Capítulo 16
Cuando Beatrix se marchó, Georgie continuaba muy turbada, intentando entender lo que por casualidad había descubierto. Su hermana Prudence, a pesar de su lejanía, estaba al corriente de todo, y no podía imaginar la razón por la cual sus seres más queridos se habían confabulado para ocultarle algo que parecía ser bastante grave.
Al comprender que nada de lo que le dijese podría tranquilizarle, Prudence tomó de la mano a Georgiana e interrumpieron en el despacho, la conversación apacible que sostenían Edward y Anne. Al ver el estado de Georgie, ambos se preocuparon de inmediato; su rostro evidenciaba una profunda consternación. Jamás la habían visto tan ruborizada, pero resultaba evidente que se debía a algo que le perturbaba sobremanera.
—Siento molestarles —comenzó Prudence—, pero Beatrix ha cometido una indiscreción y…
—¿Qué me están ocultando? —preguntó Georgiana con voz ahogada—. ¿Qué artículo en The Post ha sido tan grave para que Brandon lo crea causante de mi decisión de postergar la boda?
Edward se levantó alarmado y Anne le miró culpable. Le había pedido en varias ocasiones que le dijese la verdad de una vez antes del viaje, pero siempre posponía el difícil trance.
—¡Oh, Anne! —exclamó Georgie con lágrimas en los ojos—. Tú también lo sabías y no me dijiste nada… ¡Yo que tantas cosas te confié!
Anne también se puso de pie.
—Lo siento, no sabía cómo decírtelo y creíamos que hacíamos lo correcto al guardar silencio…
—Anne no es responsable —le atajó su hermano—, en más de una ocasión me imploró que te lo contase, pero me es tan difícil hablar sobre esto, que no tenía valor para tener esta conversación contigo. Tienes razón al sentirte disgustada con nosotros, pero créeme que hemos callado para ahorrarte una profunda decepción.
Anne se acercó a Georgie y le dio un breve abrazo, que ella con su buen corazón, correspondió en el acto a pesar de su inquietud.
—Les dejaré a solas —murmuró Anne.
Prudence y Anne se marcharon, pues la charla sería muy delicada y Edward, como hermano mayor y amigo de Percy, era el más adecuado para explicarle con lujo de detalles a Georgiana lo que sabía acerca de su prometido.
—Por favor, siéntate —Georgie le complació.
Edward se acercó a su escritorio y extrajo de un cajón un diario.
—Todo comenzó hace unas semanas cuando The Post publicó una nota sobre Brandon que se asemejaba a una crítica de arte común y corriente. Sin embargo, pronto los que la leímos nos percatamos de que, al final del artículo, se hacía una insinuación malintencionada que podía poner en entredicho la reputación de Brandon.
Edward colocó el diario sobre las piernas de Georgiana y le señaló el controvertido párrafo final.
—Léelo y juzga por ti misma —le pidió.
Georgie se centró en la sección que su hermano le había indicado, que constituía el último tercio del artículo.
“Sobre la obra del señor Percy, debemos destacar una pieza que resulta muy interesante y que se halla expuesta en el museo de la duquesa de Portland, próxima a subastarse. El artista ha titulado a la pintura en cuestión, Pasaje de Baco, pero fuentes cercanas al artista aluden que su verdadero título es El otro amor. Este sugerente título se debe al crucial poema Dos Amores, de lord Alfred Douglas utilizado durante el juicio contra el señor Oscar Wilde la primavera pasada. De esta manera, el señor Percy rinde tributo a un amigo, luego de un juicio que no ha dejado de ser polémico. Si se compara el poema de lord Douglas con la pintura del señor Percy, hallaremos una gran similitud. La figura de pelo revuelto y flores, con uvas en las manos, que representa a Baco, es en realidad el Amor, descrito líricamente por Douglas. Para el rostro de esta figura, el señor Percy se inspiró en el de un pintor joven, muy amigo suyo, cuya identidad no revelaremos por el momento”.
Georgiana leyó dos veces el fragmento, para comprender a qué se refería su hermano, aunque estaba tan confundida que no podía entender bien del todo.
—¿Han vinculado a Brandon con el juicio de Wilde y el poema de lord Douglas? —dijo al fin, sin llegar todavía al centro del asunto.
Edward asintió.
—En realidad, es más que eso —continuó y le miraba con pena—. Brandon pintó un cuadro alegórico al poema de lord Douglas, un poema que fue utilizado contra Wilde en su juicio por sodomita, por considerarse que el mismo describe el amor prohibido y censurado entre Wilde y su amante.
Georgiana lo miraba con los ojos bien abiertos.
—Ya no eres una niña —señaló Edward cabizbajo—, pero aun así me es muy penoso hablarte de este tema, y más de forma descarnada para que puedas comprenderlo en su justa medida. El año pasado, durante los juicios contra Wilde, nos hallábamos en Ámsterdam, pero no por ello dejé de seguirlos. No es un secreto para nosotros que Brandon fue muy cercano siempre a Wilde. Pues bien, al escritor se le juzgó por el delito de sodomía y fue condenado a dos años de trabajos forzados, lo cual, en mi criterio y en el de muchos, constituyó algo inhumano. En uno de esos juicios se le preguntó a Wilde por uno de los versos del poema de lord Douglas titulado Dos Amores. La pregunta en cuestión fue: “¿cuál es el amor que no se atreve a decir su nombre?”. Se dice que el poema hacía referencia a esa relación prohibida, a ese amor condenable por la sociedad entre dos hombres. Wilde en su momento hizo una magistral defensa de sí mismo, pero no convenció.
—¿Y qué relación tiene esto con Brandon? —preguntó Georgie.
—Al parecer, Pasaje de Baco es la interpretación plástica del poema de lord Douglas —explicó—. He buscado el poema y, en efecto, hay una similitud importante que no se puede negar entre lo descrito en sus versos y lo pintado por Brandon.
—Aun así —insistió Georgiana—, ¿puede ser condenable que se haya inspirado en ese poema para realizar una pintura?
—Puede poner en entredicho su moral, si tomas en cuenta que no es cualquier poema sino uno que plasma el amor entre dos hombres, algo que es todavía punible en nuestra sociedad —prosiguió él—. Un poema que se utilizó además en el juicio más notorio de los últimos años en Inglaterra. Sin embargo, eso no es lo más delicado. —Edward tomó el diario de las piernas de Georgie y volvió a leer—. Lo más alarmante es lo relacionado con el modelo de Baco que tomó Percy y al respecto se dice: “Para el rostro de esta figura, el señor Percy se inspiró en el de un pintor joven, muy amigo suyo, cuya identidad no revelaremos por el momento.”
Georgiana entendía lo que su hermano quería hacerle ver, pero no podía siquiera decirlo en voz alta.
—El diario ha afirmado que Brandon utilizó como modelo a un amigo suyo de identidad secreta —prosiguió Edward—. La pintura está inspirada en el poema de lord Douglas sobre un amor prohibido e, indirectamente, deja espacio a la especulación sobre la relación entre Brandon y ese Baco desconocido. ¿Ha sucumbido también Brandon a ese tipo de amor que describe el poema? ¿Es solo un amigo el que ha retratado o existe otro vínculo más estrecho que los une en la soledad de su estudio?
Georgie se levantó indignada al escuchar hablar a su hermano de esa manera.
—¡No es posible! —gritó con lágrimas en los ojos.
—Cálmate, Georgie. —Edward le abrazó con ternura, mientras ella se deshacía en lágrimas en su hombro—. Por eso no quería decírtelo… Era demasiado doloroso, pero, a la vez, no tenía pruebas suficientes para alejarte de Brandon. Es por ello que me sentí tan satisfecho cuando por ti misma decidiste posponer ese matrimonio.
Georgie se alejó de su hermano un instante.
—¿Y si es una patraña para desacreditarle? —inquirió.
—Eso creímos todos en un comienzo. El propio Brandon estaba muy ofendido con que algo así se hubiese publicado, él mismo entendía el alcance de esas palabras que incluso pueden llegar a comprometer su libertad.
—¿Es por esa razón que viajó a Nueva York?
Edward asintió.
—Es probable que lo haya hecho con ese propósito, aunque jamás lo admita.
Edward le narró a Georgie con lujo de detalles aquella primera entrevista que sostuvieron con Borthwick en su casa, donde el editor se disculpó por la nota y el arreglo al que habían llegado para, en otro artículo del diario, intentar revertir la situación.
—Brandon nos afirmó aquella mañana que intentaban difamarle, y que la pintura solo reflejaba al Dios Baco. No pasaba de ser un motivo mitológico más, sin otra interpretación.
—Eso pienso yo también —dijo Georgie enjugándose las lágrimas—. Es solo Baco.
Edward volvió a su cajón y extrajo de ella un ejemplar de la Revista Oxford, donde fue publicado el poema de lord Douglas dos años atrás.
—Ante la insinuación del diario quise leer el poema al que se hace referencia y constatar si existía o no una verdadera relación entre lo descrito líricamente y lo pintado por nuestro amigo. Encontré la revista y te pido que lo leas con detenimiento. Conoces bien la pintura, así que no tendrás dificultad en apreciar si existe o no algo de verdad en lo que se ha insinuado.
Georgie tomó la revista y comenzó a leer el poema, que era bastante largo.
“Soñé que me encontraba en una pequeña colina
Y a mis pies se extendía la tierra, que se asemejaba
a un jardín abandonado que crecía a su antojo,
poblado de espinas y flores. Veía lagos que soñaban
en negro y sin control; (…)”
Georgie reconoció que lo descrito se parecía al paisaje pintado por Brandon de una colina con espinas y flores, pero continuó leyendo hasta que llegó a unos versos que le hicieron reflexionar:
“(…) Así estaba, asombrado, cuando a través
del jardín apareció un joven; tenía una mano alzada
para protegerse del sol, su cabello revuelto por el sol
estaba decorado con flores y en su mano llevaba
un puñado púrpura de uvas gloriosas. Sus ojos
eran tan claros como el cristal y tan desnudos como el
blanco como la nieve que cubre caminos de montaña
nunca hollados por el pie humano,
rojos eran sus labios como el vino que salpica
un suelo de mármol, su frente calcedonia.
Se acercó, con sus amables labios
entreabiertos, cogió mi mano, besó mi boca
y me dio las uvas para que las comiera”.
Georgiana se estremeció; aquel joven del que hablaba Douglas se asemejaba mucho al Baco que había pintado Brandon: un joven de pelo revuelto que se colocaba una mano en la cabeza –coronada de flores– para protegerse del sol, con un puñado de uvas en la otra mano. Levantó los ojos hacia Edward, pero continuó leyendo hasta llegar al final del poema, donde el propio joven de las uvas introduce a nuevos personajes en la historia: los dos amores. El primero era feliz y vital y cantaba sobre el amor entre un hombre y una mujer. El otro era un amor triste y asustado…
“(…) y cuando le vi
sentí una gran pena, y grité: “Dulce joven,
dime ¿por qué, triste y suspirando, vagas
por estos apacibles lugares? Te lo ruego, dime la verdad,
¿cuál es tu nombre? Él respondió: “Mi nombre es Amor.”
Inmediatamente, el primero se dio la vuelta hacia mí
y grito: “Está mintiendo, ya que su nombre es Vergüenza,
pero yo soy Amor, y yo estaba acostumbrado a estar
solo en este bello jardín, hasta que él vino
sin ser llamado durante la noche; yo soy el verdadero Amor,
yo lleno los corazones de ella y de él con fuego mutuo.”
Después suspirando, dijo el otro: “Entonces permíteme que me presente,
yo soy el Amor que no se atreve a pronunciar su nombre.”
Georgie leyó ese fragmento con el corazón acelerado. Así concluía aquel poema, hablando sobre un amor que no se atrevía a pronunciar su nombre, un amor tildado de vergüenza por no ser entre un hombre y una mujer... Ahora entendía bien las alusiones al poema en el juico de Oscar Wilde y la razón por la cual había salido a relucir.
—¿Estás bien? —La dulce pregunta de Edward la trajo de vuelta a la realidad.
Georgiana asintió y colocó la revista lejos de ella.
—Lo descrito en el poema guarda una relación con la pintura de Brandon que es innegable —admitió—. Aun así…
Georgie no continuó la frase, pero fue Edward quien habló.
—Estoy de acuerdo contigo, un artículo en un diario no basta para acusar a Percy. Incluso aunque lo dicho fuese cierto, nunca le negaría mi amistad por ese motivo. Las intimidades de Brandon jamás han sido importantes para mí, hasta ahora.
—Por ser mi prometido —añadió Georgie.
—Por ser tu prometido —afirmó él—, y porque no quiero que seas infeliz en tu matrimonio. Brandon puede hacer con su vida lo que estime, jamás le condenaré por ello, pero lo que no pienso permitirle es que te despose si no te ama, solo por cumplir con los convencionalismos sociales.
Georgie volvió a llorar al escucharle decir aquello.
—¡Ahora entiendo por qué me impediste pujar por Pasaje de Baco! —profirió sollozando.
Edward fue a su encuentro y le dio un fuerte abrazo.
—Sentí mucho haberme comportado contigo de aquella manera terrible en la subasta —se disculpó—, pero no quería que te señalaras adquiriendo por tu desconocimiento una pintura como esa, que tanto descrédito le había dado a Brandon.
Georgie se quedó en silencio hasta que su rostro se descompuso ante algo que no había meditado antes.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¿El vizconde tiene alguna relación con Pasaje de Baco? ¡Él adquirió la pintura!
—Y la perdió en el asalto que en realidad fue una celada —le explicó Edward—. El caballero de oscuro que también pujaba por la pintura fue quien, imposibilitado de adquirirla de manera honorable, agredió al vizconde. Él no quiso alarmar más de lo debido y dijo que fue un asalto, pero Gregory y yo somos los únicos que sabemos que no lo fue.
Georgiana estaba cada vez más impresionada con lo que escuchaba.
—¿Y quién es ese hombre? ¿Por qué tanto interés en adquirir la pintura?
—Desconocemos su identidad y hemos creído que quizás sea un testaferro. A la persona que más le interesaría recuperar esa pintura es a Brandon quien suele utilizar representantes en varias subastas. No me siento cómodo de hacer una acusación de esa naturaleza, pero lo cierto es que no podemos descartarle.
Georgie ahora vislumbraba bien la razón del desprecio de James hacia Brandon. ¡Le culpaba indirectamente de aquel incidente!
—¿Y por qué el vizconde querría comprar la pintura? Comprendo el interés de Brandon por recuperarle, pero el de James… —se mordió el labio al llamarle por su nombre.
Edward, que hasta entonces continuaba de pie, volvió a tomar asiento.
—El vizconde tiene razones muy fuertes para desear recuperar esa pintura. Se trata de una cuestión muy personal que tuvo a bien confesarnos a Gregory y a mí.
Georgiana volvió a tomar el diario y releyó una simple línea: “Para el rostro de esta figura, el señor Percy se inspiró en el de un pintor joven, muy amigo suyo, cuya identidad no revelaremos por el momento”.
—¡El hermano del vizconde debe ser el amigo de Percy! —concluyó temblando.
—¿Cómo lo dedujiste? —Edward estaba asombrado con su sagacidad.
—El vizconde me mencionó que su hermano era un pintor de poco reconocimiento y que era amigo de Brandon. No le di mucha importancia a ese dato hasta este momento.
—Así es —le confirmó Edward—. Es por ello que James afirma que la historia de The Post es real. Su hermano es la figura retratada como Baco y fue además su…
Edward se interrumpió, incapaz de decirlo. La expresión de Georgie era además pavorosa al comprender lo que Edward iba a insinuar.
—¡No puedo creerlo! —le dijo con viveza—. Puede que haya sido el modelo para esa figura, pero suponer que los una algo más que una amistad es… —no encontraba el adjetivo— puede ser un error terrible…
Edward lo sabía, pero tenía elementos suficientes para dudar de Brandon.
—El hermano del vizconde lo ha negado siempre —confesó—, y para colmo de males huyó de su familia camino a Viena, y su paradero es desconocido. De cualquier manera, el vizconde alega que existe otra prueba que demuestra lo expuesto en el diario, pero que no ha podido encontrar o tal vez ya no exista.
—Siempre supe que el vizconde sentía una antipatía muy grande por Brandon, que jamás entendí pues a mis ojos no tenía justificación alguna. Cuando le preguntaba al respecto, sus respuestas no me satisfacían —murmuró Georgie, recordando aquellas charlas en Essex.
—James es un buen hombre —le aseguró su hermano—; calló la verdad porque yo se lo pedí. No quería hacerte sufrir, pero ahora comprendo que debí haberte prevenido desde el comienzo. Perdóname por haber callado, pero quería evitarte este sufrimiento.
Las mejillas de Georgie continuaban húmedas por sus lágrimas, por lo que Edward se acercó a ella para ofrecerle su pañuelo. Lo peor de la conversación había pasado ya, así que se sentó a su lado y la confortó, hasta que ella se serenó un poco y puso en orden algunos de sus pensamientos.
—Todavía no puedo creer lo que me has dicho —dijo ella al fin—. Intento ser justa y aunque comprendo que muchos elementos nos hacen dudar de Brandon, no puedo aceptar esas acusaciones sin prueba alguna que las respalden.
Edward asintió. Esperaba que su hermana argumentase algo así.
—Yo… —la voz le temblaba—; sabes que he albergado dudas acerca del amor de Brandon por mí, pero luego del artículo del diario puedo entender mejor que tuviese miedo de permanecer en Londres, inclusive sin ser culpable de lo que se le acusa.
—¿Continúas queriendo casarte con él? —preguntó Edward preocupado e intentando mantener la calma.
—No pretendo rechazarle de manera definitiva por este asunto, sin antes verle y pedirle una explicación oportuna. Estoy segura de que no podrá mentirme.
—Confías demasiado en él… —le advirtió su hermano.
—Mi viaje a Nueva York ha llegado en el mejor de los momentos y te pido que aceptes mi decisión de tener esta conversación con Brandon. Solo así podré estar segura de mis sentimientos y deseos, luego de un período de profunda turbación.
—Está bien —accedió Edward—, confío en que Gregory, Prudence y van Lehmann velen por ti en mi ausencia. Me es imposible abandonar a Anne en su estado, por más que quisiese acompañarte.
Georgie le tendió la mano.
—Hace unas semanas que albergo dudas de casarme con Brandon, ya no solo de postergar el compromiso sino de llegar al altar con él —le confesó—. A veces recuerdo esos hermosos días en Hay Park cuando nos prometimos y me avergüenzo… En otras ocasiones me percato de que esos sentimientos iniciales se han esfumado tras una bruma de decepción y tristeza. A pesar de ello, no deseo condenarle sin antes hablar con él y ver en sus ojos si me dice la verdad. Quizás en Nueva York encuentre la respuesta y sepa qué hacer.
Edward tenía miedo de que su hermana se dejase convencer por las palabras y excusas de Brandon, pero no quería atormentarle más. Sabía que Georgie no tomaría ninguna decisión precipitada y creía que sus hermanos sabrían protegerla lo suficiente. Tal vez incluso antes de partir llegara a una decisión por sí sola, antes de embarcarse, y terminase de una vez con ese compromiso. ¡Si el vizconde de Rockingham conquistara a Georgiana durante la travesía!
Georgie se despidió de su hermano y se encerró en su habitación; estaba muy triste. No podía desestimar lo que Edward con honestidad le había dicho, pero tampoco podía creer que el amor que Brandon había afirmado sentir por ella fuese falso. ¿Acaso no se lo había confesado en Hay Park unas semanas atrás? ¿No le había pedido matrimonio? ¡Era tan difícil creer que ella le interesaba únicamente por cumplir un convencionalismo!
Por otra parte, estaba James, con quién había experimentado emociones profundas e intensas. Sin embargo, se lo había ocultado y estaba tan involucrado en el sórdido asunto de la pintura, que no sabía si confiar en él. De no haber sido por James, Edward nunca le hubiese dado tanto crédito al diario, pero su hermano había preferido confiar en la palabra del vizconde sin prueba alguna que demostrase su historia. ¿Podía estar convencida de la honorabilidad de James y condenar al hombre que conocía desde niña por sus acusaciones sin fundamento? Su cabeza era un hervidero y, en ocasiones, no sabía a quién creer.
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