Capítulo 21

A la mañana siguiente, Georgie rememoraba en la soledad de su camarote la noche anterior. Bailar con James había sido una experiencia alucinante, ya que todo el tiempo el vizconde le sostuvo la mirada y le dedicó una sonrisa, mientras le tomaba por el talle. Georgie se había quedado sin aliento y pocas veces en su vida había experimentado una emoción de esa clase. Lamentaba en cambio que no hubiesen podido hablar más… En cierta forma, la conversación que sostuvieron en la terraza de recreo se vio interrumpida por Gregory, y aquella frase dicha: “Y dudo, Georgie, que otra mujer pueda conmoverme como tú” no había podido olvidarla.

Georgie se levantó de un salto, dispuesta a alejarla de su mente, no muy segura de qué hacer con esos sentimientos en sus actuales circunstancias. Ella misma se vistió y salió a desayunar. James la había despedido ayer con una promesa: pasaría a buscarla para mostrarle el barco. Los caballeros ya lo habían visto, por su misma dirección, y la duquesa en la mañana no pretendía ausentarse, pues esperaba la visita de Astor. Prudence era la única que podía acompañarle, pero pensaba declinar la invitación.

—Esta noche hay un concierto en un salón en el que no hemos estado… —comentó luego de leer la invitación que esa misma mañana habían dejado por debajo de la puerta—. Es en el salón Majestic.

Georgie se quedó pensativa y andaba de un lugar a otro de la estancia, ansiosa.

—Creo saber cuál es. Tampoco lo he visto, pero en Essex el vizconde lo describió con detalle. Tiene una impresionante cúpula de cristal, que permite ver el cielo nocturno. Debe ser precioso…

Un toque en la puerta, anunció la presencia de James, que asomó la cabeza cuando Prudence le mandó a pasar.

—Buenos días —dijo saludando a ambas damas—, he venido a cumplir mi promesa. ¿Están listas?

—Me temo que yo prefiero quedarme —contestó Prudence—, estoy algo cansada y la duquesa me pidió que la acompañara durante la visita de los Astor, que deben llegar en breve —añadió tras consultar la hora en un reloj de pared.

—Lamento mucho que se pierda el paseo —repuso James, aunque no lo lamentaba en lo absoluto—; sé que los señores Astor tenían mucho interés en conocer a lady Lucille. Me los presentaron ayer durante la cena y se animaron cuando escucharon hablar de ella.

—Los Astor se presentaron ellos mismos anoche —rio Prudence al recordar cómo llegaron a su mesa—, pero son muy agradables y están entusiasmados por ver la colección de la duquesa. Sin embargo, Georgie no está atada a ese compromiso, y tiene muchos deseos de conocer el barco del brazo de su ingeniero principal —insinuó—. Yo misma tengo interés en ese concierto de la noche. No hemos estado en el salón Majestic pero por lo que me ha adelantado Georgie de sus descripciones, debe ser impresionante.

—Es uno de mis espacios preferidos —afirmó él—. De cualquier manera, les recomiendo el concierto, será una noche memorable.

—¡Ya lo creo! —exclamó Prudence—. ¡Música bajo una cúpula de cristal!

James no se refería exactamente a ello, pero no dijo más. Su mirada se posó en Georgie, que hasta el momento no había vuelto a hablar.

—¿Nos vamos? —le dijo a la joven.

—Nos vamos —le confirmó ella con una sonrisa—. Hasta pronto, Prudence.

Sin pensarlo dos veces, la pareja abandonó el camarote y comenzaron a caminar por el pasillo, presos de una emoción que no podían expresar al encontrarse a solas.

—¿Me llevas al Majestic? —preguntó ella, para obligarse a hablar.

—Prefiero que lo veas esta noche. Es mucho más impresionante cuando se visita en ese horario. Unas luces tenues, y el cielo nocturno, terminarán de crear una atmósfera preciosa, junto a la música que será ejecutada.

—¿Qué van a interpretar? —le preguntó.

—Una obra clásica, no sé… —Él se encogió de hombros—. Nada tengo que ver con la programación de la orquesta del Imperator.

—Por supuesto, es de esperar.

James condujo a Georgie al gran comedor; la llenó de explicaciones acerca del diseño, ella le preguntó muchas otras, sonriéndole con verdadera alegría. Él se quedó absorto, mirándola por unos instantes, con una sensación en el pecho que no podía descubrir frente a ella, por temor a un nuevo rechazo.

Luego la llevó a la sala de lectura: un salón elegante lleno de alfombras y jarrones, con algunas estanterías y vidrieras desde las cuales se podía observar el mar. Era una hermosa mañana de septiembre, y el cielo estaba despejado.

—Esta vista es espléndida —susurró ella.

—Casi tan linda como la de anoche en la terraza… —respondió él, también con voz queda.

—Gregory nos interrumpió —señaló Georgie, volviéndose a mirar en sus ojos, con una cercanía enardecedora.

—Ojalá no lo hubiese hecho —le tomó la mano—. Echo de menos esos días en casa de la duquesa, cuando pasábamos horas en el piano a solas… En el Imperator, en cambio, apenas he podido dedicarte el tiempo que mereces.

—Ahora lo estás haciendo. En Essex, en cambio, existía un secreto que nos separaba…

Georgie se sorprendió al haber utilizado esa palabra. Si ya no existía el secreto, ¿significaba entonces que podían estar juntos?

—Agradezco verme libre de él —contestó con tacto, percatándose de que podía suponer un recuerdo doloroso para ella—. Ya no existe nada que se interponga entre nosotros.

Georgie bajó el mentón y James se lo levantó con delicadeza, para obligar a mirarlo a los ojos. La luz inundaba el salón a través de la vidriera de cristal. Por increíble que pudiese parecer, no había nadie más a su alrededor.

—¿Aún no te has recuperado? —indagó.

—Estoy un poco confundida —admitió—, las cosas han sucedido muy aprisa. Tenía la certeza de conocer a Brandon y de pensar que le amaba. Sé que le admiraba, le idolatraba, porque con la diferencia de edad crecí encandilada con su talento. Brandon me apoyó mucho cuando mamá murió y quizás ese acontecimiento del año pasado, terminó por unirnos más.

—Imagino eches mucho de menos a tu madre… —James quiso ser comprensivo.

—Así es, fueron muchos años viéndola perturbada, hasta que dejó de reconocernos. De cualquier manera, ese fue el golpe más duro que he enfrentado en la vida —la voz se le resquebrajó—, hasta ahora…

James la abrazó, y ella aceptó ese refugio tan íntimo, recordándole la noche en la terraza de la duquesa, cuando él también la consoló. Georgie se separó un poco de James después, para retomar la conversación, pues había algo que necesitaba decirle.

—Casi después del compromiso, comencé a albergar dudas sobre mi matrimonio —le confesó—. Me cuestioné el amor de Brandon por mí, y me percaté de que él no me conocía a plenitud. ¿Sabes que jamás descubrió que componía? Nunca prestaba atención cuando tocaba el piano, por eso me sorprendió sobremanera que en aquella ocasión recordaras lo que estaba interpretando el día que nos conocimos.

Aquello James no lo sabía, le dio el brazo y salieron al exterior. La brisa despeinaba el cabello de Georgie, pero ella sonrió al mirar el mar que se veía menos aterrador que en la penumbra de la víspera.

—Jamás hubiese imaginado eso —le respondió al fin—. Siempre creí que Brandon te conocería bien y que por eso lo querías.

—A veces pienso que tú ya me conoces mejor que él —repuso ella, con la vista perdida en el horizonte.

—Georgie —James la tomó del brazo y la hizo girarse hacia él, aunque con delicadeza—, sabes lo que siento por ti, no voy a repetir mi declaración hasta que no estés lista para corresponderla, pero mi silencio no significa que mis sentimientos hayan variado desde aquella noche en Essex cuando te abrí mi corazón.

Las mejillas de Georgie ardían, como si estuviera bajo el sol.

—Ayer me dijiste que me admirabas —le recordó—, y ahora dices que tu amor por Brandon nació de un sentimiento semejante, entonces me siento animado al pensar que puedas amarme también. A diferencia de él, yo sé muy bien a quien tengo delante. Yo te admiro a la par, Georgiana. Te admiro como la mujer talentosa y encantadora que eres, aunque ahora mismo no puedas comprenderlo. Espero que muy pronto adviertas que lo dicho por mí no son simples palabras vacías…

—James… —la voz le temblaba—, no sé qué responder. Yo reconozco que te quiero, pero es algo tan nuevo para mí que no quisiera alentarte sin tener la certeza de mis sentimientos. Pospuse mi compromiso, incluso sin saber la verdad, en parte por la turbación que me causaba tu presencia. Luego, cuando descubrí lo que me ocultaban sobre Brandon, sentí mucho dolor, pero también alivio… Me torturaba pensar que podía ser injusta al terminar mi compromiso con un hombre bueno por un comentario malintencionado. ¡No imaginas cuánto me inquietaba pensar que podía actuar con precipitación y sin motivo!

—Al fin sabes la verdad, Georgie.

—Lo sé —continuó ella—, y duele saberla, aunque como dije me ha brindado el sosiego que necesitaba, sobre todo para entender un poco lo que me sucedía desde nuestro verano en Essex.

James se acercó a ella y le acarició el rostro. Georgie se estremeció.

—Me has dado esperanzas —le dijo él.
Ella asintió.

—Solo necesito algo de tiempo y…

James le dio un beso en la frente, que la interrumpió. Él no se atrevía a besarle en los labios, en efecto todo era demasiado nuevo para ella, y no la presionaría en lo más mínimo. ¡Se sentía tan feliz por aquella conversación! Georgie podría amarle, él se encargaría de ello, ¿acaso no había admitido ya que le quería? Con el índice le recorrió la nariz y le sonrió para tranquilizarla, pues advertía que temblaba como una hoja.

—Vamos —le pidió—, aún nos queda mucho por ver todavía.

—¿Qué tienes en mente? —le preguntó Georgie.

—Primero te llevaré con los oficiales, quiero presentarte al Capitán Stewart, es un hombre de mucha experiencia y muy simpático. Después, si no lo juzgas inconveniente, pienso llevarte a la sala de máquinas y de las calderas. Sé que no es un lugar apropiado para una dama, pero como diseñador puedo tomarme esa licencia. 

—¡Me encantaría ir hasta allí! —exclamó alegre.

—Te advierto que tan solo estaremos un instante pues hay un calor insoportable, ¡imagina todo el carbón que se quema para mover al Imperator!

—Recuerdo aquellas explicaciones que me diste en Essex, en el despacho de lady Lucille, con los planos extendidos…

Los ojos a Georgie le brillaban al recordar aquel momento.

—Esa fue la primera vez que me sentí tentado a robarte un beso… —confesó él.

Ella se sonrojó, pero no dejó de sonreírle. Se acordaba de cada detalle y sabía que era cierto.

—También quiero llevarte a conocer segunda y tercera clase. Debes saber que no son tan magnificentes ni los espacios tan grandes y lujosos como los que has admirado hasta ahora, pero intuyo que eres la clase de mujer que no se escandalizaría por conocer personas sencillas.

—¡Por supuesto que no! —dijo con energía—. Sería muy bueno para mí.

—Pues no perdamos más tiempo. —James la condujo por la terraza de recreo—. Tenemos mucho por ver todavía antes de la hora de la comida, y recuerda que en la noche es el concierto. Pasaré por ti.

—James… —Ella le detuvo un instante—. Hay otro sitio que me gustaría mucho visitar…

—¿Cuál? ¡El gimnasio y el salón de fumadores son para caballeros! Bastante me expongo ya a la censura de tus hermanos por bajarte a las calderas y hacer enrojecer tus mejillas.

—¡No es eso! —le aseguró—. Quiero ir a la perrera del Imperator, donde están los cachorros. Echo tanto de menos a Snow, que a veces pienso que debí haberlo traído conmigo…

James se rio de aquella petición tan infantil y tierna, que evidenciaba el buen corazón de Georgie y se llevó la mano de la joven a los labios.

—Por supuesto, Georgie mía, te llevaré con gusto.

Visitaron la proa del barco, que cortaba con su quilla y a gran velocidad, las profundas aguas del Atlántico; también fueron a la popa y de allí bajaron a tercera clase que, aunque más modesta, estaba llena de personas agradables que se le quedaban mirando con curiosidad. Muchos de ellos eran emigrantes, que querían probar fortuna en América. James, con simpatía, hablaba con unos y otros, y se presentaba él mismo, respondiendo a las preguntas que le hacían: tanto los niños, como las personas mayores y los jóvenes que buscaban un futuro mejor. El vizconde les prestaba la atención debida, como si se trataran de un Astor o un duque, mostrando que para él no existían verdaderas diferencias entre los pasajeros.

—El dinero les clasifica —le dijo después— y eso es algo que no puedo evitar, pero para mí todas las personas tienen el mismo valor. Las dependencias de tercera clase no son tan espléndidas como las de primera, pero me he encargado de que cuenten con lo necesario. Es muy revitalizante para mí encontrarme con todas estas personas.

—Tienes un buen corazón —le contestó ella—, eso salta a la vista.

—Gracias. En mis primeros años en el astillero conocí a muchas personas sencillas y aprendí de ellas como no te imaginas. Estar allí me permitió conocer la importancia del trabajo, y hacer dinero a partir de mi esfuerzo, no por herencia o por poseer un título. Luego, en el departamento de diseño, me sentí realizado, pero jamás olvidé a los amigos que hice en los puestos más bajos.

—¿Cómo empezaste en el astillero?

Los jóvenes se sentaron en un banco a disfrutar de la vista del mar. James aguardó unos minutos para contestar.

—Mis padres me dieron una excelente educación, pero el dinero de la familia se fue agotando por malas inversiones de mi padre, así que siempre supe que cuando me graduara debía labrarme un futuro y debía trabajar. No fue un sacrificio para mí, pues tampoco deseaba ser una persona ociosa. ¡Quería construir barcos, y eso no se puede hacer desde la comodidad de un diván!

—En una ocasión me confesaste que entre tu padre y tú existían ciertas diferencias, pero al parecer las han resuelto —apuntó ella.

Él asintió.

—Mi padre es un buen hombre, aunque en ocasiones no haya tomado las mejores decisiones. El dinero de la familia ha sido una de ellas, pero me encargué de restaurar en pocos años la fortuna familiar.

—¿Fue difícil? —Ella le escuchaba con interés.

—Tuve suerte —respondió—. Invertí en el astillero gracias a que mi cuñado austríaco, Franz, me prestó una buena suma. He ganado bastante con mi trabajo y he ido devolviéndole cada centavo. A pesar de estar en la familia, no me gusta depender de nadie. Además, Franz es un hombre muy reservado y aunque me tendió la mano en el momento en el que más lo necesitaba, sé que no debo abusar de su confianza.

—Tu historia es fascinante —comentó Georgiana—, debes estar muy orgulloso de ti mismo. Este momento que vives en tu primer barco es un sueño para ti.

—Lo es —le contestó él, mirándole a los ojos—, tanto como tenerte a mi lado.
Georgie le tomó la mano, y volvió a sentirla un poco áspera, pero no le importó.

—Recuerdo muy bien aquella primera noche en Essex, cuando me colocaste en mi sitio, haciéndome ver el artista que había en ti, desde los primeros momentos en la carpintería hasta después en el departamento de diseño. Al estar aquí comprendo bien todo lo que me dijiste en esa ocasión.

Él se rio, aunque le complacía que le hubiese tomado la mano con cariño.

—Me exasperaste en nuestros primeros encuentros —le confesó—. Creí que eras superflua, pero luego comprendí que eras bondadosa y cercana, muy parecida a mí.

—No tengo ni la mitad de tus méritos, James. —Ella le quitó un mechón rubio de la frente, que le molestaba en los ojos—. Eres mucho mejor que yo.

Él negó con la cabeza, cada vez más seducido por aquel momento de intimidad que compartían. ¡La amaba tanto!

—Te admiré por tu trabajo en el coro de la parroquia, rodeada de niños que te idolatran y quieren. Luego por tus composiciones y la dulzura que albergas en ti. Eres muy talentosa, Georgie, pero todavía muchas personas lo ignoran.

Ella le dio un beso rápido en la mejilla, que le hizo ruborizar.

—Vamos a la perrera —le instó.

Él no se hizo de rogar y la complació. Después, durante la comida, Georgie rio al relatar cómo un pastor estuvo a punto de morder a James. El aludido se sonrojó también, y soltó par de carcajadas, aunque más que diversión estaba agradecido de ver a Georgie tan alegre, tan ella misma…

La joven había llegado algo tarde para comer, pero estaba tan feliz acompañada de James, que nadie en la mesa osó reñirle por su tardanza. Ella, que solía ser callada y tímida, no tuvo reparos para narrarles a sus hermanos lo que había visto en su recorrido por el Imperator.

Sus hermanos escucharon sorprendidos las anécdotas de la sala de calderas y lo impresionada que estaba con aquellos hombres que trabajaban con ahínco a pesar de las altas temperaturas, ¡le había parecido demasiado duro!; también narró de sus experiencias en el puente de mando, donde conoció al Capitán Stewart y a los primeros oficiales, que le saludaron con respeto; el timonel le había permitido poner las manos sobre el timón del barco por unos minutos. Georgie por supuesto no hizo ninguna maniobra, ¡pero se había sentido tan importante y nerviosa ante la posibilidad de dominar el rumbo de un monstruo de acero!

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En la noche, la muchacha estuvo lista a la hora acordada, enfundada en un bello vestido verde aceituna, que realzaba sus ojos y su figura en el talle ceñido; el escote palabra de honor dejaba al descubierto una parte de sus blanquísimos hombros, y el cabello, en un semirrecogido, despejaba su rostro que atraía por su belleza y lozanía.

Prudence, a su lado, sonreía satisfecha; no había querido ser impertinente como en otras tantas ocasiones, sino que se limitaba a observar en silencio a Georgie, que estaba espléndida. La joven despertó de sus cavilaciones sobre la excursión de esa mañana. Su hermana le hizo notar que estaba alegre, entusiasta, hablaba más que antes y ya no estaba tan pálida y marchita. La aludida sabía que era cierto, pero no quiso admitir que parte de aquella lozanía era a consecuencia del vizconde. Prudence esperaba que cuando llegaran a Nueva York, los sentimientos de Georgie por él hubiesen llegado a un punto que ya no permitiese retorno.

La duquesa conversaba con Georgie sobre el barco, cuando tocaron a la puerta del salón común que compartían. Fue Johannes quien abrió, y se encontró con James quien vestía de impecable etiqueta. Georgie le encontró más guapo que nunca, aunque no fuese capaz de decírselo.

—Llega puntual como siempre —le dijo la duquesa, que ya lo estimaba bastante—. Solo le reprocho que no me reserve usted su brazo para ir al salón Majestic esta noche. ¡Irrumpir acompañada por el ingeniero del Imperator causaría revuelos entre los presentes!

Georgie se ruborizó al escuchar esto. En la duquesa tenía a una gran competidora, pero no pudo más que sonreír.

—No me diga eso, excelencia —repuso él mientras le besaba la mano—, mi brazo siempre estará disponible para usted. A mí es a quien honraría mucho hacer patente la amistad que nos une.

—¡No podría hacerlo, querido! —replicó la dama—. No soy yo quien le espera esta noche…

—Yo me brindo para acompañarla —dijo Johannes amable mirando a lady Lucille—. No sé dónde estará Gregory, pero será un placer para mí. Un brazo para usted y otro para mi querida Prudence.

—A Gregory lo he visto en el salón, precisamente. Antes de venir a buscarles me llegué para supervisar que todo estuviera listo, y lo cierto es que ya varios pasajeros han ocupado sus puestos. Me temo que Gregory ha tomado asiento junto a la señora Astor…

Prudence entornó los ojos, disgustada. ¡Si no se controlaba, podía causar un gran problema! ¿Acaso ya se había olvidado de la señorita Preston?

—Pensé que su capricho habría cesado ya, después de ganar la apuesta sacándole a bailar anoche.

Las damas no expresaron nada más, conocían muy bien a Gregory y tampoco era un tema del que les agradara comentar. Georgie se acercó a James con una sonrisa, y él le susurró al oído lo hermosa que estaba. Luego salieron hacia el pasillo en dirección al salón, seguidos por Johannes, Prudence y la duquesa. La señorita Norris estaba algo indispuesta, así que decidió permanecer descansando en su camarote.

El Majestic era un enorme salón, coronado por una cúpula de cristal que permitía ver el cielo nocturno. James había hecho bien llevando a Georgie a esa hora, porque resultaba mucho más hermoso que en la mañana. Las luces indirectas creaban una atmósfera íntima y cercana. Como todas las estancias de la primera clase, las paredes estaban recubiertas por paneles de madera oscura, lustrosa que realzaban la elegancia y armonizaban con la amplia alfombra de color verde y dorado, que tapizaba todo el suelo; unas sillas de igual tonalidad, se encontraban dispuestas en herradura, en torno al amplio estrado, dándole un aire de sala de concierto.

El salón estaba bastante concurrido ya; la orquesta estaba en su puesto tocando una pieza para amenizar la espera; las damas y los caballeros ocupaban sus asientos y otros se destinaban a conversar. En efecto, Gregory era de los que disfrutaba de una amena charla, acompañado por Ava Astor. Su esposo no se encontraba allí, por lo que la dama se notaba más relajada y correspondía a los elogios de Gregory quien, con maestría, se dedicaba a seducirla. Ava no sucumbiría a ellos, y él lo imaginaba, pero aquel era su estado natural y, teniendo a una mujer joven y bonita con la cual entretenerse, daba rienda suelta a sus más profundos deseos. Con Nathalie se había privado de sus frecuentes conquistas, pero en el Imperator se hallaba liberado.

Cuando Astor llegó, acompañado de Burns y del Capitán Stewart, se sorprendió al encontrarse a su mujer con el joven Hay; se saludaron con cordialidad, pero Gregory atinó a ir a reunirse de inmediato con su familia.

Para sorpresa y alarma de Georgie, James les hizo ocupar los asientos de primera fila, que les tenían reservados junto a las personas más influyentes del barco. Nunca creyó que merecieran tanta deferencia. Con la llegada de Burns, el Capitán y la alta oficialidad del Imperator, el resto de los pasajeros de primera clase ocuparon sus asientos, sabiendo que el concierto, que antecedería a la cena, no demoraría en comenzar.

La orquesta estaba compuesta por ocho músicos: un pianista, cuatro violinistas, dos chelistas y un bajo. Antes de comenzar, el que fungía como director –un hombre espigado de mediana edad–, dio las buenas noches y anunció con voz grave y cierto misterio que la pieza que a continuación iban a interpretar, estaba dedicada especialmente al Imperator. No mencionó el nombre a propósito, pero el corazón de Georgie le dio un vuelco no más escucharle y miró a James, con inquietud. Él le tranquilizó con una sonrisa de complicidad, pero no la sacó de su duda, simplemente le tendió la mano y estrechó la helada palma de Georgie. Con los primeros acordes, ella confirmó que se trataba, en efecto, del Emperador del Mar, su composición…

La joven miró discretamente a James una vez más, quien todavía le sostenía la mano. Su expresión era una mezcla de agradecimiento, dicha y perplejidad.

—¡Pero qué has hecho! —susurró.

—Darle a tu obra el lugar que merece —le contestó en voz baja también—, y a ti el valor que te corresponde.

Georgie no podía hablar, tenía un nudo en la garganta. Nadie más de la familia intuía que aquella obra que ejecutaban era suya. Prudence no la conocía, Gregory no estaba al tanto tampoco y a la duquesa, si bien le pareció haberla escuchado en algún momento, desechó aquella idea por descabellada.

El primer ritmo melódico del concierto inundó la estancia con su suave cadencia, con aquellas notas que llevaban a la nostalgia y a la evocación; luego, el ímpetu del segundo movimiento, in crescendo, cautivó con su agilidad y fuerza, como aquellas olas bravas que Georgie había imaginado cuando lo componía o cuando pensaba en James y lo tocaba en su piano. Unos minutos después, la melodía retomó los causes emotivos de la primera parte, con la dulzura y sentimiento que inspiraban sus notas… La pieza concluía con un sencillo acorde en el piano, que trasmitía una sensación desoladora y apabullante.

La concurrencia se levantó a aplaudir, complacida, y Georgie se incorporó a duras penas de su asiento, a aplaudir también, mientras dos lágrimas surcaban sus mejillas. ¡Qué hermoso se escuchaba su concierto fuera de los márgenes del hogar, interpretado por una orquesta! ¡Qué emoción experimentaba al escuchar su composición en medio del océano!

El señor Burns, que se hallaba en primera fila, le hizo un gesto a James y él, sin pensarlo dos veces, subió al escenario. Los aplausos se detuvieron y Georgie lo observó más temerosa aún por lo que fuera a decir.

—Buenas noches —comenzó él con una sonrisa—. Es un honor para mí hablar de la obra que recién han escuchado. Este verano, una persona a la que aprecio sobremanera, me sorprendió obsequiándome la partitura de un concierto que llevaba por título: Emperador del Mar. De inmediato me conmoví por tamaña ofrenda, no solo porque la pieza, que ya había escuchado tocada por su autora, fuese perfecta para un barco como el nuestro, sino porque es la primera vez que un navío nace al mundo comercial con el bautizo de una composición como esta. Tengo el privilegio de presentarles a la compositora de esta obra, la señorita Georgiana Hay.

Prudence, Gregory y el resto de la familia la miraron con asombro. Sabían de sus incursiones en la composición, pero nunca prestaron verdadero interés ni imaginaron que el talento de Georgie fuese tan grande. Aquello era algo que tomaban como una afición simple y de poca importancia, sin sospechar que una obra suya pudiese llegar tan alto. ¡Al escuchar la pieza tocada por la orquesta habían quedado tan impresionados!

Georgie temblaba, de la emoción que experimentaba. Miró a James, con los ojos todavía llenos de lágrimas, y él hizo un ademán, para que pasara al frente, en mitad de los aplausos que no cesaban. Ella no podía moverse, le flaqueaban las piernas y temía hacer el ridículo, pero fue Burns quien acudió a su lado, le dio el brazo y la llevó al proscenio donde recibió una ovación. Una doncella llevó un hermoso ramo de gardenias que el propio Burns le entregó a la joven a nombre de la compañía que dirigía. ¡Era tan pesado que apenas ella podía sostenerle!

Los aplausos cesaron un momento, al advertir que George Burns tenía algo que decir. El caballero se aclaró la garganta y expresó:

—La Cunard Line le está muy agradecida a la señorita Hay y la felicita por su iniciativa y por su talento —dijo voltéandose hacia ella—. En cuanto conocimos de su concierto, pensamos de inmediato en estrenarlo en el viaje inaugural. Confiamos en que Emperador del Mar sea todo un éxito, y por tal motivo, mi compañía se compromete a reproducirla y a divulgarla a nuestro regreso, si usted está de acuerdo, por su puesto.

La joven asintió, incapaz de creer lo que estaba sucediendo.

—El Emperador del Mar será entonces un himno para el Imperator y para la Cunard Line, la que me honro en presidir —prosiguió Burns—. Será señal del progreso indetenible, de la esperanza y el sueño que se cifran en cada una de nuestras naves. ¡Muchas gracias!

Otros aplausos cerraron el discurso de Burns, y Georgie bajó del brazo de James, incapaz de decir nada, aunque en su mirada parecía transmitirle tanto o más que con sus palabras inexistentes.

Prudence, Gregory, la duquesa y hasta Johannes, acapararon su atención de inmediato. Su hermana la abrazó, no podía sentirse más orgullosa de ella, era como si viese a una nueva Georgie, brillante, ejemplar, talentosa, una Georgie que le había sorprendido más de lo que hubiese podido imaginar.

—¡Ha sido emocionante! —le dijo al oído luego de darle un beso—. ¡Tú música es hermosa!

La joven asintió y le agradeció por sus palabras, a la par que intentaba ubicar a James con la mirada… Su conmoción no se debía solamente a la satisfacción de artista que le embargaba sino por lo que había descubierto esa noche respecto a él.

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