasar la mejor noche de su corta existencia. Atesoraba esos recuerdos en su corazón, cuando él se le acercó en la barandilla de una de las terrazas de recreo del Imperator.
—A veces tengo miedo de que, al alejarnos cada vez más, perdamos esa magia que nos unió… —le confesó con voz queda.
Hacía dos horas que el barco había zarpado y sentía cierta añoranza, aunque por otra parte se alegraba mucho de encontrarse de nuevo con Edward, Anne y la tía Julie. ¡Ya les echaba mucho de menos!
James le pasó el brazo por la espalda, con cariño.
—La magia se hallará dónde nos encontremos nosotros —le respondió—, así que no debes estar aprehensiva por nuestra partida. Cuando regresemos hablaré con lord Hay y fijaremos la fecha de la boda.
—No quisiera un compromiso demasiado largo… —le comentó Georgie.
—Después de nuestra noche en el Waldorf no es recomendable…
Ella sonrió al escucharle hablar de ello, se giró hacia él y le dio un beso en los labios.
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La duquesa se hallaba con Prudence, charlando en el salón de su suite, de forma muy animada. La señorita Norris acababa de hacer su entrada con la invitación para el concierto de esa noche. Si de algo no podían quejarse los selectos pasajeros de primera clase, era de lo amenas que solían ser las veladas a bordo del Imperator.
Luego de conversar sobre el concierto, la señorita Norris, algo aturdida, hizo un comentario que dejó a las presentes muy impresionadas.
—Me pareció advertir a lo lejos, en uno de los corredores al señor Percy —dijo con su voz algo chillona—. ¿Acaso se ha decidido a viajar con nosotros?
Prudence fue la que más se alarmó, mas dio por poco acertada la observación de la dama de mediana edad que, a todas luces, parecía no ver muy bien a cierta distancia.
—Es extraño —le respondió—, sé muy bien que el señor Percy pretende permanecer en Nueva York junto a su tío.
Georgiana le había contado la charla que sostuvo con James, y el hecho cierto de que Thomas y Brandon habían llegado a un punto de entendimiento.
—Yo también lo encuentro poco probable, amiga mía —añadió lady Lucille después—. Nos vimos en casa de los Astor durante la fiesta y en ningún momento el señor Percy aludió a un regreso tan inminente. ¡Me lo hubiese dicho si así hubiese sido!
La señorita Norris se quedó conforme, su vista le había engañado. Por fortuna había estado en un error, ahora que sabía que la señorita Georgiana y el vizconde de Rockingham estaban comprometidos, ¿no era un poco inconveniente que estuviesen los tres en el mismo barco?
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Aquella conversación descabellada pasó al olvido hasta la hora de la cena. Los Wentworth en franca y renovada armonía, asumieron el precedente creado con el compromiso de su hijo mayor y acudieron a la mesa de la duquesa. James se notaba más relajado, estar en su barco le sentaba bien y la compañía de Georgie siempre le hacía disfrutar. No había olvidado del todo el telegrama de lord Hay, pero nada podía hacer sobre hechos ya pasados y menos a bordo del Imperator.
Georgie se veía hermosa, como de costumbre. Su relación con Louise se había vuelto más estrecha tras la íntima charla que compartieron, incluso comenzaba a ver a lord Wentworth, su futuro suegro, con mejores ojos. Era evidente que había cambiado. Aunque no lo hubiese conocido con anterioridad, el hombre que tenía enfrente no evidenciaba haber disfrutado de ninguna conducta licenciosa en el pasado. Parecía ser un buen esposo y hasta un buen padre, ¿no había acudido lleno de buena voluntad al hotel de Tommy para verle? La casualidad había hecho que no se encontraran, pero la intención era indudable: quería rectificar sus errores.
La conversación era muy amena cuando la inesperada presencia de otro caballero, dejó a los comensales de la mesa sin habla.
—¡Yo tenía razón! —Fue lo único que se escuchó decir.
Las palabras brotaron de la siempre inoportuna señorita Norris, quien al ver al señor Percy a su lado comprendió que su visión no le falló y que su apreciación fue la correcta.
—Buenas noches —comenzó el recién llegado—. Lamento importunar la cena, pero quise saludar a quienes en esta mesa son mis amigos.
James fue el primero en ponerse de pie ante la provocación.
—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó.
—Por favor, James, siéntate —le pidió su madre, consternada y en voz baja—. No es conveniente hacer un escándalo.
Él le obedeció, pero estaba sumamente afligido.
—Brandon, nos sorprende que estés aquí —comentó Gregory intentando mediar—, teníamos la información de que permanecerías en Nueva York junto a tu tío.
—Una noticia falsa, sin duda —respondió el aludido—. Desde que recibí la primera carta de Georgiana, aplazando nuestro compromiso, saqué mi billete para el regreso en el Imperator, sin imaginar que compartiría el viaje con ustedes.
James le escuchó lívido. Aquello no podía ser cierto, pues su hermano le había asegurado dos días antes que el señor Percy no regresaría a Inglaterra y que incluso le había pedido que él también se quedara. ¿Cómo era capaz de abandonar a Tommy y marcharse así? Su rostro estaba tan descompuesto, que Georgie le tomó la mano para tranquilizarle. Brandon lo notó, pero intentó no dejarse afectar por esa expresión evidente de cariño.
Su rostro se fijó en lord Wentworth que cerraba los puños para evitar darle un golpe. Se contenía sobre todo por los Hay, porque no quería dar una mala imagen, después de lo deteriorada que estaba la suya, así que hacía un gran esfuerzo por morderse la lengua.
—No me lo esperaba —añadió la duquesa—. Cuando nos saludamos en casa de los Astor no hizo mención alguna de que regresaría con nosotros. Si quería darme una sorpresa, puede sentirse satisfecho.
Brandon comprendió que lady Lucille le censuraba su comportamiento, y le apenó disgustarle, él que le tenía gran estima a la anciana.
—No informé de mi regreso del mismo modo que los Hay obviaron anunciar que vendrían en el Imperator a Nueva York. Usted misma, en el último cable no me lo mencionó y en casa de los Astor el ambiente no era propicio para hablar con calma sobre ello. De cualquier forma, siempre es un placer volver a saludarla.
Él le besó la mano y se retiró, no sin antes dirigirle una mirada a Georgiana que era de lo más elocuente.
Aquel incidente impidió que los Wentworth y el resto disfrutaran del concierto después de la cena. Con lo acontecido lo mejor era retirarse temprano y no dar cabida alguna a que la exasperación se apoderada de ellos. James, sobre todo, estaba muy agitado, ya que le preocupaba mucho su hermano.
En la intimidad de su camarote, su madre intentó hacerle razonar.
—Quizás esto sirva para que Thomas se decepcione de una vez de tamaño sujeto. Pudo haber viajado con nosotros de haber tenido Percy la decencia de haberle advertido que se marcharía, pero no debemos desesperarnos. Tienes un prestigio que mantener en el Imperator, James, y no me sentiría bien de ver que te peleas con Percy, ahora que el amor de Georgiana por ti es seguro.
James descargó su frustración con un puñetazo en un panel de madera de la pared.
—¡No lo puedo creer! —exclamó.
—Estás muy violento, y eso no es bueno —volvió a decirle su madre—; tienes que controlarte. Thomas tiene el dinero suficiente para regresar a Inglaterra cuando lo estime, y lo hará, estoy segura.
Su esposo convino con ella.
—Aunque desee golpearlo tanto como tú, entiendo que no debemos hacerlo. He notado que, a pesar de todo, el señor Percy en una persona querida y respetada por la duquesa y los Hay. Nuestra amistad con ellos es mucho más reciente, y no podemos ser nosotros quienes cedamos a provocaciones de ninguna clase.
Argumentos como aquellos, fueron tranquilizando un poco a James, que intentó sentarse y apartar de su mente el desagrado que le causaba la presencia de Brandon. ¡Tanto había soñado con la paz de su viaje de regreso! Así se frustraban tantos planes ante la presencia de un hombre que le había hecho tanto daño, al punto de hacer peligrar su compromiso con Georgiana.
Al cabo de unos minutos, los Condes de Rockingham se marcharon juntos. Este detalle no le pasó desapercibido a James. Al menos se alegró de que entre sus padres las cosas hubiesen mejorado tanto.
Cuando iba a considerar desvestirse, un toque en la puerta le hizo abrir. Para su sorpresa se trataba de Georgiana, quien acudía a verlo, preocupada con lo que había sucedido. Llevaba el mismo vestido que durante la cena, y lamentó no haberla visto ataviada con su exquisita ropa de dormir.
Ella le dio un ligero beso en los labios, con una sonrisa que valió para tranquilizarle.
—No puedo estar aquí, pero pretendo ir al salón Majestic. ¿Nos encontramos allí?
Él accedió, le tomó una mano y se la llevó a los labios. En medio de tantas vicisitudes, el amor de Georgiana le daba la esperanza y el sosiego que necesitaba.
—Nos vemos pronto —Le sonrió.
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Cuando James llegó al piso superior y abrió la puerta del salón, las suaves notas del piano de Georgiana, le llegaron al corazón. Ella le sintió, pero no se detuvo, y James se acercó para escucharla mejor, recordando el beso que compartieron bajo la bóveda de cristal unos días atrás. ¡Cuánto habían cambiado las cosas desde entonces! ¡Cuán suya era ahora! El piano continuó con aquella dulzura melódica que le cautivaba, hasta que la pieza concluyó.
—Es hermoso, noto que has continuado componiendo, porque no hay duda alguna que esa música se parece a ti…
Ella le sonrió, y James la ayudó a incorporarse del piano.
—Apenas es un esbozo —le contestó—. Comencé a concebirla hace unos pocos días, cuando llegamos a Nueva York, pero no he tenido tiempo para concluirla. Me recuerda a nosotros.
James le dio un beso largo.
—Es una pieza preciosa, dulce y delicada, como lo eres tú.
Georgie y él se dirigieron a un diván que se hallaba a un costado, bajo la cúpula. El cielo nocturno se veía precioso encima de ellos, siendo cómplice de aquel momento de intimidad.
—Imagino que estés muy angustiado y molesto —expresó Georgie dándole la mano—. Te entiendo, James, pero debes ser cauto. ¡Poco puedes hacer aquí en el Imperator!
Él asintió, su madre le había dicho lo mismo.
—Thomas se estableció en Nueva York por Brandon, lo habían acordado —le dijo con ansiedad—. Le propuse a mi hermano regresar con nosotros, pero se abstuvo de hacerlo, no solo por las oportunidades que la ciudad le brindaba para realizarse sino por Brandon. ¿Cómo es posible que no haya honrado su compromiso? ¿Cómo pudo engañar a mi hermano así?
Georgie lo notaba preso de un profundo dolor. Sabía que Thomas era muy joven e imprudente y que una decepción de esa clase podía ser muy peligrosa para alguien con su temperamento.
—Sé que estás preocupado, y es natural, pero no puedes desesperarte. Cuando lleguemos a casa podrás telegrafiarle y quizás instarle a regresar, ahora que no tiene amparo alguno en Nueva York que le haga permanecer lejos de su familia.
—Es cierto —admitió—, ¡pero me irrita tanto ver a Brandon aquí!
—Por mi parte no debes albergar ningún temor; reconozco que su presencia es un tanto incómoda para todos nosotros, pero nada obsta que podamos disfrutar del Imperator como habíamos planeado. Mi amor y devoción te pertenecen por completo…
Él la abrazó en el diván.
—¡No sé qué me haría sin ti! —exclamó.
—Mañana hablaré con Brandon. A ti es improbable que te confíe nada, pero yo le haré explicar con lujo de detalles por qué tomó esta decisión.
Él negó con la cabeza.
—No debes hacerlo, Georgie, a ti jamás te dirá nada acerca de Thomas. Es evidente que ha viajado en el Imperator con el objetivo de recuperarte, así lo ha dejado entrever durante la cena. Con ese propósito, poco podrá confesar respecto a él, así que temo que, si le hablas, pueda causar en ti una nueva duda que te haga apartarte de mí…
Ella le calmó de inmediato.
—Nada de lo que pueda decirme me podrá apartar de ti, James. Sabes cuánto te amo, y ya nos pertenecemos por completo. Brandon lo ignora, pero tú sabes muy bien la magnitud de mi amor por ti.
James la besó en los labios largamente y la abrazó contra su cuerpo, ansiándola tanto que en su mente se borró todo pesar, dejando espacio solo para el deseo que sentía por ella. Georgie colocó sus manos por debajo de su chaqueta, palpando su pecho por encima de su camisa blanca. James se zafó la corbata que le ahogaba. Ella también recibió sus caricias por todo su cuerpo, jadeando cuando James acarició sus pechos, con una delicadeza que resultaba estremecedora.
Él también soltó un gemido cuando le besó el cuello, anhelándola… La tenía sujeta por el talle contra su cuerpo, pero una idea pasó por su mente, incapaz de controlar el impulso que Georgie le inspiraba. Tocó los botones de su espalda, y con cuidado fue abriéndolos uno a uno, para poder sentirla más cerca de él.
Ella tembló cuando percibió que sus manos la exploraban, una sensación tan perturbadora que le hacía perder el equilibrio, sujetándose a sus hombros y correspondiéndole aquella caricia con un beso largo, profundo…
James se libró de la chaqueta que le estorbaba y se quedó mirando a Georgie a los ojos. El salón estaba en penumbras, solo tenían las estrellas y el cielo que podía apreciarse desde el techo de cristal que les cubría.
—¿Crees que alguien pueda… ? —Georgie ni siquiera podía formular la pregunta, pues estaba muy turbada, pero él la comprendió.
—No, he cerrado la puerta con seguro cuando entré. Nadie puede descubrirnos.
Ella se relajó, correspondiendo a sus besos; estaba tan anhelante como él, y James podía percibirlo en la respuesta de su cuerpo febril. Le bajó el vestido hasta la altura de la cintura, y luego la camisola que llevaba, dejando al descubierto su torso desnudo, aquel que tanto le había seducido en su primera noche en el Waldorf.
Palpó sus pechos con ternura, mientras ella le sostenía la mirada, menos avergonzada que en aquella primera vez. Él le murmuró lo hermosa que era, y Georgie se dejó caer en el diván, recibiéndole con los brazos abiertos una vez que él se terminó de quitar su camisa. La besó en los labios, hasta llegar a sus pechos, se extasió con ellos, y con una mano dibujaba caricias en su abdomen, admirándola en su plenitud.
Georgie temblaba, le necesitaba, pero no se atrevía a decírselo. Pensó en el lugar donde se encontraban y no podía ser más perfecto: allí supo que amaba a James, cuando escuchó por primera vez al Emperador del Mar interpretado por una orquesta; allí se lo confesó, tras un beso que compartieron en el piano… Aquel era el lugar perfecto para amarse, y ambos lo sabían, por ello dejaban fluir aquel momento de intimidad que compartían sin recriminaciones, uniéndose en una danza dramática y febril que les consumía… No podían echarse atrás. James se bajó los pantalones, levantó la falda de Georgiana y la acarició en su femineidad. Ella estaba lista, lo supo cuando introdujo un dedo dentro de ella. Su humedad y la respuesta que logró en su figura temblorosa y agitada, le dieron la certeza de que era aquello lo que esperaba.
James se colocó mejor sobre ella, despojándola de todas las prendas que le impedían un contacto más cercano, a la vez que se preparaba él mismo para unirse a ella. Georgie le sintió, muy cerca de la entrada. Agitada como estaba, delirante y excitada, no le negó nada… Le instó con su abrazo y mordiendo su labio para que terminara con aquella tortura, y eso hizo. Se introdujo en ella despacio, pero firme… Ella gimió al sentirle, a diferencia de la vez anterior ya no sentía dolor alguno, estaba preparada para disfrutar de aquel momento de amor que compartían. James comenzó a moverse sobre ella, y Georgie lo hizo también, alcanzando un ritmo rápido en las embestidas, empapados de sudor, llegaron al clímax a la misma vez. James volvió a ser previsor y limpió con su pañuelo cualquier rastro sobre su piel.
Georgie se incorporó, con las mejillas sonrojadas, se recompuso el vestido, pero James la atrajo hacia él y le besó en los labios. Fue un beso largo y apasionado, un beso que le hizo comprender cuán locamente enamorada estaba de él. Aquel encuentro había sido el más dulce de sus desvaríos, pero le necesitaba… James también se arregló, y al cabo de unos minutos los dos habían vuelto a sus apariencias habituales, salvo por el rubor que todavía cubría sus mejillas y el peinado que se había dañado un poco en el sofá.
James la tomó por los hombros y la obligó a mirarlo:
—Te amo mucho, Georgiana… Solo tú pudiste calmar mi malhumor y darme esta seguridad de que todo estará bien. Gracias —añadió—, te has vuelto imprescindible para mi felicidad.
—Y tú para la mía, James —le contestó—. Yo soy feliz desde que te conocí.
Él la acompañó hasta la puerta de su camarote y le dio un beso, que pretendía fuese breve dadas las circunstancias, pero Georgie se agarró de su cuello riendo, obligándole a que sus labios volvieran a los suyos… Aquel beso de amor turbó a James, que a punto estuvo de olvidarse de los límites que no debía transgredir y entrar con ella a su alcoba. Se separó de Georgie en contra de su voluntad.
—Hasta mañana amor mío —le dijo, lleno de paz.
—Hasta mañana —Ella lanzó un beso al aire y cerró la puerta.
James caminó por el corredor hasta su suite. No percibió que Brandon Percy les había visto bajando la escalera que conducía a los camarotes de primera clase, ni que los siguió hasta ser testigo, en la distancia, de aquella apasionada despedida. Brandon no tenía cómo saber todo lo que en realidad había acontecido entre ellos, pero al verlos sintió una punzada de dolor.
¡Georgie estaba enamorada de verdad! Aquel compromiso no se debía a un simple despecho o a su necesidad de estar acompañada: ella estaba dichosa como pocas veces la había visto en su vida. En ese momento supo que la había perdido y aquella certeza multiplicaba su sufrimiento. Por otra parte, se sentía aliviado, aunque no pudiese explicarlo. Sabía que no la merecía y que no se hallaba en condiciones de luchar por ella, pero no por conocerlo su decepción y tristeza fue menos honda. ¡Cuántos sacrificios había hecho por Georgiana! ¡Cuánto se había esforzado por hacer lo correcto! Viajar en el Imperator no había sido fácil para él, ¿y qué había conseguido? La había visto en brazos de otro, nada menos que de un Wentworth y solo pudo maldecir al irónico giro del destino que le había dado una lección.
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