Capítulo 12
James pasó toda la noche pensando en Georgiana y en los sentimientos que había despertado en él. Nunca antes se había permitido pensar tanto en una mujer, pero con ella resultaba inevitable. Cuando descubrió aquel talento que Georgie escondía del mundo, supo que estaba frente a alguien extraordinario. Percy no merecía el amor de Georgie, pero él no podía prevenirla más de lo que ya lo había hecho. Lord Hay y su hermano se lo habían pedido y él les había dado su palabra. Tampoco le satisfacía obtener el interés de ella desdeñando a su contrario. En ocasiones le parecía que ella sentía algo semejante a lo que experimentaba él, pero no se atrevía a alentar aquel pensamiento.
Los siguientes días también disfrutaron de agradables tardes en el piano. Aunque no lo dijese, Georgie le esperaba y él acudía, como si se tratase de una cita acordada de manera expresa. El resto de la familia había preferido no hablar de lo que observaban, aunque para ellos era evidente que entre Georgie y el vizconde se estaba forjando, cuando menos, una amistad.
Georgie tocaba para él y James se sentaba cerca de ella, en una butaca, a escucharla. Aunque en ocasiones no charlaban, la música se convertía en un puente entre ellos, generando una atmósfera tan especial e íntima, que hacía sentir a Georgie muy turbada, sabiéndose muy próxima a él. En una oportunidad, extrajo del cajón de las partituras un concierto de Chopin, y le obligó a tocarlo con ella.
Los conocimientos de James estaban algo dormidos y estaba falto de práctica, pero Georgie le hizo esforzarse. Las imprecisiones del vizconde eran motivo de risas. Él se burlaba de sí mismo, pero cuando lograron al fin concluir la pieza sin errores, ella se volteó hacia él orgullosa y feliz.
—¡Ha estado impecable!
Él se hallaba a su lado en la banqueta, tan cerca que la hizo ruborizar cuando sus miradas se encontraron.
—Ha sido usted quien lo ha logrado —le contestó, sonriendo también—. Le agradezco que me haya forzado a tocar, aunque todo el tiempo temiese decepcionarla.
—No podría decepcionarme nunca, aunque quisiese…
Georgie se levantó para guardar la partitura y escoger otra, sin comprender el efecto que sus palabras habían causado en el vizconde. Él también se incorporó y se dejó caer sobre el butacón, para descansar. Tenía cierto dolor por la tensión que suponía estar en el piano por tanto tiempo, pero había valido la pena.
—Mi madre no puede imaginar lo que ha logrado usted conmigo —añadió divertido—. No puede siquiera pensar que he vuelto a tocar.
—¿No le agradaba hacerlo? —Ella dejó lo que hacía, y se sentó frente a él, con curiosidad.
James negó con la cabeza.
—El piano me encanta, pero de niño era muy inquieto y me costaba mucho atender a mis clases, para exasperación de mis profesores. Mi madre siempre tenía que reprenderme, aunque ahora valoro lo que hizo por mí y la paciencia que tuvo.
—La música le gusta.
Él asintió.
—Pero más me gustan estas tardes con usted —le respondió—. Nunca aprecié tanto mis lecciones de piano hasta ahora, que la he podido tener a mi lado.
Ella volvió a ruborizarse, le había comprendido muy bien. Luego de un instante en silencio, intentó cambiar el rumbo de la conversación.
—¿Y su padre? —preguntó intrigada—. Me ha hablado algunas veces de su madre, pero a él apenas lo menciona.
“¡Qué intuición la de Georgie!”, pensó.
—Ha sido muy suspicaz. Mi padre y yo tenemos nuestras diferencias desde hace algunos años —le confesó—. En cambio, mi madre es una dama encantadora, muy dulce. En ocasiones usted me la recuerda. Me gustaría mucho que se conocieran algún día.
Ella se sintió halagada.
—También me gustaría conocerla. Yo perdí a mi padre cuando era muy pequeña y mi madre estuvo enferma de los nervios por mucho tiempo… A veces no me reconocía. —La voz se le resquebrajó—. Murió el año pasado.
James se levantó y le tendió la mano como consuelo. Ella se la estrechó.
—Lo siento mucho —le dijo de corazón—. Debió haber sido muy duro para usted.
Ella se puso de pie, todavía con su mano entre la suya.
—Lo fue, por eso le aseguro que es muy afortunado por la familia que tiene. Sus padres deben estar muy orgullosos de usted.
—Los suyos también lo estarían, estoy convencido de eso.
Georgie se conmovió al escucharle, y le sostuvo la mirada. Aquellos hermosos ojos grises la observaban de una manera muy inquietante. James se sintió más cerca de ella en su corazón. Hubiese querido hablarle de las rencillas familiares, de lo distante que estaba de su padre, pero no podía hacerlo. Se quedó observándola en silencio, seducido por su belleza y por la calidez de su corazón.
—Gracias —le contestó ella, rompiendo el momento y soltándole la mano—, ha sido muy amable al decir eso.
—Sus hermanos la quieren mucho, eso salta a la vista y la duquesa, aunque no lleve su sangre, es indudable que la estima como a una nieta más.
Ella le sonrió, más reconfortada.
—Con el matrimonio de Edward hemos ganado a unas personas maravillosas que ahora son parte también de nuestra familia. Yo le tengo un gran afecto a lady Lucille, es una persona extraordinaria.
—Lord Hay y su esposa se notan muy enamorados —comentó él, mientras Georgie volvía al estante de las partituras—, tienen un matrimonio admirable.
Ella se volteó.
—Son mi paradigma, mi ejemplo —le contestó.
—Entonces imagino que, aspirando a ese ideal de felicidad conyugal, se comprometió usted este verano, segura de hallar ese mismo amor en la persona que tendrá al lado por el resto de su vida.
Su expresión cambió, al comprender lo que James insinuaba, por lo que se sintió incómoda en el acto. Sin hablar de Brandon, lo había mencionado de manera indirecta.
—Lo siento. —Él se le acercó en el acto, preocupado—. No quise herirla o disgustarla. Perdóneme.
Ella no le contestó, perdida como estaba en sus pensamientos. ¿Se acercaría su matrimonio al ejemplo de armonía y dicha que le mostraban su hermano y Anne todos los días? Era increíble como se cuestionaba lo mismo cada vez más.
—Georgiana, discúlpeme —insistió él, volviéndole a tomar la mano—, no quise decir eso. Solo intenté decir que era innegable que usted, por su carácter y bondad, aspira a un gran amor. Si lo ha encontrado o no en su prometido, no es asunto mío.
Ella levantó la mirada, volviendo a cruzarse con sus ojos, cada vez más cerca.
—Es verdad que aspiro a un gran amor —le contestó, si bien no pudo añadirle que ya lo hubiese encontrado.
—Sin duda nadie lo merece más que usted.
Ella centró su mirada de vuelta a las partituras, con el corazón en un puño. No sabía por qué la mirada del vizconde le turbaba tanto, ni por qué había sido incapaz de responder que, en efecto, su ideal se había cumplido con su relación con Brandon.
—Y usted, ¿está comprometido con alguien?
Él negó con la cabeza.
—No he tenido mucho tiempo para eso —le explicó—. He trabajado arduamente para labrarme un futuro y hacer fortuna. Mis años en el astillero no me lo han permitido, y la verdad es que, en mi poco tiempo libre, no me he dejado arrebatar el corazón todavía por ninguna mujer, aunque sin duda, también aspiro a un gran amor, y con frecuencia pienso que estoy cerca de encontrarlo.
—¿Toco algo más? —le preguntó Georgie, dándole un giro a la charla—. ¿Qué le apetecería escuchar?
—Su concierto, esa hermosa música que me recuerda al mar.
—¿Tanto le ha gustado? —Ella no salía de su asombro.
—Sí —asintió—, cuando la interpreta siempre me viene a la cabeza la imagen de un puerto, las olas sobre el casco de un barco, el olor del mar…
—Si es así, lo tocaré de nuevo para usted, aunque me extraña que no se aburra de escuchar lo mismo.
—Jamás, su concierto es mi preferido.
Ella le agradeció y volvió a sentarse al piano, comenzando con el primer tiempo melancólico y evocador. Él se sentó, seducido por su melodía y pensando en cuantos deseos le inspiraba aquella mujer.
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Al día siguiente, James se preguntaba dónde se encontraría Georgie, cuando al mirar a través de una ventana, la halló sentada en el jardín. En ese preciso instante la joven levantó la cabeza, presa de esa extraña percepción que se experimenta cuando se es observado por alguien. James le saludó con la mano y ella le devolvió el gesto con una sonrisa que, iluminada por los rayos de sol de esa espléndida mañana, le sirvió de incentivo para salir también al vergel.
Él había mejorado mucho en los últimos días, apenas sentía dolor y había considerado seriamente partir muy pronto de regreso a Londres. Si antes estuvo impaciente por marcharse, ahora no deseaba hacerlo; ello traería como consecuencia dejar de ver a Georgie con regularidad.
El joven atravesó el camino de piedra con buen paso y se le acercó. Georgie no se levantó de su asiento, pero lo miró directamente con la misma sonrisa de unos instantes atrás. Aunque no quería admitirlo, James le agradaba bastante. Había descubierto en él una inteligencia y sensibilidad que le resultaban muy atrayentes, así que pronto, aquella pasada enemistad del comienzo fue cediendo paso a un sentimiento real de admiración, respeto y amistad.
No era una joven vanidosa, no había coqueteado nunca, así que carecía de esa experiencia en las relaciones entre un hombre y una mujer. El amor por Brandon fue tan natural y tan ajeno a un verdadero cortejo, que tampoco había desarrollado ese instinto que advierte sobre el interés que puede despertarse en un compañero del sexo opuesto.
James la contemplaba en silencio; el vestido floreado en amarillo, combinaba a la perfección con la cinta del mismo color de su sombrero de paja. ¡Estaba preciosa! Ruborizada por el sol, el cabello un tanto despeinado por la brisa, y en sus piernas una cesta de mimbre llena de flores silvestres que había tomado en su paseo. Por el jardín, corría aquel lanudo terrier blanco por el cual sabía que Georgiana sentía adoración.
—¡Me alegra verle! —le saludó.
Ella asintió.
—Yo también me alegro mucho —respondió ella—, la víspera fue muy agradable.
James se alegró de que recordara bien aquel tiempo que compartieron juntos. Él estaba prendado de Georgie, pero a veces creía que ella no se daba cuenta.
—Para mí fue encantador —le aseguró James—. Podría pasarme horas enteras a su lado, escuchándole tocar.
—¿No lo considera tedioso? —le preguntó.
—En lo absoluto, Georgiana. Conocerla mejor ha sido lo más importante de esta convalecencia en casa de lady Lucille, aunque agradezco a todos por las gentilezas que han tenido conmigo.
—Está cada día más recuperado… —señaló ella.
—Sí —dijo él con aire de tristeza en la mirada—. Ya estoy en condiciones de prescindir de la hospitalidad de la duquesa; he pensado en regresar mañana mismo a Londres, aunque no a caballo, pues no debería llegar a tal extremo.
Georgie no lo esperaba. Era notorio que se hallaba mejor de sus dolencias, pero ella tampoco deseaba que se marchara. Se sorprendió ante tamaña sensación que no podía explicar… James la miraba, intentado advertir si experimentaba el mismo desconsuelo que él al hablar de su partida.
—Lamento que se marche tan pronto —le confesó—. Me he habituado a su compañía en el salón de música y a oír sus historias sobre el mar y el astillero en las noches.
Esta vez fue James quien sonrió halagado. A pesar de que Georgiana no hablaba mucho en las veladas nocturnas, le prestaba bastante atención. No deseaba regresar a Londres sin la certeza de que volverían a encontrarse pronto.
—Me siento feliz de escucharle decir eso. Yo me cuestiono si en mis noches de soledad de Londres no asaltarán mi mente las delicadas notas de su piano.
—¡No tendrá en Londres o en Escocia oportunidad de pensar en mí! —exclamó ella riendo, con ingenuidad.
—Se equivoca —le contestó con seriedad—, lo difícil será dejar de pensar en su concierto y en usted…
La frase fue dicha con tal espontaneidad, que Georgie no se sobresaltó de inmediato. Al cabo de unos instantes, comprendió el interés manifiesto que podían reflejar aquellas palabras.
—¿Tanto le ha gustado mi composición? —inquirió.
—Me ha gustado más de lo que pueda expresarle —murmuró.
Georgie presintió que no le hablaba solo de la música y se sintió cohibida. Se levantó del banco instintivamente. James no deseaba darle oportunidad para que se marchara, así que le pidió:
—¿Le apetecería dar un paseo?
Ella asintió por cortesía y porque también lo deseaba, así que le dio el brazo a James, quien la condujo por un camino trazado que llevaba a una arboleda. Snow siguió a su dueña, corriendo por el césped, pero guardaba cierta distancia.
A pesar de tener que marcharme, me gustaría que pudiese seguir en contacto con la duquesa, con su familia y con usted —prosiguió, atesorando cada momento—. No me gustaría que nos distanciáramos.
—Lady Lucille no se lo permitiría —le aseguró—, es muy posible incluso que le acepte la invitación para el viaje inaugural del Imperator.
—Sería un honor para mí, y ya le he dicho que les reservaré los camarotes de prima clase, pensando también en que pueda acompañarnos a Nueva York.
Georgie pensó un momento en Brandon y en la oportunidad que pudiese significar encontrarse con él en la ciudad. Era algo que no podía desechar, además de que le entusiasmaba la idea de conocer el Imperator.
—Hablaré con mi hermano sobre ello —le prometió—. Quizás no se oponga a que pueda acompañar a lady Lucille, si se decidiese a viajar.
James no sabía que el señor Percy se hallaba en América, así que tomó el interés de Georgiana por el viaje como una deferencia hacia él y su barco.
—¿Demorará mucho en dirigirse hacia Escocia?
—No lo creo, están aguardando por mí. Incluso contesté hace unos días una carta de un gran amigo, dueño del astillero, extrañado de mi retraso. Cada vez se acerca más el viaje inaugural y no es atinado perder ni un segundo más.
—Me ha dicho bastante ya del Imperator —reflexionó ella—. En cambio, apenas ha hablado de sus hermanos, salvo la primera noche en la que vino a cenar.
James no se sentía cómodo. Rondaban tantos conflictos a su familia, que prefería no adentrarse en esos asuntos.
—Mi madre y mis hermanos se encuentran de viaje, eso lo mencioné en aquella ocasión —le respondió.
Georgie asintió, todavía de su brazo.
—Su hermana está casada con un alto militar de Imperio austrohúngaro —recordó.
—Así es, hace algunos años que vive en Viena. Es un matrimonio dichoso, aunque todavía no han tenido hijos. Mi hermana ha regresado con su esposo pues le han anunciado que le otorgarán un importante puesto diplomático, y ella debe estar a su lado, como le corresponde.
—Entiendo, imagino que tras ese puesto sea necesario organizar el traslado a una nueva ciudad. ¿Y su hermano más joven? —le preguntó—. Me ha dicho que conocía al señor Percy…
James suspiró, decepcionado al descubrir el verdadero interés de Georgiana en esa conversación.
—Mi hermano es un joven pintor aficionado —dijo por fin—, que jamás ha expuesto sus obras, aunque es muy talentoso. Admira al señor Percy como artista, pero comparado con él, mi hermano es un desconocido.
—Me han dicho que son amigos, pero jamás he escuchado que Brandon lo haya mencionado…
El comentario de la joven le sorprendió por su agudeza, ella que parecía ser tan inocente.
—Le dije en una ocasión que tal vez usted no conozca al señor Percy como cree hacerlo, pero no diré nada más, pues recuerdo también que le prometí no hablar de su prometido.
Georgie no se molestó como él esperaba, se quedó en silencio.
—No es la primera vez que me dicen algo así. Mi cuñada, Anne, me ha comentado algo parecido: que es probable que yo no lo conozca bien. Ella es mi amiga y confío en su criterio.
—Por supuesto, el mío no sería imparcial.
Se habían colocado bajo la sombra de un ciprés. Ambos agradecieron en silencio el protegerse del sol que comenzaba a ser más fuerte.
—¿Imparcial? —repitió ella—. ¿Por qué lo dice?
James dio un paso hacia Georgiana, quien lo miraba con sus expresivos ojos, bajo el ala de su sombrero de paja.
—Lo digo por varios motivos, Georgie, algunos más difíciles de expresar que otros.
—¡Me alarma! —exclamó ella, dejando sobre la hierba la cesta con las flores recogidas—. ¿Qué sería tan difícil de decir?
James dio un nuevo paso hacia Georgiana, tan cerca estaba que podía ver sus pupilas y aquellas diminutas pecas de su nariz. La joven contuvo el aliento ante su proximidad, pero no dio un paso atrás; estaba tan imbuida en la curiosidad y en el interés que le despertaba el vizconde, que se mantuvo sosteniéndole la mirada.
—¿Sabe que creo? Que usted me ha hablado de mis hermanos con la intención de saciar su curiosidad acerca del señor Percy —le dijo él, con una molestia que en realidad ya había dejado de sentir.
Georgie no se esperaba eso.
—Siento que hay algo que no me ha dicho, así que es lógico que desee preguntar, no debe sentirse ofendido por eso. A pesar de ello, sí he querido saber más acerca de su familia, por simpatía y por…
—¿Y por qué más? —le preguntó James, instándole a hablar.
—Pues porque me agrada y deseaba encontrar un tema de conversación que fuese bueno para usted. Lamento si la charla ha llevado a mencionar nuevamente a Brandon, pero no ha sido mi intención, como ha querido insinuar hace un momento. A pesar de ello, le repito que es natural que sienta curiosidad, más si su opinión sobre Brandon no puede ser dicha de manera imparcial… ¿Qué ha querido decir con eso?
James estaba tan trastornado por la cercanía de Georgiana, por esos labios que le increpaban pero que a la vez le hablaban con una dulzura que le cautivaba. Había dicho que le agradaba, ¿no era ese el primer paso para pretender de ella un sentimiento más profundo? James levantó su mano y le acarició la mejilla, con un cuidado como si fuese de porcelana y pudiera hacerse añicos en sus manos… Georgie contuvo la respiración, no muy segura de qué sucedería, pero tampoco con la convicción de apartarse. Era incapaz de dar un paso y eso James lo percibió enseguida.
—Puedo tener varios motivos para no desear que se case con el señor Percy, pero el más difícil de confesar, es que estoy celoso de él… —La voz de James era profunda y muy íntima.
—¡Celoso ha dicho! —Georgie no podía dar crédito a lo que escuchaba—. No le entiendo…
—Me entiende perfectamente, Georgiana. —La mano de James se abrió sobre la mejilla de ella—. Desde que la conocí, no hago más que maldecir la suerte que tiene Percy de tener su amor. ¡Sin duda una fortuna que está lejos de merecer!
Georgie se quedó mirándolo, él se hallaba tan cerca, que a punto estuvo de darle un beso. Las yemas de sus dedos acariciaron una vez más la sonrojada mejilla de Georgiana, mientras se debatía entre seguir su impulso o dejar que el sentido común predominase, resignándose a no obtener de ella favor alguno. Fue Georgie quien, recuperando la cordura, se apartó de él y le dio la espalda, cuando constató que James bajaba la cabeza peligrosamente hacia sus labios.
La circunstancia fue tan incómoda para el vizconde, que permaneció en silencio, observando a Georgie, quien era incapaz ya de sostenerle la mirada.
—Lo siento —le dijo al fin—, me disculpo si la ofendí. No debí responderle con tanta sinceridad.
—Acepto sus disculpas —contestó Georgie sin atrever a girarse y con una voz grave que denotaba lo afectada que se encontraba—, y es mejor que olvidemos lo que sucedió.
James no podía olvidarlo. Estuvo a punto de besarla, y la anticipación de aquel momento que jamás llegó a acontecer, le había conducido a un estado de ánimo difícil de describir.
—Por supuesto —prosiguió él con disgusto—, usted va a casarse con el señor Percy en el otoño, sin importar lo que yo pueda decirle.
Georgie se volteó, disgustada al escucharle hablar así. A punto estuvo de decirle que no se casaría ya con Brandon en el otoño, que deseaba postergarlo, pero se mordió la lengua. ¡No le daría al vizconde una satisfacción de esa naturaleza!
—¿Y qué podría usted decirme? —le increpó—. Si desde que lo conocí, ha ocultado lo más posible su desavenencia con Percy. ¿Cree acaso que no me he dado cuenta que, tras la aparente honorabilidad de no objetar nada en contra de Brandon, oculta algo que no tiene el valor de decirme? ¡Puedo ser ingenua pero no soy tonta! Para colmo de males, ha querido hacerme ver que una de las causas de su mal criterio sobre él, son celos por mí… ¡Cómo puede intentar jugar con mis sentimientos, engañándome de esa manera!
James se acercó a ella en un instante y en esta ocasión, sí la besó. La besó con una vehemencia a la que Georgie no estaba acostumbrada y que escapaba a su imaginación de mujer romántica. Aquel era un beso apasionado, que le estremecía en lo más profundo de su ser, que le hizo flaquear las piernas e intentar sostenerse en los brazos del vizconde, para no caer ante la fuerza arrolladora de sus labios. James apenas pensaba, él mismo se sorprendía de su osadía, pero cualquier recriminación cesaba ante el hecho extraordinario de besar a Georgie, cuando pensaba ya que aquellos labios jamás podrían pertenecerle. Y allí estaba ella, en sus brazos, aturdida, pero a la vez seducida por él, por el amor que, sin nombrarlo, estaba presente en aquel momento de valentía.
Georgie, arrepentida de lo que había hecho, se apartó de James con la misma rapidez con la que sucumbió a su beso. Estaba avergonzada, confundida, y no podía seguir allí por más tiempo… La joven echó a correr hasta la casa, sin mirar atrás, escoltada por Snow que le seguía el paso, con cierta dificultad. Georgie solo se detuvo a recoger su sombrero que, con la prisa, había caído al suelo.
—¡Georgie, espera! —exclamó James.
Su grito desesperado no pudo detenerla. Él, aunque quisiese, no se sentía en condiciones de correr tras ella. Bajó la mirada y halló sobre el césped la cesta de Georgiana llena de flores. Aquella cesta, junto con el calor que todavía sentía sobre sus labios, eran las únicas pruebas de que lo vivido no había sido simplemente un sueño.
Georgie regresó a la casa muy turbada, nunca en su vida se había sentido de aquella manera. Las manos le temblaban, el corazón quería salírsele del pecho, las mejillas le ardían, y todo en ella era expresión de la más viva exaltación. Ella se lo achacaba al disgusto que había tenido ante la desfachatez del vizconde, pero la verdad era que no quería admitir ante sí misma, que jamás se había sentido tan viva… ¡Había quedado rendida ante aquellos brazos, se había sujetado de ellos y había respondido al beso! ¿Qué pensaría Brandon de algo como eso? ¡Estaba tan avergonzada, que no podía razonar con claridad! Si el vizconde la hubiese besado y ella se hubiese apartado desde el primer momento, no tendría nada que reprocharse. En cambio, ella había respondido a aquella pasión que no sabía que albergaba en su corazón.
Anne, la había sentido entrar a su habitación, y fue a buscarla. Era prácticamente la hora de la comida y debían bajar al comedor. Sin embargo, al observar las mejillas enrojecidas de Georgie se quedó impresionada. ¡Era evidente que algo le había sucedido! A pesar de eso, no sabía determinar si era bueno o malo pues, a juzgar por su estado, su excitación podría tener cualquiera de las dos causas.
—¿Qué sucede? —le preguntó—. ¿Te encuentras bien?
—No es nada —respondió Georgie quitándose el sombrero y dejándolo sobre la cama—, es el sol. ¡Hay demasiado calor y apenas puedo respirar!
—Ya lo veo —contestó Anne—. Te dejaré a solas para que puedas refrescarte y nos acompañes a comer.
Georgie asintió, aunque no quiso decir que no bajaría a la mesa. No tenía ninguna intención de volverse a encontrar con James por el momento.
Cuando Anne bajó la escalera, se topó con el vizconde, quien tenía un rostro bastante preocupado y casi tan enrojecido como el de Georgiana. De inmediato advirtió que el caballero llevaba una cesta de flores en las manos y fue tal su extrañeza ante ese hecho, que el vizconde se percató de la pregunta que afloraba a sus labios, sin que la hubiese formulado siquiera.
—Es la cesta de la señorita Hay —explicó—. Me he encontrado con ella en el jardín y hemos dado un paseo. Me temo que la ha olvidado. ¿Sería usted tan amable de dársela?
Anne le respondió que se encargaría. Mandó a Graham a colocar las flores en agua y a subirlas en un florero a la recámara de Georgiana, así como la cesta vacía. El noble escocés lo realizó de inmediato con lo que Anne volvió a quedarse a solas con el vizconde. Lo miraba de una manera, como si quisiera obtener la información que ni Georgiana ni él le darían. ¡Era evidente que algo había pasado entre ellos, pero no podía suponer qué!
Las sospechas de Anne se confirmaron cuando Georgie mandó a decir que no bajaría a comer. El paseo le había dejado una fuerte jaqueca a causa del sol. Edward no tenía cómo imaginar que era una buena excusa, pero Anne así lo creía y era muy posible que el vizconde también lo considerara así.
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