Capítulo 32

Gregory regresó al final de la tarde con el vizconde y su madre, quienes se retiraron a sus respectivos apartamentos. James no había vuelto a ver a Georgie, pero tampoco quería hacerlo. Estaba muy decepcionado, pero al menos se sentía en paz por haber sostenido una larga charla con Thomas. ¡Su hermano estaba bien! Louise se abrazó a él en silencio, llorando, y un beso selló su reconciliación, luego que hubiese huido de ella en París, y de Liverpool sin hablar de aquel viaje que pretendía emprender. La condesa le llevó a su hijo el recorte del diario sobre su exposición, así que se lo mostró orgullosa. Lo más importante, era que él había hecho público su arte al fin.

Después de la cena, los hermanos Hay se sentaron a conversar. Georgie sentía mucha curiosidad por saber qué había acontecido durante la conversación con Brandon, y Gregory tuvo a bien explicárselo: Brandon no había recibido bien a James, y entre ellos el ambiente era de discordia, por lo menos Gregory pudo mediar a tiempo. Hablaron de ella y de su compromiso con James, respecto al cual, Brandon se jactó al decir que este pendía de un hilo. A punto estuvieron de comenzar una pelea, pero una vez más Gregory intervino, diciendo que, en efecto, la decisión de continuar o terminar el compromiso, sería de Georgiana, pero que confiaba en el buen juicio de su hermana.

—Así que ya sabes —continuó—, Brandon cree que has roto tu promesa a James, ¿es eso cierto?

La joven se miró el anillo, que tenía en el dedo.

—Yo amo a James —dijo en voz baja—; eso lo he sabido siempre.

Gregory suspiró, aliviado.

—Entonces mañana mismo debes decírselo —le aconsejó—. Ahora es algo tarde, pero es necesario que él sepa lo que sientes. ¡Está tan dolido contigo, pensando en que Brandon había ganado!

—Esto no se trata de una contienda —replicó ella—. Me afectó mucho haber terminado mi compromiso con Brandon sin antes verle y escucharle como correspondía, pero no por ello dejo de creer que tomé la mejor decisión.

—¡Al fin una reflexión sensata! —exclamó Prudence, complacida.

Georgie sintió curiosidad por saber si Gregory había conocido al hermano de James.

—¿Lo viste? —indagó.

Él negó con la cabeza.

—Permanecí en el salón del hotel donde se hospeda. Al parecer el encuentro suyo con la familia fue satisfactorio, aunque Thomas expresó su deseo de permanecer en Nueva York.

—Pensé que regresaría a Inglaterra en algún momento.

—Yo también lo creí, pero dice estar bien instalado. Tiene una exposición pronto y está pintando más que antes —Se encogió de hombros—. No creo que James o la condesa puedan disuadirlo de su propósito, a fin de cuentas, partimos pasado mañana.

Georgie se levantó para retirarse a su habitación. Gregory volvió a expresarle lo tranquilo que estaba de verla sin ningún rastro de duda y Prudence la acompañó a su recámara para ayudarla a desvestir. Luego de colocarse su ropa de dormir, su hermana le cepilló el cabello, como cuando era una niña pequeña. ¡Había pasado tanto tiempo desde eso!

—¿Estás bien? —le preguntó, mientras acomodaba su cabello castaño.

—Sí —contestó la joven—, me siento un poco triste y angustiada por haber herido a James. No fue mi intención. Supongo que no supe expresarme de la mejor manera, y que la conversación con Brandon me dejó deshecha.

—¿Sigues creyendo en lo que te dijo él?

Georgie suspiró, y Prudence continuó con aquel movimiento rítmico del cepillo que tanto le gustaba.

—Pienso que tal vez la verdad no la sabremos nunca —sentenció—, pero lo único que debe importarme es mi amor por James… Y eso no lo supe ver esta mañana, ¡ese fue mi principal error!

Prudence terminó lo que hacía y se colocó frente a ella, satisfecha.

—Me alegra escucharte hablar así, Georgie. Cuando el amor se halla al fin, no debe despreciarse. Es importante que mañana le hagas saber a James cuáles son tus verdaderos sentimientos. Hoy estaba demasiado lastimado por tu causa…

—¿Crees que me perdone? —preguntó Georgie, angustiada.

Su hermana le sonrió.

—James te ama demasiado para no hacerlo —le respondió desde el umbral de la puerta—, pero necesita saber que su amor también es correspondido.

Prudence se despidió, pensando que dejaba a su hermana más tranquila, pero se equivocó. Con el paso de las horas Georgie veía cada vez más claro la injusticia que había cometido contra James, y lo decepcionado que estaría de ella. ¡Él mismo se lo había dicho esa mañana cuando salió del salón de manera intempestiva!

Comprendió que no podría descansar bien si antes no buscaba a James para poder conversar. Se miró al espejo: vestía bata y zapatillas, un atuendo nada adecuado para salir de su habitación; sin embargo, la opresión que sentía en su pecho no la hacía desechar aquella idea que en otro momento hubiese creído muy descabellada. Al fin se decidió y salió al corredor. No había nadie a esa hora y, como confirmación, un lejano reloj dio diez campanadas. Con la décima ya Georgie había comenzado a caminar, rumbo a la suite que ocupaba James. Jamás había estado antes, pero conocía bien donde se alojaba ya que en una ocasión vio a Gregory salir de allí.

La habitación de James se hallaba a cierta distancia, así que Georgie, con cierto pudor, anduvo por el corredor, que tenía una tenue luz. Se detuvo frente a su suite y advirtió que las luces encendidas del interior se filtraban por debajo de la puerta. Estaba tan nerviosa que no sabía qué hacer, hasta que se decidió a tocar de una vez con su puño, de la manera más ligera posible. Temía que James no la hubiese escuchado, y consideraba ya marcharse ante su desvarío, cuando para su sorpresa la puerta se abrió.

—Georgie…

Él no podía dar crédito a lo que veían sus ojos: Georgiana en su puerta, ataviada con ropa de dormir, y una expresión asustada por su osadía.

—Lo siento —susurró ella—, no quería importunarte. Sé que es algo tarde y…

Las palabras no brotaban con facilidad de su garganta. Él llevaba una camisa blanca, mal abotonada, que dejaba al descubierto el comienzo del vello de su pecho. Aquella visión le privó por completo del habla, y fue James quien comprendió que quería hablarle, por lo que abrió la puerta instándole a pasar.

—Temo que alguien pueda descubrirte en medio del pasillo —le dijo—. Por favor, pasa.

Georgie se quedó observando la suite de James en su interior: tenía un amplio salón, dos divanes, varias butacas de estilo Luis XV –algo semejante a las demás–, y una chimenea que se encontraba apagada. Dos puertas, una que debía conducir a sus aposentos; la otra, al comedor de la suite.

Georgie avanzó hasta el centro del salón; sobre una mesita estaba el libro que James había estado leyendo y que dejó por la mitad. Él la siguió y la invitó a sentarse; continuaba tan sorprendido, que aquella extrañeza que experimentaba le impedía descubrir el propósito de aquella visita nocturna y prohibida. ¿Querría terminar el compromiso? Aquella idea le privaba del aliento, pero consideró que Georgie no sería tan imprudente e irreflexiva, ¿o sí?
James se sentó frente a ella en un diván de color verde oscuro. La miraba intentando descifrar los pensamientos que se hallaban en su cabeza, los sentimientos que albergaría aquel confuso corazón. ¿Sería algo bueno que hubiese acudido a verlo a aquella hora?

—¿Qué sucede, Georgie? —le preguntó—. ¿Qué te ha traído tan tarde a mi habitación? ¿Sabes lo que pueden pensar tus hermanos si lo descubren?

Las mejillas de ella se encendieron de vergüenza.

—Te obligarían a casarte conmigo —le respondió con una tenue sonrisa.

Él se regocijó al escucharla, de repente su corazón volvió a latir, lleno de esperanzas.

—Jamás me casaría contigo por obligación, lo sabes —contestó.

—James —comenzó ella más seria—, necesitaba hablar contigo, después de lo que sucedió esta mañana no podía estar en paz.

Él no dijo nada, tan solo la escuchó.

—Perdóname —continuó—, no actué bien durante nuestra charla, estuve demasiado aturdida y no me comporté como la prometida que mereces. Lo cierto es que Brandon apeló a un pasado que no es tan lejano para mí. Intentó hacer que yo confiara en lo que me decía, haciéndome sentir culpable por darle término a nuestro compromiso mediante una carta, sin darle oportunidad a expresarse o incluso, a conocer el motivo que me impulsó en esa dirección.

—¿Y cuál fue ese motivo?

—Ese es parte del problema —reconoció ella—, por mucho tiempo pensé que lo hacía por la verdad que encerraba Pasaje de Baco, por aquello que pude leer en la misiva…

—¿Y no fue así? —James estaba abrumado.

Ella negó con la cabeza.

—Conocer la verdad solo me dio un motivo de peso incuestionable, y aceleró una decisión que, de cualquier forma, yo hubiese tomado por mí misma después. Sin conocer nada de esto, ya había pospuesto mi matrimonio con Brandon; ignorante de lo que me ocultaban, comencé a experimentar fuertes dudas sobre mi amor por él. Lo cierto es que yo rompí mi compromiso porque me estaba enamorando de ti.

James se estremeció al escucharle decir esto, pero permaneció en su sitio, percibía que Georgie tenía todavía bastante por decir.

—Brandon puede alegar lo que estime, puede defenderse cuanto quiera sobre lo que se esgrime contra él, pero yo no puedo sentirme culpable por una decisión que tomé con libertad y reflexión. Confieso que en ocasiones no sé qué pensar respecto a su relación con Thomas. Le escucho hablar y quisiera creer en lo que dice; también te creo a ti cuando me adviertes de que tal vez me esté engañando y después de haber conversado con tu madre hoy, tengo la certeza de que Brandon me esconde mucho más de lo que quiere hacerme creer… De cualquier forma, aunque nunca tenga la certeza, aunque jamás sepa la verdad completa, lo importante es lo que yo siento por ti.

James suspiró y los ojos de Georgiana se llenaron de lágrimas.

—Te amo, James, te amo demasiado… —Un sollozo escapó de su pecho—. Perdóname, no sabría cómo vivir sin ti.

Esta vez James se levantó como un resorte del diván y acudió a su encuentro, impulsado por el profundo amor que sentía por ella. ¡Georgie le había devuelto esa noche la dicha, luego de horas tan tortuosas!

Ella también se incorporó de la butaca y le recibió con los brazos abiertos, anhelante, desesperada… Él la estrechó muy fuerte, buscando sus labios, uniéndose a ella en un beso desenfrenado y ardiente, un beso que les recordó lo que significaban el uno para el otro.

—Georgie —murmuró—, me estaba volviendo loco… —le confesó—. No sabía cómo conciliar el sueño esta noche.

—Yo tampoco podía —respondió ella, colgada de su cuello—. ¡Necesitaba tanto verte!

Un nuevo beso les calló por unos instantes exquisitos, abandonados al placer que les invadía… James le enmarcó el rostro con sus manos, besándole con intensidad, causándole un gran estremecimiento, tanto que Georgie estuvo a punto de desvanecerse en sus brazos. Él entonces le tomó de la mano y la llevó al diván, sentándola de costado, sobre sus piernas. Georgie estaba preciosa con sus mejillas ruborizadas, y le sonreía feliz… Se había liberado ya de toda la tensión que acumulaba desde la víspera, agradecida de que James le hubiese perdonado aquel momento de confusión que experimentó.

Él la ciñó por la cintura, al punto de que Georgie se sintió muy cerca de él. Luego, con una mano, acarició el contorno de su cuello, bajando hasta el comienzo del escote… Aquel exquisito contacto hizo que se le escapara un gemido, mientras arqueaba su cuerpo dispuesto a que la caricia prosiguiera. James la entendió al instante, repitió aquel turbador derrotero entre su garganta y su pecho, logrando que se turbara aún más… Georgie se dejó tumbar sobre el diván y él se colocó encima de ella.

Esta vez sería más fácil, pues Georgie llevaba una bata y no aquellos difíciles vestidos que se tornaban en piezas inaccesibles… Él se inclinó para besarla, de una manera desenfrenada, que le hizo caer en un delicioso frenesí. Georgie temblaba debajo de su cuerpo, más aún al sentirlo tan firme. Con aquella postura la bata se había abierto un poco, dejando al descubierto parte de sus hermosas piernas. La visión de Georgie tumbada en su diván, con las mejillas encendidas, el pelo revuelto, y aquel escote, lo estaba enloqueciendo.

Los besos bajaron hasta su pecho, sin dejar área alguna por cubrir; sin embargo, él moría de deseos por ver más allá de la tela. Sus pechos se insinuaban debajo de la seda, pero él necesitaba verlos y, al parecer, Georgie estaba tan ansiosa como él por experimentar esas sensaciones… James le desató el nudo de la bata, y esta se abrió, dejando al descubierto la fina camisola que la joven llevaba.

Advirtió los pezones erectos, que se marcaban, instándole a acariciarlos, y eso hizo… Georgie se movió debajo de él, sintiendo sus exquisitos roces, y los besos que se acercaban cada vez más a aquella zona de tanto placer. Él, alentado por la respuesta de su cuerpo anhelante, bajó con delicadeza la camisola hasta dejar sus pechos expuestos. Georgie cerró los ojos, un tanto apenada, pero los besos de James difuminaron cualquier rastro de pudor, haciéndola disfrutar de ese momento de intimidad. Él besó con contención sus pechos, primero uno, después él otro, hasta que supo que estaba lista para una sensación mayor. La humedad de su boca la llevaba al borde del delirio, al punto que sus manos se tensaban sobre la espalda de James, como apasionada respuesta.

Él se separó un poco de ella, para mirarle a los ojos, en busca de algún rastro de duda o de arrepentimiento, pero no lo halló. Georgie se veía reflejada en su mirada gris, de la manera que jamás había esperado… James había desatado en ella un sentimiento y un deseo que nunca esperó encontrar en sí misma. ¿Cómo era posible que él continuara conociéndola mejor que nadie? ¡Qué tonta había sido al no advertir que James era el único amor de su vida!

—Georgie, no sé si… —Él dudó si detenerse, sabía que un beso más, y no podría hacerlo.

Y ese beso definitorio llegó enseguida. Fue la respuesta de Georgiana, quien le enmarcó el rostro con sus manos y le besó en los labios con toda el apasionamiento que pudo… James entonces no se cuestionó nada más, tomó en sus brazos a aquella delgada figura que temblaba, y la depositó en su lecho.
Georgie tardó unos segundos en habituarse al lugar, el esplendor del Waldorf era deslumbrante. Aquella inmensa cama con dosel capitoneada no era nada comparada con los frescos de seres celestiales y etéreos que se veían pintados en el techo. En aquel momento, ella se sentía tan delicada como ellos.

James se colocó a su lado, estaba ansioso, pero intentó dominarse, aguardando una vez más un movimiento de Georgie, para saber cómo proseguir… Aquella noche le estaba brindando una oportunidad que no creyó posible, menos en las actuales circunstancias en las que pensó que Brandon Percy había echado por tierra todo el amor que había logrado hacer florecer en ella. Y ahí estaba Georgie: en su suite por propia voluntad, a su lado por el mismo deseo desenfrenado que poseía él, y con un amor de semejante magnitud.

Georgie se volteó hacia él, con una tímida sonrisa en sus labios, y James la abrazó. Aquel calor que compartían se volvió más intenso, al ritmo de los besos de él que, fuertes y apasionados se parecían al segundo movimiento de la pieza de Georgiana. En su mente tenía las notas de ella, envolviéndole en aquel febril encuentro que le hacía acariciar su cuerpo. Él se liberó de su camisa, y Georgie exploró con sus brazos su pecho. Aquella sensación le resultaba de lo más turbadora, a la par que examinaba su abdomen plano, sus anchas espaldas y aquel vello que había visto asomar por sobre la camisa abierta.

James le dejó satisfacer su curiosidad; las titubeantes manos de Georgiana, le daban la satisfacción más grande que hubiese recibido en brazos de una mujer. Para él, solo existía Georgie, y aquel pensamiento le hizo abrazarla una vez más, besando cada espacio libre de sus brazos, deslizando sus manos por debajo de la camisola, solo para advertir el desbocado latido de su corazón.

Le sacó con cuidado primero la bata y después la camisola, para observarla con una mirada ardiente, desnuda por completo, salvo por la prenda de seda que cubría su parte más íntima. Georgie era hermosa: su fragilidad e inocencia, unidas al rubor de sus mejillas, la hacían adorarla aún más. James se esforzó por hacerla sentir muy suya, muy amada y confiada en sus brazos. Para ello la estrechó en su cuerpo, besando nuevamente cada espacio de su piel, deteniéndose en un pezón y en otro, succionando para libar la miel que le parecía salía de ellos, y obteniendo de Georgie aquel sonido ininteligible que le hacía comprender cuánto le deseaba.

James no pudo más y se sacó los pantalones, logrando que Georgie se sorprendiera un tanto con la erección de él que, en su plenitud, se afincaba contra su abdomen. Él le tranquilizó dándole otro beso largo en los labios. Georgie no era tonta para saber lo que aquello significaba, tampoco estaba con deseos de impedirlo, todo lo contrario… Se sorprendía a sí misma anhelando tanto proseguir, que se quedaba pasmada de ver lo poco cauta que podía llegar a ser junto a James. ¡Hasta qué punto su amor por él le privaba del sentido! ¡Cuánto le deseaba y cuán extraño era para ella ese pensamiento!

Él continuó besándola, descendiendo por su cuerpo una vez más: sus hermosos y rosados pechos, su cintura estrecha, sus caderas… La despojó de su última prenda, advirtiendo sus oscuros vellos que eran la misma entrada al placer. Su mano, con delicadeza se introdujo entre sus húmedos pliegues, lo que provocó un hondo gemido de Georgiana, seducida por aquella caricia tan íntima y peligrosa.

James comprendió que estaba lista, pero continuó brindándole el gozo que precisaba, haciéndola retorcer entre las sábanas al punto del delirio. Ya no pudo más y se colocó encima de ella, provocándole una tensión mucho mayor que las otras anteriores. La besó, aturdido, exaltado. Su falo se acercó a la abertura. El roce con su clítoris le hizo gemir una vez más, pero él todavía no se decidía.

—¿Estás segura? —preguntó.

Ella asintió, ¡ya no era momento de preguntarle aquello!

—Te amo mucho James… —murmuró ella, como respuesta.

Él la besó al mismo tiempo que se introducía en ella, rompiendo la íntima resistencia, con toda la delicadeza que le fue posible, en un momento que para él coronaba todas las excelsas sensaciones anteriores, en un instante de absoluto placer y desenfreno.

Ella le recibió con cierto dolor, pero no estaba asustada. Pronto aquella inicial incomodidad dio paso a un goce desconocido que la dominó, subiendo por una espiral de deseos compartidos. James se introducía en ella, cada vez más hondo. Estaba empapado en sudor y feliz por estar en ella, era la sensación más estremecedora que había tenido en su vida… Georgie se acostumbró pronto a él, siguió su ritmo, abrazándolo. Sus caderas, por instinto, se dejaban guiar en aquella erótica danza, que pronto los llevó a su punto más excelso.

La expresión de su garganta, su cuerpo tembloroso y caliente, le hizo saber a James que Georgie había llegado a la cima, explotando en sus brazos ante el placer que él le había proporcionado y lo inmenso del amor que les unía. Él también se sintió próximo al delirio, pero tuvo la previsión de retirarse a tiempo tras un gemido, dejando caer el líquido tibio con su semilla, sobre el muslo de Georgiana.

Jadeando y agotados, se fusionaron en un abrazo muy íntimo, donde sus cuerpos desnudos se acoplaban perfectos, satisfechos. James besó sus labios con brevedad, para luego decirle al oído, con voz grave y afectada:

—Yo también te amo, Georgie mía.

Ella le sonrió, pero no podía verla en la penumbra. Acomodó su cabeza en su hombro y se dejó vencer por el agotamiento. James, antes de rendirse al sueño, pensó que la felicidad de aquel momento, no podía compararse con ninguna otra.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top