Capítulo 14

La velada en el Salón Azul esa noche resultó ser muy agradable. La presencia de Gregory animaba a la duquesa, siempre tan ocurrente y compartiendo noticias de Londres que satisfacían la curiosidad de la anfitriona. Junto a ellos se hallaban Anne, Edward y James, quienes también participaban de la charla que transcurrió por diversos temas. Pronto Gregory cedió su puesto de orador a James, ya que la duquesa siempre sacaba a relucir al Imperator, no saciándose jamás de conocer detalles sobre él.

Durante la cena él no se le había acercado, apenas compartieron breves frases corteses, pero Georgie no se atrevía a mirarle a los ojos. Luego de la cena, comenzó a tocar el piano para alejarse lo más posible y mantenerse ocupada, intentando no levantar los ojos de la partitura, aunque advirtió más de una vez que él la observaba.

—He decidido finalmente viajar a Nueva York —dijo la dama con una sonrisa—, y me encantaría hacerlo en el viaje inaugural del Imperator, aceptando su invitación. He dirigido una carta al Metropolitan Museum, comunicándoles que estaré a finales de septiembre con algunas muestras de mi colección privada para un pequeño préstamo.

Anne se quedó azorada en cuanto escuchó a su abuela.

—Querida abuela —comenzó—, creí que ya habíamos hablado del asunto y que a su edad no era conveniente embarcarse en tamaño viaje. Edward y yo no podremos acompañarle.

—Ya lo sé —repuso la anciana—, pero no pienso desistir. Ya encontraré a alguien que se brinde a hacerme compañía durante la travesía al otro lado del Atlántico. Gracias a personas tan capaces como nuestro querido vizconde, puede hacerse en menos de una semana.

—Espero que el Imperator gane la Banda Azul en su viaje inaugural. En cinco días llegaremos a Nueva York, si el buen tiempo nos acompaña —contestó James—. Les aseguro que cuidaré muy bien de la duquesa, si es que por fin su excelencia se decide a viajar.

—¡Ya estoy decidida! —exclamó ella—. Cuando la señorita Norris regrese de su viaje, le hablaré de la aventura que nos aguarda.

La señorita Norris era una dama parlanchina y de mediana edad, que había sido la dama de compañía de Anne, antes de casarse. Luego de la boda, fungía como acompañante de lady Lucille en ciertas ocasiones, aunque durante el verano había ido a visitar a unos primos en York.

—Aun así, creo que debería pensarlo mejor —intervino Edward—. El vizconde tendrá muchas responsabilidades en su barco durante el viaje inaugural y será difícil para él estar pendiente de dos damas durante la travesía. Ya conocemos a la señorita Norris y no es de fiar.

La señorita Norris había sido una pésima dama de compañía para Anne. Al recordarlo, lady Lucille no pudo evitar sonreír por el comentario. Era cierto que era muy atolondrada.

—Tienes razón, pero tengo que conocer América pronto —respondió con firmeza.

—Permítame ofrecerme para acompañarla a Nueva York —dijo Gregory, que había escuchado hablar a la duquesa en silencio—. He pensado en tomarme unas vacaciones y el viaje en el Imperator me parece una ocasión excelente.

—Imagino que viajes solo —insinuó su hermano con una mirada cargada de intención—. No someterás a la duquesa a ciertas compañías…

Gregory no pudo evitar soltar una carcajada, y hasta la propia Lady Lucille sonrió. A sus años y con lo liberal que era, no se dejaba ofender por la presencia de una mujer como la señorita Preston.

—Iré solo, por supuesto —respondió Gregory después—. Dije que eran unas vacaciones…

Anne se sumó a las sonrisas, pero no dijo nada.

—En ese caso —prosiguió Edward—, pienso que quizás Georgie pueda acompañarte.

La aludida se detuvo abruptamente en su ejecución de Chopin y sus ojos se cruzaron con los de James, que tampoco se esperaba aquella sugerencia por parte de lord Hay.

—Hace unos días me confesaste tu deseo de viajar en el Imperator —continuó Edward mirando a su hermana—, y teniendo en cuenta que la duquesa, la señorita Norris y tu hermano irán también, no tengo objeción alguna en que cumplas ese deseo.

Georgiana se levantó del piano, vivamente impresionada. No creyó que Edward le daría permiso para viajar y, aunque se alegraba de la oportunidad que tendría, la presencia de James le inquietaba.

—¡Me parece estupendo! —exclamó Gregory feliz—. Será un viaje encantador.

El vizconde miró a Georgie por segunda ocasión, la encontraba muy ruborizada y no sabía qué respondería. Luego del beso, su deseo de viajar podía haber cambiado y no se perdonaría nunca si su precipitación echaba por tierra el deseo de cruzar juntos el Atlántico.

—Georgie, te has quedado sin palabras —hizo notar la duquesa.

La joven esbozó una tímida sonrisa.

—¡Me encantaría viajar en el Imperator! —respondió al fin—. Muchas gracias, hermano.

Edward le sonrió desde la distancia y ella prosiguió con su pieza. El corazón de James comenzó a latir más deprisa, emocionado ante lo que podría significar ese viaje, ahora que conocía por el propio lord Hay que Georgie había pospuesto su matrimonio con Percy.

La familia al cabo de unos pocos minutos comenzó a retirarse para dormir, después que Anne bostezara en par de ocasiones. James se acercó a Georgie, quien continuaba en el piano, guardando unas partituras. En cuanto sintió que se acercaba, se estremeció.

—Georgie, me marcho mañana temprano y me gustaría hablarte esta noche antes de irme —le susurró.

La joven se extrañó mucho con aquella petición, pero no pudo contestar.

—Estaré esperándote en el despacho de la duquesa dentro de un rato. Por favor… —Su mirada era suplicante.

James no sabía si Georgie accedería a aquel encuentro, pues no le había respondido y la cordura indicaba separarse de ella antes que llamaran más la atención. Se despidió de todos, pues Gregory y él partirían al alba, y le expresó su gratitud en especial a lady Lucille por la hospitalidad que le había brindado.

—Estaré eternamente en deuda con usted —le dijo tras besar sus manos—. Gracias por acogerme estos días. Ha sido un placer conocerla.

—El placer ha sido mío, y ya me retribuye bastante con ese viaje en el Imperator que auguro será maravilloso. En cuanto a mi hogar, sepa que tendrá siempre abiertas las puertas de él, para cuando me necesite.

Anne y Edward subieron la escalera hacia sus habitaciones. Ella estaba muy sorprendida aun con la decisión que había tomado Edward respecto a Georgiana. Conocía de su interés por el viaje, pero no hubiese esperado que él le permitiese marchar.

—¿No temes que al acceder a ese viaje, estás acercando a Georgie a los brazos de Brandon? —le preguntó alarmada cuando estuvieron a solas.

Su esposo la miró con detenimiento.

—Antes de partir le confesaré a Georgiana la verdad sobre Percy y estoy seguro de que terminará su compromiso. Quizás durante la travesía afloren esos sentimientos entre ella y el vizconde, de los que me hablaste y no quiero privarle del deseo de viajar. Además, confío en Gregory y sé que no permitirá que Brandon se acerca a ella. Nueva York es muy grande, y dudo incluso que lleguen a encontrarse.

—En ese caso —murmuró su esposa rodeándole con los brazos—, creo que has hecho lo correcto.

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James aguardaba impaciente a que Georgiana apareciese en el despacho de la duquesa, como habían acordado. Hacía tiempo que los moradores se habían retirado a sus aposentos y él se preguntaba si ella le dejaría esperando. No deseaba marcharse a Londres sin antes verle por última vez. La había notado indiferente frente a él y eso no le agradaba. Había pasado toda la noche rehuyéndole y esas circunstancias le habían provocado un pesar demasiado hondo, que solo disminuyó cuando le escuchó decir que viajaría en el Imperator.

Lord Hay, sin saberlo, le había alentado en sus intenciones al informarle que Georgie había retrasado su matrimonio de forma indefinida. Los propios hermanos Hay insinuaron que él había condicionado de manera favorable esa decisión, por la cual podía sentirse más que satisfecho. Sin embargo, ¿le correspondería Georgie en algún momento? Cuando la evocaba en el prado de Essex podía incluso creerlo posible, pero el recuerdo del rostro de la joven durante la velada de esa noche, le había hecho pensar lo contrario.

Había dejado la puerta abierta, por lo que de inmediato se percató cuando su hermosa figura llegó al umbral. Continuaba con el mismo vestido: un traje de color claro que le favorecía mucho, exaltando su figura y su cabello castaño. Le miraba de manera interrogante, no muy segura de avanzar, pero él asintió con la cabeza y ella se decidió al fin a dar unos pasos hacía él. Llevaba unos papeles en las manos, junto a su pecho, y él se preguntó que podrían ser…

—Me alegra mucho que hayas venido —comenzó, privándose de formalidad alguna—. Por un momento creí que no cumplirías mi deseo.

Se encontraban prácticamente en penumbras, iluminados apenas por las lámparas de gas, ya que no deseaba alertar a nadie de aquel encuentro clandestino. La atmósfera creada era muy íntima, quizás por ello Georgie se sentía un tanto cohibida.

—He venido a despedirme —dijo ella al fin—. Es probable que no nos veamos más hasta mediados de septiembre, a bordo del Imperator.

James dio un paso hacia ella, con el corazón acelerado.

—No sabes cuánto soñaré con ese momento. Todavía no puedo creer que lord Hay accediese a ello e incluso temía que te rehusaras.

—¿Por qué? —preguntó ella mirándole a sus ojos grises—. Siempre dije que me encantaría viajar en el Imperator.

—Lo sé —asintió él—, pero después de lo que sucedió esta mañana, pensé que me querrías bien lejos de ti.

Georgie se sonrojó, pero James no lo advirtió a causa de la semioscuridad.

—No quiero hablar de ello —contestó ella luego de una pausa.

—Quiero disculparme, sé que quizás me comporté de una manera indebida, pero no quisiera que por ello tuvieses un mal criterio de mí.

—Es mejor olvidarlo —le dijo ella acercándose—. No tengo un mal criterio de ti y como prueba de ello, quisiera que tuvieras esto.

James recibió en sus manos los papeles que llevaba contra su pecho, y al tomarlos pudo constatar que eran partituras.

—Es mi concierto —le explicó.
James estaba conmovido.

—¡Oh, Georgie! —exclamó emocionado—. No sabes cuánto te agradezco este obsequio… ¿Ya le has puesto un título?

Ella asintió.

—Lo he escrito en la parte superior, pero con una débil tinta, es probable que en la penumbra no puedas verlo bien —le contestó—. Buenas noches.

La joven se dirigió hacia la puerta, dando por concluida aquella entrevista.

—Espera, por favor… —La voz de James la detuvo.

Colocó las partituras encima del escritorio, y se aproximó a ella. Sus ojos brillaban con la luz de las bujías, y le pareció que se estremeció cuando él se acercó.

—Georgie, no puedo dejarte marchar así sin hablar de lo que sucedió hoy… —susurró.

—Por favor —le pidió—, es mejor no recordarlo.

La mano de James le acarició la mejilla, y la miraba de una manera que le instaba a permanecer a su lado.

—Lo que sucedió no fue una equivocación o un impulso que no pude refrenar. ¡Si supieras lo que experimenté al besarte! —Su voz sonaba distinta, profunda pero muy convincente.

Ella se quedó inmóvil, sin saber qué decir. El encuentro con el vizconde parecía irreal, pero sentía que no podía huir de él. James le colocó un mechón de su cabello tras la oreja, mientras se acercaba más a ella, sin dejar de mirarla.

—Georgie, estoy enamorado de ti —le confesó—. No hago más que soñar contigo desde que te vi por primera vez… No por inesperado mi amor deja de ser menos profundo. Te amo, Georgiana, y no puedo marcharme a Londres sin al menos decírtelo.

Ella se sorprendió mucho al escucharle una declaración como aquella, pero tan solo podía sostenerle la mirada. Un nudo se había alojado en su garganta, quizás por la emoción que experimentaba y que él tomó como un buen augurio.

—Sé que quizás demores en sentir lo mismo por mí —continuó—, pero esta mañana tuve esperanzas de que quizás puedas corresponder a mis sentimientos.

Georgie comenzó a temblar, las palabras de James habían calado en lo más profundo de su ser. No sabía qué responderle, su juicio se había nublado y las palabras no llegaban a sus labios… Había perdido por completo el dominio sobre sí misma, incapaz de resistirse a aquella mirada. James la notó tan turbada que no quiso darle tiempo a un rechazo, sin antes intentar convencerla de que ella también podría quererle.

La mano que todavía reposaba sobre su mejilla, se convirtió en una caricia y luego atrajo su rostro hacia el suyo con un suave ademán. Sus labios se encontraron y James experimentó nuevamente aquel frenesí que descubrió esa mañana en el vergel. La boca de Georgie le correspondió, uniéndose a la suya en un beso que los hizo vibrar. Una emoción muy honda ocupó aún más el corazón de ella, y sintió como el fuerte cuerpo de James se acercaba al suyo, colocando sus manos sobre su fino talle.

La respiración se hizo entrecortada; aquel beso era febril, anhelante, apasionado, muy distinto a cualquier otro beso que hubiese recibido en el pasado… Fue en ese instante en el que pensó en Brandon y su lealtad pesó más que el desenfreno de su corazón. Se apartó como pudo del vizconde y él se lo permitió, quizás porque estaba demasiado feliz como para comprender los pensamientos de culpabilidad que rondaban a Georgiana después de lo que había hecho.

—Lo siento —balbució avergonzada llevándose las manos al rostro—. Ha sido un error y no debí haber sucumbido…

James volvió junto a ella, le separó las manos del rostro encendido, y la miró a los ojos para infundirle paz.

—No puedes recriminarte, amor mío —le pidió—. Debes admitir que también tú…

—No es cierto —le interrumpió ella, sin poder escucharle—. ¡Eso no es cierto! —repitió airada—. Estoy comprometida con Brandon y voy a casarme con él.

James le soltó las manos.

—Has pospuesto ese matrimonio —le recordó—. Es probable que ya no sea tan firme tu resolución de casarte con él.

—¿Cómo sabes eso? —Georgie estaba disgustada de que él estuviese al corriente de algo tan íntimo.

—Lo escuché —contestó él sin dar detalles—, y me siento aliviado de saber que no cometerás el error de casarte con alguien que no te merece.

—¡No puedes hablar así! —prorrumpió ella—. Brandon me quiere… Admito que puedo estar un tanto confundida por su lejanía, pero alentarte esta noche ha sido una terrible equivocación y me disculpo por ello.

—Georgie Brandon no es la persona que crees —insistió él—. Estoy convencido de que este compromiso no terminará en matrimonio. Si tan solo me dieras una oportunidad, yo…

—¿Darte una oportunidad? —le increpó Georgie nerviosa—. ¿Cómo podría hacer eso si desde que nos conocimos siento que hay algo muy grave que me ocultas? ¿Por qué estás tan seguro del fracaso de mi compromiso?

James intentó tranquilizarla, pero no pudo hacerlo.

—Georgie, tienes que confiar en mí… —le rogó.

—No puedo hacerlo —respondió ella todavía molesta—. ¿Acaso puedes negar que me ocultas algo?

James no pudo, estaba a punto de confesarle la verdad, pero sabía que no era el momento adecuado, ni podía faltar a su promesa a los hermanos Hay.

—Tienes que creer que mi amor por ti es real, en cambio Brandon no…

—¡Basta! —exclamó ella abrumada—. No puedo escuchar más. Es mejor no continuar esta conversación pues no puedo creer en ti —continuó en voz baja—. Si en realidad me amaras, me dirías lo que sabes sin tibiezas…

Georgie aguardó un instante, con la esperanza de que por fin James le contase la verdad, pero al ver que continuaba sin decir palabra, salió del despacho con el corazón destrozado.

Él se acercó al escritorio, angustiado. Había creído vislumbrar en Georgie un sentimiento semejante al que sentía por ella, pero se había esfumado tan rápido como había llegado, volviendo a sumirlos en una desazón insoportable. ¡Si tan solo ella supiera que Percy no era el hombre para ella! Los besos de Georgie le hicieron creer que el pintor quedaría atrás, pero se volvía a arruinar el futuro que deseaba para los dos.

El vizconde tomó del escritorio la partitura de Georgiana; la iluminó mejor con la bujía para poder observarla y descubrió con sorpresa cuál era el título de su concierto: Emperador del Mar. Georgie había dedicado su música al Imperator, y no podía menos que emocionarse por aquel regalo invaluable de la joven.

Debía reconocer que la pieza era perfecta para su barco. El primer tiempo melódico, por su suavidad, le hacía pensar en el inicio de la travesía de un barco, alejándose del puerto y dejando atrás a quienes, llenos de tristeza, dan el último adiós a los que se embarcan hacia el nuevo mundo. Luego, las partes más alegres, le recordaban el entusiasmo de los aventureros, deseosos de descubrir lo que el destino les deparará al otro lado del Atlántico. El sonido del movimiento más vigoroso, se asemejaba a las olas del mar embravecido rompiendo sobre el casco de los barcos, durante una tormenta; y el cierre de la pieza volvía a ser melancólico y suave como al principio, haciéndole evocar la llegada a un nuevo puerto. Es en ese momento donde todo culmina, pero a la vez comienza…

La pieza de Georgiana era adecuada para el Imperator, parecía escrita para él, y le había provocado la misma nostalgia de sus últimas notas. Aquel regalo de la joven era quizás su despedida y, a pesar de lo halagado que estaba, no podía estar más triste.

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