Capítulo 2
Londres, agosto de 1896.
James no podía creer que se tratase de su propio padre, el caballero que, sin el más mínimo de los escrúpulos, le extorsionaba para sacarle dinero. No le había bastado al Conde de Rockingham con mantener un matrimonio de apariencias y abandonar a su familia para dedicarse a las actividades más reprochables; ahora, además, estaba quebrado y necesitaba de la ayuda de su hijo mayor. James, a pesar del resentimiento que albergaba, lo habría ayudado esta vez, de no ser porque el conde se afanaba en mostrar su bajeza, chantajeándole con un tema delicado que podría suponer la cárcel para su hermano. ¿Iba a permitir entonces que su padre se saliera con la suya? ¿Era la artimaña del conde tan poderosa? Muy a su pesar, el joven reconoció que podría serlo.
James permaneció observando a su padre por unos segundos en silencio: estaba más viejo. Los ocho años que llevaba fuera de casa le hacían aparentar más edad de la que en realidad tenía. Había sido un hombre apuesto y su hijo advirtió que se le parecía mucho, al menos a la imagen de los retratos de treinta años atrás, cuando se había casado con su madre. El matrimonio, feliz al comienzo, tuvo tres hijos: James, el pilar de su familia, Valerie, una dama encantadora y Thomas, el hermano más pequeño al que su padre tildaba de débil y a costa del cual pretendía extorsionar a James.
La sociedad de Londres había cerrado los ojos al hecho de que lord Wentworth, Conde de Rockingham, hubiese abandonado a su familia y adquirido una casa en Wessex donde vivía con su amante. Para todos, el matrimonio de los Wentworth era muy civilizado. La madre de James jamás osaba quejarse de su marido, y su esposo se esforzaba en cuidar en público su imagen. Para la boda de Valerie, habían hecho gala de buena educación, acudiendo juntos a la iglesia, como correspondía. Su hija había hecho un excelente matrimonio casándose con Franz von Reininghaus, un connotado mariscal de campo del imperio austrohúngaro. Desde entonces, vivía en Viena, dejando atrás la estela de discordia que rondaba a su familia, por muy discretos que intentaran serlo.
El conde se hallaba con una expresión contenida de disgusto, en el despacho de su antigua casa de Londres. Debía reconocer que su hijo mayor tenía carácter. No había resultado ser un completo inútil como el más joven y había labrado una fortuna propia en uno de los astilleros de Escocia.
—Creo que no me has entendido —le dijo su padre con una sonrisa, luego de dejar sobre la mesa la copa que él mismo se había servido—. No tengo problema alguno en hacer una simple denuncia. —La voz era amenazante—. ¿Acaso has olvidado al Marqués de Queensberry el año pasado?
Se refería al connotado juicio entre el marqués y el señor Oscar Wilde, el famoso dramaturgo, donde este último acusaba al primero de difamación tras haberle llamado sodomita en una nota escrita. La rígida moralidad de la época se oponía a cualquier acto que se apartase de lo recomendable. Fue así que, tras este primer juicio, le siguieron dos más y Wilde fue condenado por sus preferencias sexuales a dos años de trabajos forzados. Un año después de la sentencia, se seguía recordando el hecho que no había dejado de ser polémico.
James estaba airado ante la insinuación de su padre, por lo que fue incapaz de responderle de inmediato. Finalmente se aclaró la garganta y le replicó:
—¿No le preocupa que ese descrédito pueda pesar también sobre sus espaldas? Bastante mancillada está su imagen ya para que a ello sume una nueva razón para avergonzarse.
Lord Wentworth se rio.
—Estoy acostumbrado a convivir con las habladurías —afirmó—. Si así no fuera, no me hubiese marchado de esta casa. A pesar de ello, mi conducta no suscita demasiado desprecio: vivimos en un mundo de marcada hipocresía y yo no he osado divorciarme de mi querida esposa. En cuanto a ustedes, no creo que sean capaces de tolerar el disgusto de ver a Thomas en la cárcel.
Eso era cierto. Pero James no estaba preparado para ceder. Sabía que, si lo hacía, jamás se saciaría la codicia de su padre y acudiría con regularidad a pedirle dinero. Thomas le había asegurado que no tenían nada que temer puesto que su padre no poseía nada contundente en su contra.
—Lo siento —contestó James, aunque su expresión demostraba que su molestia no se había aplacado—. No le daré ni un penique, puede hacer lo que estime conveniente, pero de mí no obtendrá dinero alguno. Si al menos hubiese acudido a esta casa pidiéndome ayuda desinteresadamente, yo jamás se la hubiese negado. Es mi padre, a pesar de todo. Sin embargo, un hombre que olvida los lazos fraternos que lo unen a sus hijos y el deber de protección que le debía ser sagrado, no es un padre para mí. Jamás claudicaré ante su amenaza, pues no posee nada que pueda dañarnos.
El conde estaba muy exasperado. No se esperaba ese discurso.
—Tengo pruebas de lo que he dicho. Respecto a tus recriminaciones, debo recordarte que siempre fui un buen padre —se excusó—. Les di una excelente educación. No pretendas ocultar detrás de tus palabras, el hecho cierto de que Thomas le ha fallado a la familia. Su conducta puede enlodar nuestro nombre más que la mía, te lo aseguro.
—Si así lo cree —respondió James—, no debería intentar chantajearme con algo así. De cualquier forma, mi respuesta sigue siendo la misma. Cuando salió de esta casa hace muchos años, lo hizo con la certeza de poder mantenerse en su nueva situación. No soy responsable del mal manejo de sus finanzas en todo este tiempo.
Lord Wentworth sabía que las palabras de su hijo eran ciertas. James había hablado de una forma bastante aguda, hiriéndole en su propio orgullo. Había perdido su dinero en todos estos años. En su casa tenía a su mujer, menos dispuesta a complacerlo, ahora que era un viejo arruinado. Había jugado mal sus cartas, y no hallaba una solución adecuada a su problema.
—¿Y Valerie? —preguntó—. Sé que ha venido y ni siquiera la he visto. Ella podría darme algún dinero, su esposo tiene una posición muy favorable en el Imperio.
—¿Acaso piensa chantajearme también, papá? —interrumpió la melodiosa voz de Valerie quien, sin escrúpulos, había escuchado parte de la conversación—. Lo siento —se disculpó con James—. No pude evitar acercarme cuando me pareció advertir que se trataba de nuestro padre. Es una sorpresa verle después de tanto tiempo.
Era una mujer muy hermosa. Había conquistado a su esposo Franz, cuando se conocieron en Dresde unos años atrás. Él le había dado la oportunidad de abandonar Inglaterra, algo que ella deseaba, luego de la difícil situación creada entre sus padres. Al mariscal poco le importaba eso, Valerie era la esposa que deseaba a su lado y vivirían en Viena.
—Me alegra verte —le dijo su padre tendiéndole una mano.
Ella no la aceptó, pero en cambio le dio un beso en la cabeza.
—No pretendo darle dinero a cambio de un chantaje contra Thomas —señaló con firmeza—. Concuerdo con mi hermano en ese punto. Es muy desfachatado de su parte presentarse con ese propósito.
El conde estaba harto de que le sermonearan por sus intenciones. No iba a permitir que sus hijos le dieran una lección, por mucho que se lo mereciera.
—Muy bien —dijo levantándose—. Si esa es vuestra última palabra, no pienso mendigar ni un penique más de ustedes. James puede guardarse el dinero de su astillero y tú el de tu mariscal austriaco. Eso sí —advirtió—, no se queden consternados cuando Thomas deba presentarse en el juzgado de Old Bailey y termine en prisión... No me recriminen por ello, será resultado de vuestra propia mezquindad.
Lord Wentworth se marchó sin añadir nada más, pero tanto James como Valerie se quedaron pensativos. Amaban a Thomas y no pretendían que su negativa se revirtiera en algo que pudiese perjudicarle. Tenían el suficiente dinero para callar la boca de su padre, en cambio, habían preferido castigarle.
—¿Habremos hecho bien? —le preguntó Valerie a James, desplomándose en la silla que había utilizado su padre—. ¿Crees que se atrevería a tanto?
—No lo sé —contestó el aludido—, pero he tenido una conversación bastante seria con Thomas en la víspera. Me ha asegurado que las suposiciones de papá son descabelladas y que no existe nada que pueda esgrimir en su contra.
—¿Entonces Tommy está al tanto? —Estaba estupefacta—. ¿Te has atrevido a hablarle de este asunto tan delicado?
James se encogió de hombros. Era un caballero alto y corpulento, de pelo rizado de color rubio y unos hermosos ojos grises.
—No ha sido fácil, pero no he tenido más remedio que acometer esa empresa. Papá me contactó hace unos días con la misma amenaza y si hay algo de verdad en ello, Tommy debía decírmelo. Por el contrario, si no existe indicio alguno que lleve a nuestro padre a un chantaje tan desesperado y absurdo, no permitiré que cumpla con su objetivo, por más dinero que pueda ofrecerle. La conversación con Tommy fue difícil, pero me ha tranquilizado al decirme que lo dicho por papá es una completa falsedad.
—Ambos sabemos que su chantaje no es tan descabellado —se atrevió a insinuar Valerie—. Incluso yo, que llevó años viviendo en el continente, desconfié de algunos elementos que se me han dicho por carta. A la propia mamá la noto más nerviosa desde el año pasado y ambos sabemos que el precedente de la primavera anterior en el juzgado de Old Bailey no es para desestimar.
Le dolía expresarse de esa manera, pero era sincera. Nadie mejor que su hermano para escucharla. Entre ambos existía una relación bastante estrecha y James la adoraba.
—Has dicho algo bastante arriesgado —le comentó sin reprocharle en lo más mínimo.
—Sabes que es cierto, por más que te cueste admitirlo —insistió ella—. Aunque Tommy asegure que no, siempre quedará entre nosotros el margen a una duda razonable; la misma de la que se vale nuestro padre para extorsionarnos. ¿Será suficiente para sostener una acusación o dictar una sentencia condenatoria?
—¡No hay basamento alguno! —prorrumpió James, empezándose a cansar del tema—. Tommy ha dicho que es un delirio de papá.
—No solo papá se ha atrevido a insinuarlo —replicó su hermana—, me temo que el asunto se ha comentado en algún círculo. Es por ello que mamá está tan agitada, lo he notado en su correspondencia y luego de la enfermedad de Thomas me decidí a venir. No soporto estar en Londres, mucho menos en el verano, pero tengo el propósito de llevar a mamá y a Tommy conmigo a Viena por una temporada.
James suspiró. Sabía de la intención de su hermana y la apoyaba. Era una buena idea, lo cual permitiría alejar a Tommy de Londres.
—¿Ya se los has dicho?
Valerie asintió.
—Mamá está conforme, es más, casi me lo ha implorado... Franz no es muy familiar pero no tiene inconveniente alguno en que los lleve a casa. En cuanto a Thomas, lamento decirte que no se ha tomado muy bien la noticia. Hasta el momento no lo he convencido, pero trataré de hacerlo, por nuestra tranquilidad.
James así lo creía también. Era más que recomendable llevarse a Tommy. Habían demorado en hacerlo, creyendo que se apartaría espontáneamente de las compañías que pudieran perjudicarle, pero no había sido así. La amenaza de su padre les recordaba que el peligro continuaba presente.
—¿Dónde está Tommy? ¿Y mamá? Por un momento he temido que pudieran toparse con nuestro padre. Sé que ella no le perdonaría verlo en estas circunstancias.
—Mamá se ha recostado y Tommy está en su estudio, pintando...
Era un artista nato. Había heredado una habilidad impresionante, dibujaba muy bien y pintaba hermosos cuadros, pero jamás se había atrevido a exponer. Frecuentaba a varios artistas mayores que él, que fungían como mentores del prometedor joven, pero hasta entonces, sus pinturas no habían sido apreciadas por el gran público.
—Pintando... —repitió James en silencio—. ¡Qué facilidad tiene para abstraerse del mundo! A veces quisiera tener esa misma habilidad para huir de los problemas.
—Es un niño todavía...
James negó con la cabeza.
—¿Un niño? —dijo incrédulo, con una carcajada llena de dramatismo—. Parece un niño por su figura y su rostro imberbe, pero ya es un hombre, y comienzan a perseguirle problemas de adultos. No sé si por nuestra posición de hermanos mayores, seamos capaces de aconsejarle de la mejor forma.
—No tenemos por qué temer. Me has dicho que ese otro pintor amigo suyo va a casarse muy pronto —le recordó su hermana—. El compromiso ya está anunciado y esa es la mejor razón para que nuestro querido Tommy decida aceptar mi ofrecimiento de marchar a Viena.
James quedó pensativo y su hermana le sostuvo la mirada.
🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊
El Conde de Rockingham después del infructífero encuentro con sus hijos, no pensaba regresar a su hogar sin un penique. Sabía muy bien cómo obtener el dinero que estaba buscando. Ya fuese por una vía o por la otra, su situación financiera mejoraría en corto tiempo. No se enorgullecía de ser un chantajista, pero no le quedaba otro remedio. Se decía a sí mismo que le estaba haciendo un bien a la sociedad, puesto que su hijo estaba necesitado de un escarmiento y él, como buen padre, iba a proporcionárselo.
Lord Wentworth se dirigió hacia el barrio de Mayfair. No le fue difícil hallar la casa del caballero que buscaba, aunque para su desgracia, no se encontraba allí. Le pidieron dejar su tarjeta, pero se rehusó. No pretendía poner al corriente al propietario de quién le estaba procurando. Fue así que decidió volver a su coche y aguardar pacientemente en la calle, a que el morador llegara. No era una tarea fácil, pero una botella de licor que llevaba consigo le hizo la espera más agradable.
Dos horas después, casi al anochecer, un carruaje se detuvo frente a la residencia y un hombre alto y delgado, se apeó del mismo. Por las características físicas y el coche, el conde supuso que se trataba del señor Brandon Percy, el caballero que precisaba ver. Cerró la botella de licor, no sin antes derramar algunas gotas ambarinas sobre su chaleco. Estaba un tanto embriagado, lo cual le facilitaría la conversación que deseaba sostener con él.
Se apresuró a bajar de su vehículo y logró alcanzar al señor Percy, justo antes de que este atravesara el jardín de su hogar. El joven se sobresaltó al ver la figura que lo interceptaba. Vestía bien, pero el olor a licor le hizo sospechar que era un infortunado pidiendo alguna clase de favor. Al menos en eso tenía razón.
—¿Qué desea? —le preguntó incómodo ante la cercanía del desconocido—. Está invadiendo mi propiedad.
—Lo lamento mucho, señor Percy, pero necesito hablar con usted —le dijo humilde, para lograr su propósito.
Percy se relajó un poco al ver que conocía su nombre. No había sido un encuentro fortuito, según parecía.
—¿Puedo ayudarle en algo? ¿Quién es usted?
El conde suspiró.
—Llevo un par de horas aguardándolo, señor. Es un asunto bastante delicado, si me hace pasar, de inmediato le explicaré de qué se trata.
—No suelo recibir a desconocidos. Si no me dice su nombre, me temo que tendré que pedirle que se marche.
El conde comprendió que no tenía más remedio que revelarle su identidad, algo que no deseaba hacer en una fase tan temprana de la conversación, por más que fuese lo correcto.
—Muy bien —cedió—. Soy lord Wentworth, señor Percy. ¿Puede ahora permitirme entrar a su casa?
Si no hubiese sido casi de noche, el conde hubiese advertido la expresión en el rostro de Brandon. Se había quedado lívido. No conocía al conde, pero sabía de quién se trataba.
—Lo siento mucho, excelencia —contestó—, pero no tengo nada que hablar con usted.
El conde se esperaba esa reticencia. La negativa evidenciaba que estaba en el camino correcto.
—¿Va a rehusar una conversación con un caballero? —le espetó.
—Lo lamento. Se ha presentado a una hora inadecuada y no acostumbro a recibir visitas.
—¿Puede decirme cuándo podría recibirme? —insistió.
—No pienso recibirle —le advirtió Percy—, ni ahora ni en otro momento.
Lord Wentworth comenzó a reír.
—¡Está siendo muy tonto, señor Percy! ¿No sé percata de que su postura solo alimenta mi desconfianza o mi certeza acerca de la clase de persona que es usted? Si al menos me recibiera, sé que podríamos entendernos. A pesar de mi título, presento varios reveses de fortuna...
"Así que eso quería", pensó Percy para sus adentros. El conde necesitaba dinero, pero él no iba a dárselo. Caer en su juego equivaldría a aceptar que lo tenía en sus manos.
—Si es amigo de mi familia —continuó el conde—, no tendrá a menos brindarme su ayuda...
Percy estaba más que violento, pero supo contenerse. ¿Cómo alguien osaba chantajearlo en el jardín de su casa con tanta desfachatez? ¡Aquello era inaudito!
—No tengo obligación de ayudarlo, lord Wentworth. En cuanto a su familia, no la conozco. Creo recordar que es el padre de un caballero que me presentaron en una ocasión en el Albermale Club, un pintor que apenas conozco.
El conde volvió a reír.
—No me mienta, sé muy bien que Thomas y usted son muy amigos. Por otra parte, no soy el primer padre que se preocupa por las amistades inadecuadas de su hijo, señor Percy. Ni el primer artista que es juzgado en Old Bailey.
Percy sabía a qué se refería, pero no quiso mostrarse amedrentado.
—Está perdiendo su tiempo, excelencia.
Dicho esto, le dio la espalda y caminó hacia el interior de su hogar aparentando tranquilidad. Estaba incómodo, no sabía si asustado, pero lo cierto era que la conversación no había sido agradable. Desde que escuchó el nombre del caballero supo que se trataba del padre de Thomas Wentworth. ¡Qué insolencia la del conde! ¿No le bastaba que su propio nombre estuviera en entredicho ya para intentar, además, manchar el de su hijo?
Lord Wentworth regresó a su coche muy irritado. Las cosas no le habían salido como deseaba, pero aún tenía par de ases bajo la manga. Si lograba hacer lo que se proponía, sus hijos y el señor Percy le darían el dinero que precisaba para mantener su boca callada. El coche se alejó en dirección de la casa de un viejo amigo. Su hijo, periodista del diario The Morning Post, seguro que prestaría atención a la historia que iría a narrarle. Por supuesto, se guardaría algunos detalles, los suficientes para garantizar que le pagaran por su silencio.
🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊
Pocos días después, el conde saboreaba una copa de brandy mientras leía un interesante artículo que había sido publicado. No podía dejar de sonreír, ahí estaba su venganza y a la vez, la advertencia para su familia, aunque el periódico no osaba mencionar a los Wentworth por ninguna parte.
James, en su hogar, tomaba un poco de té como todo desayuno y hojeaba el diario, cuando la impresión de la lectura de la nota le hizo derramar el líquido humeante sobre sus pantalones. Se levantó de un salto ante el calor que sentía en las piernas que en modo alguno podía compararse con la sangre que circulaba hirviente por sus venas.
Percy, por su parte, también había quedado de piedra al ver el diario. Una nota que lo elogiaba en un inicio, terminaba haciendo un par de insinuaciones que le podían perjudicar. ¡Jamás pensó que se vería tan atacado por la prensa! Ni siquiera cuando sus retratos eran osados, se había vertido un comentario de esa clase. ¿Qué pensarían sus amigos? De inmediato temió por lord Hay, su opinión era muy importante para él, y en sus manos estaba su futuro con Georgiana.
Lord Hay, el Conde de Errol, supo del artículo por su mejor amigo lord Holland, quien fue a visitarle a su casa en la mañana. Habían regresado a Londres pocos días atrás y aún no se marchaban para Essex. Anne descansaba un poco antes de emprender de nuevo el camino en coche hasta la casa de su abuela, y su esposo se ponía al tanto de sus negocios. Le sorprendió bastante que Henry llegara sin previo aviso a una hora tan temprana, pero entre ellos no existían demasiadas formalidades. Edward supuso que algo pasaba, por lo que dejó a su hermana y a Anne en el salón junto a su tía Julie y se encerró con su amigo en el despacho.
—Me has sorprendido viniendo a esta hora —le dijo—. ¿Sucede algo?
Henry se sentó, pero su ceño continuaba fruncido.
—¿Has leído los diarios? —le preguntó.
—Solo he ojeado The Times —confesó—. ¿Hay algo que desconozca? Para que hayas venido tan temprano es que debe tratarse de un asunto serio.
—Exacto —le contestó su amigo—. Esa es una buena manera de plantearlo: un asunto muy serio. Sin embargo, es algo que no sabría explicarte bien y, a riesgo de inducirte a algún error, prefiero que lo leas y juzgues por ti mismo.
—Me inquietas, Henry —añadió Edward—. ¿Qué debo leer?
—The Post, hay un artículo sobre Brandon que resulta —titubeó—, peculiar.
Edward echó mano del diario, que se hallaba sobre su escritorio. Buscó la página consabida y comenzó a leer. No esperaba que Henry lo hubiese importunado tan temprano por una banal crítica de arte. Si bien el artículo comenzaba de esa manera, pronto se percató de la gravedad que se atrevía a exponer:
"Sobre la obra del señor Percy, debemos destacar una pieza que resulta muy interesante y que se halla expuesta en el museo de la duquesa de Portland, próxima a subastarse. El artista ha titulado a la pintura en cuestión, Pasaje de Baco, pero fuentes cercanas al artista aluden que su verdadero título es El otro amor. Este sugerente título se debe al crucial poema Dos Amores, de lord Alfred Douglas, utilizado durante el juicio contra el señor Oscar Wilde la primavera pasada. De esta manera, el señor Percy rinde tributo a un amigo, luego de un juicio que no ha dejado de ser polémico. Si se compara el poema de lord Douglas con la pintura del señor Percy, hallaremos una gran similitud. La figura de pelo revuelto y flores, con uvas en las manos, que representa a Baco, es en realidad el Amor, descrito líricamente por Douglas. Para el rostro de esta figura, el señor Percy se inspiró en el de un pintor joven, muy amigo suyo, cuya identidad no revelaremos por el momento".
—¡Dios mío! —exclamó Edward y cerró el diario—. ¡Esto es muy grave!
—Yo también lo creo. No considero que la intencionalidad del artículo fuese hablar de la obra de Percy, algo a lo que estamos acostumbrados, sino asociar su nombre al de Oscar Wilde, lord Douglas y ese dichoso poema.
—Es cierto que Percy era muy amigo del señor Wilde. Por su sugerencia asistimos al estreno de la obra La importancia de llamarse Ernesto en el St. James Theatre, el año pasado. Eso no tiene nada de malo... —meditó Edward, tratando de restarle importancia al asunto.
—Pero el artículo introduce a otra persona: la figura retratada, el Baco que ahora describen como El otro amor. ¿Sabes la repercusión que tuvo ese poema de lord Douglas en el juicio de Wilde? ¿Sabes lo que significa que aseguren que la pintura de Percy se llama de esa manera?
Durante los juicios acontecidos el año pasado, Edward se hallaba en Ámsterdam, pero estuvo al tanto de lo sucedido. A Wilde se le había preguntado por el poema Dos Amores de lord Douglas, quien se afirmaba era su amante. La acusación se centró en una línea del poema que hablaba de un amor lleno de vergüenza, por lo que se le preguntó al respecto: "¿cuál es el amor que no se atreve a pronunciar su nombre?". Era un amor prohibido, pero el escritor había respondido de manera magistral, aludiendo a la amoralidad del arte. Empero, relacionar esta historia con Percy podía significar una acusación velada de sodomía.
—Sé a qué te refieres —le contestó a Henry—, pero no sé qué pensar. Tampoco puedo confiar ciegamente en un artículo que intente perjudicar a Percy. Es nuestro amigo...
Lord Holland suspiró.
—Sí —admitió—, es nuestro amigo y le respaldo, pero quisiera hacerte una pregunta sin que me la tomaras a mal.
—Puedes decirme cualquier cosa, lo sabes.
—¿Estás conforme con el compromiso de Georgiana y Percy? A pesar de ser tu amigo, ¿no hay nada que perturbe tu aparente conformismo con ese posible matrimonio? —le preguntó—. No puedes engañarme y sé que no estás feliz por ello, aunque lo aceptes.
Su mejor amigo, hombre al fin, sabía lo que estaba diciendo.
—Así es —asintió Edward—, y pienso que en mi posición tampoco estarías de acuerdo, aunque no existe nada que pueda objetar en contra de ese matrimonio.
—Hasta ahora, que un diario como The Morning Post se ha atrevido a plasmar el temor que no nos atrevíamos a confiarnos —le indicó Holland—. ¿Quién es el amigo que ha pintado como Baco en ese cuadro?
—De cualquier manera, no sabemos si eso sea cierto. Una insinuación de esa clase no es motivo suficiente para que el compromiso se deshaga, Henry. Reitero que Percy es nuestro entrañable amigo y no puedo entender aún como Oliver se atrevió a publicar algo como esto.
Oliver Borthwick era el editor e hijo del dueño del diario, amigo de los Holland y de los Hay. Con frecuencia publicaba artículos alabando a Anne cuando cantaba en público o sobre el museo de la duquesa de Portland en Essex. Percy también era amigo de Borthwick, así que era poco entendible que el diario hubiese publicado una nota de esa naturaleza.
—Me parece adecuado que nos entrevistemos con Oliver —repuso Henry—. A fin de cuentas, Percy es un amigo en común y está comprometido con Georgiana, lo que puede afectarte a ti e involucrar tu nombre. Oliver nos brindará las explicaciones pertinentes y quizás el nombre de la persona que está detrás de esto. No dudo que alguien quiera echar por tierra la reputación de Brandon y vamos a descubrir quién es.
Edward accedió; todavía estaba un poco ofuscado, pero Henry estaba en lo cierto. Echaría el diario en la basura para alejarlo de la vista de Georgiana.
—Me gustaría que me acompañaras a ver a Percy —le pidió—. Necesito, como hermano de Georgiana, tener unas palabras con él.
—En efecto —concordó su amigo—, no te permitiré que vayas solo. Es una conversación que será muy difícil y tienes que medir muy bien tus palabras. Un comentario malintencionado en un diario o una sospecha latente, no pueden acabar con una amistad de tantos años ni destruir la felicidad de una hermana como Georgie. Me temo que ella jamás te lo perdonaría.
Nota: Sodomía era el término que se utilizaba en la época para homosexualidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top