Capítulo 23

Georgie amaneció con una amplia sonrisa en su rostro, que debía disimular un poco frente a su familia. Para sus hermanos, ella se había retirado temprano, e ignoraban aquel encuentro en el salón Majestic que fue clave para su felicidad. Luego de confesarle su amor a James, estuvo un tiempo más a su lado, incapaz de abandonar el refugio de su pecho o de dejar atrás los besos que compartían cada vez con mayores ansias. Sin embargo, en algún momento debieron separarse, ya que Georgie temía que los descubrieran. Él la acompañó hasta su camarote, y con un último beso fugaz, selló para siempre su destino a su lado.

A media mañana, James irrumpió en la suite de los Hay en busca de Georgiana. Ella le aguardaba, pero al verle no pudo evitar ruborizarse frente a Prudence, que los observaba con satisfacción. ¡Intuía que algo había sucedido entre ellos a raíz del concierto, pero no quería precipitarse al comentarlo antes de tiempo! Prudence le dio los buenos días a James y se rehusó al paseo que este proponía por una de las terrazas techadas de primera clase.

—¡Vayan ustedes! —exclamó—. Les espero para comer.

—Mi madre me ha pedido que les invite esta tarde a tomar el té en su suite, si les parece bien —comentó James, mirando a ambas damas—. Me gustaría que también su hermano y la duquesa puedan acompañarnos.

—Será un placer para mí acudir al té de los condes —respondió Prudence con amabilidad—, en cuanto a Gregory, lamento decir que salió bien temprano. Es probable que lo encuentre usted antes en alguna parte, deleitando a la señora Astor con su conversación…

James sonrió. Estaba al corriente de la atención nada conveniente que le dispensaba Gregory a Ava. Podía buscarse un buen disgusto con su marido por ello.

—Hasta luego, Prudence —se despidió Georgie de su hermana.

—¡Diviértanse!

James condujo a Georgie en silencio hasta la terraza, compartiendo miradas de complicidad, pero hasta que no se sintieron a salvo, no se atrevieron a hablar. Se ubicaron en un sitio privado, a cierta distancia se veían a otros pasajeros de primera clase que disfrutaban del sol de aquella mañana. El mar estaba tranquilo, y James además estaba complacido de saber que el Imperator surcaba el Atlántico a buena velocidad. Era probable que obtuviese la Banda Azul, aunque no quería precipitarse.

Georgie se recostó a la baranda, llevaba un sombrero de cinta azul, a tono con el vestido. Estaba tan hermosa y sonrojada que James no pudo evitar los deseos de darle un beso y se inclinó sobre ella para robarle uno, con tanta rapidez que la joven no opuso resistencia. Ella se rio después, por aquella libertad que se había tomado y le dio la mano con tanta alegría que, por un momento, James olvidó a la Georgie triste y marchita de unas semanas atrás.

—No imaginas lo feliz que estoy desde ayer —le dijo, llevándose la mano a los labios—, apenas he podido dormir…

Georgie volvió a sonreír.

—Yo tampoco —confesó—. He tenido que disimular frente a Prudence, porque es muy intuitiva y temo que algo haya advertido.

James le acarició por un instante la mejilla.

—Georgie, ayer no era momento quizás para hablar sobre esto, pero pienso que hoy pueda hacerte saber mis intenciones que, aunque las supongas, deben ser dichas como corresponde. Quiero casarme contigo —le expresó—, te amo y pienso que no existe nada que impida formalizar nuestro compromiso.

La mano que James todavía le sostenía comenzó a agitarse con cierta inquietud.

—¿Tienes alguna duda? —preguntó alarmado.

Ella le tranquilizó de inmediato, dando un paso hacia él y dándole un beso en la mejilla.

—También deseo casarme contigo, James —le aseguró—. Yo también te amo, no albergo ninguna duda al respecto y… —bajó la mirada con cierta pena— nada me ata ya a ningún otro compromiso. En cuanto supe la verdad le escribí a Brandon y deshice todo vínculo entre los dos.

James le hizo mirarle a los ojos, no tenía por qué mostrarse avergonzada por ello.

—Lord Hay me lo informó cuando nos vimos en casa de la duquesa antes de partir hacia Liverpool, pero no quiero que ese recuerdo te ensombrezca en lo más mínimo. Tus hermanos estarán de acuerdo con nuestro compromiso, pienso que en silencio todos esperaban que sucediera así.

—También Prudence —agregó Georgie—. Me habla a menudo de ti e imagino que tus padres también lo sospechen —insinuó.

—Así es —le confirmó él—, después del concierto mi madre comprendió cuánto te quería y ha insistido en invitarles a tomar el té. Pienso que quizás sea una buena oportunidad para hablar de nosotros, con sinceridad. En ausencia de Lord Hay, creo oportuno tener una conversación con Gregory respecto al compromiso, aunque quizás lo más adecuado sea formalizarlo en Londres a nuestro regreso. De cualquier manera, hablaré hoy mismo con Gregory, si no tienes objeción.

—No tengo ninguna —respondió ella—, ¡siempre y cuando no hables en mi presencia! Me abochornaría anunciar nuestro amor frente a mi hermano. Al menos Edward es más sensato y serio, pero me temo que cuando hables con Gregory, bromee sobre el asunto. ¡A veces es tan desatinado!

James se rio.

—Pero es un excelente amigo —le dijo después—, yo le tengo un gran afecto, y en ocasiones sabe conducirse con mucha sobriedad. Me temo que con la señora Astor no está siendo muy inteligente, pero fuera de eso, lo tengo por un hombre de buen juicio y también a Lord Hay. A ambos les debo no haber perdido la esperanza respecto a ti. En más de una ocasión me alentaron en mis sentimientos, incluso sin estar al corriente de ellos. Cuando les confesé mi amor por ti, se mostraron satisfechos y alegres, así que espero esa misma respuesta cuando les diga que, finalmente, me has aceptado.

Esta vez fue Georgie quien se alzó sobre la punta de los pies y, cerciorándose de que no les miraban, le dio un beso en los labios.

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James habló con Gregory al final de esa misma mañana, en el salón de fumadores. Su reacción no le sorprendió ya que era la esperada: estaba complacido y feliz con la noticia, por lo que no demoró en darle un abrazo allí mismo. Estaban a solas, ya que era casi el mediodía y muchas personas se habían dirigido ya al gran comedor.

—¡Te doy mi enhorabuena, amigo! —exclamó—. Son excelentes noticias y no puedo estar más satisfecho por los dos.

—Gracias, confieso que estoy en las nubes y todavía no puedo creerlo. Sin embargo, he visto una firmeza en Georgiana que me ha dado la seguridad que precisaba. Al parecer, sus sentimientos estaban ocultos desde hacía mucho tiempo; solo ahora se decidió a aceptarlos.

—Si Georgie ha dado este paso es porque está convencida, ya conoces lo leal que puede ser a la palabra dada y, en este caso, resulta muy evidente que está enamorada. Nosotros, como sus hermanos, ya lo habíamos advertido, pero la herida era demasiado grande para presionar en algún sentido, sabiendo que solo necesitaba de tiempo para comprender lo que sucedía en su corazón.

—Me tranquiliza saber que Percy no estará en Nueva York, temo que si se encuentran él pueda…

—¡Tonterías! —le dijo Gregory con una palmada en el brazo—. Ya sabemos que está de viaje, pero de cualquier forma no puede alegar nada para recuperar el amor de Georgiana. Ella sabe la verdad y, aunque dolorosa, terminó por decidirla a renunciar a un matrimonio sobre el cual ya albergaba importantes dudas. Confía en el amor y en la lealtad de Georgie, solo eso hará que el compromiso prospere como ambos desean.

—Eso haré —le aseguró—. Te prometo que la haré muy feliz.

—¡Eso no lo dudo! —exclamó su compañero—. No obstante, en ausencia de Edward, tendré mis ojos encima de ustedes… —le advirtió con una sonrisa pícara—. Eres mi amigo, pero ella es mi hermana y créeme que te vigilaré todo el tiempo.

James no se dejó intimidar y también se rio.

—¡Dudo que tus coqueteos en el Imperator te dejen algo de tiempo libre! —Gregory se llevó una mano al pecho, fingiéndose ofendido.

—¡Soy un hombre muy serio! —afirmó.

Nuevas carcajadas se escucharon en el salón de fumadores, ambos estaban de excelente humor. El puro que se había terminado Gregory le abrió el apetito, así que no dudaron en dirigirse al comedor, donde ya aguardaban los demás.

Georgie miró a los ojos grises de James y advirtió que brillaban, por lo que la conversación con su hermano debía haber salido bien. Como era costumbre, James se despidió de los comensales y se dirigió a la mesa que compartía con sus padres, Burns y su esposa. Los condes también notaron su alegría, pero no le preguntaron abiertamente; ya tendrían tiempo de saber si su ánimo se debía a la señorita Hay.

Georgie permaneció en silencio, aunque apenas comía. Prudence estaba inquieta, pues había visto a Gregory llegar acompañado de James y tuvo la impresión de que la conversación que recién habían concluido no era banal. Gregory sonreía, tras tomar un sorbo de agua de su copa.

—Georgie —le dijo—, ¿no tienes nada qué decirnos?

La aludida se puso como la grana y Prudence entonces comprendió todo y se giró hacia su hermana, llena de entusiasmo.

—¿Acaso has aceptado al vizconde?

—¡Eso parece! —contestó el hermano, ante el mutismo de la joven—. James ha venido a pedir mi consentimiento sobre el compromiso. En ausencia de Edward, es natural que tales funciones las asuma yo —añadió sonriendo—. En fin, he aceptado con gusto, pero solo cuando regresemos a Londres podrá formalizarse como es debido. ¡No pienso privar a Edward de hacer pasar al vizconde por un mal rato!

Johannes regañó a Gregory, aunque en realidad todos estaban felices.

—Te felicito, querida —dijo la duquesa tomándole de la mano—. El vizconde es un hombre maravilloso y sé que a su lado serás muy feliz.

—No entiendo nada… —comenzó a decir la señorita Norris, quien todavía creía a Georgiana prometida con Percy—. Pensé que…

—No digas ni una palabra —le interrumpió lady Lucille con impaciencia—, yo después te explico. Eso te sucede por perderte anoche el maravilloso concierto del salón Majestic. Cualquiera que hubiese visto a Georgie junto al vizconde en el escenario, hubiese comprendido enseguida que estaban hechos el uno para el otro.

Prudence aplaudió el comentario de la duquesa, siempre tan atinada. Había sido muy sabia: a pesar de las circunstancias en las que había florecido aquel amor, nadie podía negar lo cierto de aquellos sentimientos recién descubiertos. Sin embargo, la señorita Norris quedó confundida toda la comida, hasta que la duquesa, en la privacidad de su camarote, pudo explicarle lo que no supo advertir.

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Los Condes de Rockingham estaban más nerviosos que su hijo mayor. ¡Deseaban que todo saliera a las mil maravillas! Mucho más después que su primogénito les confesó que Georgiana Hay le correspondía y que la familia había aceptado de buen grado aquella relación. Para el conde, la noticia era magnífica. Además de agradarle la joven, sabía que la familia Hay era muy tradicional, refinada y de dinero, con lo cual un matrimonio que les uniera a ellos era un motivo de gozo por varias razones. Él era un hombre práctico, después de todo. Asimismo, tenía en buena estima a Gregory Hay y, en el fondo de su corazón, también deseaba la felicidad de James.

El salón que destinaron para el té pertenecía a las dependencias privadas que ocupaban los Wentworth. Tenía una hermosa vista a través de una ventana de cristal, y estaba decorado con elegancia en tonos oscuros, dotándole de una gran sobriedad. El conde estaba muy bien instalado; luego de pasar años en un hogar decadente, volvía a codearse con las personas más influyentes y eso le satisfacía mucho.

Louise había mandado a preparar la mesa del té con esmero y a pesar de tenerlo todo listo, no dejaba de revolotear por la estancia, bajo la atenta mirada de su marido. Lord Wentworth la observaba en silencio, admirando la belleza natural que la edad no había sabido opacar. ¡Sí que se había casado muy enamorado! Sin embargo, reconocía que tal vez no hubiese sido el mejor de los maridos…

—¿Qué crees, Thomas? —le preguntó su esposa.

El aludido despertó de sus pensamientos, haciendo patente que su mente estaba en otro sitio.

—Lo siento, no te estaba escuchando, querida… —respondió.

Louise reprimió el mohín de disgusto al escuchar que la llamaba de esa forma. En los últimos días se había vuelto habitual, y aunque no lo había corregido desde el primer momento, todavía no se había acostumbrado. ¡No podía entender por qué le consentía ciertas libertades!

—Decía que no estoy segura que sea conveniente hablar del compromiso antes que el señor Hay lo mencione. Recuerda que James nos ha hablado de manera confidencial, y lo mejor es que no seamos los primeros en abordar el asunto.

Su esposo se encogió de hombros.

—¡Como quieras! No obstante, pienso que es importante hablar de ello. Esa unión es muy conveniente para James.

—Él la quiere, eso es lo más importante —contestó ella, mirándole con fijeza.
Lord Wentworth le sonrió y dobló la revista que tenía en las manos.

—¡Siempre has sido una romántica! —repuso, mas no como un reproche—. Supongo que yo también lo soy un poco, a pesar de la imagen tan distinta que pueda ofrecer.

Louise se levantó de un salto, no pretendía seguir por aquel resbaladizo sendero.

—Si eso dices —le dijo con aspereza—, no seré yo quien rebata esa apreciación. Es evidente que tu conducta de los últimos años lo reafirma.

El conde se rio.

—¡Confundes amar con conquistar, querida! —le respondió—. Amar solo lo hice una vez…

La llegada de James interrumpió la charla, para provecho de su madre, que se había puesto más nerviosa. Su hijo mayor también se notaba inquieto, aunque intentó disimularlo. Se sentó con sus padres mientras aguardaban a los Hay. Unos minutos después, a la hora prevista, aparecieron Prudence, Johannes, Georgie y Gregory. La duquesa había preferido descansar en su camarote, y había mandado a que la excusaran. En realidad, luego de conocer del compromiso entre Georgiana y James, lady Lucille sabía que aquel té era muy especial y prefería ceder el espacio a la familia, a quien correspondía el verdadero protagonismo.

James fue el primero al acercarse y saludar, aunque de inmediato se colocó junto a Georgie, algo tímida en aquellos primeros momentos. Sin embargo, lady Louise se afanó en que la conversación fuese amena durante el té. Georgie conoció en esa oportunidad que Valerie, la hermana mayor, se mudaría a Ámsterdam en breve –algo que los condes ya habían hablado con los van Lehmann pero que ella ignoraba–.

—Es una lástima que su hija no haya podido participar también de este viaje inaugural. Hubiese sido una oportunidad magnífica para haberla conocido, aunque imagino que de regreso a Ámsterdam podamos ser presentadas.

—A Valerie no le gusta viajar —contestó James—, a veces es difícil hacerle ir a Londres, así que en cuanto tuvo oportunidad regresó a casa, urgida de preparar su mudanza a tiempo. Estoy seguro de que Ámsterdam se convertirá en un hogar para ella.

—Así lo ha sido para mí —apoyó Prudence—. Llevo más de diez años viviendo en la ciudad, desde mi matrimonio y estoy muy bien instalada. —Miró con cariño a su esposo que se encontraba a su lado—. Echo de menos a mi familia y amigos, pero es una ciudad preciosa y a su hermana le agradará mucho establecerse allí.

Fue Gregory quien sacó a relucir el asunto del compromiso, con mucha naturalidad. Los condes no negaron que ya estaban enterados por su propio hijo, y no dudaron en expresar cada uno, lo felices que estaban con la noticia.

—Queremos esperar a comunicárselo a mi hermano al regreso —continuó Gregory—, ya sabe que Edward ha sido como un padre para Georgie y es lo correcto en este caso. No obstante, hace mucho que tanto él como yo deseábamos este matrimonio.

—Ha sido en el Imperator donde el amor se ha manifestado al fin —comentó Louise con dulzura mirando a su hijo—. Debes sentirte orgulloso y satisfecho de que dos hechos tan importantes en tu vida hallan estado unidos de esta manera.

—¡Lo estoy! —afirmó James con los ojos fijos en ella—. Espero diseñar varios barcos a lo largo de mi carrera, pero mi compromiso con Georgie es un acontecimiento único, y la dicha que me provoca supera sin duda, el orgullo que experimento por el Imperator.

Georgie se ruborizó al escucharle hablar así, nadie más en la mesa tuvo duda de que estuvieran enamorados.

—Querida, tu idea del té ha sido espléndida —dijo lord Wentworth—, pero nada apropiada para hacer un brindis…

—Lo haremos durante la cena —propuso van Lehmann—, nos gustaría que esta noche compartamos la misma mesa.

—¡Por supuesto! —exclamó el conde—. Así será.

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Tal como habían acordado, a la hora de la cena, los Wentworth se acercaron a la mesa que ocupaban lady Lucille y la familia Hay. Georgie aguardaba con gran expectación, ataviada con un hermoso vestido crema y dorado. James de inmediato besó su mano, sin perder la oportunidad de decirle lo hermosa que estaba esa noche. Ella no pudo reciprocar el cumplido, por inadecuado, aunque James estaba muy apuesto, vestido de rigurosa etiqueta. En sus ojos se advertía una alegría genuina, que se hizo mayor cuando, al comienzo de la cena, realizaron el consabido brindis.

Fue su padre quien se arrogó el derecho de efectuarlo, poniéndose de pie con una copa en las manos.

—¡Por la felicidad de la señorita Georgiana y mi hijo James! —exclamó, lo suficientemente alto como para que las mesas contiguas le escucharan—. Que esta unión sea tan profunda y e inmensa como el mar…

El resto de los comensales chocaron sus copas y bebieron del espumoso que tenían servido.

James se sintió emocionado al escuchar las palabras de su padre. ¡Había cambiado tanto en los últimos tiempos! Lady Lousie también se encontraba más sonriente que de costumbre a su lado. No obstante, el conde tomó dos copas de más a lo largo de la cena, y su alegría se evidenció sin muestra alguna de contención.

Las damas en la mesa no lo notaron; lady Lucille conversaba con él muy animada, incluso Prudence y su madre intervenían, escuchando algunas de las hazañas de lord Wentworth en su juventud. Louise no se sentía en lo más mínimo incómoda, ya que la mayoría de las historias eran de los años en los que Thomas la cortejó. El conde hacía mención deliberada del pasado, sabiendo que en él hallaría la clave para poder reconquistar a su esposa, algo que en los últimos dos días había comenzado a considerar con vehemencia.

Solo James estaba algo inquieto, temeroso de que las palabras poco meditadas de su padre fuesen a llevarlo a un punto escabroso para ellos, incluso a una mención de Tommy, algo que quería evitar a toda costa frente a Georgiana.

—¡Siempre supe que usted era un caballero valiente! —le dijo Gregory con una sonrisa, después de conocer, en la última historia de lord Wentworth, cómo estuvo a punto de batirse en duelo por Louise.

—Mi esposo exagera —intervino la dama, tratando de restarle peso al asunto—. Pretendía enfrentarse a un amigo por mi atención, ¡y la consiguió! No necesitó realmente del duelo para ello, pero el peligro al que quería exponerse me hizo tomar muy en serio su proposición de matrimonio.

—¡Tuvo que elegir! —respondió su marido halagado—. De lo contrario debía ser el acero de una espada o una bala quien decidiese entre aquel hombre o yo.

—¡Santo Dios! —exclamó la duquesa riendo—. Dudo que, a pesar de su juventud, hubiese accedido en verdad a tamaño circo y sin un motivo de peso que lo justificase.

—¡El amor es un motivo de peso, querida duquesa! —alegó lord Wentworth llevándose nuevamente la copa a los labios.

—¿Al punto de recibir un balazo? —le retó la anciana divertida.

—¡Recibí uno hace poco y estoy vivo! —contestó él satisfecho—. ¡El señor Hay puede dar fe de mi valor!

Una vez dicho esto, se mordió la lengua, consciente de que había dicho algo indebido y que podía herir a Louise. En efecto, el rostro de su esposa, antes divertido, se ensombreció en el acto. La duquesa se abstuvo de preguntar al advertir que no debía hurgar en la cuestión, recayendo en Gregory la titánica tarea de aligerar el ambiente.

—¡Habla de apenas un rasguño, excelencia! —señaló con una sonrisa, para disimular lo difícil del trance—. Ahora dígame, con sinceridad, ¿le perdonó su amigo por haberse casado con la distinguida lady Louise después de su tentativa de duelo?

Lord Wentworth intentó continuar la conversación, pero esta no volvió a ser la misma. La propia Georgie dirigió una mirada escrutadora a James y comprendió que, para él, también era desagradable aquel hecho. Recordó entonces, el momento en el que sus hermanos le mostraron la carta en Londres. Ella se sorprendió mucho de que lord Wentworth confiase en ellos al punto de entregarle una carta tan comprometedora sobre un hijo, solo para que ella supiese la verdad. Al cuestionarle esto a Edward, su hermano le aseguró que aquella confianza se debía a la ayuda que Gregory le había prestado al conde durante una enfermedad. Sin embargo, jamás aludieron a una herida de bala y, por la manera en la que se había desarrollado la conversación, entendía que se trataba del mismo asunto.

Después de la cena, los jóvenes salieron a la terraza, como era costumbre. James estaba deseoso de abrazar a Georgie y de robarle un beso, pero ella se recostó a la baranda, perdida en sus pensamientos, observando el reflejo de la luna en el mar oscuro y tranquilo.

Él se acercó y la rodeó con su brazo, dándole un beso en la mejilla, que resultó muy tierno. Aquel gesto de cariño logró el efecto esperado, Georgie se volteó hacia él y le tendió ambas manos.

—¡Hoy ha sido un día muy bueno! —le aseguró él—. Sin embargo, apenas hemos podido estar a solas. Echo de menos nuestro encuentro en el Majestic.
Ella se sonrió, aunque James notó de inmediato que algo le sucedía.

—¿Qué pasa? —le interrogó—. ¿Acaso dudas de algo?

—James, no puedes seguir preguntándome eso —le reprochó, aunque tranquilizándole con otra sonrisa—. Estás enterado ya de mis sentimientos, que son tan firmes como cuando te los confesé ayer bajo la cúpula de cristal.

—¿Entonces qué te perturba? —volvió a preguntar acariciándole la mejilla.

—Es algo que dijo lord Wentworth hace poco en la mesa.

James se paralizó. Por un momento esperó que Georgiana no reparara demasiado en ello, pero era casi imposible que no indagara sobre eso.

—Puedes preguntarme lo que desees —le dijo al fin.

—Cuando Edward me mostró la carta de Brandon unas semanas atrás, le cuestioné cómo era posible que el conde se desprendiera de tamaña prueba que podía perjudicar a su hijo para ponerla en manos desconocidas. Mi hermano me contestó que lord Wentworth tenía en buena estima a Gregory, porque le había prestado un gran servicio durante su enfermedad y que por eso había confiado en él. No pregunté la naturaleza del mal que lo había aquejado en aquel momento, pero ahora escuchándolo hablar de su herida de bala, me cuestiono si fue esa la circunstancia en la cual Gregory le prestó su ayuda.

James suspiró y bajó la cabeza.

—Por favor —le imploró ella—, no deseo que me oculten nada más. Dime toda la verdad.

—Georgie, lo sucedido es muy delicado. —No sabía cómo empezar—. No te lo dijimos porque no tenemos certeza ni pruebas para inculpar a nadie.

—¿Acaso Brandon tiene que ver con ello? —inquirió asustada.

—No lo sé —respondió él—, pero voy a explicarte lo que conozco. ¿Recuerdas al caballero de oscuro que pujaba con nosotros en la subasta?

Ella asintió.

—Sé que fue ese hombre quien te atacó para robar la pintura. Edward insinuó que sospechan que haya sido contratado por Brandon, aunque tampoco pueden estar convencidos. ¡Yo quisiera pensar que no!

—Yo tampoco puedo asegurarlo, es por ello que, a riesgo de ser injusto, no te había hablado antes de esta parte de la historia. Mi padre se hallaba en su casa de Wessex, cuando ese mismo caballero de oscuro, que declaró trabajar para Percy, se presentó en su presencia para ofrecerle una suma de dinero por la carta. Él se rehusó, por supuesto, y creyó que el asunto había terminado ahí. Lo cierto es que, unos días después, cuando papá regresaba de Londres, descubrió al extraño dentro de la casa, hurgando entre sus pertenencias. Mi padre lo amenazó con un revólver, instándole a que se marchara, pero el desconocido le disparó en el hombro. Amenazó con matarlo si no le decía dónde estaba la epístola guardada y luego, ante el silencio de mi padre, terminó por quemar el despacho y la biblioteca, ocasionando daños de envergadura a la casa de Wessex.

—¡Dios mío! —Georgie estaba atónita—. ¡Lord Wentworth fue muy valiente al preservar la carta para proteger a su hijo!

James calló, no podía decirle a Georgie que no lo había hecho solo por Tommy, sino que su padre pretendía beneficiarse de aquella carta, sin límites.

—Hay algo que no entiendo —reflexionó Georgiana—, ¿cómo sabía Brandon que esa carta estaba en poder de tu padre?

—Porque mi padre la recibió por error en el Albermale Club y luego confrontó a Percy, pidiéndole explicaciones. —Era más fácil decirle que lo confrontó a hablar de extorsión.

—¡Cierto! —recordó ella—. Mi hermano me explicó ese detalle también. Sin embargo, ¿por qué no acceder a entregársela al caballero? Si venía en representación de Brandon y la carta podía comprometerlo a él más que a Thomas, ¿por qué no devolverla si Brandon jamás la hubiese divulgado?

—Mi padre no tenía seguridad de que ese hombre fuese en realidad contratado por Percy. Todavía incluso no podemos estar convencidos, por más que sea la conclusión más lógica. Después del artículo en el diario, el asunto de Pasaje de Baco se hizo público, y alguien más pudo estar enterado de la carta y pretender apropiarse de ella para perjudicar a Percy o a mi hermano. ¡Son especulaciones, pero mi padre no podía sin más confiar en ese hombre!

—Entiendo. —Georgie continuaba pensativa—. Todavía no puedo imaginar quién informó al periodista de The Post sobre esa historia. ¡Fue horrendo!

James calló, avergonzado. No podía confiarle que fue su propio padre el artífice de tamaño acto de bajeza ni que preservó la carta para obtener dinero y prebendas, pensando más en su comodidad que en la seguridad de su hijo.

—Siento pena por el conde —repitió Georgie—. Debió ser muy arduo para él enfrentarse a una situación así, ¡ser herido de esa manera tan terrible! Ahora comprendo que estuviera solo, tú te hallabas en Essex y tu madre y hermanos de camino a Viena…

James volvió a morderse el labio, simplemente asintió. ¿Cómo decirle que su padre estaba con una amante? ¿Cómo explicarle que su falta de familia no se debía solo a las circunstancias del viaje sino a que, por decisión propia, se había marchado de la casa ocho años antes? ¡Aquello era demasiado duro, así que cayó!

—¿Y qué relación guarda mi hermano Gregory con todo esto? —volvió a preguntar.

Eso James sí podía contestarlo, así que suspiró, aliviado, por haber pasado la parte más difícil de la charla.

—Durante mi convalecencia tuve que explicarles a tus hermanos mi verdadera motivación para adquirir Pasaje de Baco. Ellos desconfiaban de mí, luego que lord Hay me viese pujar con tanto afán por esa pintura en exclusivo. Cuando le conté la verdad quedaron consternados, pero al igual que tú, precisaban de alguna prueba para estar convencidos de algo tan importante. Yo no tenía cómo probárselos: la pintura la había perdido, Tommy se hallaba de viaje y jamás lo ha admitido, así que solo quedaba la carta que poseía mi padre como única evidencia.

—Gregory entonces fue a ver a tu padre… —le interrumpió la joven.

—Así fue —confirmó él—, lo halló herido en un hogar parcialmente destruido, sin apenas compañía y en un gran aprieto. Siempre le estaré agradecido por haberlo trasladado en su coche a Londres y recibirlo en su casa, hasta que pude regresar a la ciudad para cuidar de él.

—Comprendo ahora la gratitud del conde y su deseo de serle útil a mis hermanos.
Georgie temblaba al recordar aquellos momentos de angustia, de dolor, con la carta en las manos. ¡No había sido fácil para ella comprobar que lo que le habían dicho era verdad!

—¿Sabes? —le dijo levantando la cabeza y mirando a los ojos gris de James—. No pude leer la carta completa, tan solo las primeras líneas…

Él le abrazó, pesaroso de que volviese a recordar algo que debía quedarse en el pasado.

—Lo siento mucho —murmuró—. No quería recordarte todo lo que pasaste.

—Me alegro que me hayas dicho la verdad —contestó ella dándole un breve beso en los labios, bajo las estrellas—. Ahora me siento más tranquila, de saber que has sido sincero conmigo y que no hay nada más que se interponga entre los dos.

James dudó, a punto estuvo de decirle los detalles que había callado sobre su padre, pero volvió a sentir vergüenza y desistió. Ojalá Georgiana no le reprochara en el futuro por haberle negado parte de la historia. James le dio un beso en la frente y la atrajo hasta su corazón, después de rememorar todo lo sucedido, estaba aprehensivo y receloso de que las acciones de su padre le hiciesen perder el amor de Georgie, si ella descubría lo que le había ocultado deliberadamente.

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