Capítulo 15

Londres, quince días después.

James llegó a su casa de Londres, luego de unos provechosos días de trabajo en Clydebank. Estaba satisfecho con el resultado de su esfuerzo; el Imperator era un barco impresionante, y las labores de avituallamiento y decoración habían concluido de forma satisfactoria. El lujo de la primera clase de este nuevo navío de la Cunard Line, era un elemento que los diarios habían resaltado. Los camarotes eran más espaciosos, contaban con fluido eléctrico y con los adelantos más insospechados de la época que lo convertirían en el barco más famoso de su tiempo. La última palabra la darían los periodistas y los pasajeros luego del viaje inaugural, pero James confiaba en que se desarrollase sin problema alguno.

Las ambiciones de James en el plano náutico, no quedaban allí. Había continuado el diseño que apenas esbozó en casa de la Duquesa de Portland durante su convalecencia e incluso había tenido un encuentro de negocios con el señor Burns, mostrándole la nueva idea que comenzaban a desarrollar sus manos. La acogida no pudo ser mejor, la Cunard se había mostrado también interesada en que el astillero diseñara aquel nuevo barco para su compañía.

Al llegar al corredor de su casa, sintió voces que provenían del salón de su madre. Justo antes de partir hacia Clydebank, Louise llegó sola a casa, puesto que Tommy no había aparecido y Valerie debía continuar su camino hacia Viena. Ante la ausencia de su hijo más pequeño, Louise desistió de sus planes de acompañar a su hija al Imperio y retornó a su hogar, con la esperanza de poder encontrar a Tommy. Para su asombro, a quien halló fue a su esposo, algo que en un comienzo la dejó muy desconcertada.

Lord Wentworth fue amable con su esposa y él mismo explicó, frente a James, las circunstancias que le hicieron regresar. No obvió ningún detalle, aunque atentasen contra su orgullo y dignidad. Louise no daba crédito a lo que escuchaba, ni esperaba que el señor Percy estuviese tras los actos violentos que padecieron James y el conde. ¡Aquello había sido terrible! Aceptó el regreso de su esposo, no con resignación sino con buena voluntad. James temía dejar a solas a sus padres y que las desavenencias entre ellos hiciesen imposible la convivencia luego de ocho años de no compartir el mismo techo.

Sin embargo, las voces en el salón se escuchaban cada vez mejor y James reconoció el melodioso timbre de su madre y la voz algo carrasposa de su padre. Antes de llegar al umbral, percibió incluso algunas risas, que se interrumpieron cuando el matrimonio advirtió la presencia de su primogénito.

—¡James! —exclamó Louise poniéndose de pie y dándole un abrazo—. ¡Estoy feliz de que estés aquí!

Su padre también se levantó de su asiento y le dio la mano. Cuando lo había ido a buscar a casa de Gregory Hay, dos semanas atrás, lo había hallado demacrado y en un estado paupérrimo; ahora lo encontró más recuperado. El hecho de estar en su hogar, y recibir las atenciones de su esposa, habían obrado maravillas en él.

—Me alegro de verte, hijo —le dijo el conde—. ¿Has traído buenas noticias del Imperator?

James asintió y se sentó con ellos, degustando lo que quedaba del té y las pastas que habían estado comiendo sus progenitores en franca armonía. El joven contó de los progresos del Imperator y les anunció que estaba listo para zarpar hacia Nueva York dentro de pocos días.

—Les he reservado dos camarotes de primera clase, por si se deciden a viajar —les comentó.

—Me encantaría —contestó su padre orgulloso—, por supuesto que no dejaré de embarcarme.

James estaba asombrado del cambio que podía advertir en él. Estaba más tranquilo, más familiar, como si el hecho de haber puesto en riesgo su vida, le hubiese hecho ver la necesidad de enmendarse. Todavía era demasiado pronto para confiar en él, pero estaba satisfecho de lo que veía.

—Sentiría viajar a Nueva York sin antes ver a Tommy y saber que está bien —murmuró Louise con inquietud y tristeza.

—¡Tonterías! —prorrumpió lord Wentworth—. Sabemos que Tommy está perfectamente, en la carta enviada desde Liverpool ha dicho que ha montado un estudio y que pinta más que antes.

La carta había llegado poco antes de partir James hacia los astilleros, y le había dado cierta paz a Louise. James pasó por Liverpool antes de regresar a casa, pues además aquel era el puerto de inmatriculación del Imperator, pero a pesar de sus esfuerzos, no pudo ubicar a su hermano en la ciudad. Se había marchado ya del hotel desde donde envío su última misiva y no quedaban rastros de él. Esto no quiso decírselo a su madre para no preocuparla más. Quizás hubiese rentado alguna casa para vivir y montar su estudio, pero James no podía tener la certeza.

—Estoy seguro de que Tommy está bien —le respondió James con dulzura—, quizás necesitaba de cierta independencia para pintar y ser feliz. En algunos días recibirás una nueva carta y te contará más de sus progresos como artista.

—James es ahora el que más nos necesita —interrumpió el conde—. Es su primer barco y, como sus padres, no podemos dejar de participar en un acontecimiento como este. El Imperator es el barco más grande y lujoso del mundo y pronto probará también ser el más rápido.

Louise miró a su esposo complacida. La relación con él era cordial, en los últimos días habían redescubierto que les agradaba la mutua compañía. Habían dejado a un lado las recriminaciones, y aunque no habían vuelto a ser un verdadero matrimonio, no podía negar que cada día, lord Wentworth le recordaba más al hombre que la había desposado tres décadas atrás.

—Me encantará estar presente en este triunfo —le contestó su madre dándole la mano—, ¿cuándo regresaríamos?

—En dos semanas —repuso él—. Jamás he estado en Nueva York y será una excelente ocasión para conocer la ciudad. Asimismo, la Duquesa de Portland y otros amigos que hice durante mi convalecencia en Essex, me han pedido que los acompañe esos días. Ellos también viajarán.

—El señor Gregory Hay es un gran hombre —comentó lord Wentworth recordando el servicio que le había prestado—. Me agrada mucho esa nueva amistad.

—Por cierto —añadió su madre levantándose nuevamente—, has recibido una invitación de la duquesa para dentro de tres días en su casa de Londres. No me había atrevido a responder por ti, pues no sabía si llegarías a tiempo.

La dama regresó con la nota de la duquesa que dejó en manos de su hijo. Este, luego de leerla detenidamente, comentó:

—La invitación también los incluye a ustedes. La duquesa ha recibido ya los boletos del Imperator que le hice llegar y quiere reciprocar mi gentileza invitándonos a cenar.

—¡Qué estupendo! —expresó Louise con entusiasmo.

Lord Wentworth también estuvo de acuerdo. James, en cambio, permaneció pensativo evocando el recuerdo de Georgiana. ¿Habría regresado también de Essex? ¿Estaría presente en aquella cena? No había vuelto a tener noticias de ella, pero continuaba amándola de la misma manera que aquella noche en el despacho, incluso más. Sin embargo, no se había atrevido a procurarla nuevamente. Sus ocupaciones habían llenado sus días, pero sin dejar de pensar en ella. ¿Cómo buscarla luego de aquel desprecio? ¿Cómo volver a mirarla, y negarle una vez más lo que tanto merecía saber? El compromiso que había contraído con los hermanos Hay le pesaba demasiado, mas debía cumplirlo, sobre todo porque tenía con ellos una deuda de gratitud. 

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James ignoraba que Georgie había regresado a Londres con la duquesa, Edward y Anne. Lady Lucille debía poner en orden algunos asuntos antes de su viaje a Nueva York, cada día más próximo. Para sorpresa de los Hay, Prudence y su esposo van Lehmann habían llegado de Ámsterdam de manera sorpresiva, con la intención de ayudar a Georgie en los preparativos de su boda en el otoño. La joven se sonrojó avergonzada cuando le escuchó decir esto a Prudence. Su hermana había recibido la carta donde le anunciaba el compromiso, incluso después una segunda donde le precisaba la fecha, pero en su tristeza no había sido capaz de hacer lo mismo para informarle que estaba pospuesta. ¡Era tan difícil escribirle algo así, que había terminado no haciéndolo!

Prudence se quedó asombrada al enterarse de aquello, pero no se enojó por la falta de advertencia. La responsabilidad había sido suya al viajar con su esposo e hijos sin avisar. También echaba de menos a su familia y les necesitaba, por lo que su viaje había cumplido su principal propósito. Durante su estancia, se puso al tanto de las novedades.

Edward le confesó en una conversación privada, cuanto sabían de Percy y ella quedó muy impresionada. ¡Jamás lo hubiese creído! Concordaba sin embargo en no desearlo como esposo de Georgiana, aunque no tuviesen contra él pruebas contundentes. Prudence le había recomendado lo mismo que Anne: no demorar en darle a su hermana las explicaciones que se merecía.

Para alegría de Georgiana, Prudence y su esposo decidieron viajar también a Nueva York. El vizconde de Rockingham —del que tanto se hablaba en casa de los Hay últimamente—, había logrado en último momento un camarote adicional de primera clase para los van Lehmann. La tía Julie se había ofrecido a quedarse, cuidando de los niños durante aquellas dos semanas.

—¡Estoy muy entusiasmada! —le confesó Prudence a Georgie una tarde en el jardín de Hay House—. Jamás pensé que algo como esto me aguardaría cuando decidí venir a visitarles.

—Estoy muy feliz de que nos acompañes —le respondió Georgie con alegría.

—¡Y cómo no hacerlo! Este verano en Ámsterdam ha sido de lo más aburrido —añadió—. María se ha ido a París con su tío materno, como es costumbre y los niños cada día tienen más energía.

María era la hija mayor de su esposo Johannes van Lehmann, a la que Prudence había criado como suya. Ella no hacía distinciones entre la jovencita y sus hijos Cristopher y John.

—Elizabeth y Pieter se han quedado con añoranza de ustedes, pero con la niña les es muy difícil viajar tanto y como sabes, ella deberá hacerlo más adelante, para el parto de Anne —prosiguió, poniéndole al tanto.

La familia de Londres y la de Ámsterdam eran una sola y muy unida. Gracias al matrimonio de Anne y Edward, los vínculos se habían vuelto más estrechos.
Georgie no le escuchaba ya. Se había quedado pensativa, recordando su último encuentro con James en el despacho de la duquesa. Arreglaba como un autómata unas flores en el jarrón de la mesa donde se hallaban sentadas, pero su mente estaba en otra parte. Todavía experimentaba una honda tristeza al rememorar cómo había concluido aquella entrevista… James le ocultaba algo, no había sido capaz de negarlo, pero tampoco ella era capaz de dejar de pensar en sus besos… Por otra parte, Brandon le había escrito y la carta la había leído ese mismo día, llenándose de nuevas dudas y recriminaciones por haber pospuesto la boda.

—¿Qué te sucede, Georgie? —preguntó Prudence, quien la notaba un tanto abstraída—. Dices estar feliz por el viaje, pero no advierto en ti una alegría genuina.

La joven bajó la cabeza, pero luego se decidió a mirar a su hermana mayor. El carácter de Prudence le hacía más joven, era tan encantadora, pero a la vez suspicaz; era muy difícil ocultarle lo que en realidad le sucedía.

—Brandon ha respondido finalmente a mi carta —contestó—. Ha tardado un poco en llegar porque la remitió primero a Essex, sin saber que nos encontrábamos ya de regreso en Hay House.

—Se ha mostrado ofendido por tu decisión, ¿cierto? —indagó Prudence con preocupación.

—Así es —asintió Georgie agobiada—, los términos de la carta no son muy amables, lo que en él resulta algo alarmante, ya que no es su temperamento, y me dice que regresará pronto. Me cuestiono si habré hecho lo correcto.

—Georgie, no puedes dejar que palabras tan injustas te lleven a tomar una decisión que desechaste por ti misma. Tus sentimientos son tan importantes como los suyos y si has decidido no casarte en el otoño, es porque no estás convencida ya de lo que sientes por él.
Georgiana la miró con sorpresa.

—No lo hice por eso —refutó—. Albergaba dudas de su amor por mí, no del mío. En las pocas semanas de compromiso no tuve la certeza de que me profesara ese amor que yo estaba soñando.

—No me engañas, Georgie —repuso Prudence, con la experiencia que le otorgaban sus años—, cuando una mujer está en verdad enamorada, muchas veces no cuestiona el amor del hombre. El suyo es tan grande que basta por los dos. Prefiere ciegamente llegar al altar ante la posibilidad de perderlo. Estoy de acuerdo en que esta conducta no es correcta, pero las decisiones en el amor rara vez se toman con frialdad. Si has llegado a cuestionarte el sentir de Brandon por ti, al punto de posponer tu matrimonio, no es solo porque él te quiera menos, sino porque eres tú quien has dejado de amarlo con tanta magnitud. No creo que estés lo suficientemente enamorada para aceptarlo a ultranza. Pienso que sabes muy bien lo que deseas y has comprobado, a tu pesar, que él no es el hombre al que tu corazón aspira.

Georgie se quedó en silencio. Sabía que Prudence, con su habitual sutileza, había dicho la verdad. Al comienzo había pospuesto el matrimonio pensando en que el amor de Brandon no era suficiente; ahora también tenía dudas respecto al suyo. ¡Desde niña lo conocía y hacía unos años que le admiraba! Pero había descubierto que, en ocasiones, esos no eran los sentimientos que bastaban para sostener a un matrimonio feliz.

—Creo que no debes sentirte mal por la decisión que has tomado —continuó Prudence—, en silencio todos te alabamos por la sensatez que has demostrado tener.

Georgie le agradeció, pero la conversación se interrumpió cuando la tía Julie hizo pasar a lady Beatrix que acudía a visitarlas. Ella era la mejor amiga de Prudence, la distancia hacía que en los últimos años se viesen muy poco, pero el cariño continuaba siendo el mismo.

Los Holland también habían pensado en viajar a Nueva York, pero lo habían desestimado al final. Beatrix no deseaba alejarse de sus hijos, que ya estaban bajo su cuidado luego de haberlos recogido en casa de su madre en Derbyshire. Se sorprendía de que Prudence, a su edad, todavía encontrara entusiasmo para cruzar el Atlántico.

Pronto la conversación entre las tres amigas recayó precisamente en el tema del viaje. Beatrix comentó, de manera deliberada, que había recibido carta de Brandon.

—Esta misma mañana le he contestado.

—¿Brandon sabe que viajaremos a Nueva York? —preguntó Georgiana, consternada de que se lo hubiese informado.

Ella no se había atrevido a decírselo. En algún momento lo haría, pero tenía miedo de encontrarse con Brandon luego de la decisión que había tomado con respecto a la boda. En Londres era de esperar que las relaciones entre ellos volviesen a ser las mismas, pero quizás en Nueva York se lo encontrase con el ánimo más exaltado, a juzgar por la carta que le había enviado.

—No quise hacerlo —respondió Beatrix—, pensé que no era algo que me correspondiera a mí decir y que tal vez sea un secreto. ¿Pretendes sorprender a Brandon apareciendo sin avisarle?

Beatrix sabía que la relación de los jóvenes no atravesaba por su mejor momento, pero quería alentarlos a que se encontraran.

—No le he informado todavía del viaje —afirmó Georgie—, y todavía no sé si decírselo, aunque también temo que se disguste si no lo hago.

—Puede ofenderse si apareces sin consultárselo o hablarle al respecto… —opinó Beatrix.

—No te preocupes, querida —le tranquilizó Prudence mirando a su amiga con irritación—, estoy segura de que Brandon no tomará a mal si no se lo dices.

—Después de que Georgie aplazara la fecha del compromiso —explicó Beatrix—, Brandon está muy afectado y puede molestarse con ese viaje si lo ignora. Me ha escrito una larga carta pidiéndome que te aconseje, Georgie, sobre la boda. Debes pensar muy bien la decisión que estás tomando al respecto, porque Brandon se siente herido al pensar que ya no le quieres como antes.

—Beatrix, me parece que estás siendo inoportuna —le regañó Prudence—. Georgie no está en condiciones de escuchar las recriminaciones de nadie, ni las de Brandon ni las tuyas.

—Me disculpo —dijo sincera—, es que le profeso un profundo aprecio, es como un hermano menor para mí, y estoy preocupada por el futuro de ambos. ¡Estaban tan enamorados!

Georgie cada vez se sentía más agobiada, al punto de que consideró retirarse. Sabía que Beatrix quería mucho a Brandon, pero creía que en esta circunstancia sería más imparcial.

—Georgiana no ha deshecho el compromiso —le reiteró Prudence, para calmar los ánimos—, tan solo ha pospuesto la boda. ¿Por qué sentirse ofendido o preocupado por ello? Apenas llevan unas semanas prometidos, tienen tiempo para que ese amor fructifique, algo que no es posible con esta distancia que Percy ha insistido en mantener entre los dos.

—Él está temeroso de que Georgie haya tomado esa decisión a causa del artículo de The Post, y al no estar cerca de ella no puede defenderse. ¿Por qué otro motivo pospondría Georgie una boda que deseaba tanto? —Miró a la aludida—. ¡No puedes dar crédito, querida Georgie, a las patrañas publicadas!

La expresión de alarma reflejada en el rostro de Prudence, evidenció de inmediato que Beatrix se había equivocado al decir tanto, pero ya no tenía manera de retractarse.

—¿De qué artículo hablas? —preguntó Georgiana confundida—. ¿Qué patrañas se han vertido sobre Percy en The Post de las que no estoy enterada?

—¡Georgiana no sabía! —le recriminó Prudence—. ¡No debiste haber dicho eso!
Las mejillas de Beatrix se sonrojaron, no había querido ser indiscreta.

—Pensé que ya se lo habrían dicho —tartamudeó con los ojos como platos—. Percy me aseguró que esa era la causa de la decisión tan repentina, lo único que pudo haberle instado a posponer la boda…

La aludida se levantó en el acto, al constatar que algo le ocultaban. ¡Tantas veces tuvo el presentimiento de que su familia la protegía de algo! En las conversaciones con Anne lo había pensado, incluso con James.

—¿Qué es lo que sucede? —inquirió alarmada—. ¿Qué es lo que llevan semanas ocultándome?

Prudence también se levantó de su asiento e intentó calmarla, pero Georgiana era presa de la mayor alteración. Beatrix tuvo a bien retirarse, no sin antes disculparse con las hermanas por su indiscreción; tan solo quería que, con sus buenos oficios, Georgie y Brandon se entendiesen.

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