Capítulo 19
Liverpool, septiembre de 1896.
La duquesa miró al cielo de aquella despejada mañana en Liverpool. Recién habían llegado todos a la estación de ferrocarril y se encaminaron hacia hacia Lime Street, donde los estaba esperando lord Derby, el alcalde de la ciudad. El conde era viejo amigo de lady Lucille y solo por ella era capaz de tamaña deferencia, interrumpiendo su complicada agenda para ir a esperarla con dos coches listos.
La duquesa, tan previsora como solía ser, le había escrito una carta para pedirle que les recogiera y les recomendara un hotel para pasar una noche antes del viaje en el Imperator. Lord Derby, que era un señor muy gentil de mediana edad, le contestó que podían contar con su hospitalidad y la de su esposa. Vivían en una espléndida mansión de la calle Salisbury, en Garston. La duquesa era una dama muy respetable a la que todos admiraban y en los últimos tiempos su nombre se había hecho bastante conocido en los diarios, a raíz del éxito rotundo de su museo en Clifford Manor.
Lord Derby no había puesto objeciones en alojar a todos los viajeros, aunque lady Lucille le dijese que no tenían problema alguno en dirigirse al hotel. El alcalde, vestido de oscuro y de profusa barba, había insistido allí mismo en acogerlos. Asimismo, les informó que para la noche tenía reservado un palco en el St George´s Hall, para un concierto. Se trataba de un hermoso edificio neoclásico que se encontraba justo frente a ellos, en la misma calle Lime.
—Será encantador, muchas gracias —le dijo lady Lucille a su amigo, dándole la mano—. Ha pensado en todo.
—Es un placer para mí, excelencia —respondió lord Derby—. Recuerdo que en su carta me comentó de su amistad con el vizconde de Rockingham, el ingeniero principal del Imperator, así que sería un placer para mí que ese caballero también nos acompañe. Si usted puede, en mi nombre, invitarle para esta noche, le estaría muy agradecido.
Georgie, que se encontraba justo al lado de la duquesa, se estremeció cuando escuchó hablar de James. No lo veía desde unos días atrás en casa de la duquesa y se recriminaba por lo débil que se había mostrado con él, exponiéndole su corazón lleno de tristezas y de decepción.
—El vizconde se está alojando con sus padres en el Midland Adelphi, si mal no recuerdo —contestó la anciana—. Podemos enviar a un mensajero.
—Por supuesto —respondió lord Derby—, será un placer recibirles. Ahora no quisiera demorarles más, ya que deben estar algo cansados y mi esposa Constance está aguardando en casa impaciente por verlos.
Sin más conversación, la duquesa y la señorita Norris, se marcharon en el coche con lord Derby; en el segundo le siguieron Georgie, Gregory, Prudence y Johannes. La joven continuaba pensando en James aunque sentía cierta inquietud de volver a encontrarse con él; a su vez, el momento de poder conocer el Imperator le generaba gran expectación. Los recuerdos de la velada en Londres le seguían viniendo a la mente: había recostado su cabeza en el hombro de James y él la había consolado en silencio, abrazándola contra su pecho. Un breve beso en la frente, le hizo despertar de aquel largo momento de intimidad que compartían bajo la luz de la luna, percatándose de lo inadecuado de su conducta. Sin embargo, no podía negar que había sido especial para ella, incluso sin poder entender a cabalidad lo que le estaba sucediendo. Lo cierto es que James le había llegado al corazón.
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Lady Constance les recibió con mucha amabilidad. Lord Derby y la dama habían tenido seis hijos y eran un matrimonio muy unido. La duquesa los había conocido en Londres durante una cena y de ahí había nacido una relación amistosa, si bien nunca fueron tan íntimos. Lord Derby había sido por muchos años Gobernador General de Canadá, y hacía apenas tres años que estaba de regreso en Inglaterra, asumiendo este nuevo puesto.
—¡No puedo creer que finalmente lady Lucille viaje a América! —le reprochó Constance con una sonrisa—. Tanto tiempo que le insistimos por carta para que nos hiciese una visita y siempre se rehusó…
La anciana también se sonrió, mientras colocaba la servilleta sobre su regazo antes de comenzar a comer.
—Tienen razón —admitió encogiéndose de hombros—, debí haber viajado mucho antes al Nuevo Mundo, pero nunca es tarde para rectificar.
—Además, querida —apuntó lord Derby—, viajar en el Imperator debe ser una experiencia muy agradable. Mañana quedarán complacidos cuando se acerquen al muelle y puedan verle. ¡Es una belleza!
Georgiana se ruborizó, sin razón aparente, al pensar en el barco y en James.
—¡Yo también tengo mucho interés por verle! —exclamó Johannes, tan conocedor del mar—. Será una experiencia también agradable para nosotros.
Un empleado se acercó a lord Derby y le entregó una nota.
—¡Qué bien! —dijo el anfitrión después de leerla—. El vizconde ha respondido ya, se excusa para la cena, pero aceptó la invitación al concierto.
Georgie se preguntó qué compromisos le impedirían presentarse a la cena del alcalde, pero permaneció en silencio.
—Estoy seguro de que le agradará conocer a James —intervino Gregory—. Escuchar las historias de la construcción del Imperator, de primera mano, es algo que siempre se agradece.
—Es un gigante de acero —asintió lord Derby—, ya les digo que resulta muy impresionante y le aseguro que estoy acostumbrado a viajar en trasatlánticos. En los últimos años no le he temido al mar y me enorgullezco de nuestra estadía en América, sin duda maravillosa. Para nuestros hijos Canadá es una segunda casa.
La conversación se extendió durante la comida y fue muy placentera ya que los condes eran personas cercanas y muy bien humoradas. Después, los invitados se fueron a descansar a las alcobas que les habían destinado. El matrimonio había sido realmente muy amable al aceptarles, ya que eran un grupo numeroso. Georgie compartiría habitación con la señorita Norris, que estaba muy animada desde que habían llegado a Liverpool. La duquesa prefería dormir sola, así que en esa cuestión no aceptaba la presencia de su dama de compañía, quien con su habitual locuacidad no le dejaría dormir.
Prudence dejó a su esposo en la recámara, y se dirigió a la habitación de la duquesa, que ya se hallaba recostada. No estaba dormida, así que lady Lucille la hizo pasar de inmediato, presintiendo que iría a hablarle de algún asunto significativo. Prudence era una mujer muy perspicaz, muy inteligente, que le encantaba tener el control de las situaciones. La duquesa admiraba su carácter, por lo que, sin ser verdaderas parientes, había establecido un lazo cercano con la dama desde que compartió con ella en su casa de Ámsterdam el año anterior.
—No quisiera interrumpirle, lady Lucille —comenzó Prudence cerrando la puerta—, pero quisiera hablarle de algo importante…
La anciana asintió.
—No importunas nunca, querida. Pasa y siéntate a mi lado; espero me perdones, pero quisiera permanecer descansando.
Prudence de inmediato le complació y se colocó a su diestra. Era lógico que la dama estuviese agotada luego del viaje y que quisiera reponer sus fuerzas para la velada de la noche.
—He querido venir a hablarle aquí porque no quisiera hacerlo frente a Georgie y no sé si tendremos oportunidad durante la travesía.
—Si no quieres hablar frente a Georgie, supongo entonces que el asunto se refiere a Brandon Percy.
—Así es —le confirmó Prudence, que alababa su sagacidad—, tiene razón.
—Anne me ha puesto al tanto de algunas cosas ya —comentó la duquesa—. Reconozco que quedé consternada cuando mi nieta me mostró el artículo del diario unos días atrás, el cual no había visto. Después de leerlo comprendí de inmediato lo que les sucedía a todos ustedes. Sabes que le tengo gran aprecio a Percy, pero entiendo que estén preocupados por la felicidad de Georgiana.
—En fecha reciente mis hermanos comprobaron que lo vertido en el diario no son simples calumnias —le contestó Prudence—, y Georgie, con pruebas, se decidió a ponerle fin a su compromiso de una vez.
—Se le ve muy triste —señaló la anciana—, aunque también estoy al corriente de los sentimientos del vizconde por ella y creo que Georgie podría encontrar en él a un gran amor.
—Yo también lo espero así —apuntó Prudence—, pero me alarma que podamos encontrarnos con Brandon en Nueva York y me preguntaba si él estaba al tanto de su viaje y si habían convenido verse. En ese caso, le pediría que no mencionara que nosotros le hemos acompañado. No pienso que sea favorable para ella verlo en estas circunstancias y es probable que él le pida explicaciones respecto a la ruptura, ya que lógicamente Georgie fue muy parca en su carta y no ahondó en razones que puedan avergonzarlos a ambos.
—Por supuesto, hay ciertas cosas que no pueden escribirse. No obstante, en algún momento tendrán que verse y la conversación, por más dura que esta sea, habrá de realizarse.
—Es cierto —concordó Prudence—, pero quizás un encuentro demasiado pronto impida que Georgie sane como debe e incluso, que su relación con el vizconde florezca como todos queremos. Hurgar en la herida no es saludable para ninguno de ellos.
—En eso tienes mucha razón, mi querida Prudence —dijo la duquesa tendiéndole su anciana mano—, así que déjame tranquilizarte respecto a Brandon. Como yo no supe nada de ese asunto hasta poco antes del viaje, le escribí, en efecto, contándole que había aceptado la invitación del Metropolitan, pero no los mencioné a ustedes, considerando que era deber de Georgie informarle sobre el viaje para no arruinarle la sorpresa.
—Ha hecho usted muy bien, lady Lucille —le respondió Prudence.
—Poco antes de venir para Liverpool, ya informada por Anne de lo que acontecía, recibí un telegrama de Brandon, donde me anunciaba que debía viajar a San Francisco para una exposición de pintura y que lamentaba mucho no poder asistir a la cena que ofrecerá el Metropolitan en mi honor. Quizás nos veamos antes de partir de regreso a Inglaterra, pero al menos sé con certeza que estará fuera de la ciudad por esos días.
—Me da tranquilidad eso que me ha dicho, lady Lucille. Será bueno para Georgie saber que no corre el riesgo de tropezárselo en Nueva York. De cualquier forma, me sorprende que haya aceptado una exposición que le hará recorrer el país de una punta a la otra, cuando su principal propósito era pasar tiempo con su tío.
—Los intereses de Brandon y sus objetivos nos asombran cada día más —concluyó la anciana—. Ya sospechábamos que su viaje a América había sido una estrategia para salir de la polémica que sobre su persona se vertió. Edward y Anne lo piensan así, y a juzgar por este último cable de nuestro amigo, yo comienzo a creerlo también.
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En la noche, el St. George´s Hall acogió a los invitados que asistían al concierto, acompañados por lord Derby, que en la ciudad era muy conocido. El pórtico principal del edificio, albergaba dieciséis columnas corintias que les dieron la bienvenida. La duquesa, muy elegante como era su costumbre, entró del brazo del alcalde, y su esposa aceptó el de Johannes van Lehmann. Prudence había preferido quedarse algo rezagada con Georgie, pues recién le había informado de lo dicho por lady Lucille sobre Brandon y la joven se sintió algo más calmada.
El grupo se congregó en el interior del edificio, sin entrar aún al salón de conciertos, aguardando por el vizconde y sus padres que se habían retrasado un poco. Georgie, algo inquieta, se preguntaba si los dejarían esperando, pero no pasó mucho tiempo hasta que los vieron entrar. Tanto James como los condes, tenían expresiones un tanto serias y Georgie se preocupó de que hubiese sucedido algo.
Lo que la joven ignoraba era que el vizconde había invertido todo el día en buscar a su hermano en Liverpool, pero sus esfuerzos fueron en vano. No quedaban rastros de Tommy y ya no sabía qué más hacer. Su madre, sobre todo, estaba muy angustiada con ese asunto y eso menguaba un poco la felicidad y el orgullo que sentía por los logros alcanzados por su hijo mayor.
—Pensé que no vendrían —comenzó lady Lucille, al saludarles con afecto—. Quiero presentarles a mi querido amigo lord Derby, el alcalde de Liverpool y a su encantadora esposa, lady Constance.
—Lamento el retraso —se excusó James—, ha sido mi culpa, pero es un placer conocerlos. He escuchado mucho de usted, lord Derby e incluso lo he visto en algunas ocasiones, pero no había tenido el gusto de que nos presentaran. Le agradezco la gentileza que ha tenido al invitarnos esta noche.
Las presentaciones continuaron y James se fijó por un instante en Georgie, aunque no tuvo oportunidad de hablarle. Se veía muy hermosa con su vestido azul oscuro y sus mejillas sonrojadas.
—Vizconde, le felicito por el Imperator. ¿Qué le ha parecido al verle en puerto? —le preguntó lord Derby.
—Le aseguro que es muy reconfortante para mí. Cuento los minutos para que inicie el viaje inaugural. Supongo que mi ansiedad es comprensible.
—¡Por supuesto! —contestó el caballero.
El grupo fue pasando al interior del salón de conciertos: primero lady Lucille, la señorita Norris y lady Constance, que por la edad estaban algo cansadas todavía. No tardaron en acompañarles los Condes de Rockingham quienes, haciendo gala de una cordialidad inusual entre ellos, se dirigieron al palco. Pronto Prudence comprendió que la conversación entre los caballeros continuaría en los próximos minutos, puesto que tanto Johannes como lord Derby interrogaban a James sobre el Imperator.
—¿Entramos también? —le preguntó a su hermana—. Creo que no tiene caso aguardar por ellos.
Georgie se sobresaltó, pues estaba perdida en sus pensamientos observando a James, quien apenas se había fijado en ella. Comprendía que algo le pasaba, pero no podía imaginar qué, e incluso se preguntó si el interés de él por ella habría disminuido en los últimos días.
—Está bien —contestó—. Me apetece sentarme.
—Creo que después deberías hablar un poco con James —le aconsejó Prudence cuando se retiraron—, puede interpretar tu silencio como falta de interés por el Imperator, cuando todos sabemos cuánto te entusiasma este viaje. Además, el vizconde parece un caballero excelente.
Georgie le dirigió una mirada significativa a su hermana, pues imaginaba lo que estaba intentando hacer. Tanto sus hermanos como ella, le hablaban de James con profundo interés, confiando en que él le haría olvidar su reciente desilusión. Para su pesar, debía reconocer que su criterio no estaba errado, ya que no podía negar que el vizconde le atraía sinceramente y que le resultaba muy agradable.
Una vez en el palco, Louise se dirigió a las hermanas y entabló una amable conversación con ellas. Su esposo le había confesado que James se había enamorado de la señorita Hay, así es que quería favorecer las cosas; le había parecido que Georgiana era una joven estupenda para su hijo. Estaba advertida, no obstante, de obviar cualquier referencia sobre Tommy. Conocía que Georgie había sido la prometida de Brandon Percy, y no hubiera sido capaz de mencionarle a quien había tomado parte importante en esa ruptura tan traumática.
Lady Louise les hizo algunas historias a Georgie y a Prudence sobre James cuando era niño, y cómo su predilección por los barcos venía desde época tan temprana. Aquellas anécdotas arrancaron varias sonrisas en Georgie, al punto de que su ánimo mejoró mucho al imaginar al James niño, afanado con un bloque de madera y unas pocas herramientas, para construir su primera embarcación.
—Siempre fue muy hábil —concluyó la madre orgullosa—. Fue así que no dudamos en mandarlo a la Sorbonne a estudiar ingeniería, aunque mi esposo al comienzo creyera que era una locura.
Louise echó una ojeada al conde, que estaba en franca y amena charla con la duquesa y lady Constance. Había cambiado mucho en los últimos tiempos, y eso le agradaba, aunque no fuera capaz de compartir su pensamiento con nadie.
Fuera de la sala de conciertos, continuaba la plática entre lord Derby, James, Gregory y Johannes. El teatro había sido un pretexto para reunirse y la charla que sostenían era muy interesante. Luego que James saciara la curiosidad de lord Derby sobre el Imperator, el alcalde le comentó:
—La ciudad tiene grandes retos por delante todavía. Como sabrá, George Dock se ha vuelto demasiado pequeño para albergar a embarcaciones de tanto calado, por lo que nos hemos planteado que la Corporación de la ciudad, la cual presido, adquiera esas tierras, reseque el muelle y construya edificios para la junta.
—Le deseo éxitos en esa empresa, lord Derby —contestó James—. Sé que será un proceso difícil, pero concuerdo con usted y le felicito por ello.
—Me temo que demorará más de lo que pensábamos en un comienzo, pero saldrá adelante. Quizás en unos años los edificios de George Dock funcionen con normalidad y con el éxito esperado.
—Qué lástima que no nos pudiste acompañar durante la cena —interrumpió Gregory, refiriéndose a James—, hubiese sido muy agradable conversar de estos temas con mayor detenimiento. Me temo que la presentación no tardará en comenzar.
—Así es y me excuso nuevamente por la tardanza —respondió James—, pero he tenido un día bastante ajetreado.
—Imagino que supervisando los últimos detalles del Imperator —le señaló van Lehmann.
—Me hubiese gustado que fuese así, pero en realidad he estado todo el tiempo ocupado en otras funciones personales.
Gregory de inmediato sintió curiosidad, pero no dijo nada, ya que intuyó que el vizconde no demoraría en explicarse.
—Lord Derby, ha sido un placer para mí conocerlo, pero también tenerlo frente a mí me brinda quizás la última oportunidad para esclarecer un asunto que me inquieta sobremanera.
—¡Me alarma! —respondió el aludido—. ¿De qué se trata?
—Mi hermano menor está desaparecido —informó—. La última carta la recibimos hace unas semanas desde Liverpool. Sin embargo, yo he venido en dos ocasiones a la ciudad y no he podido dar con su paradero. En el hotel donde se alojaba ya no se encuentra y por más que he recorrido Liverpool tras su rastro, no he podido hallar ningún indicio que baste para tranquilizarme.
—Lo comprendo —asintió lord Derby comprensivo—, si me hubiese procurado antes, tal vez hubiese podido hacer más por usted. Este tipo de asuntos por lo general no llegan a mis manos, pero con mucho gusto haré las indagaciones.
—Le agradecería mucho, excelencia.
—¿Cuál es el nombre de su hermano? —preguntó.
—Thomas Wentworh. Es un joven pintor. Me dijo en su última carta que establecería su estudio aquí, pero no he podido ubicarle.
Lord Derby se quedó pensativo, mazándose la barba.
—Creo que conocí a su hermano —dijo por fin.
El rostro de los demás caballeros mostraba verdadera sorpresa.
—¿Está seguro? —le insistió James.
—Sí, estoy seguro. Hace unas semanas acudió a mí para que, con mi autoridad de alcalde, le ayudara a obtener con prontitud un pasaje en barco, ya que estos se habían agotado para la fecha más próxima. Me excusé con él, porque en ese aspecto poco podía hacer a su favor. Desconozco finalmente si habrá logrado su cometido, aunque por lo que me refiere de su desaparición, es probable que haya podido embarcarse.
James se estremeció al escucharle decir esto. ¡Tommy quería viajar!
—¿Mi hermano procuraba un pasaje? —repitió incrédulo—. ¿Lo recuerda bien? Disculpe, pero en su carta aseguró que se establecería en la ciudad.
—Estoy seguro —asintió lord Derby—. No me lo tome a mal, pero su hermano fue un tanto insistente, al parecer estaba desesperado por viajar. Solo un fuerte interés pudo haberle hecho presentarse ante mí con tamaña solicitud, sin conocernos.
—Entiendo —murmuró James—, le pido perdón por su impertinencia.
—No tiene por qué preocuparse, muchacho —dijo el alcalde con simpatía, dándole unas palmaditas en la espalda—. La juventud es muy vigorosa y muchas veces pierde los límites en su comportamiento. Eso sí, su hermano debe haber tenido un poderoso motivo para haber insistido tanto en ir a Nueva York.
James palideció, comprendiendo al fin. Sus compañeros también se percataron de ello.
—Me temo que no puedo ayudarle en eso —continuó el señor—, jamás me dijo por qué deseaba tanto viajar, pero quizás usted, siendo su hermano, pueda develar la razón de su obstinación.
James asintió, pero también continuó callado, hasta que finalmente salió de sus cavilaciones.
—Le agradecería que no le dijese nada a mis padres, excelencia. Como no tenemos la certeza, no quisiera alarmarlos con esto hasta no contar con la seguridad.
—No tendremos tiempo ya de buscar en los registros de los pasajeros —interrumpió van Lehmann—, ya que partiremos mañana mismo.
—Eso no es problema, yo puedo encargarme de ello —asintió lord Derby—. Déjeme dicho dónde parará en Nueva York para mandarle un cable y espero que pueda reunirse allá con su díscolo hermano —añadió con una sonrisa.
El ánimo de James, en cambio, no era proclive a sonrisas, aunque trató de mostrarse afable con el caballero y agradecerle por su intervención. Le pidió a Gregory y a van Lehmann que también fueran discretos sobre ese asunto; no pretendía inquietar a nadie, mucho menos a Georgie por la naturaleza de aquel viaje. ¿Qué motivo tendría Tommy para ir a Nueva York? Solo uno le venía a la mente, causándole una honda aprehensión.
Los caballeros no demoraron más la charla y entraron al recinto, dispuestos a disfrutar de su concierto. James, en cambio, estuvo todo el tiempo absorto y ni la cercanía de la mujer que amaba pudo variar en algo su preocupación.
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