Capítulo 10

Los siguientes días resultaron ser algo agitados en Clifford Manor. El vizconde de Rockingham, aceptando la gentil invitación de lady Lucille, fue trasladado e instalado en una magnífica habitación de la planta baja. Dos días más tarde, Gregory partió hacia Londres con el objetivo de acudir a casa del vizconde y cumplir con lo que le había solicitado. Luego, se encaminó hacia Wessex para hacerle una visita al Conde de Rockingham, que de seguro sería muy interesante.

En la tercera mañana, Pieter y Elizabeth van Lehmann, junto a su hija pequeña, se dispusieron a partir hacia Ámsterdam. La duquesa no deseaba que se marcharan, pero entendía que había llegado el momento. Prometieron volverse a encontrar antes del final de año, y con esa promesa, el coche los llevó hasta Harwich, donde tomarían un vapor hacia el continente. Anne también se sentía nostálgica, pero esperaba verla muy pronto. Beth le aseguró que estaría a su lado en las últimas semanas del embarazo y el parto.

Por su parte, Georgie había conversado en algunas ocasiones con el vizconde, pero ninguna plática había sido demasiado larga. James había cenado con ellos, pero se notaba aún adolorido, por lo que se retiraba temprano. Había esperado con ilusión acercarse más a Georgiana, pero no había sido así, al menos en aquellos primeros tres días.
El tedio lo había suplido con la nutrida biblioteca de la duquesa. La dama en ocasiones iba hasta su habitación a charlar con él, llenándole de esa simpatía que era tan suya. El propio lord Hay acudía con regularidad también, pero ninguno de los dos volvió a tratar el espinoso tema del señor Percy.

Georgie estaba muy satisfecha pues había recibido la primera carta de Brandon. La abrió llena de expectación y, tras constatar que se trataba de tres largos pliegos, se sumió en la lectura. Brandon le relataba, con minuciosidad, el viaje que había hecho en el Lucania, uno de los barcos de la Cunard Line –esto le hizo pensar por un momento en James, pero continuó leyendo–. La travesía hasta Nueva York le había resultado muy agradable. Al llegar a la ciudad, que catalogó de impresionante, encontró a su tío mucho mejor de salud, lo cual le reconfortó. Vivía en una magnífica casa de tres pisos en La Fayette Place. Percy le hablaba entusiasmadísimo de sus días en la ciudad:

“He quedado maravillado por lo culturalmente diversa que es New York. Asombra encontrar a muchos emigrantes y a la vez a tradicionales familias americanas, muchas de ellas enriquecidas. No tengo demasiada oportunidad de echar de menos Londres; el Central Park es tan encantador como puede serlo nuestro Hyde Park en el verano. La visita al Metropolitan Museum ha sido una experiencia magnífica, que pretendo repetir pronto; es imposible disfrutarlo en un día. La duquesa hubiese encontrado muy agradable las exposiciones de arte antiguo, no dejes de mandarles mis recuerdos. En cuanto a la Ópera, también ha sido un gran placer asistir; he pensado en Anne, y estoy convencido de que la hubiese apreciado tanto como yo.

He hecho nuevos amigos, debo decir que mi tío tiene excelentes relaciones. Me han incentivado a pintar, por lo que he adquirido algo de material para comenzar a hacer un paisaje, inspirado en la desembocadura del río Hudson y con la imagen de la Liberté, que hallo muy cautivadora. Me han recomendado que exponga aquí mis pinturas, pero no he traído ninguna conmigo. Tal vez, si mi pincel produce lo suficiente en estas semanas, considere presentar algunas de ellas antes de mi regreso”.

La carta continuaba narrando sus días con complacencia, casi sin recordar el verdadero propósito que le había llevado hasta allí: la enfermedad de su tío. Poco espacio había dejado para alguna frase cariñosa. No dijo que la echara de menos, pero sí que volvería y le preguntaba si había tomado algunas providencias para la organización de la boda. Georgiana esperaba que, en algún momento de la misiva, le comentase su ferviente deseo de regresar cuanto antes, pero no fue así. Cuando terminó de leer, el sentimiento que sentía en su corazón en nada se asemejaba al que experimentó cuando recibió la carta. Estaba decepcionada y, quizás, confundida… ¿Esperaba demasiado de Brandon? Había pensado en ella, le había hecho una carta extensa, llena de detalles sobre su vida en América; aun así, ella se hubiese conformado con un pequeño texto, carente de informaciones importantes, pero que transmitiera su amor.

Anne interrumpió sus pensamientos y le preguntó qué le sucedía; Georgie fue sincera, si bien no le mostró la misiva. Su amiga la escuchó en silencio, preocupada. Le había recomendado a Edward prevenir a Georgie acerca de la nota de The Post unas semanas atrás. Él no quería hacerla sufrir, lo había considerado, pero no había tomado una decisión al respecto. Temía que su dulce hermana padeciese de un profundo dolor, si llegase a enterarse de todo.

Georgie se despidió de Anne y se dirigió al despacho de la duquesa; pensaba responder de inmediato la carta de Percy, informándole de su deseo de posponer la fecha de la boda. Había tomado la firme decisión de no casarse en el otoño y su prometido debía saberlo. Quizás su postura le hiciese regresar y ella lograse sentirse mejor. Hasta el momento, la desilusión había hecho mella en su corazón.

Una vez que entró en el despacho, se topó para su sorpresa con el vizconde, quien tenía desplegados los planos y los estudiaba con detenimiento. Su cabello rubio, se encontraba revuelto y los rizos le caían sobre la frente, escondiendo un poco el vendaje que todavía tenía. Parecía que se había llevado las manos a la cabeza en algún momento, tal vez verificando un cálculo difícil, pues su cabello se asemejaba al de un niño pequeño. Este pensamiento le hizo sonreír, pero trató de que no se percatara de su presencia.

James no la sintió llegar, estaba concentrado en su nuevo proyecto. Había desplegado los planos del Imperator, pero en hojas en blanco esbozaba lo que pensaba sería su próximo trasatlántico. El Imperator le servía de antecedente, pero en realidad estaba pensando en algo mayor. Cuando levantó la cabeza, se sorprendió al encontrar a Georgiana observándole. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? Estaba tan hermosa, que por un instante no supo qué decirle.

—No era mi intención interrumpirle —comentó Georgie dando un par de pasos hacia él—. No sabía que se encontraba aquí.

—No me interrumpe, señorita Hay. Me alegra verle. Desde que me prometió su amistad, apenas ha tenido tiempo para conversar conmigo.

Ella volvió a sonreír y se acercó a él. James se levantó con mucha menos dificultad y la saludó.

—¿Está trabajando? —preguntó ella—. ¿Se siente mejor?

—Así es —contestó él—, me he sentido inspirado y he comenzado revisando los planos del Imperator para luego terminar dibujando algo nuevo.

—¿Algo nuevo? —inquirió Georgiana intrigada y de inmediato bajó la mirada.
James, avergonzado, escondió los bocetos para que no pudiese verlos.

—¡Apenas es una idea, señorita Hay! —le dijo apresurado—. Lo siento, pero no debería verlos en un estado tan incipiente…

Georgie se rio de él, pero hizo un comentario interesante.

—¿Eso que he visto es el esbozo de cuatro chimeneas? ¿Acaso existen barcos de cuatro chimeneas? —sondeó confundida.

—No —contestó él—, pero pudiesen existir en el futuro. —Terminó de recoger los papeles y de colocarlos lejos de la joven—. La tecnología avanza a pasos agigantados, señorita Hay, y los ingenieros debemos ir cada vez más aprisa, inspirados por la innovación y el progreso.

—¡Y usted aspira a ser un innovador en su ramo! ¡Le felicito! —expresó con sinceridad.

Él la miró a los ojos y sonrió.

—¡Cuánto ha cambiado su opinión de mí en apenas unos días! —Le divertía molestarla, y logró al menos que se ruborizara.

—¿No pretende olvidarse de eso jamás? —alegó ella, fingiendo estar ofendida—. Debería, si tiene tan buena memoria, enseñarme los planos del Imperator, como me prometió.

—Con muchísimo placer —le respondió él, volviendo a abrir uno de ellos.

En un descuido, mientras lo desenrollaba, tocó las manos de Georgie que se hallaban apoyadas sobre el escritorio. En ese instante se percató de que, bajo sus palmas, tenía una carta. La joven advirtió la mirada de James sobre el pliego de papel, no podía ocultar que sentía curiosidad, pero ella no quiso satisfacerla. No sería oportuno hablar de Brandon, después de lo que había sucedido.

—Ya tendré tiempo de responder esta carta —contestó Georgie, a manera de explicación, aunque él no le había pedido ninguna.

Dicho eso, abrió uno de los cajones del escritorio y guardó la carta. James no agregó nada, hizo que Georgie se sentara en la silla y se colocó detrás de ella. Sin esperarlo, la posición que habían adoptado era bastante íntima. James se reclinaba sobre el escritorio, por encima del hombro izquierdo de Georgiana. Era inevitable que su brazo rozara con frecuencia las mangas del vestido de la joven y, al hablarle, Georgie se sentía sobrecogida al sentir aquella voz profunda y a la vez melodiosa, muy cerca de su oído. Para ella no pasó desapercibida la intimidad que se había creado, ¿sería cortés huir de ella con alguna excusa? Ella misma había propiciado ese encuentro y debía reconocer que la incomodidad inicial no era tanta comparada con la ola de exaltación que le invadió después, sin poder explicarlo.

—¿Qué le gustaría saber, señorita Hay? —le preguntó James, lleno de amabilidad.

Ella no podía verle, él estaba a su espalda, pero no consideraba oportuno ladear la cabeza… A pesar de ello, lo sentía tan cerca, que agradecía que él no pudiese apreciar lo turbada que estaba en ese momento.

—Puedo juzgar, por el diseño y las chimeneas, qué es un barco grande, pero, ¿cuáles son sus dimensiones reales? ¿Es muy pesado? 

—En efecto, es un barco grande, un trasatlántico debe serlo para llegar a América. De hecho —añadió con orgullo—, en estos momentos el Imperator es el barco más grande del mundo…

—¡Magnífico! —exclamó ella, mirándolo de reojo.

—Sobre lo que me preguntaba —prosiguió él—, le diré que la eslora es de más de 700 pies de longitud. Esa es la distancia desde la proa hasta la popa —dijo poniendo su dedo en el dibujo—, es su longitud máxima.

—¡Es muy grande entonces! —Georgie estaba impresionada.

—El mayor de su tipo, ya se lo dije. —James estaba muy orgulloso de su barco, pero a la vez satisfecho del interés de Georgiana por él—. Es capaz de transportar a 1700 pasajeros hacia América. En cuanto al calado, que es la distancia vertical entre la línea de flotación y la quilla, serían unos 45 pies. —James le señaló también a qué se refería—. En total unas 18 000 toneladas de peso. ¡Un gigante de acero, señorita Hay!

—¿Cómo puede moverse algo tan pesado, y a la vez a una buena velocidad como para obtener la Banda Azul que mencionó la primera noche?

—Tiene dos hélices, que le aportan la propulsión necesaria para navegar a una velocidad que oscila entre 22 y 23 nudos. Y están las máquinas cuya potencia es muy poderosa y la sala de calderas —le mostró—, donde se quema el carbón que le brinda la energía suficiente para moverse.

—Es increíble —comentó ella pensativa, mirando al Imperator en la hoja de papel y se lo imaginaba cruzando el océano—. ¡Me gustaría tanto verle en el mar!
James continuaba reclinado sobre ella, esperando saciar su curiosidad sobre el trasatlántico. Pese a que la postura le hacía sentir cierto dolor en las costillas, lo compensaba con el hecho de percibir, dada su cercanía, el perfume de Georgiana, su pausada respiración, su cabello recogido… Jamás le había explicado su barco a mujer alguna que no fuese su madre o Valerie, así que estaba experimentando un disfrute que para él era desconocido.

—¿Cuánto dinero cuesta hacer un barco como este? —le preguntó Georgiana, rompiendo sus pensamientos.

—Cerca de un millón de libras, señorita Hay.

Georgie se sintió tan impactada por aquella suma elevada, que giró el rostro para ver a James, para su sorpresa, se hallaba más cerca de lo que hubiese supuesto. Sus ojos se encontraron, y ello le permitió descubrir que el caballero la miraba de una manera muy significativa. Quiso decir alguna cosa, pero sus labios se encontraban peligrosamente cerca.

La escena le pareció a Georgie más larga de lo que en realidad había sido; James de inmediato se incorporó y se alejó de ella, más por educación y respeto, que porque lo deseara en verdad. Se hizo un silencio incómodo, que ninguno de los dos se atrevió a quebrar, aunque no tenían de qué avergonzarse.

James rodeó el escritorio y se sentó frente a Georgie; pudo notar que ella estaba muy ruborizada todavía y eso le satisfizo. Quizás él no le fuese indiferente, después de todo.

—La construcción de un barco es muy costosa —continuó él, como si la pausa no hubiese sucedido nunca—, y más un trasatlántico de lujo, aspectos que solo podría apreciar bien a bordo de él, más que en el plano.

—¿Cuánto tiempo demoró en construirse el Imperator? —le interrogó la dama, no solo por curiosidad, sino para forzarse a hablar.

—Dos años, desde que se puso la quilla en el astillero hasta la botadura. He trabajado arduamente durante este tiempo, incluso antes, haciendo el diseño.

—Su trabajo es muy interesante, señor Wentworth. Le agradezco su paciencia y sus explicaciones. Ha sido muy amable.

Él volvió a ponerse de pie.

—Me complace haber descubierto que presta tanto interés a la ingeniería. Han sido muy buenas sus preguntas.

—Muestro interés por diversos temas —le recalcó ella—, no solo por el arte. Reconozco, como bien expuso en una ocasión, que su oficio tiene de arte y de ciencia, y yo me siento seducida por ambas cosas. El resultado de sus desvelos es, sin duda alguna, una obra magnífica de la cual debe sentirse muy orgulloso. Yo, al menos, me siento orgullosa de haberlo conocido.

Georgie no podía imaginar lo feliz que hacía sentir a James con sus palabras. Lo había dicho de una forma tan sencilla, pero a la vez tan poderosa, que hacía resaltar su valor.

—Yo también me alegro mucho de haberla conocido, señorita Hay, más incluso de lo que sería adecuado expresarle.

Con esa frase tan sugerente flotando en el aire, James se dispuso a recoger sus planos y a colocarlos en el estuche que Georgiana conocía.

—La dejo a solas para que pueda responder su carta —le dijo, casi saliendo de la habitación—. Según creo, ese fue el motivo que le trajo hasta aquí.

Georgie asintió, se había olvidado por completo de la carta y de Brandon. Abrió el cajón del escritorio una vez que James se hubo marchado y colocó la misiva frente a ella. Sentía unas emociones tan contradictorias, que no sabía si podría concentrarse en contestar aquellas líneas, tratándose de una respuesta que sería difícil de redactar. A pesar de ello, Georgie se forzó y tomó un pliego de papel. La decisión ya estaba tomada por su parte y Brandon debía habituarse a la idea de postergar su compromiso, indefinidamente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top