Capítulo 26
La visita al Metropolitan Museum estaba siendo formidable para la duquesa; conducida por su director, el señor Luigi Palma di Cesnola, recorrió varios salones expositivos, aunque en realidad el museo merecía una visita más prolongada que acometería antes de partir. En uno de los espacios dedicados al arte antiguo, dejó expuestas sus piezas, cuidadosamente colocadas para la exhibición por tres meses. La duquesa se inclinó sobre las urnas para despedirse por el momento: de la cultura egipcia, dos estatuas de bronce, la primera de Isis con Horus en sus brazos, la segunda la personificación de Osiris. De la cultura grecolatina llevó un torso mediano de Artemisa, hecho en mármol y una cabeza de Alejandro Magno, así como estatuillas de gladiadores de bronce y un ánfora pequeña de cerámica.
El museo se comprometía a regresarle las piezas y la duquesa había accedido a ello, aunque también bromeó al aducir que tal vez regresara ella misma a recogerlas. ¿No estaba tan prendada de Nueva York? ¿No quedaba todavía tanto por conocer? La expresión de la señorita Norris denotaba un profundo desagrado ante la posible perspectiva de tener que embarcarse de nuevo en aquel viaje. El primero era entendible y le ilusionaba, el segundo sería un completo fastidio.
El director del museo estaba muy feliz por aquel préstamo, ¡sin duda le debía mucho a lady Lucille! Cesnola, de origen italiano, era fundador del museo y desde 1879 su primer director. Se trataba de un militar retirado que también había sido diplomático en Chipre, donde se hizo de una importante colección de arte de ese lugar. La duquesa había leído su libro del 77 titulado: Chipre, sus antiguas ciudades, tumbas y templos, del cual hablaron un poco durante el recorrido por el museo.
—Ya tenemos todo listo para la cena en el salón Empire del Waldorf mañana en la noche, lady Lucille. Hay muchas personas que ansían conocerla, por lo que estoy seguro de que será el marco propicio para hacer esas presentaciones.
—Muchas gracias —contestó la anciana halagada—, será una velada memorable.
—Su aporte es invaluable, mi estimada duquesa —dijo el caballero—. Hace unos años que nos hemos propuesto enriquecer nuestro acervo del arte antiguo. La colección del museo comenzó apenas con un sarcófago romano y poco más de un centenar de pinturas, gracias a la generosidad del señor Taylor Johnston, quien donó parte de su colección personal. Es una pena que no haya podido conocerlo, pues murió hace unos pocos años. No obstante, podrá saludar a otros miembros fundadores.
La cena prometía ser un gran acontecimiento; la duquesa a su edad no cabía de la expectación, pero no alargó mucho más la charla, ya que sabía que tanto Prudence como Georgie, debían encontrarse con Gregory. Incluso Johannes, quien las acompañaba, estaba un tanto aburrido y prefería dar un paseo antes que permanecer allí.
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Cerca del mediodía, se encontraron con los caballeros, que ya aguardaban por ellos fuera del Metropolitan. Georgie se sorprendió al ver a James, no lo esperaba, pero se alegró tanto que no disimuló la sonrisa que en el acto se dibujó en su rostro. Los más jóvenes comentaron su deseo de conocer parte del Central Park, que se hallaba muy cerca de ellos, pero la duquesa, más cansada, se excusó y se marchó con la señorita Norris en un coche.
Una vez en el parque, Georgie caminaba del brazo de James, más adelante sus hermanos y Johannes conversaban. Les habían dado cierta privacidad a la pareja, que no dudó en sentarse en un banco bajo un abedul, cuando tuvieron ocasión. El vizconde la tomó de la mano con sumo cariño, mirándola a los ojos. ¡Era tan hermosa! Bajo la sombra del árbol podía contemplarla a sus anchas, con más placer que cuando admiraban las flores y plantas del parque. ¡Ella era la flor más perfecta!
—Me sorprendiste —expresó alegre—. No esperaba que aparecieras.
—¡Me hacías falta! No imaginas cómo te echaba de menos. Al saber que Gregory vendría en tu busca no dudé en sumarme para verte.
—Supe que Gregory te acompañó a casa del señor Winston. ¿Obtuviste alguna información acerca de tu hermano?
Él asintió.
—No tanto como yo esperaba, pero al menos tuve la confirmación de que acudió a casa del señor Winston. Según ha dicho, ya Percy se había marchado de viaje cuando él llegó y no pudieron encontrarse. Mi hermano al parecer no dejó dicho su paradero, pero Winston se ofreció a contactarme si volviese a visitarles.
Georgie se quedó por unos segundos en silencio. Hablar de Brandon y de su vínculo con Tommy siempre le resultaba arduo.
—¿Cuándo retornará Brandon? —preguntó, tratando de restarle la mayor importancia al asunto.
—Su tío no lo sabe con certeza, alude que pronto, pero no ha dicho una fecha exacta. Gregory le pidió que, si regresaba antes de nuestra partida, le comunicase que él quería hablarle. Tu hermano pretende informarle de la verdad respecto a la ruptura, detalles que no pudieron ser dichos por carta. Lo mejor es dejar zanjada esta cuestión en los mejores términos posibles.
—¡Lo prefiero así! —exclamó Georgie—. No quisiera hablar con él de lo que sucedió…
James le acarició la mejilla, con cariño.
—No puedes sentir miedo.
—No lo tengo —replicó dándole un beso en los labios—, a tu lado no puedo sentirlo… Después del concierto me siento una persona distinta, más valiente y decidida. De cualquier manera, una charla con Brandon explicativa sobre mis motivos para tomar tal decisión, no sería fácil para mí.
—A veces temo que él pueda intentar hacer algo para recuperarte —articuló James, un tanto asustado—. Una conversación entre ustedes me alarmaría, no tanto por hablar de las circunstancias de la ruptura, sino porque Brandon intente reconquistar tu amor.
—¡Me asombra que digas eso! —le reprochó Georgie—. Sabes cuál es mi sentir. Nada de lo que diga Brandon podría cambiar el amor que siento por ti.
James se llevó su mano a los labios.
—Prométeme que nada de lo que diga para justificarse nos separará —le pidió—. Ahora que te he tenido en mis brazos, que me he encontrado a mí mismo en tus besos, no sabría cómo sobreponerme a la decepción de perderte.
—Jamás me perderías —le aseguró ella, besándole—. Te lo prometo.
James se dejó llevar por aquel suave momento, seducido por los labios de Georgie. En cierto punto se detuvieron, en contra de su voluntad, por temor a que los hermanos de ella los sorprendieran.
En efecto, unos minutos después, Prudence retornaba por el sendero con su hermano a un lado y su esposo del otro. Les había agradado bastante el paseo, pero sentían un poco de hambre. Antes de marcharse al hotel, James propuso pasar por el puente de Brooklyn. ¡Deseaba tanto conocerlo! Probablemente fuese una de las obras de ingeniería más importantes de su tiempo.
—Muy bien —convino Prudence—, eso haremos, pero no demoremos mucho más nuestro regreso al Waldorf, estoy algo cansada.
Georgie también tenía deseos de conocer el puente, así que apoyó la idea de James. Colgada de su brazo, fueron a tomar un coche.
El puente de Brooklyn resultó impresionante, James estaba encantado y más aún cuando lo cruzaron de una punta a la otra. Iban en dos coches: en el primero de ellos, Gregory y los van Lehmann, y en el segundo James y Georgie, a quienes habían permitido una vez más ese pequeño espacio de intimidad.
El viento les daba en la cara mientras lo recorrían, dejando atrás sus arcos puntiagudos, expresión de su estilo neogótico.
—¿Sabes que el puente se concluyó gracias a la inteligencia y habilidad de una mujer? —le dijo James tras robarle un beso.
Georgie no lo sabía, pero mostró curiosidad.
—Emily Warren Roebling, fungió como ingeniera jefa del proyecto tras la enfermedad de su marido. Por largos años tuvo que enfrentarse a la incomprensión de muchos hombres, a dialogar con políticos y otros entendidos en la construcción, a fin de obtener este impresionante resultado. Ella fue la primera en cruzarlo cuando se inauguró en el 83. Sin duda alguna es una mujer admirable.
—¡Qué historia tan inspiradora! —comentó Georgie—. Qué carácter y brillantez para lograr triunfar en un mundo de hombres.
—Así es —contestó James—. Estimo a las mujeres capaces y talentosas, es por eso que me enamoré de ti, porque cuando te miro veo a una Georgie que en el futuro logrará todo lo que se proponga.
Ella escondió el rostro, avergonzada de escucharle decir eso.
—¡Me halagas demasiado!
—En lo absoluto, querida mía. Es solo un ejercicio de clarividencia…
—Si supieras que durante mucho tiempo aseguré que no me casaría con nadie —confesó—. Rechacé varias propuestas, y mi único anhelo era recorrer el mundo. Me maravilla constatar que a tu lado me siento capaz de conquistar mis sueños.
—Eso pretendo lograr siempre: tu felicidad y tus sueños. ¡Estoy seguro de que este será el primero de muchos viajes! Y si me lo permites, diseñaré un barco para los dos que nos permita navegar con independencia. ¡Sería tan bello ver un crepúsculo a tu lado en el Mediterráneo!
—Un gusto caro, imagino —respondió con una sonrisa.
—Podremos permitírnoslo, cariño —dijo él besando su mano—. Aunque es posible que si navegamos por el Mediterráneo la estimada duquesa quiera acompañarnos…
Georgie se echó a reír ante sus ocurrencias, dándole un inmenso beso, con cuidado de no alarmar al conductor.
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Esa noche, durante la cena en el comedor privado, los amigos compartían las experiencias y anécdotas de sus paseos.
Louise le preguntó a la duquesa:
—¿Mucha expectación para mañana en la noche, lady Lucille?
La anciana asintió, los ojos le brillaban.
—Así es. Mi visita al Metropolitan fue muy emotiva, pero estoy convencida de que la cena de mañana lo será aún más. Según me ha dicho el director, se han hecho todos los preparativos para el salón Empire. Yo misma he estado esta tarde para verle y es espléndido, me siento muy agasajada.
—Usted lo merece —expresó Louise con afecto.
—Es una pena que Astor no nos acompañe —insinuó Gregory, pensando en su esposa más que en su marido—, ¿acaso se mantiene firme en su decisión de no pisar el Waldorf?
—Ya no —le respondió la duquesa—. Hoy mismo me mandó la confirmación de su asistencia, pero a la vez nos invitó para dentro de dos días a su casa, donde ofrecerá un baile.
—Muy conveniente —insinuó lord Wentworth con ironía—. Después del éxito de su cena en el Waldorf, los Astor no podían quedarse atrás sin hacerle una invitación. ¡Estoy seguro de que se excederán en la elegancia y el buen gusto para que no quede duda alguna de cuál es el evento social de la semana!
La duquesa se rio al escucharle.
—No sea tan mal pensado, amigo mío; Astor cumple así con la promesa que nos hizo en el Imperator unos días atrás.
—Por supuesto —rectificó el conde—, no tome a mal mi comentario, es que conozco sobre esas rencillas familiares. De cualquier manera, nosotros también hemos sido invitados al baile de los Astor.
Prudence respondió que ella, Georgie y su esposo, también habían recibido una invitación; solo Gregory parecía estar excluido, y se quedó pasmado al comprobarlo en la mesa.
—¡No es posible! —exclamó disgustado—. ¿Acaso se habrá perdido la mía en el correo? La reclamaré al hotel de inmediato.
—Quizás no se extravió —insinuó su hermana divertida.
—¿Qué quieres decir? —Continuaba de pésimo humor—. ¿No estaré incluido en la que recibiste tú?
—Lo siento, hermano —contestó Prudence riendo—, la invitación era muy clara al respecto: los señores van Lehmann y la señorita Georgiana Hay —añadió con formalidad—. Tu nombre no aparecía por ninguna parte. No le di importancia porque supuse habrían enviado una para ti también.
—¡Es lo que digo! ¡Se debe haber extraviado!
—Ya no estoy tan segura —continuó Prudence.
—Creo entender lo que dice mi esposa —añadió van Lehmann, riendo también—. Tal vez ciertas atenciones de más durante el viaje en el Imperator te tildaron de persona non grata en el hogar de los Astor.
Gregory se ruborizó.
—¡Si es así, ha sido de pésimo gusto haberme excluido! —reprochó.
—Tanto como tu molesto encaprichamiento con Ava, mi querido Gregory —dijo en voz baja Prudence, aunque todos la oyeron.
—Los bailes de los señores Astor tienen fama de ser muy exclusivos, Gregory —prosiguió la duquesa—. Su antigua casa, donde hoy se construye el hotel, daba cabida para 400 personas. A ese selecto ambiente pocos podían acceder; incluso a los Vanderbilt, representantes del nuevo dinero en la ciudad, les fue difícil.
—Estoy al corriente, mi querida lady Lucille —protestó Gregory—, pero la nueva residencia es mucho más amplia, según he escuchado y, tratándose de que van ustedes, me siento muy ofendido por no haber sido incluido en esa lista.
—Te entiendo, querido —aceptó la duquesa—, pero no creo debamos declinar la invitación de los Astor. Ya sabemos que no podrás acompañarnos, pero eso no obsta para que los demás se priven de una velada agradable.
—Estoy de acuerdo —apoyó el conde—. En este caso, mi estimado amigo, debo concordar con lady Lucille. ¡Le echaremos de menos!
—¡Ya lo creo! —Rio el aludido—. Consternado quedo por las escasas muestras de solidaridad. De cualquier forma, ya tengo planes para esa noche. Pienso acudir a ver El Capitán en el Broadway Theatre.
Se trataba de una opereta bastante popular cuya temporada había comenzado en abril y continuaba en cartelera.
—¡Perfecto! —exclamó James—. Ya tienes algo para combatir el tedio.
—Pero no pienso ir solo —objetó Gregory—, ¿por qué no me acompañas, amigo? No pretenderás que tu futuro cuñado se aburra solo en el teatro, ¿verdad?
El aludido no se lo esperaba. Por instinto miró a Georgie, que estaba sentada a su lado, a quien no deseaba dejar sola.
—Tal vez el vizconde logre evitar que te metas en problemas —apoyó Prudence.
Georgie también accedió, así que a James no le quedó más remedio que aceptar acompañarlo. No le disgustaba en lo absoluto complacer a su cuñado, pero le era difícil apartarse de Georgie, con quien quería disfrutar en todos los momentos posibles.
—Te representaremos en la fiesta de los Astor —le dijo su padre—. Tal vez incluso el teatro resulte ser más entretenido.
Tal vez, pero James escondió su decepción. Se lo hizo saber a Georgiana, cuando después, se encontraron a solas en el balcón.
—Nada me gustaría más que acompañarte esa noche, pero me temo que Gregory no me ha dejado otra opción.
Ella le abrazó, sacándole provecho al momento de intimidad que compartían.
—Poco después partiremos de regreso en el Imperator, y allí podremos disfrutar de mayor tiempo juntos —le respondió—. Momentos como los que compartimos en el Majestic o en la terraza con los fuegos artificiales…
La sola mención de aquellos instantes, desató un profundo deseo que James albergaba desde aquella última noche. No habían vuelto a estar así, pero el recuerdo era tan presente y turbador, que no podía controlar sus ganas de estar junto a Georgiana.
Ante la ausencia de testigos y en la penumbra del balcón, escondió su rostro en el cuello de Georgie y la besó profundamente. Ella se estremeció, evocando de nuevo la sensación de estar en sus brazos. Sentía vértigo, y no por la altitud. Se rindió a su largo beso, mientras James acariciaba su cuello y bajaba por su cuerpo, acercándola a él. Georgie soltó un suspiro de satisfacción, pero a la vez de frustración, sabía que no era la circunstancia más adecuada para dejar fluir lo que a los dos enardecía.
James se separó de ella, no porque lo deseara, sino por temor a ser descubierto.
—Mañana, después de la cena de la duquesa ¿crees que…?
Él no terminó la frase, pero Georgie lo comprendió al instante y asintió, ¡también deseaba estar a solas con él! Con esa promesa hecha y la perspectiva de unos minutos adorables y cautivadores en su compañía, ella retornó al salón para evitar regaños y miradas indiscretas.
Gregory aprovechó que James se hallaba a solas, para charlar con él. Encendió un cigarrillo y se recostó al balcón. Hablaron de temas triviales, y se disculpó por frustrarle la fiesta con los Astor. Su amigo le respondió que le acompañaría al teatro con gusto; sin embargo, comprendió que quería hablarle de algo más. Antes de hacerlo, Hay se volteó para comprobar que el conde se hallara lo suficientemente lejos de ellos como para no escucharle.
—¿Pasa algo? —le preguntó James.
El aludido asintió.
—En la tarde, cuando regresamos, me esperaba un telegrama de mi hermano. No he dicho nada en la mesa porque aborda un tema algo delicado del que los demás no están enterados.
—Entonces se refería a sus indagaciones respecto a la amante de mi padre —dedujo James—. Lord Hay prometió encargarse de ello.
—Así es, en efecto ese es el tema que alude. Lamento decir que Charlotte Smith está muerta.
—¡Cómo! —James estaba consternado. Por más que condenara el comportamiento de su padre y la licenciosa vida que llevaba, no podía desearle un fin trágico a persona alguna.
—Edward no entró en detalles, como es lógico. El cable es breve y si quieres puedo mostrártelo, pero no lo llevo conmigo.
—¿Ha dicho lord Hay las circunstancias de su muerte?
—Su amante, el caballero de oscuro, la mató a golpes. Es evidente que se trataba de un hombre violento, que perdía muy fácilmente la paciencia. Ahora está en la cárcel, y gracias a ello se ha podido conocer la identidad de ese hombre: John Penn. ¿Te dice algo ese nombre?
James negó con la cabeza.
—No, no lo conozco —respondió.
—Ahora sabemos quién es y dónde está, pero en sus breves líneas Edward me expone el peligro que supone que esté en manos de la justicia, aunque lo merezca.
—No comprendo… —James estaba todavía demasiado ofuscado por la noticia, para poder razonar con claridad.
—Si Edward o su abogado intentan hablar con él en prisión, es probable que el hombre trate a su vez de aprovecharse de esto para mejorar en algo su situación. Puede comprender que la información que se le solicita es valiosa, e incluso pretender perjudicar a Brandon, si antes no obtiene dinero o un buen abogado para defenderse.
—Entiendo —meditó James—, ¿qué piensa hacer lord Hay?
—No lo sabe aún. Me pide que lo consulte contigo. Charlotte Smith fue amante de tu padre y el nombre de lord Wentworth también puede salir a relucir en el proceso, aunque no sea responsable de nada. Edward no me lo ha dicho, pero imagino tema perjudicarles tanto a ustedes como a Brandon si indaga más de lo debido. A pesar de todo, Brandon no deja de ser nuestro amigo.
—Por supuesto, aunque todavía no tenemos la certeza de que fuera él quien le contratara. —James estaba aturdido.
—Así es, pero de serlo, que es lo más probable, lo estaríamos exponiendo. Por otra parte —prosiguió—, he estado pensando en algo que quizás sea una opción mejor.
—¿Qué quieres decir?
—Edward puede proporcionarle a John Penn un abogado, a cambio de que le diga la verdad sobre lo sucedido y no involucre a Brandon ni a tu padre. De cualquier forma, con buena defensa o no, ese hombre se pudrirá en prisión ya que lo atraparon in fraganti.
James permaneció pensativo, hasta que al fin habló:
—Tal vez con la intervención de lord Hay se pueda evitar un escándalo mayor y conocer en realidad quién está detrás de mi asalto y de la agresión que sufrió mi padre.
—Así es —asintió Gregory—. Voy a recomendarle a Edward actuar así. Ofrecerle una defensa adecuada a cambio de la verdad, no es nada indigno. Mi hermano sabrá hacer las cosas bien para que su nombre tampoco se vea inmiscuido en el asunto. A John Penn le convendrá el trato de cualquier manera; sabe que lo que hizo en contra tuya y del conde fue un delito, pero no responderá por ellos, tan solo por el asesinato. Su valiosa información se verá recompensada con un buen abogado, pero ello no impedirá que pase muchos años en prisión.
—¡No tengo cómo agradecerle a lord Hay por su intervención! —exclamó James—. Insisto en correr con los honorarios del abogado.
—En modo alguno tienes que preocuparte ahora por eso —le respondió Gregory dándole unas palmaditas en la espalda—. Lo más importante es esclarecer este asunto cuanto antes, y para ello no veo mejor camino que el que te he dicho. Llevo toda la tarde dándole vueltas a la cuestión y pienso que es la conducta más acertada. Ahora que cuento con tu aprobación, no demoraré en enviarle a Edward nuestra respuesta. Tal vez cuando regresemos a Inglaterra la verdad ya esté aguardando por nosotros.
—Incluso, si comprobáramos que Brandon fue el responsable de lo que sucedió, no le creo capaz de haberle pagado a alguien con el claro designio de golpear o herir. No le conozco, pero me parece que entre sus defectos no se halla ese.
—Yo concuerdo también y Edward también lo piensa así. Lo más lógico es que John Penn se excediera en los servicios que se le encomendaron, para apropiarse del dinero de la subasta y de la compra de la carta, los que unidos a la suma que debe haber devengado por su tarea, le brindaron una ganancia económica mucho mayor. Brandon no puede haber supuesto que el testaferro que contrataba fuese capaz de actos tan violentos.
—Aun así —replicó James—, es evidente que contrató a una persona sin escrúpulos, y cuando se hace eso, se debe prever que las consecuencias de tal contratación pueden exceder el mandato de lo que se ha solicitado. Hacer negocios con personas deshonestas, de baja estirpe, puede ser peligroso y en ese sentido Percy fue, cuando menos, irresponsable.
—En eso tienes mucha razón —apoyó Gregory—, y me extraña que haya sido tan ingenuo. El asunto de los testaferros en él no era nada nuevo. Acostumbra a recurrir a un amigo de confianza para adquirir aquellas pinturas que desea conservar. Es extraño que no haya echado mano de la misma persona esta vez.
—Es cierto —James, una vez más meditaba—, pero en esta ocasión la triste celebridad de Pasaje de Baco hizo de esa subasta algo muy peligroso para él. Quizás decidió no apelar a la persona habitual, para no ser descubierto. Después de la polémica vertida sobre la pintura, Brandon era la única persona que no debía comprar ese cuadro. A riesgo de verse señalado, confió en una persona nueva, que resultó menos escrupulosa.
—Puede que tengas razón —concluyó Gregory, apagando el cigarrillo—. Ahora tienes una difícil tarea por delante.
—¿Te refieres a hablar con mi padre? —dijo James mirando de reojo hacia el interior del salón.
—Sí —respondió su amigo—, por muy dolorosa que haya sido la traición de Charlotte Smith estoy seguro de que jamás hubiese deseado su muerte. Es una pena —añadió—, que la noticia debas darla en estos días donde he percibido un acercamiento sincero entre tus padres.
James lo miró sorprendido de que se atreviera a hacer un comentario de esa clase.
—Perdóname si soy un poco indiscreto —se excusó Gregory—, pero pienso que el viaje ha sido muy favorable para ellos, del mismo modo que lo ha sido para Georgie y para ti. El Imperator desplegó una magia indudable, por eso me apena que la atmósfera entre ellos se vea rota por una noticia de esta clase, que recuerda tanto a un pasado de separación y disgusto no tan distante.
James asintió. Le tenía gran afecto a Gregory y no se ofendía por sus diáfanas palabras.
—Aun así, mi deber es decírselo —contestó James, volviendo a mirar al conde desde la distancia—. Mi padre ha cambiado mucho en las últimas semanas, aunque no dudo que la muerte de Charlotte le cause un gran dolor. A pesar de ello, su experiencia en la vida le hará dominar sus emociones frente a mi madre.
—Lord Wentworth es un hombre inteligente, y estoy convencido de que ya tiene muy claro lo que desea para su futuro. Charlotte Smith es cuestión del pasado, y con su madurez sabrá aprovechar la nueva oportunidad que la vida le ha puesto delante, sin volver a cometer errores. Lady Louise es una mujer magnífica —expresó con una sonrisa—, y pienso que el conde ha vuelto a advertirlo durante este viaje. Recuperar su familia a pesar de su conducta y luego de tanto tiempo, puede ser la mejor lección que aprenda sobre el valor de un verdadero hogar.
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