Capítulo 24
Georgie reía mientras terminaba de tocar el concierto en el salón Majestic, era al final de la mañana y James, que estaba sentado a su lado, no dejaba de besarle en la mejilla, desconcentrándola en varias ocasiones. Se hallaban a solas, disfrutando de la cercanía del otro y de tantas muestras de amor que Georgie jamás había recibido. Atrás quedaron las breves semanas de compromiso con Brandon, que no podían compararse con la exaltación que experimentaba al lado de James en aquellos pocos días. Él había logrado enamorarla, seducirla, robarle miles de besos de manera espontánea cuando se hallaban a solas, o sostenerle la mano en público con una intimidad que turbaba a veces más que un beso en los labios. Anne se lo había descrito una vez en Essex y ella no lo había comprendido a cabalidad. ¡Solo con James supo cómo debía sentirse el verdadero amor!
Él era atento, amable, romántico y la hacía sentir en las nubes, como nunca creyó que pudiese estar. Aquella mañana en el piano, el concierto se había vuelto una excusa para el encuentro, y la melodía una vez más había unido sus corazones, bajo la cúpula de cristal. Al concluir, Georgie se giró hacia él para abrazarle y darle un beso. James le recibió con avidez, apoderándose de su boca, llevando a la joven sin pensarlo, a las puertas del delirio. ¡Qué bien se sentía estar en sus brazos! A veces creía que perdería la cordura en ellos, pero siempre reaccionaba a tiempo. Esta vez se apartó con una sonrisa, sin dejar de sostenerle la mirada.
—Esta es nuestra última noche en el Imperator —le comentó ella, con cierta tristeza—, aunque albergo muchos deseos de conocer Nueva York.
—Es el comienzo de algo muy importante en nuestras vidas —contestó él—, aunque he disfrutado mucho del viaje, espero ansioso el momento de regresar a Inglaterra para formalizar el compromiso y casarnos.
Ella se reía ante su impaciencia.
—¡Lo dices como si yo fuese a escaparme!
—No te dejaría hacerlo —le replicó él, con un brillo en los ojos—. Jamás te dejaría marchar, Georgie.
Él se inclinó para besar sus labios, pero esta vez el beso fue más corto, ya que una idea llegó a su mente, llenándole de ilusión.
—Ya que es nuestra última noche en el Imperator, me gustaría darte una sorpresa, pero deberás escabullirte conmigo después de la cena.
Ella se sobresaltó con la proposición.
—¿Qué sorpresa? —le preguntó, curiosa.
Él negó con la cabeza.
—Deberás aguardar a esta noche, querida mía —continuó besándole una mano—. Te prometo que te gustará lo que he pensado para los dos.
Ella asintió.
—Está bien —accedió—, prometo acompañarte.
—Si todo sale bien, mañana estaremos en Nueva York y es probable que el Imperator obtenga la Banda Azul en su viaje inaugural. Confieso que estoy un tanto inquieto con ello, viendo cada milla que es ganada al tiempo. Sin embargo, me siento satisfecho con todo lo bueno que ha traído este viaje para mí, sin necesidad de pensar demasiado en el cronómetro.
—Espero que cuando lleguemos a Nueva York podamos conocer juntos la ciudad. Ya sé que estaremos en el mismo hotel.
La expresión de James alarmó un tanto a Georgie, ya que por un momento se quedó sin palabras, recordando a Tommy y su posible estancia en la ciudad.
—¿Qué sucede?
—Georgie —le dijo por fin tomándole la mano—, hace unos días me dijiste que me notaste un tanto ausente en Liverpool. —Ella asintió—. Y es cierto. Estaba muy preocupado tratando de obtener noticias de mi hermano.
Ella lo miró con interés.
—Sé que desapareció —le dijo con cierta pena, aunque trataban de no hablar de él—. Edward me dijo que su paradero era desconocido. ¿Acaso estaba en Liverpool?
—Así era, al menos recibimos una carta de él donde explicaba que se establecería en la ciudad. Aunque estuve un par de veces en Liverpool no pude obtener noticias de él, con lo cual mis padres y yo estamos muy preocupados.
—¡Dios mío! —murmuró—. Lo siento, nunca creí que el asunto fuese tan grave…
—Justo la noche del concierto en el St. George´s Hall me atreví a hablar de ello con lord Derby, como último recurso. Entonces me dijo, para sorpresa mía, que había conocido a mi hermano y que sabía que su interés era viajar a Nueva York. Es muy probable que la falta de noticias de Tommy se deba precisamente a que logró embarcarse al fin, aunque no tengo todavía certeza de ello.
Georgie estaba muy turbada. Al igual que James en su momento, imaginó cuál era el objetivo de aquel viaje del joven.
—Perdóname —le dijo él dándole un beso en la mejilla—, no te lo dije para no perturbarte, amor mío. Sé cuánto te afecta esto… Sin embargo, es probable que una vez que llegue a Nueva York intente obtener noticias suyas, por lo que necesitaba decirte la verdad.
—Entiendo —respondió parca.
—Lord Derby me prometió que buscaría en los registros para ver si su nombre aparece entre los pasajeros de algún barco y me mandará un cable al hotel para informarme del resultado de sus pesquisas. Aún no le he dicho nada a mis padres, pero si a nuestra llegada encuentro la confirmación de lord Derby, deberé decírselos e iniciar mi búsqueda.
—Puedo darte la dirección de Brandon en Nueva York —masculló Georgie, todavía ofuscada.
—Te lo agradecería, aunque sé que se halla en San Francisco.
—Así es —respondió ella mirándole a los ojos—, pero quizás puedas obtener alguna información. Aunque Tommy no lo haya encontrado, quizás dejó su tarjeta y la indicación de dónde está parando.
—Gracias —le dijo James estrechándola de nuevo entre sus brazos—. No sabes cuánto valoro que hagas esto. ¡Sé que es muy difícil para ti!
—No te preocupes. —Ella intentó sonreír—. Supongo que en algún momento conoceré a tu hermano, ya que estaremos en la misma familia. ¡Él no es culpable de nada y no le tengo rencor alguno! Tampoco a Brandon —añadió después—; he entendido que no se puede influenciar el rumbo de los sentimientos ajenos. El corazón humano es tan complejo como fascinante, y ninguno de los dos puede juzgar el sentir que une a Brandon y a Tommy.
James se quedó sorprendido al escucharle hablar así.
—¡Jamás creí que dirías eso! —exclamó—. Me asombra viniendo de alguien que ha sufrido más que nadie con lo sucedido.
—Solo le reprocho a Brandon no haberme hablado con claridad —contestó calmada—, y haber seguido adelante con un compromiso sabiendo que nunca podría amarme a plenitud, con todo el corazón... No dudo que me haya querido, pero no estaba en condiciones de casarse conmigo. Quizás la felicidad que experimento ahora a tu lado, me permita ser más indulgente con ellos. Tal vez lo que sucedió era necesario para encontrarte a ti, y no puedo sentirme más que satisfecha por tenerte en mi vida.
—Yo no hubiese podido decirlo mejor.
James no añadió nada más, se acercó a Georgiana y la besó largamente, ella se rindió a él, convencida de que lo mejor era dejar el pasado atrás.
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A la hora de la cena, en el gran comedor de primera clase, la mesa de la Duquesa de Portland era la más concurrida y también la más animada. Los Astor estaban allí, como deferencia hacia la dama, ya que era la última noche que compartirían con ella. Los Wentworth también estaban presentes, ya que después del compromiso de Georgiana, lo más deseable era que se estrecharan los lazos entre ambas familias antes de la boda.
—Siento mucho despedirnos —comentó Astor con sinceridad—, ha sido un placer haberla conocido, haberlos conocido a todos… —añadió, aunque su mirada se centró en Gregory, quien no le simpatizaba.
—Espero que una vez en la ciudad podamos saludarnos en algún momento —sugirió Ava echándole un vistazo al joven Hay.
—¡Sin duda! —disimuló Prudence, al tanto de lo que sucedía en la mesa—. Espero que podamos vernos.
—Me encantaría invitarlos a la cena que dará en mi honor el Metropolitan —dijo la anciana mirando a los Astor—. Será esta misma semana en el salón Empire del Waldorf.
Aquel era uno de los más elegantes del hotel y de la ciudad, y Astor lo sabía, pero no resultaba un tema agradable para él, inmerso en la construcción de un edificio que sobrepasara el éxito y el lujo de su vecino. El Waldorf había sido para ellos una ofensa, hecha con toda intención por William Waldorf Astor para molestar a su tía —madre de John Jacob—, por una disputa familiar.
—Le agradezco, excelencia —respondió—, pero no estoy convencido de que me sea posible. No obstante, le aseguro que les invitaré a mi casa, si usted acepta, por supuesto.
—¡Será un placer! —expresó lady Lucille, consciente de que Astor quizás rehusara la invitación del Waldorf por una cuestión muy personal.
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Después de la cena, los pasajeros de primera clase pasaron al baile de despedida del Imperator. La duquesa se excusó, pues a su edad era entendible que se retirara temprano, y eso hizo, acompañada de la señorita Norris. Los condes también dijeron estar cansados y se marcharon juntos –James se sobresaltó un poco de ver a su madre del brazo de su padre y de excelente humor–, pero no dijo nada. ¿Acaso el Imperator les estaba ofreciendo una nueva oportunidad?
No pensó más en eso y se dispuso a bailar con Georgie, esperando el momento más adecuado para desaparecer con ella. No podía negar que sostenerla por su cintura al ritmo de la música le satisfacía mucho, pero también se moría de deseos de estar a solas… James estaba viviendo el sueño de su vida, y no quería despertar de él. ¿Bajar del Imperator supondría para ellos romper la burbuja de amor e ilusión que había experimentado en los últimos cuatro días? Él esperaba que no fuese así. Aunque debiese buscar a Tommy, la cercanía de Georgie en el mismo hotel le brindaría la oportunidad de verla siempre que quisiese. Se encargaría de estar presente, de alimentar aquel amor que había ganado mucho más pronto de lo que había previsto.
Poco antes de las diez, los jóvenes lograron salir del salón sin ser percibidos. James condujo a la joven por la escalera que llevaba al Majestic, sin embargo, para sorpresa de ella, no entraron en él, sino que se dirigieron a uno más pequeño que Georgie no conocía. Estaba decorado al estilo Luis XV, recordando un poco la magnificencia de Versalles. Para contrarrestar la excesiva elegancia, el tamaño más pequeño del salón ofrecía una intimidad que era agradable.
Georgie se volteó hacia él.
—Es precioso, pero no me habías traído aquí antes…
—Es cierto —reconoció—, no es un salón muy conocido; en realidad Burns se ha apropiado de él, pero no pienso que a esta hora nos interrumpa.
Una hermosa chimenea decorativa de mármol se hallaba en una de las paredes. Sobre ella, un reloj de porcelana, evidenciaba que faltaba poco para las diez.
—Aguarda aquí —le pidió.
Georgie se distrajo mirando una maqueta del Imperator que se hallaba sobre la chimenea también. En la pared contraria, un inmenso mapamundi. El resto eran divanes y butacas del mismo estilo, de color dorado. Una lámpara de cristal, suspendida sobre ellos, brindaba una buena iluminación.
La joven se volteó al sentir los pasos de James y advirtió que retornaba con una botella fría de champagne y dos copas. Ella le sonrió, por el detalle que había tenido. James descorchó la botella y sirvió el espumeante en las copas, le dio la suya a Georgie, pero cuando ella esperaba un brindis, comprendió que él tenía otros planes. Atravesaron el salón hasta llegar a una terraza privada que se hallaba contigua. Era del ancho del despacho, así que tampoco era demasiado grande. Un banco de madera, les permitió sentarse, a la par que sostenían sus copas.
Se hallaban a una altura considerable. El Majestic y aquel salón eran los más elevados del Imperator. Allí, en la terraza, la suave brisa les acariciaba el rostro y veían las estrellas tan próximas que, por momentos, Georgie creía poder tocarlas.
—¡Es bello este sitio! —exclamó.
—A mí también me agrada mucho —respondió James—, y te soñaba aquí conmigo…
Se dispuso a hacer el brindis, para lo cual se irguió y le sostuvo la mirada.
—Por nuestro amor —le dijo—, porque las estrellas siempre brillen para nosotros.
Chocó su copa con la suya y bebió un sorbo, luego las apartó para poder abrazarla. Fue Georgie quien, embriagada por el sentir del momento y no tanto por la bebida, se inclinó sobre James y le dio un beso profundo, largo, apasionado, un beso que les hizo estremecer de pasión a los dos. James había colocado una mano sobre la mejilla de Georgie cuando una fuerte explosión la asustó. Ella dio un respingo y, por un momento, temió que hubiese sucedido algo… Pronto la sonrisa de James le calmó, por instinto, y entonces ella misma advirtió que frente a ellos, explotaban en el cielo varios fuegos artificiales.
—¡Que hermosos! —expresó alegre recostándose a la baranda y riendo como una niña pequeña.
El espectáculo resultaba encantador para ambos: la altitud y la cercanía de los fuegos, les hacía tener una vista invaluable. El cielo oscuro, cuajado de estrellas, era el telón de fondo de aquella fiesta de color. James se ubicó a su lado y le pasó el brazo por los hombros, dándole un beso en la mejilla con cariño. Una estrella dorada inundó el espacio, brillando en los ojos de uno y otro. Él compartía su mismo regocijo, y volvió a atraerla para darle un beso. Georgie le correspondió de inmediato, esta vez no tenía miedo por el sonido de la pirotecnia, menos estruendoso que el desbocado latido de su corazón. Deseaba a James cerca de ella, provocándole ese estremecimiento que sentía en sus brazos cuando se perdía en sus labios.
Los fuegos terminaron en algún momento, pero ninguno de los dos se dio cuenta de inmediato, abandonados como estaban al beso que les enardecía. Fue Georgie quien se apartó desfallecida en cierto punto, pero enarbolando la misma sonrisa que James adoraba y que le había hecho amarle desde el primer momento en que la conoció.
—¡Ha sido increíble! —comentó ella. Los ojos le brillaban como los fuegos artificiales de unos minutos atrás—. ¡Estábamos tan cerca!
—Sabía que durante la fiesta de hoy harían algo así, justo a la diez de la noche, fue por eso que quise apartarte del resto de los pasajeros para disfrutarlo en la intimidad de esta terraza.
—¡Me encantó! —respondió ella tendiéndole los brazos—. ¡Qué sublime es estar aquí contigo!
—Georgie… —susurró él—, todavía no puedo creer que digas eso…
James la sujetó por el talle con ambos manos, besó una mejilla, después la otra, y le hacía cosquillas en la nariz. Georgie al comienzo se reía, hasta que comenzó a invadirla otro estado de ánimo, más difícil de comprender. Era un ansia que se apoderaba de ella y que no sabía cómo satisfacer… ¡Jamás se había sentido así! James estaba estimulado, al ver cómo temblaba frente a su cuerpo febril, cómo correspondía a sus besos: primero con una lentitud dulce, sensual y evocadora, luego con una pasión que era peligrosa y que no podían ignorar.
James le acarició con un dedo el lóbulo de la oreja, la mejilla, hasta bajar por su blanco cuello. Aquella simple caricia arrancó un gemido de la garganta de Georgie, que la tomó desprevenida. ¿Qué experimentaba en sus brazos? James colocó su mano en la nuca de Georgie, levantándole su cabello castaño, que le acariciaba los dedos como una seda. Esto le permitió tener una posición mejor para atraerle, para besarle más apropiadamente y comprender cuán delirante estaba ella…
—Georgie… —murmuró.
Decir su nombre solo le enardeció más, le hizo deslizar sus labios por el cuello hasta llegar a su clavícula. Ella ahogó otro gemido, mientras él continuaba besando su escote, con delicados besos: pequeños, suaves, tibios, que tropezaban tanto con su piel como con el encaje del vestido que le cubría.
Unas voces en el piso inferior les sobresaltaron. Ambos sabían que allí donde estaban no podían ser vistos, pero algunos pasajeros caminaban por la terraza de recreo que tenían bajo sus pies y aquello les desconcentró. La conversación era inaudible, pero se escuchaban ciertas risas, voces graves, pasos… Georgie suspiró sujetándose de los hombros de James. Tenía la sensación de estar a punto de desfallecer, luego de lo que acababa de suceder entre ellos.
James pareció despertar de su ensoñación y, tomándole de la mano, la condujo hacia el salón. Georgie le obedeció en silencio, hasta dejarse caer en un diván. Tenía las mejillas enrojecidas y el corazón todavía acelerado. Él se sentó a su lado, comprensivo, aunque le miraba de una manera que evidenciaba todo lo que sentía cuando estaba a su lado. ¿Acaso ella no había advertido lo mismo? ¿No acababa de comprender en realidad cuánto le necesitaba? Si tenía alguna reserva acerca de aquel amor precipitado, acababa de comprender cuán locamente enamorada estaba de James.
—Te amo —le dijo, dándole un ligero beso en los labios—. Ha sido una noche maravillosa.
—Yo también te amo, Georgie mía —le respondió él—, pero creo que es conveniente que regresemos al salón. Temo que Prudence o Gregory puedan echarte en falta y no quisiera disgustarles.
—Tienes razón…
Georgie, sin embargo, no se puso de pie sino que lo abrazó. James le enmarcó el rostro con ambas manos; su intención era darle un beso de despedida, pero aquel contacto, tan próximo a la romántica escena que compartieron junto a la barandilla, lo que hizo fue reavivar el fuego que repiqueteaba todavía bajo su piel. James le besó con una vehemencia cautivadora, y ella le respondió con igual placer. Sentía que no podía detenerse; sus pensamientos se centraban solamente en el deseo de satisfacerse, sin comprender cómo era posible hallar en él aquel grado de compenetración y plenitud.
El arrojo de James la hizo desbalancearse y recostarse en el diván, brindándole un acceso a su cuerpo que antes no había tenido. Él dudó por un momento, pero luego la contempló: con la cabeza recostada al brazo del diván, la respiración agitada y el cabello desparramado, sin contar con aquella mirada que le incentivaba a continuar… James se inclinó sobre ella, aquel contacto de su figura contra su estrecho y delgado cuerpo, le hizo temblar.
Georgie sintió el calor de James sobre ella, la presión natural que ejercía con su peso le hacía desearle aún más. Se sorprendió un poco al descubrir que no sabía qué era aquello que precisaba, pero se aferraba a su espalda con ambas manos como quien se aferra a la felicidad… James continuaba besándola, primero en los labios, con aquella magia que le había conquistado unas noches atrás. Luego besó su cuello otra vez, sabiendo que el osado camino que emprendía la haría estremecer aún más… Georgie comenzó a moverse bajo su cuerpo, no podía evitarlo. Era una sensación tan nueva y enardecedora que le impedía razonar. James había encendido algo en ella que no conocía que tuviese, y la había despertado a un mundo nuevo que era tan inquietante como seductor y exquisito.
Él se detuvo a contemplar el escote del vestido; su respiración agitada hacía que el busto subiera y bajara en una respiración acelerada que podía llegar a enloquecerlo. James entonces, dubitativo al comienzo, pero decidido después, acarició sus pechos por encima de la tela… Aquel roce suave pero profundamente pasional, hizo gemir a Georgiana, una vez más, aunque no pareció disgustada por su osadía. Él, complacido, volvió a besarla en los labios. Sus manos continuaban acariciándola, imaginando que disfrutaban de su piel y no de aquella tela que, como barrera infranqueable, le privaba de una mayor satisfacción.
El reloj de la estancia los interrumpió abruptamente, anunciando la hora en punto. Esta alarma inesperada los hizo apartarse de inmediato, conscientes de que su aventura podía tener un mal desenlace si les descubrían o Georgie se retrasaba más de la cuenta.
—Lo siento —dijo él avergonzado—, he perdido la cordura.
Georgie estaba muy sonrojada, pero le brindó una mano.
—¡Ojalá el tiempo a tu lado pudiese detenerse!
Él pensó en ella, por primera vez en sus brazos. Le vino a la mente la imagen de una Georgie en su lecho, abrazada a él. El pensamiento le sobrecogió, luego de haber compartido un momento tan íntimo. Decidió darle un beso en la mejilla, tierno y ardiente a la vez, y la abrazó por una última vez contra su cuerpo.
—¡Me encantaría detener el tiempo contigo, Georgie! —exclamó, pensando todavía en aquella imagen de su mente—. Pero debemos ser sensatos y yo, además, honorable.
Georgie no le comprendió del todo, pero intuyó que su deseo por ella quizás fuese demasiado fuerte. ¿No había sucumbido ella misma a la calidez de sus brazos, a sus caricias? Aquella era la última noche en el Imperator, lo lamentaba mucho, aunque también se alegraba. ¡Una noche más en aquel barco y no sabría si tendría la prudencia y la contención necesaria!
Estaba abrumada por sus propias emociones, pero también se hallaba feliz como nunca. Al volver al salón, Prudence así se lo hizo notar. Le reprochó que hacía un tiempo que la echaba en falta, pero Georgie alegó que se habían quedado un rato más en la terraza después de los fuegos artificiales. “¡Benditos fuegos!”, pensaba. Así estaba su corazón: a punto de estallar y, para su pesar, no sabía cómo podía disimular su profunda turbación.
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