Capítulo 1
Hay Park, Surrey, agosto de 1896.
La temporada estival en la residencia familiar de Hay Park, estaba próxima a concluir y Georgiana no veía la hora de estar de regreso en Londres. Había aguardado por los meses de verano con mucha expectación y no se había decepcionado. Ahora que sus deseos se habían cumplido uno por uno, tras los centenarios ladrillos de su casa de campo, necesitaba volver a la ciudad. Regresar significaba la cercanía de su prometido, a quien echaba de menos desde el justo momento en que se despidieron; Edward, su hermano mayor, lo había pedido así y ella había entendido sus razones, pues más que un hermano, se había vuelto una especie de padre para ella.
Cuando lord Jasper Hay, Conde de Erroll falleció en 1885, le había sucedido no solo en el título, en el puesto en el Parlamento y en los negocios, sino que se había tornado cabeza de familia, por lo que Georgiana, la hija más pequeña, a la sazón una niña de unos nueve años, pasó a ser responsabilidad directa de Edward.
Lady Hay, su madre, cayó sumida en una profunda depresión cuando su esposo falleció, agudizada por la lejanía de Prudence, su hija mayor y por el accidente a caballo que sufrió Edward, que lo postró seis meses en cama y le dejó como secuela una cojera. La dama, estuvo más de diez años recluida en su residencia de Kensington, sumergida en su tristeza y en una desmemoria que, con frecuencia, turbaba su mente hasta hacerla desconocer a las personas que tenía a su alrededor… Georgie sufrió en silencio la enfermedad de su madre que poco había podido hacer por su educación; había llorado en las noches en las que no la reconocía, y se lamentaba de tener pocos recuerdos de la época en la que gozó de plena capacidad. El año anterior, cuando murió de una apoplejía, la desesperación sufrida fue terrible pero también sintió paz al comprender que había descansado de su padecimiento.
Georgie recorrió con la mirada la espléndida galería de retratos familiares en Hay Park, dispuestos en riguroso orden cronológico. Sus ojos pasaron por los rostros conocidos y por algunos antepasados, cuyos nombres, se habían perdido con el tiempo. Llegó a los retratos más recientes y permaneció unos instantes observando el hermoso retrato de su hermana Prudence, hecho unos meses antes de su boda. Se había casado hacía más de diez años con Johannes van Lehmann, un rico comerciante holandés, y residía en Ámsterdam desde entonces. Ella le adoraba, pero la lejanía le pesaba, carente como estaba de los consejos e influencias útiles de una hermana mayor.
Georgie se detuvo en el retrato del joven Edward, entonces recién graduado de Oxford. Su hermano querido, que ya pasaba de los treinta años, se había casado en la primavera con la señorita Cavendish, una magnífica soprano que habían conocido en Ámsterdam el pasado año, en casa de Prudence. Edward se había enamorado de Anne enseguida, pese a que su carácter recto y en ocasiones huraño, lo habían hecho despreciarla en un comienzo. Ella había sido educada por su abuela, la duquesa de Portland, con unos estándares liberales que a Edward al comienzo le intimidaron. Luego de esa predisposición inicial, el desagrado pasó y fue tornándose en un amor profundo, coronado por una linda ceremonia de boda y con la espera de su primer hijo. La pareja estaba muy feliz y Georgie también lo estaba por ellos. Anne la quería y con frecuencia pasaba varias temporadas a su lado. En las últimas semanas se habían vuelto más amigas, más confidentes, por lo que agradecía que su hermano hubiese encontrado una esposa tan maravillosa.
Georgie siguió recorriendo la galería, hasta llegar al retrato familiar más cercano en el tiempo: el de su hermano Gregory. Aquellos ojos verdes tan expresivos, y su pelo color avellana, hacían de él un joven bastante apuesto. Georgie sabía que él, a diferencia de Edward, era conocido por sus actividades licenciosas y por sus amantes. No era tan ingenua como para ignorarlo. En más de una ocasión escuchó a hurtadillas las quejas de Edward a su mejor amigo, lord Holland, sobre su comportamiento y había descubierto que Gregory llevaba más de un año con una amante fija: la señorita Preston, una cantante del Royal Opera House, con una reputación que dejaba mucho que desear. Ese fue el motivo por el cual, por segundo año consecutivo, Gregory había rehusado su invitación a Hay Park. Beatrix, la esposa de lord Holland, había dejado escapar que la pareja había viajado a Biarritz.
Por último, Georgie se detuvo en su propio retrato, concluido apenas un par de semanas atrás. Al acercarse lo suficiente, podía sentir todavía el olor de la pintura fresca. Ella había llegado a pensar que jamás lo tendría, ya que había demorado más de lo que hubiese imaginado. Finalmente, el pintor había encontrado la inspiración en Hay Park, concluyéndolo con una rapidez impresionante. Sobre el lienzo se hallaba muy bien representado el hermoso semblante de Georgie; su serenidad, la dulzura que se reflejaba en su mirada, sus cabellos castaños cayendo en rizos por sus hombros, su sonrisa amable… En su regazo estaba Snow, el pequeño terrier blanco que fuera de su madre y que ella había acogido después de su muerte.
—¿Admirando una vez más tu retrato, Georgie? —Le sorprendió Beatrix Holland, justo detrás de la joven—. De todos los que ha hecho Percy me arriesgaría a decir que es él más logrado.
Georgie dio un respingo y se volteó hacia ella, no la esperaba. Lady Holland era una dama hermosísima, de más de treinta años. A pesar de su edad y de los hijos que había tenido, no había dejado de mantener una apariencia muy juvenil. Brandon Percy también había sucumbido a sus encantos, haciéndole dos retratos. El primero –bastante criticado, por cierto–, mostraba a una lady Holland aguda, inteligente, cuestionadora del mundo y de sus convencionalismos. El segundo había sido más tradicional, buscando aplacar las críticas.
—Lamento si te he asustado —prosiguió Beatrix—. Estabas tan ensimismada en tu contemplación que no me has sentido llegar.
—Así es —replicó Georgie—, me hace recordar esos días encantadores en los que Brandon me hizo posar para él. No me dejó verlo hasta que estuvo bastante avanzado. Yo aguardaba a que concluyese, estoica en mi postura, observando su ceño fruncido, pincel en mano. En ocasiones la tensión se le reflejaba en los hombros y hasta podía advertir las gotas de sudor en su sien.
—¡Dios mío! —exclamó Beatrix divertida—. ¡Esta es la declaración de amor más bonita que he escuchado!
Georgie sonrió. Para nadie era un secreto que se había enamorado de Brandon Percy mientras le hacía su retrato y compartían como tantos años, esas semanas de calor en Hay Park. Ese año, sin embargo, había sido distinto. Georgie se había convertido en una mujer y Brandon –más maduro que ella–, había dejado de verla como a una niña.
—Vine a buscarte, Georgie —continuó Beatrix—. El servicio de té está dispuesto en el Salón de las Flores y Anne está preguntando por ti.
Georgie asintió y se alejó con Beatrix por el corredor. Lady Holland era una especie de hermana mayor. Era la mejor amiga de su hermana Prudence, y había velado por ella desde pequeña, supliendo su ausencia. La había instruido en moda, en bailes, le había dicho miles de cotilleos apropiados para su edad y estado presente en los momentos cruciales de su corta existencia. Cada año, Edward la invitaba a ella y a su esposo a Hay Park, pues eran sus mejores amigos también, al punto de que los consideraba como la extensión de su pequeña familia.
El Salón de la Flores era uno de los espacios preferidos por la familia Hay y sus invitados. Desde sus enormes ventanales de cristal podía verse el jardín del hogar, en su esplendor durante los meses de verano. Su nombre se debía a los motivos florales que engalanaban la estancia: las cortinas primaverales, el tapizado de los muebles, hasta los frescos de la pared con flores de lis de color dorado.
Ese verano, el pintor también había asumido la tarea de restaurar los frescos. Edward se lo había pedido mucho tiempo atrás, pero no había tenido la oportunidad de complacerlo. Una vez que concluyó el afanoso trabajo de pintar varios cuadros para su exposición en el museo de la duquesa de Portland, en Essex, pudo entonces retirarse a Hay Park a descansar de ese encargo y dedicar su tiempo al retrato de Georgie y al consabido salón. Georgie también había disfrutado mucho al verlo retocar las flores de lis. Edward aseguraba que un antepasado de los Hay, del siglo anterior, se había casado con una francesa que había huido de París tras la Revolución. Para ella había mandado a construir Hay Park, lo cual se evidenciaba en el estilo del mobiliario y en la particular decoración del Salón de las Flores.
Aquella tarde, Percy no se encontraba allí. Tras hablar con Edward sobre sus intenciones acerca de Georgie, había interrumpido su estancia en Hay Park, pues no se veía bien que permanecieran bajo el mismo techo. Al principio, Georgie se disgustó con la condición impuesta por su hermano, al recordar que él no había tenido los mismos escrúpulos al no privarse de la compañía de Anne el verano anterior. Sin embargo, por respeto, no demoró mucho en acatar la decisión, mas deseaba retornar cuanto antes a Londres. Allí, su querido Brandon podría visitarla con frecuencia, como correspondía a una joven como ella e incluso fijar una fecha para el enlace.
En el Salón de las Flores, la familia se hallaba entorno a la mesa del té. Edward, sentado junto a su esposa, le sostenía una mano, mientras Anne se giraba hacia él, riendo de algo que decía. A Georgie le dio un vuelco el corazón: deseaba encontrar esa familiaridad y cariño en alguien. Por fortuna, parecía que en Brandon los había hallado… Por más melancólico que en ocasiones pudiese parecer, era un hombre agradable y bueno al que conocía desde hacía muchos años. Su amor por él había sido inesperado, súbito, pero real.
Anne estaba embarazada de muy poco tiempo; la noticia la habían comunicado a la familia unas semanas atrás durante su estancia en Essex. El vientre apenas se le comenzaba a notar, pero en su rostro se podía advertir un brillo que no era el habitual.
Frente al matrimonio, se hallaba lord Holland, el amigo más querido de Edward. Aguardaba por su esposa Beatrix, con quien llevaba más de una década unido. El matrimonio era un ejemplo en cuanto a dicha conyugal. Cualquier extraño no dudaría en decir, de tan solo observarlos, que lord Holland continuaba enamoradísimo de su mujer.
—¡Georgie! —expresó Anne con una sonrisa, al verla entrar al salón con Beatrix—. Nos preguntábamos por dónde andarías… Te estábamos esperando para tomar el té.
Las damas se sentaron con sus amigos y Anne se dispuso a verter el humeante líquido de olor a menta, en las tazas.
—Me la he encontrado observando una vez más su retrato. O está muy complacida con él, o deberé decirle a Percy que hay algo mal en esa pintura.
Georgie se ruborizó.
—No hay nada mal en ella, es muy bonita. Aunque tratándose de la persona retratada, el comentario puede tildarse de narcisista.
Edward rio.
—En Prudence, nuestra hermana, tal vez. Pero sabemos que no es tu caso. Reconozco que Percy ha hecho un excelente trabajo, como ya nos tiene acostumbrados.
—Pero este es distinto —comentó Anne, contrariando a su esposo—. Este retrato es fruto del amor, así que resulta más especial. No estamos mirando a través de los ojos de un pintor, sino a través de los ojos de un hombre enamorado.
Georgie continuaba ruborizada, no sabía qué decir. Edward calló, no pretendía decir lo que pensaba, y menos molestar a Anne con un comentario que pondría en tela de juicio la sinceridad del amor de Percy por Georgiana. Aquel asunto le preocupaba sobremanera, mas no había tenido otra alternativa que ahogar sus objeciones y aceptar el compromiso. Era probable que Henry Holland, por su expresión, fuera el único que lo comprendiese en realidad.
—Anne —interrumpió Beatrix—, Georgie no está informada de las noticias de Essex. Debes ponerla al corriente del contenido de la carta de tu abuela, la queridísima lady Lucille.
La abuela de Anne, la duquesa de Portland, había inaugurado unos meses atrás un importante museo en Clifford Manor, una mansión contigua a su casa de Essex, que había adquirido de su propietario arruinado. En ella había instalado sus valiosas colecciones de arte antiguo: griego, latino y egipcio, en varias salas expositivas. También había destinado otras para pintores contemporáneos y en una de ellas, había expuesto Brandon Percy algunos de sus cuadros. Georgie había ido a la inauguración y disfrutado de las pinturas de Brandon durante el tiempo en el que fueron expuestas.
—Espero que la duquesa se encuentre muy bien —comentó Georgie con amabilidad—. Hace unas semanas que no teníamos noticias suyas.
Anne asintió.
—Ha estado muy ocupada con su club literario del verano, así como con el museo. Cada vez recibe más visitantes y las críticas no pueden ser mejores. Estamos muy satisfechos con el resultado y mi querida abuela ha rejuvenecido por lo menos diez años.
—¡Válgame Dios! —exclamó Edward—. Ya la duquesa poseía un espíritu joven, si ha rejuvenecido diez años entonces es casi una niña…
Las carcajadas no se hicieron esperar. Anne miró a su esposo de forma desaprobatoria pero también sonrió, ella sabía que Edward le tenía un gran cariño.
—En fin —prosiguió Anne luego de las bromas—, lo importante es que, a comienzos del otoño, mi abuela acogerá nuevas obras de pintores contemporáneos, no solo ingleses. A tal fin, le ha propuesto al señor Percy y a otros de los importantes artistas que expusieron durante estos meses que participen con ellas en una subasta. El dinero obtenido será dividido entre los pintores y el museo, a fin de sufragar los salarios y gastos de la escuela.
Además del museo, Clifford Manor había abierto varias aulas para acoger a niños de la región e instruirlos en música, canto e Historia. La propia Anne, con frecuencia, les daba clases, algo que le encantaba y llenaba su espíritu. El coro de la parroquia había mejorado mucho con su dirección. La duquesa pretendía abrir dentro de poco un colegio, y para ello, precisaría de mayor liquidez, mas la subasta contribuiría a ello.
—Imagino que Brandon haya aceptado subastar sus cuadros —respondió Georgie, entusiasmada con la idea.
—Así es, mi abuela ha dicho que está de acuerdo y nos ha invitado a Essex para tomar parte de ella la próxima semana. Ha sugerido incluso que Edward contribuya para que nosotras adquiramos algunas de las pinturas.
—¡Qué remedio! —protestó Edward—. Siempre que se trate de una suma razonable, tanto Georgie como tú podrán pujar por la que estimen adecuada.
Georgie estaba radiante. Tendría la oportunidad perfecta para tener en su poder otra de las pinturas de su amado Percy. Era probable que el pintor también se trasladara a Clifford Manor para presenciar la subasta. En ese caso, sería espléndido para ella tenerlo a su lado. ¡Habían disfrutado tanto en su visita anterior al museo! En Essex habían comenzado a acercarse más y Brandon le había dicho que nunca antes había reparado en lo hermosa que era… Georgie comprendió entonces que hacía un buen tiempo que ella también lo miraba de otra forma, no como el amigo de su hermano, sino como un hombre al que idolatraba y quería.
—¡Qué maravilla! —dijo lord Holland interrumpiendo sus pensamientos—. Para fortuna mía y de mi bolsillo, no podremos asistir. Debemos recoger a los niños en Derbyshire con los padres de Beatrix y regresar a Londres. Hace semanas que no los vemos y Beatrix no soporta ya la ansiedad.
—¡Es cierto! Los echo mucho de menos y pese a que estas semanas me han servido de descanso, me siento inquieta si no están conmigo.
Edward miró a Anne, con expresión relajada en el diván, sosteniendo la taza de té en sus manos y conversando con sus amigos. Le preocupaba que tantos viajes en coche fuesen a sentarle mal: primero a Londres, luego a Essex…
—Cariño —le susurró con dulzura—, ¿estás segura de que estarás en condiciones de viajar?
Ella le tranquilizó de inmediato.
—Por supuesto, querido —le contestó tomándole una mano, luego de dejar la taza en la mesa—. Me siento excelentemente y el viaje no es muy largo. Tengo muchos deseos de ver a mi abuela y a mi tía Beth, antes de que ella y Pieter viajen de regreso a Ámsterdam.
Era comprensible. Elizabeth van Lehmann la había criado y era como una madre para ella. Llevaba dos años casada con Pieter, viviendo en Ámsterdam y tenían una niña pequeña a la que había dado a luz con cuarenta años, toda una proeza. Por casualidades de la vida, Pieter van Lehmann era el suegro de Prudence, la hermana de los Hay. Esta coincidencia había permitido que conocieran a Anne el año anterior, compartiendo todos unas semanas en la primavera. De esos días inolvidables, había nacido la amistad entre Georgie y Anne, así como el amor de Edward por ella.
—Es una pena que Prudence no haya venido de Ámsterdam con Johannes y los niños. Hubiese sido muy bueno poder verla otra vez y que participara en la subasta —agregó Georgie con pesar, puesto que echaba de menos a su hermana.
—¿Ya le has informado de tu compromiso con Percy? —preguntó Beatrix.
—Le he enviado una carta, pero no estoy segura de que la haya recibido aún. De cualquier manera, lo supone. Recuerdo que insinuó en la última que Brandon y yo estábamos enamorados y yo no me atreví a contradecirla.
—Prudence es muy intuitiva —concordó Edward. Aunque en el caso en cuestión, creía que a su hermana le había faltado sagacidad.
Estaba convencido de que ese compromiso no llegaría a matrimonio. Se sentía terrible de desearle eso a Georgie, y de no poder justificar su mala opinión de forma cabal. Reconocía que le faltaban argumentos para sostener su criterio, y le avergonzaba desear que Percy se arrepintiera de seguir adelante con esa relación. Georgie sufriría mucho, pero se recuperaría de su decepción y saldría adelante. Al menos, eso era lo que esperaba.
En ocasiones se preguntaba si podría hacer más, si tener una conversación con Percy, entre caballeros, fuese lo más sensato. Sin embargo, ¿qué podría decirle cuando lo tuviera delante? ¿Qué criterio podría darle que no fuese tomado por una calumnia y una suposición malintencionada de su parte? Si Percy no hubiese sido su amigo, tal vez no le hubiese importado confrontarle. Si Georgie no fuese su hermana, no le importaría tampoco con quién Percy pretendiera casarse. La sociedad podía ser muy cínica, y a su pesar, él estaba siendo cómplice del cinismo de su clase.
Nota: ¡Hola! ¡Primer capítulo! Perdón si algunas informaciones sobre los Hay ya las sabían. Como las novelas son independientes siempre hay que explicar un poco y no dar nada por ya dicho.
Espero que les esté gustando. Ya tenemos el primer punto sobre el cual especular: ¿por qué Edward no se alegra del compromiso de Georgie y Brandon, si es un gran amigo suyo?
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