Capítulo 17

James estaba en su despacho dibujando su nuevo barco, totalmente abstraído, cuando su madre tocó a la puerta para comunicarle que tenía una visita. James se sorprendió al descubrir de quiénes se trataban: lord Hay y su hermano Gregory. De inmediato les hizo pasar y les saludó con afecto. Luego de su estancia en Essex guardaba buenos recuerdos de los Hay y estaría siempre en deuda con ellos, sobre todo con Gregory por lo que había hecho por su padre. Al verles, recordó de inmediato a Georgiana. ¡Le echaba tanto de menos!
La anoche anterior se acercó al piano y tocó, con pobreza y cierta dificultad, la partitura que ella le había obsequiado. ¡No era lo mismo cuando era interpretada por ella! Trató de dejar atrás estos pensamientos y se concentró en los caballeros que tenía delante. Su visita era un completo enigma para él.

—Es un placer recibirles —les dijo mientras les brindaba asiento—, aunque reconozco que no los esperaba.

Fue Edward el primero en hablar. Aquella escena le recordaba el encuentro que tuvieron los tres en Clifford Manor durante la convalecencia del vizconde.

—La duquesa me comentó que había respondido su invitación para mañana en la noche, y así supe que ya había regresado de Escocia.

—Deseamos que su viaje haya sido muy productivo —agregó Gregory—. Estoy ansiando embarcarme hacia Nueva York la semana próxima.

James le agradeció y narró someramente los últimos progresos del Imperator, que ya estaba listo para zarpar. Sin embargo, no quiso demorarse demasiado en sus habituales explicaciones náuticas, ya que sospechaba que algún motivo serio era la razón de aquella visita.

—No quiero aburrirles hablando más del Imperator —les dijo—. Intuyo que algo de peso les ha traído hasta aquí y les pido me digan con franqueza lo que ha sucedido.

Lord Hay se aclaró la garganta y le explicó de inmediato.

—Por una indiscreción, Georgiana supo al fin del artículo publicado en The Post acerca de Percy y me he visto precisado a decirle la verdad.

El rostro de James reflejó genuina sorpresa. ¡No imaginaba que Georgie estuviese al tanto ya!

—¿Cómo lo ha tomado? —se atrevió a preguntar con preocupación.

—Está muy confundida —reconoció Edward—, y muy abatida por lo que le narré. Ha visto la nota, el poema de lord Douglas y ha arribado a sus propias conclusiones… También me ha preguntado por usted pues, luego de la subasta, era imposible negarle que estaba involucrado en este asunto.

—Entiendo —asintió James—. La señorita Hay siempre tuvo sus sospechas, pero no me atreví a decirle nada más, para no faltar a la promesa que les hice aquella tarde en Clifford Manor.

—Se lo agradezco —prosiguió Edward—, yo le expliqué a Georgie que su silencio se debió a una petición mía, con la intención de no hacerle sufrir en vano. Ahora bien, he tenido que hablarle a Georgie acerca de su hermano. Espero me perdone por revelarle lo que una vez nos confió.

—No tengo nada que perdonarle, lord Hay. Es natural que se lo dijese y sé que la señorita Georgiana será discreta —afirmó James.

—Hay ciertos detalles que mi hermano obvió decirle —interrumpió Gregory—, porque no era necesario ahondar en ellos. Por ejemplo, jamás le reveló que fue su padre quien mandó a publicar esa nota ni le narró la historia de la carta en Wessex. Como verá, no tenemos seguridad de que Brandon haya estado en verdad involucrado en ese hecho y hasta que no podamos probarlo o, al menos recuperar la carta, no es preciso que Georgie se inquiete más con esas informaciones.

—Por supuesto —concordó James—, la relación con mi padre ha mejorado mucho en las últimas semanas y quisiera olvidar que fue el responsable de esa publicación. Me abochornaría que la señorita Hay pudiese descubrirlo en algún momento, por lo que le agradezco que tuviese la delicadeza de omitirlo. Respecto a la culpabilidad del señor Percy, concuerdo con ustedes, no es preciso abrumar más a Georgiana con estas suposiciones. Imagino que debe estar muy afectada luego de conocer la verdad —añadió con tristeza al pensar en ella y en su tamaña decepción.

—Desde ayer no sale de su recámara —observó Edward—, y estoy preocupado por ella, más aún con el próximo viaje a Nueva York.

—Quizás se anime durante el viaje —contestó James esperanzado—, nada me gustaría más que verle recuperar su alegría.

—Vizconde, parece que no está al corriente de que Percy está en Nueva York, —le hizo saber Gregory—, y tememos que ese encuentro no sea favorable para Georgiana.

—¡Ciertamente! Me habían dicho que se hallaba de viaje, pero jamás me comentaron en dónde —exclamó alarmado—. ¿Entonces el interés de Georgiana por viajar a Nueva York se debía a eso?

James no podía negar su desilusión. ¡Había creído durante todo este tiempo que Georgie en verdad mostraba interés en el Imperator! Ahora descubría, a su pesar, que lo que anhelaba era encontrarse con su prometido.

—Estoy seguro de que ella desea mucho hacer la travesía en su barco —le confortó Edward—, pero no puedo negarle que, según los hechos recientes, Georgie viajará decidida a sostener una seria conversación con Brandon que esclarezca sus dudas.

—Pese a conocer ya la verdad, Georgie considera que no puede condenar a Brandon sin pruebas y cree, ingenuamente, que conversando con él, se despejarán sus incógnitas —le explicó Gregory.

—Desde hace un tiempo Georgiana experimenta dudas de peso respecto a su compromiso, incluso sin conocer de la nota, pero no ha tomado una decisión definitiva, lo cual me alarma. Albergo mucho temor de ese encuentro con Brandon y no quisiese que él le engañase y se aprovechara de su fragilidad e inocencia —le expresó Edward.

—Señores —dijo James llenándose de valor—, debo confesarles que, si de mí dependiese, evitaría ese encuentro a toda costa, pero no tengo manera de hacerlo. No voy a negarles los sentimientos que albergo por Georgiana desde los días de Essex y, a pesar de que en algún momento creí que ella me correspondía, lo cierto es que su lealtad hacia Percy me ha privado de la posibilidad de aspirar a su amor. 

Edward y Gregory escucharon con satisfacción las palabras de James. ¡Quería a Georgiana y, tal vez, ella también lo quisiese a él!

—Vizconde —respondió Edward—, no me sorprenden sus palabras, hace tiempo que imaginaba algo así y en ese caso le doy mi beneplácito.

—Muchas gracias, lord Hay —dijo James emocionado—. Sin embargo, aunque mis intenciones con su hermana son las más serias, no creo que pueda hacer más por ganarme su corazón. Al igual que ustedes, temo que una vez que se encuentre con Percy en Nueva York, una palabra suya baste para que ella prefiera creerle a él.

—Por eso hemos venido a verle —continuó Gregory—, queríamos preguntarle si su padre ha dicho algo más acerca de la carta o si es cierto que se perdió para siempre. Tal vez con esa prueba Georgiana pueda viajar convencida de deshacer su compromiso y usted tenga oportunidad de pretenderla.

James comprendió al fin el verdadero propósito de la visita, pero se sentía frustrado de no poder hacer más.

—¡No saben cuánto desearía probarle a Georgiana que todo lo que alegamos es cierto! Pero para mi propia desdicha, mi padre afirma que la carta la quemó unas semanas atrás.

—¡Cuánto lo siento! —exclamó Edward—. Acabo de perder mi última esperanza...

—Lamento entonces que lo hayamos importunado, vizconde —expresó Gregory—, pero necesitábamos al menos hacer este último intento.

—Les comprendo perfectamente —asintió James—, solo puedo asegurarles que, si Georgie me preguntase sobre este asunto, le confirmaría lo que ya sabe, palabra por palabra. Siento mucho no poder hacer más…

Los caballeros se pusieron de pie y ya se despedían, cuando la imponente figura del Conde de Rockingham hizo su entrada en el despacho y saludó a los presentes. Su hijo le presentó a lord Hay, a quien no conocía, y le estrechó la mano. Luego se dirigió a Gregory:

—Es un placer volverlo a ver, señor Hay —le saludó—. Me alegra encontrarlo en mejores circunstancias.

—Así es, excelencia —le respondió Gregory con una sonrisa—. Me satisface verle tan recuperado.

—Los caballeros ya se retiraban —le explicó James—, aunque es probable que nos encontremos mañana en la cena de la duquesa.

—En efecto —le confirmó Edward—, nos veremos allí.

—Les pido a ambos que no se retiren —les interrumpió lord Wentworth—, hay algo que debo decirles y estoy convencido de que es de vuestro interés.

Los caballeros volvieron a tomar asiento y James se preguntó la razón por la cual su padre se tomaba aquellas libertades con sus visitas.

—Deben conocer que soy un hombre de defectos —comenzó—, pero no tengo temor alguno en reconocerlos. Con franqueza admitiré que escuché parte de la conversación que sostuvieron y estoy muy sorprendido con lo que descubrí.

—¡Papá! —exclamó James—. ¡Cómo pudiste hacer algo así!

Su padre con un ademán le instó a mantener la calma.

—Supe por mi esposa que los señores Hay estaban en la casa. Después de lo que sucedió en mi hogar de Wessex, me sentí con el deber y la curiosidad de descubrir si traían alguna nueva noticia sobre el señor Percy, relacionada con el incidente de mi morada.

—Por lo que escuchó —le interrumpió Edward—, se habrá percatado de que no era así.

—De cualquier manera, la conversación me resultó muy esclarecedora —continuó el conde—. Estoy consternado al saber que su hermana es la prometida del señor Percy, y más aún de que precisa de pruebas para deshacer ese compromiso.

—Las acusaciones son muy graves, excelencia —contestó Gregory esta vez—. Mi hermana ha tratado de ser justa y cauta antes de tomar una decisión de esa naturaleza sin evidencias.

—Pero tú la amas —repuso lord Wentworth mirando a su hijo—, ¿no es cierto?

James asintió, un tanto avergonzado.

—Y jamás podrás pretenderla si ella, en su obstinación, prefiere creer en la palabra de Percy antes que en la tuya.

—Así es —contestó James sonrojado—, pero no entiendo por qué me pone en esta difícil situación frente a lord Hay y su hermano. Ellos me han preguntado por la carta y ya les he contestado que usted la destruyó.

El Conde de Rockingham extrajo del bolsillo interior de su chaqueta un pliego de papel que colocó en las manos de lord Hay.

—Esta es la prueba que vino a buscar —carraspeó—. Es la carta del señor Percy para mi hijo, de la cual me valí para extorsionarlo a él y a mi familia.

Las expresiones de asombro se escucharon en el despacho de manera clara. Ni los Hay ni James podían creer que la carta todavía existiese y estuviese en su poder. Gregory y James rodearon a Edward para leerla y comprobar que, en efecto, era la evidencia que necesitaban.

—¡Pero papá! —profirió James, todavía sin dar crédito—. Aseguraste que la habías quemado…

—Eso dije —confesó—, para evitar entregarla. En Wessex la guardé en un lugar seguro, mi atacante jamás la encontró y sobrevivió al incendio. Al regresar a mi antiguo hogar temía no ser bienvenido y la carta era el único medio del cual podía valerme para permanecer aquí, si en algún momento me pedían que me fuese.

—Jamás haríamos eso —le dijo James—, esta es tu casa.

—Ahora lo sé —asintió el conde, más emocionado de lo que quisiera admitir—. Louise y tú me han recibido con tanto afecto, que pronto comprendí que no necesitaba de extorsión alguna para permanecer con mi familia. Hubiese quemado en verdad la carta de no haber escuchado esta conversación y saber que podrías necesitarla.

—Se lo agradezco mucho, papá —susurró James dándole un abrazo.

Lord Hay y su hermano también le agradecieron.

—No quiero que esta misiva caiga en las manos equivocadas —le advirtió lord Wentworth—, no me perdonaría por hacerle algún mal a mi hijo Tommy, más del que ya le he causado. A pesar de nuestras desavenencias, no me enorgullezco de esa nota que hice publicar ni del dinero que he pedido a costa de mi silencio.

—Le prometo que esta misma noche le devolveré la carta —le aseguró Edward—. Tiene mi palabra.

—Muchas gracias —contestó el conde—, sé que ambos son hombres de bien y siempre le estaré eternamente agradecido, señor Hay, por haberme traído a Londres y abrirme las puertas de su hogar.

Gregory se despidió también con afecto de lord Wentworth y junto a su hermano se marcharon a Hay House. Todavía tenían por delante una difícil conversación con Georgiana.

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Anne animó a Georgie a salir de su habitación; juntas tomaron el té con Prudence, que se encargó de que la charla fuese amena, narrándole a su querida hermana algunas noticias interesantes de Ámsterdam. Se hallaban en el salón principal de Hay House y el color había vuelto a las mejillas de Georgie, luego de unas horas de profundo abatimiento.

No había dejado de pensar en lo dicho por su hermano. Sabía que le había hablado con la mejor voluntad, pero no podía dar crédito a aquella historia solo por un artículo y lo dicho por el vizconde. ¿Querría James hacerle daño a Brandon? Se negaba también a aceptar algo como eso, conocía al vizconde y confiaba en su buen corazón…

Aquellos eran los pensamientos que le torturaban, mientras fingía atención a las palabras de Prudence y le sonreía a Anne. Había perdonado a su amiga por no haber sido honesta con ella desde el principio. Reconocía que se trataba de un asunto muy difícil de decir y que, al querer su bien, la familia había acordado posponer lo más posible su decepción.

Unos minutos después, luego de terminar el té, sus hermanos llegaron a la casa e irrumpieron en el salón. Anne conocía muy bien a su esposo para advertir que algo le sucedía e incluso Georgie lo percibió de inmediato. Ambos caballeros pidieron hablar a solas con Georgiana, y las damas le complacieron, retirándose de allí para que el ambiente fuese propicio para la conversación profunda y delicada que imaginaban. Lo que jamás pensaron Prudence y Anne era que aquella visita a casa del vizconde hubiese resultado tan provechosa.

Georgiana no estaba al corriente de aquella salida, por lo que se sorprendió bastante cuando le escuchó decir a Edward que venían de casa del vizconde. De inmediato se ruborizó, al comprender que eso significaba que James estaría informado ya de los últimos acontecimientos. ¡Tal vez sintiera alivio de despejar aquella sombra que flotaba entre ambos y que les había separado aquella noche en Essex!

Gregory se sentó en silencio junto a Georgie, dejándole la palabra a su hermano mayor, que tenía la triste tarea de la confirmación. Aunque Edward en un comienzo se había alegrado de salvar a su hermana de un matrimonio poco dichoso, ya no sentía lo mismo. Sabía que le causaría un hondo desconsuelo a Georgie, pero por otra parte, quizás contribuiría a un mejor futuro para ella, al lado de un hombre que le amaba de verdad, como el vizconde de Rockingham.

—Georgie, no quisiera causarte más pesares —comenzó—, pero me sentí en el deber de despejar tus dudas. Brandon es un gran amigo, pero en ocasiones las personas mienten para preservar la imagen que tenemos de ellas, y me ha preocupado en grado sumo que, conversando con él en Nueva York, no sea capaz de decirte la verdad.

La joven no replicó.

—Es por ello que me dirigí a casa del vizconde. Según te mencioné ayer, él me había hablado de una prueba que aún no estaba en su poder pero que confirmaba lo alegado por el diario y lo que él mismo me había dicho unas semanas atrás.

—¿Ha encontrado ya esa prueba? —preguntó ella expectante y a la vez asustada.

—Sí —le dijo su hermano con tristeza—, en realidad se trata de una carta que Brandon envió al hermano del vizconde y que, por azar, fue a parar a manos de su padre, lord Wentworth.

—¿Cómo es eso posible? —La joven estaba aturdida.

Edward procedió a relatarle el incidente en el Albermale Club y la confusión que hizo posible que la carta no fuese entregada a su verdadero destinatario. James le había confiado aquello en Clifford Manor, durante la conversación privada que sostuvieron.

—Y si esa prueba estaba en poder del conde —razonó Georgie—, ¿por qué el vizconde no la aportó antes?

—El conde dijo que la había quemado para proteger a su hijo más pequeño —le explicó—, pero no era cierto. Cuando nos vio en su casa esta tarde y descubrió la razón tan imperiosa por la que la necesitábamos, no dudó en decir la verdad y entregármela, siempre y cuando se la restituya esta misma noche.

—¡Cuánta ayuda les ha brindado! —exclamó Georgie con amargura y desconfianza—. Si la carta es tan comprometedora como has dicho y lord Wentworth buscaba salvaguardar a su hijo, encuentro sospechoso que se las haya confiado al fin, luego de haber mentido. ¿Qué circunstancia pudo haberle hecho cambiar de parecer y entregársela a personas desconocidas?

—Gregory le prestó un gran servicio al conde hace un par de semanas, cuando estuvo enfermo. James estaba en Essex y no podía ocuparse de su padre. —No entró en detalles—. Supongo que tiene una deuda de gratitud con nuestro hermano y ha querido sernos útil.

—Así es —apoyó Gregory, que hasta entonces había guardado silencio—, está muy agradecido.

Edward se atrevió a agregar algo más:

—Lord Wentworth posee otro fuerte motivo para querer que sepas la verdad.

—No entiendo —repuso Georgie confundida—. Él no me conoce…

—Pero desea la felicidad de James, y hoy descubrió que él te ama. De no despejar tus dudas estaría atentando contra la felicidad de su hijo.

Georgiana se ruborizó de inmediato al escuchar esto.

—No es momento para tratar este asunto, lo sé —continuó Edward—, pero el vizconde nos ha hablado de sus intenciones y sentimientos por ti y le he escuchado con buena voluntad. Tengo un excelente criterio de su persona y apoyaría en el futuro esa unión, de tener la certeza de que tú le correspondes de igual grado.

La joven no podía hablar, sentía un nudo en la garganta y el rostro continuaba encendido.

—No quiero hablar de eso —contestó—. Respecto a la carta que esgrimen como prueba, ¿qué puede expresar que sea tan comprometedor? —Georgiana todavía no podía creerlo.

—Sé que es difícil —interrumpió Gregory—, pero Edward y yo la hemos leído. No hay dudas de que fue escrita por Brandon. En la misiva se menciona al retrato y se confiesa la verdadera motivación por la cual se pintó, en honor al poema de lord Douglas. El lenguaje utilizado prueba el estrecho lazo que unía a Percy con ese joven…

Georgie agachó la cabeza, consternada.

—He traído la carta conmigo, pero no me gustaría que la leyeses… —dijo Edward con voz trémula—. Si confías en nuestra palabra, permítenos al menos ahorrarte ese disgusto.

Georgie se incorporó.

—¡No! —exclamó—. ¡Quiero leerla! Confío en ustedes, pero necesito verlo con mis propios ojos…

Edward accedió, pues la entendía. Aquella no era una curiosidad morbosa, era el deseo de tener todos los argumentos posibles para desechar de una vez la idea de matrimonio con Brandon. ¡Un enlace que había deseado unas semanas atrás con tanta ilusión!

Georgie tomó el sobre en sus manos y reconoció la caligrafía de Brandon. Por fuera estaba escrito el nombre del destinatario: “Thomas Wentworth”. Luego tomó el pliego de papel y comenzó a leer. La carta estaba fechada a comienzos de año –anterior a su compromiso–.

“Queridísimo Tommy:

Te espero esta tarde en el estudio, quiero que veas por ti mismo a El otro amor terminado. El joven no te hace justicia, espero me perdones por no haber sabido captar tu belleza…”

Georgie no pudo continuar leyendo. Cerró de golpe la epístola al mismo tiempo que dos lágrimas bajaban por sus mejillas.

—No puedo hacerlo —murmuró—. No puedo leerlo…

Edward le abrazó en silencio, comprensivo, mientras Gregory le daba un beso en la cabeza y se encargaba de tomar la carta para devolvérsela a lord Wentworth como habían acordado.

—¡Jamás lo hubiese creído! —sollozó.

—Lo sé —dijo Edward enjugándole las lágrimas—, pero lo has descubierto a tiempo.

—Le escribiré una carta a Brandon antes de partir, para terminar el compromiso.

—Pienso que es lo más adecuado —respondió su hermano—, así podrás disfrutar de tu viaje a Nueva York sin necesidad de una conversación que te perturbe o dañe más de lo que ya estás. La travesía en el Imperator será buena y sé que disfrutarás de la compañía de tus hermanos, la duquesa y… —se detuvo— y del vizconde.

Georgie necesitaba sanar, pero al menos estaba satisfecho con lo que había sucedido.

—Sé que estás muy triste —volvió a decirle—, pero confío en que sabrás sobreponerte.

—Mis sentimientos son muy confusos —admitió Georgie—. Estoy triste, no puedo negarlo, pero también aliviada. No me sentía capaz de romper mi compromiso con Percy solo por suposiciones y comentarios que tal vez fuesen malintencionados… ¡No me parecía justo! Mi lealtad hacia él me impedía dar crédito a esta historia, sin pruebas.

—Pero ahora la tienes —señaló Edward.
La joven asintió.

—Ahora sé la verdad —afirmó—, y a pesar de mi decepción, me siento en paz.

Esa misma noche Georgie escribió una carta muy sobria y digna desde la soledad de su habitación, sin entrar en detalles ni hacer reproches. En ella le exponía a Brandon que sus sentimientos ya no eran los mismos y que, aunque le quería, no deseaba casarse con él. Obvió toda referencia a The Post y a la historia de Pasaje de Baco, no podía rebajarse hasta ese punto. Le entristecía tomar esa decisión, pero intentó escribir sin abatirse en demasía.

Cuando terminó, Snow saltó a sus piernas y comenzó a menear la cola; intuía que la joven necesitaba que la animaran un poco. Georgie dejó la carta concluida sobre el escritorio; la enviaría al día siguiente, así que se distrajo jugando con su terrier, cuyo cariño le valió como recompensa, una sonrisa de su dueña.

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