Capítulo 28

La cena fue muy agradable para la duquesa y sus amigos; su emotivo discurso y el cierre musical de Georgiana, hicieron las delicias de la noche, al mismo tiempo que degustaban de una comida exquisita. No se equivocaban aquellos que decían que la cocina del Waldorf, en especial del Empire, era de las más refinadas de la ciudad, compitiendo incluso con los afamados restaurantes Delmonico y Sherry.

La ensalada, servida como aperitivo, contenía manzanas, apio y salsa mayonesa.

—¡Qué ensalada más exquisita! —comentó la duquesa a George Bold—. En realidad, todo el menú ha sido muy bien escogido.

—En ese caso le presentaré a nuestro maître, el señor Oscar Tschirky, quien es el responsable -respondió Bold, orgulloso, por haberle contratado.

—La ensalada Waldorf ha sido muy bien recibida —continuó la señora Bold—, después de que se presentara en un baile esta primavera.

La duquesa, siempre tan amable con todos, saludó al maître d'hôtel del Waldorf, y preguntó algún secretillo culinario para llevarse con ella de regreso a Inglaterra.

La señora Astor agradeció personalmente a Georgie por su composición, le había parecido preciosa. Aquel no fue el único elogio que recibió la joven ya que debió atender a las decenas de personas que se le acercaban con amabilidad. Sin embargo, lo que más la animaba esa noche, era la mirada de James. Él la seguía a distancia por la estancia, brindándole el espacio necesario para que gozara de su merecido reconocimiento. A lady Lucille no le importaba en lo más mínimo compartir su fama con Georgiana, al contrario; le satisfacía que su velada brindara el marco propicio para el desarrollo musical de una joven a quien comenzaba a querer como a una nieta más.

Cuando Georgie pudo al fin escaparse, le dirigió una significativa mirada a James para que se reuniera con ella. La joven le comunicó a Prudence que se retiraría, pues estaba algo cansada por la tensión del momento, y su hermana no puso reparo alguno. La joven subió al segundo piso, y apenas unos minutos después, James apareció, con una sonrisa.

—No olvidé la promesa que te hice —comentó ella, tendiéndole las manos.

—¿Te refieres al hecho de reñirme? —bromeó, aunque sabía muy bien a qué aludía.

Ella negó con la cabeza.

—Hablo de escabullirme después de la cena —le explicó—, aunque es cierto que debo molestarme contigo por haberme hecho tocar frente a tantas personas.

Él se acercó más, enmarcándole el rostro con sus manos, rozando la nariz de Georgie con la suya.

—¿En verdad estás molesta?

Ella negó con la cabeza. Si así hubiese sido se le olvidaría en ese preciso momento, al tenerlo tan cerca suyo, a punto de besarle.

—Una vez más me has impulsado hacia algo muy importante, y a pesar de que me asustan los públicos, también me he sentido satisfecha de haber conseguido superar mi temor. Gracias —dijo al fin.

—Ha sido más que eso —continuó él, todavía muy próximo—. Has maravillado a todos. En el Imperator te consagraste como compositora, aquí también lo hiciste como intérprete. Mi orgullo por ti, en ambos momentos, no puede ser mayor.

Georgie se irguió sobre la punta de sus pies y le besó en los labios, él la abrazó para acercarla más y perderse en la dulzura de su boca, estremeciéndose con aquel contacto que había iniciado ella misma. La intensidad del beso escaló a cumbres impensadas, sumiéndolos en una exaltación que les arrastraba hacia...

Ambos se percataron al mismo tiempo de que no se hallaban en un lugar apropiado para dar rienda suelta a sus deseos. ¡Cualquiera podría descubrirlos!
Sin pensarlo mucho, y en un acuerdo más tácito que expreso, se trasladaron a un salón que se hallaba en ese mismo piso, cercano a las habitaciones de Georgie y sus hermanos. No había nadie dentro, pero tampoco era indecoroso estar allí, ya que era un salón común. James, con todo propósito, dejó la puerta entreabierta, por si Prudence y Gregory subían en algún momento y como medida precautoria para sí mismo. ¡Otro beso como aquel y no podría contenerse!

La habitación era muy acogedora, ambientada su mobiliario como otras, en el estilo francés. James abrió la puerta del balcón, para dejar que el fresco de la noche les invadiese. Georgie se sentó en un diván y lo miró, preguntándose si iría a sentarse a su lado en algún momento, pues tenía una expresión que la causaba gran curiosidad.

—¿Prefieres permanecer de pie? —le preguntó.

—No —repuso él, hincando una rodilla en el suelo—, lo adecuado es que me arrodille.

Georgie se turbó en el acto; lo observó extraer del bolsillo de su chaqueta una caja de terciopelo color burdeos.

—No podía esperar más para pedirte que fueras mi esposa —continuó tras abrir la caja, que en su interior contenía un anillo—. Más aún cuando este viaje nos ha unido al fin, como yo deseaba. Le debo a Nueva York y al Imperator mi felicidad. Mi amada, Georgie, ¿aceptas ser mi esposa?

Georgie, emocionada, dijo que sí, y James colocó con cierto temblor, el anillo en el dedo.

—¡Es precioso! —Sus ojos se le llenaron de lágrimas.

James, todavía de rodillas, le abrazó con fuerza y un nuevo beso reafirmaba un compromiso que, con mayor formalidad, existía desde algunas noches atrás bajo las estrellas.

El joven vizconde se sentó a su lado. Ella colocó la cabeza sobre su hombro, con un suspiro de satisfacción que inundó el ambiente, mientras contemplaba la sencilla joya en su dedo anular.

—Qué hermoso —repitió—, pero, ¿cómo has podido hacer esto?

—Lo pensé en el Imperator, y en cuanto llegamos me dispuse a adquirir un anillo para ti. Prudence está enterada, ya que me confió una de tus prendas. Lo recogí hoy, esperando el mejor momento para entregártelo, no estaba seguro si hacerlo aquí o de regreso a Inglaterra.

—¿Qué te decidió? —preguntó ella.

—Un cable que recibí de lord Hay esta misma mañana, cuando me disponía a buscar tu anillo. Gregory le había informado que estábamos enamorados y que, sabiendo que lo correcto era hablar con él para pedir tu mano, todavía no lo habíamos formalizado.

—¿Y qué dijo Edward? —inquirió incorporándose.

—Que nos felicita —le explicó, entregándole el papel que llevaba también en su chaqueta para la buena suerte—, y que contábamos con su bendición para esta unión.

Georgie leyó el telegrama, conmovida. Edward había preferido escribirle directamente a James antes que a ella, quizás instándolo desde la distancia a no dejarse guiar tanto por la tradición y sí por el amor que se profesaban. Ya tendrían tiempo de ofrecer una cena para celebrar el compromiso como debían.

—Al verte tocar hace unos instantes —prosiguió—, supe que no debía postergarlo más. Si contamos con la aceptación y el cariño de lord Hay, si me había hecho ya del anillo que soñaba para entregarte, ¿por qué demorarlo?

—¡Oh, James! —exclamó besándolo.

James sucumbió a un delirante beso que les retornó a aquel espacio de placer que conocían... La humedad de sus labios, le hacía pensar que de ellos brotaba el néctar más exquisito. Pronto, urgido por las sensaciones que el instante le causaba, él la condujo a un nuevo nivel de exaltación y desasosiego. La acarició la mejilla, bajó por su espalda, logrando que se reclinara sobre el diván, siguiendo una especie de instinto. La propia Georgie recordaba su cuerpo tenso y febril sobre el suyo, como aquella noche en el barco... James la besaba con pasión, deslizando su boca por el cuello, por el pecho, haciéndole gemir con una intensidad alarmante, dado el lugar en el que se encontraban.

Él levantó con cuidado la falda de su vestido, para poder acariciarla mejor. Aquel contacto la hizo estremecer; un calambre delicioso le recorría el muslo, y James pensó que aquella piel bajo las yemas de sus dedos, era la más suave que había tocado en su vida. Georgie temblaba mientras le acariciaba el pecho, a pesar de la chaqueta que, como gran obstáculo, le impedía llegar a James como hubiese deseado. ¡Él quería despojarse de las prendas que le separaban de ella! ¡Necesitaba tanto librarla también de aquel vestido que le ahogaba!

James se distrajo un segundo, observando la puerta entreabierta. Aquel vistazo sirvió para que el deseo menguara de inmediato, como si le echaran un jarro de agua helada. El riesgo al que se enfrentaban era grande, podía poner en tela de juicio la reputación de ella, y perder en un instante la consideración que había ganado frente a sus hermanos. Fue así que sus besos bajaron de intensidad, aunque no en dulzura. Le llenó el rostro de ellos, le sonrió con cariño y luego la ayudó a incorporarse. Sus mejillas estaban enrojecidas todavía, y le costó unos instantes volver a hablar.

—Temo que puedan descubrirnos —le explicó, avergonzado—. No pienso que demoren más en subir y no me perdonaría que tus hermanos te censuren por mi desatino.

Georgie se rio, por la palabra que había utilizado.

—Entonces seremos dos desatinados, porque la responsabilidad es compartida.

James también rio, satisfecho de escucharle decir eso. Veía en ella un amor tan puro, tan profundo y a la vez apasionado que le maravillaba. ¿Quién hubiese pensado unas semanas atrás en Essex que podrían llegar a este punto?

Georgie se levantó del diván y él la imitó.

—En algo tienes razón, le he dicho a Prudence que me iría a dormir y, aunque este hermoso anillo puede ser la justificación para no haberme retirado de inmediato, no debo retrasarme más de la cuenta. Espero con ansias el momento de mostrárselos a mis hermanos, no imaginas lo feliz que me has hecho esta noche.

—Mi felicidad a tu lado es inmedible —contestó él, robándole otro beso—. Por ahora me retiro, Georgie mía. ¡Hasta mañana!

James llegó al umbral de la puerta, pero volvió a mirarla, lanzándole un beso. Georgie se lo devolvió y, después de eso, se fue a descansar.

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Al día siguiente, James había amanecido muy alegre, tanto que sus padres así se lo hicieron notar. Su hijo no negó cual era la causa de su estado de ánimo, y explicó que en la víspera le había entregado el anillo de compromiso a Georgiana. Louise estaba tan contenta como él, y su padre le felicitó también, orgulloso y complacido. Después de desayunar, los condes se levantaron de su puesto en la mesa pues, según dijeron, irían a dar un paseo.

James frunció el ceño cuando escuchó aquello. Sus padres habían hecho un plan para aquella mañana y ni siquiera se preocupaban por invitarlo. Estuvo a punto de hacer algún comentario irónico al respecto, pero prefirió no interferir en aquella aproximación que antes hubiese sido considerada imposible.

Luego que se marcharan, un empleado del hotel llegó a su apartamento para entregarle un mensaje dejado para él en la recepción. James se preguntó quién lo enviaría, y al ver el sobre descubrió que era del señor Eastman Johnson. De inmediato lo abrió con curiosidad; después de su conversación con el notable pintor, imaginaba que se trataría de noticias de su hermano. En el interior había una nota y el recorte de un diario:

"Mi estimado amigo:

Le envío el artículo que su hermano amablemente me hizo llegar desde San Francisco. Estoy seguro que usted o sus padres disfrutarán mucho al leer de los éxitos de esta joven promesa del arte. Su hermano a su vez estaría de acuerdo en que la compartiese con ustedes, de saber que la casualidad nos ha hecho conocernos.

Se despide de usted, su afectísimo,
Eastman"

James leyó el recorte del diario, que era una reseña general sobre la exposición, pero que dedicaba un elogioso párrafo a la obra de su hermano, exaltando su talento y aduciendo que debían seguirle con atención porque su carrera en el arte prometía. Entre los expositores más renombrados, el artículo se refería a Brandon Percy, claro está, quien gozaba de una fama importante en Europa.

James de inmediato se dispuso a reciprocar la nota, mandando sus agradecimientos. Eastman Johnson había sido un hombre muy amable. Dudó si mostrarle el contenido del sobre a sus padres. Había considerado no hacerlo para no disgustarlos con la noticia de aquel viaje con Percy, pero cambió de opinión. Su madre, sobre todo, estaba angustiada de que le hubiese sucedido alguna desgracia a su hijo, ya que no habían obtenido información alguna de su paradero. Por otra parte, sus padres merecían saber del prestigio que comenzaba a labrarse Thomas en el arte, y del éxito de su primera exposición. La presencia o no de Brandon Percy en ella, no debía ser para los Wentworth la cuestión principal.

Tommy en Londres jamás se decidió a exponer; era demasiado joven y todavía buscaba una estética clara y propia para expresarse artísticamente. Su amistad con Percy contribuyó a que progresara mucho en pocos meses, pero tampoco llegó a decidirse. El quiebre de aquella unión creadora que le hizo florecer como artista y el compromiso de Brandon con Georgiana fueron decisivos para Tommy y, de forma directa, los acontecimientos que le llevaron a la situación actual. ¿Habría ganado ahora el espacio que perdió en el afecto de Brandon unas semanas atrás? Su cercanía en aquella exposición le hacía pensar que sí, pero decidió no ahondar más en ello.

Hizo muy bien en confiárselo a sus padres cuando retornaron de su paseo; Louise agradeció tener noticias de su hijo, y quedó satisfecha con la crítica al trabajo de Tommy. Sobre Brandon Percy no dijo nada, había prometido mostrarse tolerante con su hijo cuando volviera a verlo y prefería no expresarse al respecto. Una posición distinta podría apartarle de su lado de manera definitiva. Se negaba a actuar de esa manera, cuando podía estar muy orgullosa de él.

Lord Wentworth no dijo nada, leyó el artículo en silencio y apenas expresó una palabra. Se enorgullecía de su talento, pero tampoco podía dar vítores por el acontecimiento. Su antipatía por Percy se debía ya a muchas cuestiones de peso que excedían incluso el tema de su hijo. Si realmente el pintor estaba detrás del ataque a James y era el responsable del tiro que recibió, indirectamente también era culpable de la muerte de Charlotte, ¿debía él mostrarse permisivo y calmado? Después de la muerte de su amante -aunque la hubiese despreciado por el vil engaño-, tenía un nuevo motivo para odiar a Brandon Percy; solo deseaba que la vida no lo colocase enfrente suyo.

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Los días que transcurrieron hasta la fiesta de Astor fueron apacibles. Los hermanos de Georgie estaban felices con el compromiso y alentaban aquella unión. Los jóvenes se veían cada vez más enamorados y compartían largas horas en el salón de música del apartamento que ocupaba Georgiana. Aquella intimidad contribuía a reforzar aún más los sentimientos que se profesaban y a alentar aquel deseo que albergaban bajo su piel.

El viaje a Nueva York estaba concluyendo ya, y no se tenían nuevas noticias ni de Brandon ni de Tommy. Georgie seguía ignorando que estaban juntos en San Francisco, pues James no tuvo corazón para confiárselo. ¿Qué ganaría ella conociéndolo? ¿Acaso una decepción mayor? Si ya había conquistado su amor y despertado su pasión, no había razón alguna para desacreditar al contrario, ya que en realidad no tenía competencia alguna en el corazón de la muchacha.

La duquesa había hecho una nueva visita al Metropolitan, mucho más amplia. Los Hay, Wentworth y van Lehmann sacaron provecho de sus últimos días para dar algunos paseos y hacer compras para la elegante fiesta de los Astor, que se realizaría dos días antes de partir de regreso a Inglaterra.

La noche de la consabida invitación, la expresión de James no era muy alegre. ¡Cuánto le pesaba no estar junto a Georgie durante la velada! En pie seguía su compromiso de acudir al teatro con Gregory, pero ni El Capitán ni la agradable compañía de su futuro cuñado, compensaban perder la oportunidad de estar junto a su amada. Su necesidad de ella se hizo mayor cuando la vio vestida para la fiesta.

Se encontraron en el salón de su apartamento, ella con un hermoso vestido de seda color gris perla, una gargantilla de su hermana Prudence, y el cabello recogido. James también estaba vestido para el teatro, elegante como siempre, pero con la contrariedad de saber que estaría lejos de ella. Se hallaban a solas, porque Prudence no había terminado de arreglarse todavía y ni siquiera Gregory se encontraba por allí.

—¡Estás hermosísima! —exclamó, deslumbrado.

Ella le sonrió, dando un paso más hacia su encuentro. Él le acarició la mejilla antes de robarle un beso, tan estremecedor como todos los que compartían desde los últimos días.

—¡No imaginas cuánto lamento no ir a casa de los Astor! Mi compromiso con tu hermano me lo impide, aunque ahora comprendo la magnitud del sacrificio que me ha pedido.

Georgie se rio y le tildó de exagerado.

—¡Será una fiesta como otra cualquiera! —le aseguró—. Ustedes se divertirán mucho en el teatro, y mañana nos veremos.

—Al menos me reconforta saber que en el Imperator nada ni nadie podrá apartarme de tu lado —continuó—. No imaginas cuánto ansío nuestras veladas...

Georgie le abrazó y colocó su cabeza encima de su pecho.

—Pronto volveremos a disfrutarlas, James —dijo convencida.

—Eso espero —contestó, levantándole el mentón para darle otro beso—. Cuento las horas para volver a verte. No sé por qué, pero me inquieta dejarte sola en esa fiesta, temo que alguien pueda prendarse de ti en mi ausencia.

—¡Tonterías! —protestó ella—. Estaré muy bien con mis hermanos, la duquesa, y hasta tus padres. ¿Qué puede suceder en apenas unas horas?

James le estrechó un poco más, renuente a dejarla ir.

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