Capítulo 25

Nueva York, septiembre de 1896

El Imperator atracó en el muelle 54, el asignado a la Cunard en el puerto de Manhattan, en la desembocadura del río Hudson. Había ganado la Banda Azul sin contratiempos, rebajando en poco más de una hora el tiempo que había hecho el Lucania. Los viajeros, una vez que desembarcaron, se acercaron a ver la Estatua de la Libertad que, majestuosa, se erguía en la isla. James, que también se hallaba cerca de ellos, habló del sistema de iluminación de la Liberté. En las noches la antorcha se encendía gracias a un potente generador eléctrico que permitía ver la luz desde una distancia importante. Él, como buen ingeniero, apreciaba tanto la construcción de la obra como los detalles técnicos.

Georgie no pudo evitar que cierta nostalgia o pesar le invadiera al pisar finalmente el suelo de Nueva York.  Casi sin pretenderlo recordó la primera carta de Brandon, en ella le hablaba de la estatua y del río Hudson, y de sus deseos de plasmarlos en el lienzo. Estaba convencida de las decisiones que había tomado, e incluso de su amor por James. Él se imaginó lo que estaría pensando, se acercó a ella y le tendió la mano, dándole un beso en la castaña cabeza. ¡La amaba tanto! Incluso la comprendía en su dolor… Todo era muy reciente, y él también se sobrecogía al pensar que debía buscar a Tommy. Aquella tarea podía ser bien difícil, pero confiaba en tener éxito.

Una hora después, la duquesa y el resto de sus acompañantes ya se encontraban en el Waldorf Hotel. Era un hermoso edificio de trece pisos, en la quinta avenida y la intersección con la calle 33; se trataba de una construcción de ladrillo, con una marquesina de hierro y cristal que les daba la bienvenida. En su interior era muy suntuoso, con un vestíbulo de mármol con piso de mosaico.

Habían reservado cinco de las nueve suites que se hallaban en el segundo piso. Los apartamentos eran muy lujosos: antigüedades traídas de Europa, mobiliario de estilo, vajilla de Sevres, comedor privado y salón de música. ¡La duquesa quedó maravillada con la suma elegancia que encontraba allí! Bien que le recomendaron el Waldorf, reconocido como el mejor hotel de la ciudad. Incluso se preguntaba qué ideas tendrían John Jacob Astor para competir con su pariente. ¡Quizás tuviese que regresar a Nueva York para descubrirlo! La idea le tentaba mucho, así que sonrió. Ella, que pretendía despedirse de América, recién llegada avizoraba ya una nueva visita.

La duquesa se instaló en la suite François V, junto con la señorita Norris. El dormitorio era una reproducción de la habitación del Palais de Fontainbleau. Su último ocupante, apenas unos días atrás, había sido el virrey de China. Quedó muy complacida con la decoración de su suite, pero no demoró en recostarse, mientras la señorita Norris y una doncella del hotel se ocupaban de desempacar. La duquesa ya tenía cierta edad, y lo mejor para ella era descansar. Al día siguiente se dirigiría al Metropolitan, para entregar las piezas que había llevado consigo. Era una tarea delicada que debía hacer personalmente.

En el salón de su suite, Prudence y Georgie compartían muy animadas, todo lo que habían visto de la ciudad hasta el momento. Tenían planes para acompañar a la duquesa al Metropolitan Museum y hacer un recorrido después, y de todo ello hablaban cuando irrumpió Gregory con un telegrama en las manos.

—¡Lo acaban de traer! —anunció con júbilo.

—¿Es de Edward? —preguntó Prudence.

—Así es —contestó su hermano—, voy a leérselos. —Gregory se aclaró la garganta y comenzó: “Espero hayan hecho buen viaje. Envíen noticias. Todos bien por casa. Orgullosísimos de Georgie. Su concierto ha sido noticia y es todo un éxito. Un fuerte abrazo, Anne y Edward”.

Georgie se emocionó mucho al escuchar esto. ¡No lo esperaba! La noticia se había esparcido con una rapidez cablegráfica que impresionaba.

—¿Ya James lo sabe?

Su hermano negó con la cabeza.

—No estaba a mi lado cuando lo recibí, pero quizás a la hora de la comida puedas decírselo.

La duquesa había invitado a todos a comer a su suite. Tenía capacidad para veinte comensales y, si algo detestaba, era hacerlo en solitario o con la presencia exclusiva de la insulsa señorita Norris. La dama ya había descansado bastante y estaba de magnífico humor; conversaba con los Wentworth, quienes también se notaban muy armoniosos.

Georgie se topó con James en el corredor, él miró a un costado y al otro, para poder robarle un beso. Pese a su amor, ella advirtió de inmediato que algo le sucedía. ¿Acaso estaría muy agotado? Trató de no preocuparse en demasía, y le contó radiante sobre el contenido del telegrama de Edward.

—¡En Inglaterra ya se sabe, y se ha tomado muy bien! —exclamó.

—Yo no tenía duda alguna, amor mío —respondió él, intentando sonreír—. Estoy muy satisfecho con esta noticia y convencido de que será el primero de muchos logros.

—Gracias —contestó—. Sin embargo, te noto algo preocupado. ¿De qué se trata?
Él no pudo negárselo, era demasiado evidente.

—Yo también tenía un cable aguardando por mí —explicó—. Era de lord Derby. Cumplió con lo que me prometió.

—¿Tienes noticias de tu hermano?
Él asintió.

—Tommy está en Nueva York, llegó hace quince días. ¡Debo encontrarlo!

—¡Oh, James! —Georgie le abrazó, para reconfortarle—. ¡No sé qué decirte! Al menos ahora conoces su real paradero y la razón de la falta de noticias.

—Así es, pero no sé dónde ubicarle. También me preocupa que, en este caso, la ausencia de Percy y su viaje a San Francisco, haya privado a mi hermano de, al menos, un amparo en esta ciudad desconocida.

—Tienes razón en estar inquieto, pero no te agobies demasiado. ¡Verás que podrás encontrarle! Te daré hoy mismo la dirección del tío de Brandon en La Fayette Place para que puedas ir a visitarle. ¡Quién sabe y tengas alguna noticia!

—Gracias, Georgie. —Le besó rápidamente—. No sé qué me haría sin ti.

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Los padres de James quedaron consternados cuando después de la cena, en la intimidad, su hijo les comunicó lo que sabía de Tommy. ¡La exasperación del conde era muy grande! No podía entender cómo su hijo había hecho esto, pero ya no tenía duda alguna de que había perdido la cabeza. Louise, aunque también estaba alarmada, trató de calmar a su marido. Una actitud violenta o la incomprensión de ellos no iba a devolver a Tommy a casa.

—Quizás hemos manejado mal el asunto desde el comienzo —se reprochó a sí misma—; intentamos restarle la importancia que tenía y pretendimos alejar a Tommy de Londres como si fuese un niño. No pienso cometer el mismo error dos veces. ¡Si le encontramos conversaré con él! El corazón de una madre está por encima de cualquier otra cosa y respetaré su decisión, cualquiera que esta sea.

Lord Wentworth se cayó por respeto y vergüenza, a fin de cuentas, él no había estado al lado de su hijo ni le había visto crecer, poniéndole además en riesgo con el artículo que mandó a publicar en The Post. Tampoco quería echar por tierra los pasos que había dado hacia la recuperación de Louise. ¡Tal vez ella tuviese razón al mostrarse tan conciliadora, tan comprensiva!

—Lo primero es hallarle —respondió al fin—, luego podremos saber cuáles son sus deseos. Si pretende establecerse en Nueva York o si solo ha venido a… —se interrumpió—, o si solo es una visita.

—Yo me encargaré de buscarle —dijo James resuelto.

—¡Yo te acompañaré! —se ofreció su padre.

Su hijo mayor negó con la cabeza.

—Temo que tu presencia no la tome a bien —le expresó con sinceridad—. En cambio, a mí tendrá que escucharme. Mañana mismo iré a casa del tío de Percy. Georgie me ha dado la dirección y es el primer lugar donde buscar.

—Me parece una idea excelente —le apoyó su madre—, pero nosotros, ¿qué podremos hacer?

—Intentar descansar y disfrutar de vuestra estancia —les pidió—; acompañar a la duquesa siempre que les necesite y no atormentarse de más con lo que está sucediendo. También creo que Tommy dejó hace mucho de ser niño, así que no deben culparse por su conducta. Tal vez, si le hubiésemos escuchado más, jamás hubiera viajado a América sin anunciarlo. Sé que es difícil, pero nos encontramos en un momento crucial, en el cual, con nuestros criterios y censuras, podemos perder a Tommy para siempre. Y yo no pretendo perder a un hermano.

James dejó a sus padres reflexionando y se marchó a su habitación, estaba más preocupado de lo que quería admitir. Tommy había mostrado ser impulsivo, sumamente independiente, y aquello le provocaba un poco de temor. Atrás habían quedado las noches apacibles en el Imperator. Ahora tenía una tarea por delante: dar con su paradero. ¡Esperaba que sus escasos días en Nueva York fuesen productivos!

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Al día siguiente, mientras la duquesa, Georgie y los van Lehmann visitaban el Metropolitan Museum y entregaban las piezas, James se dispuso a hacer la visita prevista. Gregory insistió en acompañarle, y aunque el joven vizconde le expresó su deseo de ir solo, su amigo se mantuvo firme. Quería indagar por sí mismo acerca del paradero de Brandon y conocer si regresaría antes de la fecha prevista. En caso de volver a tiempo, sostendría una conversación con él que, aunque delicada, sirviese de cierre a su desdichado compromiso con Georgiana. Cierto que la muchacha le había enviado una carta comunicándole su decisión de romper el enlace, pero intuía que Brandon no se quedaría con los brazos cruzados, por lo que era preferible que fuese él y no Georgie, quien diera las explicaciones pertinentes.

Los caballeros llegaron a la residencia de tres pisos, fachada marrón y de ladrillos en La Fayette Place; tocaron a la puerta y fueron recibidos por el mayordomo, que tuvo a bien informarles que el señor Winston –tío materno de Brandon–, se hallaba en casa.

Unos minutos después, un hombre mayor, delgado y alto, irrumpió en el salón donde esperaban las visitas. Acudió sobre todo intrigado por el apellido Hay que le habían mencionado, ya que no creía conocer al vizconde. Se hicieron las presentaciones de rigor, y luego el dueño de la casa ocupó asiento en una butaca frente a los dos jóvenes, con mirada interrogante.

—Confieso que tenía interés por conocerlo —dijo el caballero—. He escuchado mucho hablar de los Hay por parte de mi sobrino. Desconocía que estuviera en la ciudad, pero le doy la bienvenida. Por otra parte, también me place conocer a su amigo.

Fue Gregory quien respondió, ya que notaba que James se encontraba un tanto incómodo.

—Estimado Winston, mi viaje fue algo precipitado, pero siempre pensé en venir a saludarles, tanto a usted como a Brandon. He llegado ayer en el Imperator, fue un viaje magnífico y pretendo devolverme de regreso en él, dentro de unos días. Mi amigo, el vizconde de Rockingham, es el ingeniero principal del barco.

—¡Qué espléndido! —exclamó el anciano, cruzando una pierna para mayor comodidad—. He escuchado mucho del Imperator, pero ya no retengo tan bien los nombres como quisiese, por eso no le reconocí cuando nos presentaron. ¡Es un placer! —James le agradeció—. En cuanto a mi sobrino —añadió—, me temo que se encuentra en una exposición en San Francisco. Le esperaba de un momento a otro, pero no ha llegado todavía. Quizás tenga suerte y puedan encontrarse antes que partan en el Imperator.

—Quién sabe —replicó Gregory enigmático—, quizás nos veamos.

El señor Winston se levantó de su asiento, para servirles a los amigos una copa. Él mismo lo hizo, tenía un pulso excelente a pesar de la edad, y unas manos gráciles, de dedos largos y delicados que Brandon parecía haber heredado de él. Winston era un solterón empedernido, así que, sin otro pariente más cercano, era probable que hiciera de su único sobrino, su universal heredero.

—Gracias —contestó James, cuando tomó la copa en sus manos—, ha sido muy amable. He insistido en acompañar al señor Hay en su visita porque precisaba hacerle una pregunta importante.

El anciano levantó una ceja y se dispuso a tomar un sorbo de su licor.

—¡Me sorprende! ¿En qué puedo serle útil?

—Verá, señor —continuó James, armándose de valor—, hace unas semanas mi hermano viajó a Nueva York, pero no tengo noticias de su paradero en la ciudad. Como sé que es amigo de su sobrino, me cuestionaba si lo habría usted conocido y si tendría idea de dónde hallarle.

Tanto Gregory como James advirtieron que la expresión del señor Winston se tensaba.

—¿Quién es su hermano? —preguntó.

—Su nombre es Thomas Wentworth, un joven pintor a quien su sobrino ha apadrinado en el mundo artístico —respondió.

Winston ya lo imaginaba, pero en silencio tomó una decisión, algo presionado por lo inesperado de aquella entrevista.

—Sí —dijo al fin—, su hermano estuvo en esta casa buscando a mi sobrino, pero Brandon ya había viajado y no pudieron verse.

—¿No dejó Thomas alguna tarjeta para que le localizara después? Le agradecería mucho que pudiese ayudarme en ese sentido… ¡Me urge encontrarle!

—Lo siento mucho —el anciano se encogió de hombros—, la visita de su hermano fue breve y no dijo nada más. Está enterado por mí de que Brandon regresa esta semana. Si volviese a la casa en su busca, le aseguro que le transmitiré su inquietud. ¿En dónde se están alojando para informarle?

James estaba aturdido, sospechaba que el señor Winston le ocultaba algo, pero no tenía cómo probárselo. Fue Gregory quien contestó por él, al comprender lo ofuscado que estaba.

—Nos estamos alojando en el Waldorf. Cualquier información puede enviarla a allí. Le estaremos muy agradecidos.

El señor Winston asintió, aunque en realidad no tenía muchos deseos de colaborar y solo intentaba mostrarse servicial.

—¿Ha venido la señorita Georgiana con usted? —le preguntó a Gregory.

James se sobresaltó, sabían que aquella era una pregunta posible, pero hubiesen preferido no llegar a ella.

—Así es —respondió ya con más tranquilidad, su intención no era mentir—, mi hermana ha viajado con nosotros. No obstante, me gustaría que, si Brandon retornase de San Francisco antes de nuestra partida, hablase primero conmigo. Espero que pueda entender esta solicitud que le hago; mi hermana no está en condiciones de hablar con él. 

Winston se acomodó en su asiento, un tanto disgustado.

—No lo comprendo, pero lo respeto —contestó—. ¡Brandon desea tanto ver a Georgiana! Ha acelerado su regreso a Inglaterra solo por ella. ¡Cuál no será su sorpresa cuando sepa que está en la ciudad! Espero que en verdad tenga oportunidad de verla. Ojalá regrese a tiempo.

—Imagino esté al corriente de que ese compromiso tristemente se deshizo —apuntó Gregory y James le miraba atento—. La decisión la tomó Georgiana por propia voluntad. A pesar de ello, Brandon es nuestro amigo, y por ello pretendo saludarle y conversar con él primero.

—¡Estoy informado de ello! —profirió Winston, con dramatismo exagerado—. Brandon sufrió mucho cuando recibió aquella carta de su hermana justo antes de partir a San Francisco, pero yo confío en que se trate solamente de una riña de enamorados. ¡Si ella está aquí en Nueva York, razón de más para que opere una reconciliación!

Gregory no quiso rebatir el criterio de un anciano, aunque no le parecía que el señor Winston fuese un hombre del todo ingenuo. Era evidente que intentaba garantizar los intereses de Brandon de una doble manera: la primera, restándole toda la importancia del mundo a la visita de Thomas; y la segunda, hablando del compromiso con Georgiana, como si todavía este fuese salvable. Quizás estaba ajeno a todo lo que había acontecido, pero tanto James como Gregory desconfiaban un poco de él.

Los caballeros se despidieron y salieron al exterior habiendo esclarecido muy poco. James le expresó a Gregory su temor de que el señor Winston le hubiese mentido y conociese en realidad dónde se alojaba su hermano. ¡Era tan extraño pensar que Tommy hubiese hecho aquel viaje y no dejara dicho su paradero!

—Sí, es extraño —reconoció su amigo—. Lo más lógico es que, una vez aquí, informara su dirección, en espera del regreso de Brandon. ¡Yo también he tenido la impresión de que nos ocultaba algo! ¿Has notado la manera en la que habló de Georgiana? ¡Ahora me arrepiento de haber venido y puesto sobre aviso a Winston sobre nuestra estadía!

—No te recrimines por ello —contestó James, más calmado en ese sentido—. Incluso si Brandon regresara a tiempo, nada podrá hacer por recuperar a Georgie. ¡Ella sabe la verdad y no se dejará engañar por él! Por otra parte, tal vez sea importante esa entrevista de ustedes, antes de partir. La carta de Georgie era muy escueta en cuanto a los términos de la ruptura, y por más que Percy los presuma, debe enterarse de la razón. Quizás entonces se muestre conforme con la decisión y puedan conservar un poco de la amistad que se profesan todavía.

—¡Así es! —le confirmó Gregory, deteniéndose en una esquina—. Brandon es un amigo muy cercano para nosotros. Nos ha sido difícil esta situación, sobre todo porque no queremos dañar la relación tan estrecha que hemos sostenido durante años. Confío en que una charla civilizada nos ponga a todos de acuerdo.

—Me gustaría que no alarmáramos a Georgie con el posible retorno de Brandon —le pidió James—. Ella sabe que es una posibilidad, pero hacerle partícipe de lo dicho por Winston puede nublar su disfrute estos días, por temor a un encuentro que quizás ni llegue a suceder.

—Tienes razón —concordó Gregory, parando un coche—, es mejor no hacerla sufrir. Este viaje ha sido con el propósito de distraerla y ha resultado muy efectivo. Tu amor le salvó de un matrimonio desdichado, y ella no volverá atrás en su decisión.

Los caballeros abordaron el vehículo, luego de mirar la hora. Eran cerca de las once de la mañana. Gregory había quedado con sus hermanas y la duquesa en encontrarlas a la salida del Metropolitan Museum para dar un paseo.

—¿Nos acompañas? —le preguntó a James, que estaba a su lado perdido en sus pensamientos.

Él dudó por un instante, pretendía indagar en otros hoteles si su hermano se estaba alojando, pero luego pensó en Georgiana y en la ilusión de compartir con ella unos momentos a su lado. ¡Ella sin duda sería lo mejor de su día!

—Sí, los acompañaré.

Gregory se alegró al escucharle, dándole una palmadita en un brazo para reconfortarle.

—Querido amigo, todo saldrá bien —auguró.

James confiaba en que sí.

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