Capítulo 29

La casa de la señora Astor –viuda de William B. Astor– y de su hijo Jack era una hermosa mansión en la Quinta avenida, en el barrio de Upper East Side. Se había terminado ese propio año, luego que la antigua vivienda fuese demolida para construir el hotel que competiría con el Waldorf y que pretendían llamar el Astoria. Caroline vivía en la parte norte, y su hijo y su familia se establecieron en la sur.

La mansión estaba diseñada bajo los cánones del Renacimiento francés. La nueva residencia, mucho más grande que la anterior, podía albergar a más de mil invitados. La duquesa y sus amigos, entraron al vestíbulo del hogar y tomaron por un corredor hasta el gran salón, donde aguardaban John Jacob y su esposa Ava. El matrimonio saludó a lady Lucille, a los condes de Rockingham, a los van Lehmann y a Georgie. De Gregory no se escuchó hablar, solamente Astor preguntó por el vizconde, a quien echaba en falta, pero fue su padre quien lo excusó en su nombre, sin revelar el verdadero motivo que le había impedido asistir.

Desde allí, se accedía al salón de baile. La entrada estaba flanqueada por dos grandes jarrones y cortinas de raso dorado. Georgie se quedó maravillada cuando entró, era el salón más grande de la casa. Se elevaba a una altura de cuatro pisos, y el techo se hallaba coronado por cuatro lámparas de cristal, con hilos de perla. Aquella habitación hacía las veces también de galería de arte, ya que las paredes contenían la valiosa colección de pinturas de la señora Astor. A la altura de un segundo piso, en un balcón, se hallaba la orquesta que tocaba, y centenares de personas que ya se encontraban allí, algo que abrumaba un tanto a la joven.

Georgie echó un vistazo por el salón; los condes de Rockingham conversaban con la duquesa, sentados en un diván de una esquina de la estancia. A su hermana y a Johannes no los divisaba, pero debían estar en algún lugar… No podía entender cómo se habían disipado, si habían entrado a la misma vez. Georgie recorrió el salón de baile a todo lo largo, en parte para apreciarlo mejor, mientras observaba distraída varias de las pinturas. En uno de los extremos, una gigantesca chimenea de mármol, con las figuras de dos hombres desnudos, cubría toda la pared y se elevaba hasta el techo.

Los rostros que bailaban le eran desconocidos y se sentía un poco perdida. Ojalá James estuviese allí, su presencia le habría garantizado un disfrute mayor. Se volteó para caminar por el sentido opuesto, cuando unos zapatos oscuros se cruzaron en su camino: era Winston, el tío de Brandon, que la miraba con una amplia sonrisa.

—Señorita Hay, cuánto me alegra verle —le saludó—. La otra noche no tuve el placer de decirle lo encantadora que estuvo al piano. ¡Sin duda fue una gran noche para usted!

Georgie comprendía la ironía que subyacía en aquel comentario, pero no se dejó intimidar.

—Muchas gracias —le contestó—, tiene razón en lo que ha dicho. Fue una noche muy agradable.

—Qué pena que, a diferencia de aquella ocasión, hoy la encuentre sola —insinuó—, ¿acaso el vizconde de Rockingham no ha podido acompañarla?

Las mejillas de Georgie se encendieron, ante la deliberada mención de James.

—El vizconde y mi hermano no han podido asistir, pero no me hallo sola.

—¡Por supuesto! —exclamó—. De cualquier manera, las circunstancias le sonríen, pues tendrá el placer de tener a una excelente pareja de baile.

Georgie se preguntó a quién se refería, cuando para su enorme asombro, vio caminar a Brandon hacia ellos. Él estaba buscando a su tío, y también se sorprendió al advertir que estaba en compañía de Georgiana, aunque no estaba del todo extrañado de verla. ¡Había ido con la intención de hablarle!

En cuanto sus miradas se cruzaron, Georgie se estremeció. Creía que demoraría en regresar de San Francisco, y ahí estaba, con una ligera sonrisa en su rostro y una expresión que denotaba la verdadera satisfacción que experimentaba al verla.

Cuando llegó a su lado ni siquiera le habló, le dio un abrazo espontáneo y sincero y un ligero beso en la mejilla, sin importarle si podía alarmar a cualquiera que los estuviera contemplando. Georgie le sostuvo la mirada, indecisa de cuáles debían ser las palabras adecuadas para decirle, tan nerviosa como cuando se le declaró en el verano, durante su estancia en Hay Park. ¡Cuánto habían cambiado las cosas desde entonces!

—Georgie, no imaginas la alegría que siento al verte —dijo al fin—. Cuando regresé de San Francisco ayer, mi tío me contó que te había conocido, ¡yo ni siquiera podía imaginar que estabas en la ciudad! De haberlo sabido antes, jamás me hubiera marchado.

Georgie tragó en seco, el nudo en su garganta era muy difícil de deshacer.

—También me alegra verte —respondió—. Espero que la exposición en San Francisco haya sido exitosa. En cuanto a mí, el viaje a Nueva York no fue planeado y, después de mi última carta, no me creí en condiciones de enviarte ninguna otra.

Brandon palideció al escucharla hablar. Se refería a la carta de ruptura, al parecer era cierto lo que su tío le había dicho respecto al vizconde de Rockingham. Le preocupaba mucho aquel pretendiente, puesto que era el hermano de Thomas y creía que la reacción de Georgiana se debía, sobre todo, a lo que pudiese él haberle dicho. ¡Por fortuna ya estaba prevenido!

La orquesta comenzó a tocar un vals, y Winston instó a su sobrino a que sacara a Georgie a bailar.

—Discúlpenme, pero pienso que es mejor que no —contestó la joven.

—¿Vas a hacerme ese desaire, Georgie? —le preguntó Brandon desconsolado.

—¡Dios mío! —exclamó Winston con dramatismo—. ¡Si son muy jóvenes! Deberían aprovechar de esta edad y la velada.

Brandon le tendió la mano, y Georgie, dubitativa, terminó por aceptarla.
Percy la tomó por la cintura y comenzaron a danzar. Él la miraba a los ojos, feliz por tenerla tan cerca suyo. No podía negar que la quería, en eso había sido sincero, aunque en su corazón los sentimientos en ocasiones no fuesen claros.

Georgie experimentaba sensaciones contradictorias: por una parte, se hallaba tan turbada, que aquello le parecía casi un delirio de su cabeza; por la otra, estaba incómoda, al notar en él una naturalidad y desenvoltura nada acordes con la realidad que existía entre ellos. Georgie pensó en James y, a pesar de que la pieza no había concluido, fue ella quien se detuvo. Brandon se extrañó en el acto, además de no esperarlo, estaban haciendo el ridículo frente a muchas personas. A Georgie no le importaba, se liberó de sus brazos y le dio la espalda.

Brandon la detuvo un instante, mirándola casi con desesperación.

—Por favor, necesito hablarte, Georgiana.

—Lo que tenía que decirte ya lo plasmé en una carta varias semanas atrás.
La música no les permitía escuchar bien, pero él comprendió cada palabra. No obstante, se inclinó para hablarle en el oído, con el doble propósito de inquietarla más y de expresarse mejor.

—Te pido que hablemos… Por favor, Georgiana, ¿es que acaso no me merezco que me escuches?

Ella se apartó, aunque sabía que se debían esa conversación.

—No creo que este sea el momento. Gregory sostendrá una charla contigo y te explicará mis motivos, los que probablemente ya imaginas.

Él negó con la cabeza.

—No —le replicó—, cualquier cosa que te hayan dicho es incierta. Solo te pido que me escuches, si al término de nuestra plática no estás convencida, te prometo que respetaré tu decisión. ¡No imaginas cuánto te quiero!

Georgie se conmovió al escucharle. Las expresiones de afecto en él no eran tan frecuentes y, por otra parte, no podía negar que quería escucharle. Con un ademán, Brandon la condujo por la estancia, hasta llegar a la puerta que conducía al salón principal, por donde mismo habían entrado. Una vez allí, la llevó hasta otro sitio más pequeño, donde nadie podría interrumpirlos. La habitación tenía techo dorado y muchos espejos; en el suelo, varias alfombras de estilo oriental. Brandon la conocía porque había estado otras veces en la mansión de los Astor, con su tío Winston. Georgie se sentó en un diván, algo nerviosa, y él se colocó en frente de ella, en una butaca francesa. Ambos sabían que los próximos minutos serían muy difíciles, pero en cierta forma, inevitables.

—Cuando regresé ayer de San Francisco me llevé varias sorpresas —comenzó él—. La primera, fue saber que estabas aquí, sin tan siquiera haber recibido una nota tuya que me lo informase; la segunda, leer en el diario sobre tu concierto en el Imperator. Reconozco que quedé impactado, y te felicito por ello…

—Muchas gracias —respondió lacónica.

—Nunca me confesaste que compusieras —prosiguió cruzando las piernas.

—Siempre toqué para ti composiciones propias, pero no prestaste atención.

Aquel reproche le hirió el corazón, pero sabía que se lo merecía. De un salto se colocó a su lado en el diván y le tomó las manos, arrepentido.

—¡Perdóname por haber sido tan ciego! No imaginas lo emocionado que estoy de saber acerca de ese talento que posees. Mi tío me ha dicho también que te vio en el Waldorf interpretando tu pieza. ¡Nunca dudé que fueras una excelsa pianista! ¿Acaso no recuerdas cómo me gustaba que tocaras para mí en Hay Park?

Georgie retiró sus manos, con delicadeza. El recuerdo de sus encuentros en el salón de música le provocaba aún cierto dolor.

—Es cierto —admitió—. De cualquier forma, esa no es la verdadera razón de nuestra ruptura. —Se puso de pie dándole la espalda una vez más—. Siempre te admiré tanto que no me importaba esconder mi arte, pues no lo consideraba comparable al tuyo. ¡Para mí bastaba con que brillases solamente tú!

La voz se les resquebrajó, así que se detuvo, no consciente de que pudiese continuar hablando si se dejaba vencer por sus emociones. Brandon se colocó frente a ella y le levantó el mentón.

—Georgie, ¿ya no me amas?

Ella le miró a los ojos. Tenía muy clara la respuesta.

—Siempre te querré mucho, Brandon, pero comprendí que no estoy enamorada de ti. Tal vez nunca lo estuve, y fue esa admiración y cariño inconmensurables los que nublaron mi juicio al punto de hacerme creer que era verdadero amor.

—¡Eso no puede ser cierto! —Se apartó, ofendido—. ¡Yo sé bien cuánto me amabas! ¿Acaso es verdad que te corteja otro hombre? —preguntó airado—. ¿Es cierto eso que dice mi tío que el vizconde de Rockingham es quien te pretende?

Ella no lo negó. Pudo haberle mostrado el anillo de compromiso, pero llevaba guantes y tampoco lo consideró apropiado.

—Nos amamos y estamos comprometidos, esa es la verdad —respondió.

El rostro de Brandon se ensombreció, incapaz de aceptarlo.

—¡Dios mío! —exclamó—. ¿Cómo pudiste cambiar tanto? ¿Acaso fue por ese hombre que deshiciste nuestro compromiso?

Ella negó con la cabeza, aunque James había tenido una participación importante en la adopción de su resolución.

—Comencé a albergar dudas sobre mis sentimientos por ti en cuanto te marchaste. Sé que me quieres, pero de alguna manera intuía que no me amabas, aunque te fuese muy difícil admitirlo. Mis dudas me hicieron escribirte una primera misiva, donde te pedía posponer el enlace. Entonces creía que un compromiso más largo, podría hacerme sentir más segura respecto a tus sentimientos por mí…

Brandon suspiró.

—Si eso sientes —le interrumpió—, podemos tener un compromiso más largo. Jamás te he forzado a nada y la fecha la pusimos de común acuerdo. ¿Acaso olvidaste que cuando Edward sugirió una boda menos inmediata, tú te opusiste a ello?

Ella asintió, un tanto aturdida.

—No lo he olvidado. En aquel momento no veía las cosas con claridad, pero una vez que me sobrevino la indecisión supe que era mejor alargar el compromiso, aunque siempre pensé en honrar mi palabra…

—¿Entonces por qué ya no la quieres honrar? —Brandon la miró a los ojos, temeroso de la respuesta, pero sabiendo que no podía huir de ella.

Georgie se estremeció. Hizo acopio de toda su entereza y contestó:

—Descubrí lo que mis hermanos me ocultaban: Edward no tuvo más remedio que mostrarme el artículo en The Post y explicarme lo que en él se insinuaba. También leí el poema de lord Douglas, y estoy enterada de… —dudó—, de tu estrecha amistad con Thomas Wentworth, verdadero modelo de Pasaje de Baco.

No por esperada, aquella respuesta fue menos dura para Brandon, quien volvió a suspirar, buscando las fuerzas necesarias para hacerle frente a la acusadora y decepcionada mirada de Georgiana.

—Lo dicho por el diario es una patraña —aseguró—. Es verdad que Thomas Wentworth fue mi discípulo; se acercó a mí para aprender ciertas técnicas, y nos volvimos amigos. Es cierto que Pasaje de Baco está inspirada en el poema de lord Douglas. ¡Quedé muy consternado por los juicios de Wilde! Yo era su amigo, eso no es un secreto para nadie. Le admiraba y me indigna la crueldad de su condena. ¡En qué sociedad vivimos que encerramos el talento! —gritó—. ¡Qué hipócritas somos al dejar delincuentes en la calle y someter a trabajos forzados a una de las mentes más lúcidas de su época! Pasaje de Baco fue mi desagravio personal y privado a tamaña situación, sabiendo que era difícil que alguien se percatara de la verdadera motivación, ante una pintura que pasaba por una simple representación mitológica.

—Eso puedo entenderlo —razonó Georgiana—, incluso te defendí al respecto pero, ¿por qué Thomas Wentworth como modelo? ¿Por qué asociarlo a él con la figuración de un amor que puede ser condenable?

Brandon se dejó caer sobre la butaca otra vez, aunque Georgie permaneció de pie.

—Ese fue mi error. Necesitaba un rostro fresco, imberbe, el rostro de un muchacho… Lo tenía a mi lado en el estudio y sucedió. Le di su rostro, porque me pareció adecuado, pero no porque sintiese que… —Se detuvo—. ¿Cómo puedes pensar eso?

—La familia de Thomas lo cree así.

—¡La familia de Thomas! —profirió—. Excelente familia es esa. Muy conveniente para el vizconde injuriarme, si es que pretende aspirar a mi puesto a tu lado.

—No ha sido así… —intentó hacerle entender.

—Georgie, voy a serte franco —bajó la voz—. Pienso que quizás hay algo de verdad en lo que se te ha dicho… —admitió, para consternación de Georgiana—. Thomas Wentworth me llegó a profesar un afecto distinto a lo esperado… Era muy cercano a mí, me idolatraba, me quería… Me percaté pronto de ello y mantuve distancia para no causarle un daño mayor. En ocasiones, a esas edades, los jóvenes pueden estar un tanto confundidos respecto a sus sentimientos y comprendí que ese era su caso. Yo jamás correspondí su inclinación, salvo con una leal amistad. La misma clase de amistad que le profeso a tus hermanos o a lord Holland.

Las mejillas de Georgie volvían a hervir.

—¿Quieres decir que nunca sentiste un afecto parecido al que él sentía por ti? —precisó, con vergüenza.

—Nunca —le reafirmó—. Le tenía un gran aprecio, pero nuestros sentimientos no tenían la misma naturaleza. Por eso pienso que fue un error darle su rostro a Pasaje de Baco, porque él malinterpretó la pintura, creyendo que con ella le transmitía un mensaje que jamás le había dado ni con mis palabras ni mucho menos con mi conducta. Cuando percibí lo peligrosa que podía ser esa amistad, me aparté de él de manera definitiva. Thomas se lo tomó muy mal, —le confesó—, mucho más cuando me comprometí contigo, pues comprendió que nuestros afectos no eran de la misma clase. Quizás pueda reprochárseme no haber sido más perspicaz, a fin de cuentas, soy mayor que él, pero nunca llegué a pensar que nuestra amistad pudiese ser de alguna manera censurable.

Georgie permanecía en silencio, todavía había algo más que tenía que decirle, pero quería brindarle la oportunidad de que se expresara.

—Thomas cayó en una profunda depresión cuando me aparté de él —le dijo Brandon con sincera tristeza—, pero era lo mejor tanto para él como para mí. Es probable que su familia me crea responsable de ese período de angustia y desesperación que padeció… Es muy posible que me consideren culpable de alimentar sus sentimientos. Lo cierto es que yo no soy responsable de nada. Lo que Thomas experimentó por mí no fue alimentado por mi parte de ninguna forma. Siempre creí que me veía como a su mentor, y yo a él como a un prometedor alumno.

—Hay algo más —susurró Georgie bajando la cabeza—. Tuve en mis manos la carta que por error recibió lord Wentworth como si fuese su hijo, en el Albermale Club.

Brandon se quedó de piedra, aquello no lo esperaba.

—Esa fue la evidencia que me terminó de convencer de disolver nuestro compromiso —continuó mirándole a los ojos—. Apenas pude leer dos líneas, pero la forma en la que fueron escritas denotaba que… —Era incapaz de terminar la frase—. Mis hermanos la leyeron también y quedaron consternados… Yo confío en su palabra y en lo que vieron mis ojos.

Brandon se levantó y comenzó a recorrer la estancia, muy aturdido.

—¿Y qué vieron tus ojos Georgie? —preguntó.

Ella recordaba la frase de memoria, no había podido olvidarla. ¡Tanto daño le había causado!

—Queridísimo Tommy: Te espero esta tarde en el estudio, quiero que veas por ti mismo a El otro amor terminado. El joven no te hace justicia, espero me perdones por no haber sabido captar tu belleza… —repitió Georgie, con el corazón oprimido, palabra tras palabra.

Brandon volvió a su asiento, ansioso, preocupado.

—Georgiana —comenzó—, hay algo que tienes que comprender: yo soy un artista, y los artistas admiramos la belleza, sin que ello signifique una inclinación amorosa al respecto. ¿Puedes acusarme de amar a Beatrix porque he hecho dos retratos suyos? —Georgie le escuchaba, callada—. Yo le rindo culto a la belleza, Georgiana: lo mismo puede ser a un crepúsculo, a un jardín, que a la imagen del Hudson; lo mismo puede ser a una dama o a un caballero. Thomas era para mí hermoso, en el momento en el que le pintaba. ¡Hermoso como el mozuelo que era! ¡Hermoso como el Baco que encarnaba! ¿Acaso esas líneas indican algo más que mi admiración a lo bello, al arte que plasmo en el lienzo? Cierto que, para tus hermanos o incluso para los Wentworth el lenguaje no era el habitual para una carta entre caballeros, pero te puedo asegurar que no existe nada de malo en ello cuando se trata de verdaderos artistas, como somos nosotros.

Georgie estaba muy confundida. No podía negar que su discurso tenía cierto sentido. ¡Brandon admiraba tanto a sus modelos! Incluso lord Holland estuvo un tiempo celoso de él porque decía, preocupado, que se había enamorado de Beatrix. ¿Acaso aquella misiva no podía aludir al sano deslumbramiento por la belleza de un joven, sin ninguna implicación sexual o amorosa? Ella se debatía entre sus propias dudas, incapaz de articular palabra…

Brandon aprovechó para sentarse una vez más junto a ella, tomándole las manos.

—Georgie —murmuró—, yo te quiero mucho y no pienso perderte… —Era sincero—. No sé qué me haría si no te tuviera a mi lado.

Ella volvió a apartarse.

—Yo amo al vizconde, incluso si lo esgrimido en tu contra no fuera cierto, mis sentimientos por ti ya no son los mismos.

Brandon estaba muy irritado.

—El vizconde y su padre te han utilizado a su favor, intentando vengarse de mí a través tuyo, creyéndome el culpable de los desvaríos de su hermano. 

—¡Eso no es verdad! —exclamó ella, molesta—. James tiene razones para dudar de ti, y su padre también. ¿Acaso no sabes lo que sucedió durante la subasta en Essex al final del verano?
Brandon negó con la cabeza, no tenía idea alguna de lo que había ocurrido.

—Conocí a James cuando acudió a la subasta de las pinturas, con el interés de adquirir Pasaje de Baco y proteger a su hermano del riesgo que enfrentaba. Logró comprarla al fin, tras una reñida puja, en la cual un caballero vestido de oscuro se la disputó. Cuando James se marchaba de regreso a Londres, el caballero frustrado le golpeó a traición y huyó con el cuadro. ¿Quién pudo haber tenido interés por compararlo? —le increpó—. ¿No solías tú utilizar testaferros para comprar tu propia obra?

—¿Qué insinúas, Georgiana? —replicó exasperado—. ¿Qué soy un criminal? No busqué en esa ocasión testaferro alguno, consciente de que no debía comprar esa pintura para evitar la polémica. ¡No quería que se me siguiera injuriando, así que me crucé de brazos y no compré ni una sola!

Georgie permaneció en silencio, acalorada. Él se acercó más tranquilo, y le miró a los ojos.

—Georgiana, me conoces muy bien desde hace años, ¿me creerías capaz de hacer algo así? Me sorprende lo que dices y me alarma, pero puedo asegurarte que no estoy vinculado a ese hecho. Si hubiera querido, le había dado a mi representante habitual el dinero suficiente para ganar la puja. ¡No habría escatimado ni un penique para adquirir Pasaje de Baco si ese hubiese sido mi verdadero interés! Ahora bien, mandar a herir a una persona es otra cosa… Adquirir Pasaje de Baco sin importar las circunstancias, jamás fue mi divisa. ¿Me creerías capaz? —repitió.

—Hay algo más —prosiguió ella, en voz más baja, sin responder a la pregunta—. Lord Wentworth fue herido en su casa de Wessex por ese mismo hombre, quien dijo trabajar para ti. Acudió a visitarle para comprar la consabida carta, pero al negarse a la venta, el hombre le disparó.
Brandon se quedó lívido con la noticia.

—¿Hirieron a lord Wentworth?

—Sí, está vivo, pero pudo haber muerto. Conservó la carta a riesgo de su propia vida, para proteger a su hijo. Fue por eso que pude leerla después.

Brandon soltó una carcajada, que Georgie no comprendió.

—Georgie, no sé quién estará detrás de esos altercados violentos, pero te puedo asegurar que no fui yo. Apelo a tu buen juicio y a tu bondad… ¡Te juro por la memoria de mi madre que no fui yo! Ahora bien, el conde y su hijo han alimentado tu resentimiento hacia mí y es muy probable que el de tus hermanos también.

—No te entiendo… Estás siendo injusto con James y con su padre. Sé que te he hablado de mi amor por él, pero no es correcto que descargues tu frustración en ellos.

—¿Acaso es correcto lo que han hecho conmigo? —consideró con dramatismo.

—Sigo sin comprenderte…

—Parece que ignoras quién es lord Wentworth, querida Georgie.

—¿Acaso lo conoces tú? —le increpó.

—Por desgracia sí. ¿Sabes quién mandó a publicar ese artículo en The Post? —Ella negó con la cabeza—. ¡Lord Wentworth!

—¡No puedo creerlo!

—Pues debes hacerlo, tengo incluso una carta de Borthwick explicándomelo todo. Como mi amigo y editor del diario, quedó consternado cuando se publicó una insinuación tan grave. Me aseguró que haría las indagaciones pertinentes para esclarecer el hecho, y eso hizo. Estando aquí en Nueva York me llegó su carta. El periodista, es hijo del juez Martins, cercano amigo del conde. Este le pidió que publicara un artículo en esos términos, y el joven lo hizo. Borthwick descubrió la verdad.

—Dios mío… —Georgie estaba anonadada.

—En realidad ya me lo imaginaba —continuó él—. Lord Wentworth se quiso vengar de mí. Unos días antes de ese artículo me interceptó en la calle y me chantajeó. ¿Sabes por qué preservaba la carta que le envié a Tommy? No para protegerlo a él, sino para poder extorsionarme a mí a cambio de dinero. Un hombre que quiere a su hijo jamás se prestaría a perjudicarlo de esa manera.

—¿Intentó chantajearte?

—Sí —asintió—, él creía que yo era responsable de alguna manera de lo que sucedía con su hijo. ¡Malinterpretó los términos de la misiva y quiso obtener provecho! Como yo me negué a satisfacer su extorsión, publicó ese artículo para presionarme aún más, pero no logró su cometido.

—¿Y por qué el conde querría dinero? ¡Tiene bienes y un título! La familia Wentworth no posee reveses de fortuna.

—Los tuvo en el pasado —contestó Brandon—, pero el joven vizconde supo salir adelante con el astillero. En cambio, su padre dilapidó su fortuna, con varias amantes. Hace años que vive fuera de su casa, en el hogar de Wessex con una mujer que no es su esposa. Eres demasiado ingenua para saberlo, pero si se lo preguntas a Gregory es probable que lo admita, incluso el propio vizconde, si resulta ser un hombre más honesto que su padre.

Georgie no podía dar cabida a todo lo que escuchaba.

—¿Ahora me crees cuando digo que el conde y tal vez su hijo quieren perjudicarme? ¡Me chantajeó y está detrás de la publicación de ese diario! —gritó—. Quiere hacerte creer que estoy relacionado con la herida que recibió. ¿Estás segura que se debió a la misiva y no a un asunto de faldas?

—El conde ha venido a Nueva York con su esposa —razonó ella calmada—, su relación es cordial.

—Lo sé, mi tío me lo explicó, pero hasta hace muy poco no podían estar juntos en el mismo sitio. Cualquier persona que conozca bien la sociedad londinense podrá decírtelo. Tal vez la condesa le haya perdonado o le sea provechoso mantener las apariencias ahora, pero lord Wentworth llevaba años fuera de su hogar.

Georgie se quedó pensativa, recordando la charla que había sostenido con James, cuando él le confesó las circunstancias de la herida que había recibido su padre. Él estaba solo, en Wessex, mientras su esposa e hijos iban de camino a Viena. Era extraño que él no hubiese partido también o incluso, que no hubiese permanecido en Londres. ¿Lo dicho por Brandon sería cierto? De ser así, fue James quien le mintió o al menos le ocultó parte de la verdad.

Georgie tenía una expresión perdida, casi asustada. Apenas podía estar de pie, por lo que Brandon volvió a su lado y le tomó del brazo, para ayudarla a sentar.

—James descubrió que su hermano se encuentra en Nueva York. Viajó sin anunciarlo, pero tiene la certeza de que llegó a la ciudad hace unas semanas. ¿Le has visto? —le preguntó.

—Sí le he visto —admitió—. Apareció en casa de mi tío y participó en la misma exposición en San Francisco que yo, algo que ignoraba. Apenas hablamos y en realidad, regresé sin saber nada de él.
Georgie se sorprendió mucho al escuchar esto, pero le pareció que era sincero.

—¿Con qué propósito vino entonces?

Él se encogió de hombros.

—No lo sé, al menos si soy yo ese motivo no ha obtenido nada de mí.

Georgie se levantó, su cabeza era un hervidero y ya no podía pensar con claridad.

—Quiero volver al salón de baile… —susurró.

El asintió, pero antes de retirarse, la volvió a mirar a los ojos.

—No soy un hombre violento, lo sabes —dijo pausado—. Jamás le haría daño a otro, así que vuelvo a jurarte que no estoy inmiscuido en lo que le sucedió al vizconde o a su padre. ¡Jamás orquestaría nada en contra de ellos! Lord Wentworth es un hombre manipulador y mentiroso, un hombre sin escrúpulos que no ha sabido ser ni un buen padre ni un buen esposo. Me ha hecho mucho daño —añadió—, pero es momento de que sepas la verdad. Si pretendes casarte con el vizconde, tienes que saber muy bien lo que ha hecho su padre en contra mía y de su propio hijo. No me perdonaría que, sin conocimientos acerca de su verdadera naturaleza, te ates a una familia que te dañe o perjudique. En cuanto a lo que se me increpa, puedo asegurarte que no es cierto… Ni la carta ni la pintura son verdaderas evidencias. Lo único que puedo decirte es que te quiero, Georgiana, y no voy a desistir de tu amor.

Ella no le respondió, pero él se dio por satisfecho con su silencio. Salieron al salón principal y de ahí retornaron al baile. Georgie continuaba de su brazo, cuando un enrojecido Conde de Rockingham se colocó frente a ellos. Hacía un tiempo le pareció verlos bailar a lo lejos, pero no lo creyó posible, pensó que era un error de su cansada vista. Aun así, inquieto, buscó a la señorita Hay por todas partes, pero no pudo encontrarla. ¡Ahora la veía retornar del brazo de Brandon Percy!

—¿Qué hace usted acá? —le increpó lord Wentworth.

Brandon iba a replicarle cuando la condesa llegó a tiempo para interceder y evitar el escándalo.

—No creo que sea lugar adecuado para hablar —dijo ella, conciliadora—. Solo me gustaría saber, señor Percy, dónde está mi hijo.

—¡No sé nada de su hijo, lady Louise! —exclamó él—. Apareció en San Francisco para la exposición en la que participaba, pero apenas nos dirigimos la palabra. Yo no tengo vínculo alguno con él y es probable que ni siquiera haya retornado a Nueva York.

—¡Qué cínico es! —profirió lord Wentworth.

—Usted cállese —prosiguió Brandon con voz más baja—, ya Georgiana sabe la verdad. Está enterada de que fue usted quien mandó a publicar la nota en The Morning Post, y que su moral lo hace indigno de su familia y de su mujer.

La condesa se ruborizó al escucharle, así como Georgiana, que sintió mucha pena por ella. Se separó de Brandon y se fue lejos de aquella disputa. La condesa hizo lo mismo, sumamente avergonzada, aunque lord Wentworth no se movió de su puesto, retando con la mirada a Brandon y a punto de golpearle, pese al lugar y las circunstancias en las que se encontraban.

Fue Johannes, alertado por Georgiana, quien irrumpió en tamaña escena y evitó que la furia llevase a un enfrentamiento. Instó a Percy a que lo acompañara, llevándolo en presencia de la Duquesa de Portland que ansiaba saludarlo.

Los condes de Rockingham optaron por retirarse de la fiesta. El rostro de Louise reflejaba una honda desolación. Su marido apenas podía mirarla a los ojos, pasmado ante lo que había ocurrido y la manera tan abominable en la que había sido desprestigiado en presencia de la prometida de su hijo.

La amena conversación de la duquesa con Brandon, no pudo aliviar ni la sorpresa de Prudence al verle, ni la desazón de Georgiana tras su charla con él. Poco después los van Lehmann junto a lady Lucille, decidieron marcharse también para el Waldorf, ya que los ánimos no eran los mejores. Al llegar al hotel, advirtieron que Gregory no había llegado aún, por lo que ni él ni James estaban enterados de lo que había sucedido.

Georgie no quería hablar con nadie, se retiró a su habitación y se recostó en la cama. Las lágrimas inundaban sus ojos, no muy segura de la razón. ¿A quién debía creer? Sus emociones eran tan intensas, que dudaba que esa noche pudiese conciliar el sueño. 

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